La casa del tejado rojo
Sinopsis de la película
Ambientada antes de la II Guerra Mundial (1939-1945), muestra la vida cotidiana de una humilde familia que vive en Tokio. La historia comienza cuando Takeshi encuentra una colección de diarios que escribió su difunta tía Taki Nunomiya. A través de esos íntimos escritos, tanto la joven Takeshi como el espectador van conociendo la realidad que vivió la familia antes de que estallase la guerra.
Detalles de la película
- Titulo Original: Chiisai Ouchi (The Little House)
- Año: 2014
- Duración: 136
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Opinión de la crítica
Película
6.6
92 valoraciones en total
Taki acaba de fallecer en el Japón del siglo XXI. Entre sus pertenencias, su sobrino Takeshi recibe su autobiografía y algo más, que le permiten conocer mejor a su tía… cuando estuvo como criada en la casa del tejado rojo, a comienzos de la 2ª Guerra Mundial. Descubre su vida junto a la familia de posición acomodada que le dio cobijo: Masaka y su trabajo como diseñador de juguetes, su bella mujer Tokiko y sus problemas de corazón al conocer al joven Itakura, y el pequeño Kyoichi que Taki toma a su cuidado. Las relaciones entre este quinteto del Japón imperial son estrechas y comprometedoras, delicadísimas y llenas de humanidad, y solo la guerra decantará el devenir de unos y otros. Esa es la historia que Yôji Yamada recoge en La casa del tejado rojo y que viene a ilustrarnos una mentalidad y un modo de entender la familia y el matrimonio que murieron con Taki.
El veterano director nipón mantiene su interés por todo lo relacionado con la familia, y vuelve a mirar al corazón de sus protagonistas para mostrar sus inquietudes con discreción y de manera sutil. Vemos el decoro y lealtad de unos y otros, pero también sus inclinaciones y conciencia de culpa… que Taki arrastrará hasta sus últimos días. Pero la elegancia y finura para abrir el alma de cada uno hace que nos acerquemos a ellos con pudor, sin juicios recriminatorios, comprendiéndoles e incluso disculpándoles. Yamada hace que los planos respiren humanismo, que los personajes nos transmitan una manera de pensar en que el servicio, la disciplina o el patriotismo se sitúan en primera línea. También acierta al introducir a Takeshi y a su novia para mostrar la evolución de la sociedad japonesa hacia la modernidad… siempre manteniendo una hondura y un sentimiento a prueba de bombas.
En sus quehaceres, Taki manifiesta tanta abnegación como bondad y fortaleza. A su modo, vela por la felicidad de la familia y es algo más que una criada. Es la guardiana de la casa del tejado rojo, la que ha vivido tanto como para poder contar lo que se cocinaba en ella, y para hacerlo de manera velada, desde el silencio y la lealtad. El rostro de Haru Kuroki -premio a la mejor actriz en el Festival de Berlín- transmite esa delicadeza y fragilidad, esa duda y discreción tan juvenil como refinada, mientras que el de Takako Matsu como joven esposa encierra honestidad y a la vez debilidad. Asistimos a una historia de amor y a otra de infidelidad, a una de amistad y a otra de lealtad. Todo sucede a fuego lento, con la pausa y nostalgia que permiten a la memoria paladear aquellos maravillosos y difíciles años. Contemplación con hermosos planos que hablan de quietud, silencios para reflejar lo incierto de una guerra que aparecía en el horizonte, y colorido para enriquecer una mentalidad que comenzaba a estar trasnochada.
La cinta encierra el encanto y dulzura de la novela de Kyoko Nakajima, con un entrelazamiento de los distintos tiempos que está realizado con sencillez y elegancia. Quizá haya un exceso de circunloquios y demasiada repetición de situaciones, que pueden llegar a cansar al espectador. Pero estamos ante una mirada llena de romanticismo y de pureza siempre desde la contención emocional, ante una visión luminosa y poética de las realidades más cotidianas, allí donde las pequeñas cosas que se ven responden a grandes deseos del corazón, donde la verdad profunda de lo que sucede está en manos de una humilde y heroica mujer. La película hay que verla sin prisas y sin esperar grandes acontecimientos, atentos a las invisibles cosas del alma.
Cuando aún está reciente el recuerdo hace pocos meses de UNA FAMILIA DE TOKIO, el magnífico remake de CUENTOS DE TOKIO, la obra maestra de Yasujiru Ozu, el veterano cineasta nipón Yoji Yamada (nació en 1933) presenta en Berlín su nueva obra. Asombrosamente, THE LITTLE HOUSE sigue acreditando la maestría de uno de los pocos creadores audiovisuales que, a contracorriente, de forma se diría que contestataria de puro insólita, decide seguir oficiando su profesión ateniéndose al canon del cine clásico puro. Habrá quien lo catalogue de anacrónico, de rancio, de superado por el tiempo… Para quien esto escribe, el anacronismo de llamada sólo cabe calificarlo de milagro.
Yamada sigue ateniéndose a la honestidad fílmica en la que embarcó su obra tras el inicio de la llamada Trilogía del Samurai. Continúa fiel a ese espíritu humanista, respetuoso y cargado de emoción disimulada gracias al cual ha conseguido forjar un estilo inconfundible y, sobre todo, visto el panorama de la cinematografía contemporánea, muy necesario: ese gusto por la hegemonía de cámara fija, por el encuadre clásico, por la gramática del cine hasta la llegada de los movimientos de los años sesenta, en la que el cineasta debía expresar sentimientos, tomas de posturas, arrebatos y contenciones sometiéndose al imperativo de unas reglas escénicas inquebrantables, por el mimo constructor de planos inscritos obedeciendo a la lógica de la narración, o por la sencilla pulcritud del ordenamiento de los objetos dentro de la acción encuadrada… Sí, es cierto, Yamada pertenece a otro tiempo y por eso cautiva el esfuerzo que hace por reclamarlo.
THE LITTLE HOUSE nos propone, de partida, un tipo de narración en la que ya ha embarcado más de un proyecto anterior: la del relato contado, esto es, la de un hilo narrativo del que surge otro, que se constituye en el segmento narrativo principal. Como muchas veces en Yamada, el ejercicio de la memoria actúa como dispositivo dramático de primer orden, la revelación de hechos no conocidos disponiendo ese sigilo cauteloso y cortés al que el director responde con el sabio comedimiento de su postura tras la cámara. El respeto para con la voz que ya no existe o que confiesa como mandato firme e inexcusable.
En esta ocasión, el entramado argumental se inicia con el entierro de una anciana solitaria. En el sepelio están sus más allegados: sus dos sobrinos y el hijo de una de ellos. Oficiada la ceremonia, todos acuden a la casa de la difunta para emprender las tareas de desamueblarla. La sobrina encuentra una caja en la que la difunta ha dejado escrito que quiere que sea para el hijo de ésta. Él lo abre y encuentra, escrito con su propia mano, el relato de sus memorias, que él mismo le había conminado a concluir. THE LITLE HOUSE narra la existencia de esta anciana que acaba de morir, centrándose sobre todo en el espacio de su vida que pasó en Tokio, trabajando como criada en una casa, en la que ella será la testigo principal de una historia de amor imposible entre la señora y un compañero de trabajo de su marido.
Impecable y maestro como siempre, Yamada dispone toda su acreditada brillantez para el sigilo y la cuidada transparencia que necesita el relato contado. El realizador japonés brinda una admirable lección de miramiento, solicitud y densidad de contemplaciones cautelosas, en el que indaga en el universo del melodrama romántico estilizado, nada estridente, como siempre elegante de planteamiento realizativo y esmerado en la gradación de los afectos y las acometidas emocionales. Causa un inmenso placer asistir al festival de mesuras narrativas y escénicas mediante el que Yamada resuelve la complejidad observativa que le prestan una mujer enamorada que no puede dar rienda a esa pulsión y la mirada temerosa, cortés, analizante, obediente y cómplice a su pesar de la única mujer que sabe de ese amor. Yamada ha vuelto a demostrar que pocos como él saben aprehender el peso de las heridas de una vida a lo largo de su tiempo.
Si no se es algo minimalista no se apreciará en su medida esta bella caligrafía de cine.
Maestría, Yamada la ha demostrado de sobra y aquí lo hace de nuevo.
Pero la película es, además, una muestra de la sociedad japonesa en el primer tercio del siglo XX y un nuevo repaso indirecto, a la tragedia a la que el militarismo llevó al Japón.
Por encima de eso, que ya es mucho, están los retratos. Y la vida de Taki en la casa del tejado rojo es un prodigio de finura, de contención, de belleza. Pocos rostros japoneses en el cine han dicho más con menos palabras.
El adulterio, tratado con buenísimas elipsis, como eso de señora, esta tarde no nos suba el té , choca con lo que estamos acostumbrados a ver de revolcones inmediatos, gemidos y otras hierbas.
O las relaciones del sobrino con la tía abuela, preparándome siempre de comer lo que más le gusta…
O el contraste entre la dulce Taki de joven y lo huraña que es de vieja, llorando toda la vida, como se dice, por un pequeñísimo pecado .
Si no se tiene en cuenta la cultura japonesa del giri, una mezcla de sentido del honor, vergüenza y pudor, esta película no se entenderá bien.
Desde hace años que sigo con sumo interés las películas del veterano cineasta japonés Yôji Yamada, nacido en septiembre de 1931 y en activo desde 1961. Su anterior película estrenada en España fue la excelente – aunque pasase casi desapercibida – Una familia de Tokio, hermosa recreación de una clásica cinta de Ozu. Pero esta vez ha errado el tiro y nos presenta un manido relato de amores contrariados, disimulados, malversados y malvividos en el Japón de 1935 a 1945. Todo resulta falso e impostado: la recreación de época es de cartón piedra, demasiado luminosa y colorista para el momento histórico que retrata. Los vericuetos de la trama – muy japonesa en el disimulo de los sentimientos y en el pudor de la mirada – nos llega desvaída y marchita.
El exiguo lance se alarga durante más de dos largas y fatigadas horas hasta desembocar en un atisbo de emoción y catarsis que luego se prolonga durante una coda demasiado premiosa que no saber concluir ni rematar con sencillez o rotundidad lo que ha planteado. Mucho viaje para tan poca alforja. Quizás el mayor problema sea uno de ensamblaje y cohesión. Cada escena por sí misma y de forma aislada funciona, está bien rodada y resulta encantadora y primorosa en su estudiada frialdad, contención y mesura. Pero el conjunto no avanza, parece del todo inerte y acaba fatigando, al encadenar escena tras escena, sin apenas variación ni progresión, sin sembrar en el espectador ni una brizna de inquietud, turbación o interés en los pormenores y meandros que retrata.
Pero tanta sencillez, discreción, repetición y primor en vez de sumar, restan interés y agotan al espectador por un exceso de suavidad y dulzor. Demasiado merengue, por bueno que sea, empacha. Porque aquí parece que tanto cuidado, esmero, exquisitez, mimo y delicadeza no llevan a ninguna parte y uno se queda por siempre esperando alguna sorpresa o algún abrupto sobresalto o alguna ruptura atroz… pero todo es previsible, cansino, premioso. Y los saltos en el tiempo no producen nostalgia o ensoñación, sino más bien incredulidad y cansancio, porque no hay cambios de textura ni de matiz y todo se acumula, desordenado y desatinado, en un desván apolillado.
Sí, las dos actrices protagonistas están muy bien. Y hay algún hermoso momento de belleza y poesía, pero el balance final es el de una exhausta decepción, tanto metraje, tanta espera, tanta demora… para bien poco.
El cine japonés de sentimientos y buenas personas, suele carecer de hondura, profundidad, y algo tan importante como es CARÁCTER.
La casa del tejado rojo, no se salva de su puesta en escena lineal, resultando una pesada apuesta, porque no avanza, o por lo menos no tienes la sensación de que lo haga al ritmo necesario para no caer en lo que podríamos definir como, una telenovela cinematográfica muy redondita.