La cena de los acusados
Sinopsis de la película
Un conocido inventor neoyorquino es acusado de varios asesinatos. Cuando llegan a la ciudad un famoso detective y su mujer y se enteran del asunto, ella, movida por el espíritu de aventura, trata de convencer a su marido para que acepte el caso.
Detalles de la película
- Titulo Original: The Thin Man
- Año: 1934
- Duración: 89
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Opinión de la crítica
Película
7
32 valoraciones en total
Primera película de una serie de 6, protagonizada por William Powel y Myrna Loy. W.S. Van Dyke propuso la pareja a la Metro, tras la actuación a sus órdenes en Manhattan Melodrama (1934). Rodada en estudio en 12 días, con un presupuesto de 231.000 USD, se basa en la novela The Thin Man , de Dashiell Hammett. Pensada como obra menor, de serie B, obtuvo 4 nominaciones a los Oscar (película, director, actor principal y guión adaptado).
La acción tiene lugar en NY en 1932/3. Narra la historia de una pareja formada por un antiguo detective, Nick Charles (William Powell), retirado tras su matrimonio con la rica, joven y atractiva Nora (Myrna Loy). Cuando se produce la desaparición de un inventor, la esposa trata de convencer al marido para que se implique en la investigación, pese a su reiterada negativa. La película consagró la pareja y la elevó al estrellato gracias a la extraordinaria química que la unía en la pantalla y al éxito de la obra. Powell se convirtió en figura emblemática de detective elegante, refinado, inteligente y eficaz. Las relaciones internas del matrimonio se caracterizan por sus diálogos irónicos, chispeantes y mordaces, y por su trato atrevido, burlón y chocante, del todo exento de sensiblería y cursilería. El amor excéntrico de la pareja, lleno de sinceridad y confianza, convenció y agradó al público, que lo convirtió en prototipo ideal a imitar. La acción se desarrolla en términos de comedia envuelta en un misterio creciente, que se mantiene hasta el final. La obra está llena de ironía y comicidad, que se desarrolla con ingeio, agudeza, talento y lucidez. Añaden comicidad algunos personajes estrafalarios: el hermano de Dorothy, el invitado grandullón y borrachín que quiere hablar por teléfono con su madre, el inspector de policía que encaja los hechos y los indicios con portentosa incongruencia, la afición exageradamente desmedida de la pareja a los martinis, whiskys y cócteles. La sobriedad y elegancia del decorado y los modelos de Myrna Loy y Maureen OSullivan (de 22 años) enriquecen la obra con belleza, gracia y distinción.
La música ocupa una posición de suave y sutil acompañamiento. Interpreta ritmos y melodías de moda en 1932 y 1933. La fotografía, del chinoamericano James Wong Howe ( Yankee Dandy ), presenta combinaciones de luz, claroscuros, contrastes de color y proyección de sombras, que anticipan la estética visual del cine negro americano. El guión está escrito con desbordante originalidad, inventiva e imaginción. Basa la comicidad en la ironía y el realismo: evita el recurso al surrealismo y al absurdo. La interpretación de Powell, Loy y la irlandesa OSullivan, brillan a gran altura. La dirección realiza una labor magnífica de puesta en escena, movimiento y caracterización de actores.
Película deliciosa, entretenida y convincente, que aúna un excelente guión, una gran interpretación, una fotografía innovadora y una dirección sobresaliente.
Dorothy Sayers, al contrario que Raymond Chandler, sostenía que un buen detective literario tenía que ser millonario para ser creíble. Así podía dedicarse a la investigación del caso sin ataduras de ningún tipo.
Esta comedia basada en una novela de Dashiell Hammett parece darle la razón a la dama del crimen. El protagonista está tan forrado que ni siquiera se dedica ya a sus otroras labores detectivescas. Pero como su encantadora mujer aún no le ha visto actuar le pica constantemente para que ponga en funcionamiento su materia gris.
La trama es buena sin más. Pero lo que hace verdaderamente notable y divertida a esta película es la relación del matrimonio de sabuesos. Sofisticación, cinismo, pullas, alguna escena que hoy en día sería incorrectísima, pero mucho amor sin moñadas. Eso sí, todo bañado en un mar de alcohol que dan ganas de volverla a ver con alguna copa de más. No me he fijado mucho, pero creo que en cada habitación por la que pasa William Powell se da un lingotazo.
Celebrado autor de novela negra, Dashiell Hammett (1894-1961), es un nombre que resuena en los oídos de todos los que amamos las historias detectivescas. Aunque, previamente, se habían realizado dos filmes con sendas historias suyas, El Halcón Maltés (en versión dirigida por Roy de Ruth, 1931), sería la carta de presentación con la que atraería montones de aficionados que, pronto, se multiplicarían como hormigas cuando su novela, The Thin Man (1934) fue llevada al cine, el mismo año de su publicación, bajo la dirección de W. S. Van Dyke. Un remake de El Halcón Maltés (1941), realizado con éxito por el director, John Huston, y la continuación de las historias de Nick Charles, su esposa Nora y su perro Asta, llevarían a Hammett a la cima y lo convertirían en un personaje clave en cualquier antología de novelas criminales.
LA CENA DE LOS ACUSADOS, es una estupenda interrelación entre screwball-comedy del mejor calibre y una aventura detectivesca con suficiente intriga como para mantenernos pegados a la silla. Lo primero que atrae es la franca, espontánea, desacomplejada, informal y deliciosa relación que se da entre Nick y Nora, con la silenciosa y ocasional complicidad del simpático can que los acompaña.
El cuento, en pleno, adquiere un tono bastante familiar y el celebrado investigador se verá envuelto en la búsqueda del desaparecido señor Wynant, más por presión de las circunstancias que por algún deseo de abandonar la supercómoda vida que ahora lleva. Es Nora la que tiene más hálito de aventura, pues, no ha visto en acción a su marido desde que celebraron nupcias.
Es, ésta, la segunda novela de Hammett que se solaza en un tono de comedia tan demarcado y tan placentero, y el escritor debió sentirse harto complacido cuando supo de la enorme acogida que el público dio a esta plausible idea, pues, la consecuencia fue que, la MGM, decidió de inmediato hacer nuevas entregas con la encantadora pareja… ¡con el divertido trío!, porque también el perro vuelve y juega, y llegará a tener roles mucho más protagónicos.
Estamos ante una historia de ambiciones, oportunismo, explotación… ¡y crimen!, tratados en un tono tan acogedor que ni esto desluce en una trama hecha para divertir más que cualquier otra cosa.
William Powell y Myrna Loy, hacen la pareja perfecta logrando una química inobjetable. La encantadora, Maureen O’Sullivan, es Dorothy, la dulce hija del desaparecido inventor, dispuesta a cargar con los crímenes que, la ineficaz policía y la prensa sensacionalista, le endilgan a su padre.
Uno de los diálogos es para enmarcar:
– Mi padre es un hombre sexagenario.
– ¡¿Sexagenario no es una cochinada?!
– Entonces ponga que tenía 60 años.
Se queda con ganas de seguir las aventuras de una pareja de sabuesos como no hay dos.
Podría calificarse de comedia detectivesca y no se puede dejar de reconocerle ciertos atractivos en este género. La cena de Nochebuena, por ejemplo, podrían haberla filmado los mismísimos hermanos Marx. Quienes esperaban encontrar un thriller con su correspondiente carga de suspense tal vez hayan quedado algo defraudados, máxime si tenemos en cuenta que el relato fue escrito por Dashiell Hammett, pero seguramente la película no les habrá dejado indiferentes.
La secuencia final de la cena también es memorable con una sucesión de pequeños gags que hacen inevitable la sonrisa.
A destacar la interpretación de Mirna Loy, muy por encima, a mi parecer, de William Powell, un tanto exagerado en su caracterización del personaje, aunque seguramente tanto ella como él debieron tener muchísimos fans, dadas las posteriores secuelas.
En resumen, una película entretenida que desmitifica el género de policías duros y detectives sin un dolar.
Que la trama de investigación importa bien poco es evidente. Que es enrevesada y da igual no enterarse es un hecho. Que la película flojea cuando el dúo detectivesco desaparece de la pantalla es la prueba definitiva. La cena de los acusados (1934) es una comedia que va sobre el humor que se consigue generar alrededor de una trama de asesinatos, que funciona como auténtico McGuffin. El peso cae sobre el absoluto protagonista, un espléndido William Powell abonado a una marca de whiskey que le permite aparecer bebiendo en cada plano sin caer en la embriaguez en ningún momento. Frases de ingenio punzante, velocidad en la locución, frivolidad pomposa de clase alta y finísima crítica social en esta visionaria desmitificación involuntaria de lo que sería el cine negro, que comparte sus ambientes pero pierde toda la seriedad por el camino.
Ésta, y otras críticas, en http://blogquenuncaestuvoalli.blogspot.com.es/