La camarera del Titanic
Sinopsis de la película
Francia, 1912. Horty, un joven obrero gana el concurso anual de fuerza que organiza su empresa: el premio es un billete de ida y vuelta para ir a Southampton a ver la partida del Titánic. Durante la noche, una hermosa muchacha llama a su habitación del Gran Hotel de Southampton y le pide alojamiento. Es una camarera del Titanic: debe embarcar al día siguiente y todos los hoteles de la ciudad estan completos. A la mañana siguiente, ella desaparece. Horty la ve en el Titanic, intenta acercarse, pero el barco zarpa.
Detalles de la película
- Titulo Original: La femme de chambre du Titanic (La camarera del Titanic)
- Año: 1997
- Duración: 100
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Opinión de la crítica
Película
5
65 valoraciones en total
Tras su trilogía ibérica y el ensayo decepcionante italiano de Bambola, Bigas Luna retoma el pulso narrativo de su mejor época con esta coproducción a bordo del Titanic. Aunque aquí el trasatlántico es sólo un mural que no se parece en nada al de James Cameron, no hay lujo, espectacularidad, ni pompa y boato, es un film intimista en un ambiente proletario, una historia romántica, soñadora y apasionada. Para tal travesía, que afortunadamente no naufraga, ha dejado en tierra, su atuendo esperpéntico, su vena mediterránea surrealista y daliniana del citado tríptico para adoptar el chaqué académico que es el empaque que corresponde a una empresa de esta envergadura.
La novela de Didier Decoin sirve de base para esta excelente película, en mi opinión, la fascinación del Titanic sirve de excusa para narrar una obsesión erótica servido a través de las ensoñaciones de un minero lorenés, quién, tras compartir una noche de hotel con una supuesta camarera del Titanic, convierte la anécdota en un dulce material fabulado que verbaliza ante sus compañeros mineros primero y como oficiante de espectáculo profesional después. Lo importante de esta historia de amor platónico y arrebatador es el retrato personal de Horty (Olivier Martínez), el nacimiento de un narrador que evoca la cervantina incertidumbre que se deriva de la falta de definición de las fronteras entre realidad y ficción.
El espectador puede sentirse acunado por esa ambigüedad que sobrevuela a lo largo de todo el relato y que le otorga magia y complejidad. Estos juegos narrativos son lo más atrayente en una película narrada con corrección y con unas ideas visuales en la puesta en escena muy típicas en el cineasta pero sin llegar a extremismos chabacanos. Parece que Bigas Luna se sujeta un poco su desbocada potencia visual ante la magnitud presupuestaria del proyecto. Mención especial requiere el espléndido trabajo de Aitana Sánchez-Gijón como la camarera Marie, llena de magia y misterio, seductora y evanescente, de un erotismo soterrado que inspira la fantasía de Horty para evadirse de la monotonía de su triste existencia.
Esta película cuenta la historia del Titanic desde otro punto de vista, desde los ojos y la vida traumática de una simple camarera. Pensándolo detenidamente, ¿cuántas historias no hubo?. No es una enorme superproducción pero se ve con tranquilidad. Es bastante correcta reflejando una época diferente a la nuestra. Sin compararla con otras del mismo tema me pareció buena.
Las leyendas se basan en hechos reales, pero se magnifican de tal manera que la verdad original es lo que menos interesa, y el imaginario popular les da proporciones grandiosas, descomunales, lo cual las dota de la cualidad de la inmortalidad.
La ficción de las leyendas, de los relatos y de los cuentos fascina al público y dispara sus fantasías escondidas, sus deseos de vivir vidas ajenas, de creerse en otra piel con circunstancias diferentes. También quien hilvana historias se fuga durante un rato de sí mismo y realiza aspiraciones que en la vida real son impracticables.
Ese es el espíritu de La camarera del Titanic, que gira en torno al sueño de una noche de primavera, la víspera de la partida del Titanic del puerto de Southampton.
Aunque el terrible suceso del naufragio del Titanic en su viaje inaugural bastó por sí solo para encumbrar al trasatlántico más grande y laureado de su tiempo, su leyenda es mucho más colosal que lo que fue el barco en sí, y la tragedia que se llevó al fondo del océano retumba indeleble, persistente en la memoria colectiva. Ha habido tragedias con muchas más víctimas, otros naufragios más dantescos, pero el Titanic se labró un aura imbatible, que tiene más de inventado y añadido, de mentiras y de exageraciones, y de puntos de vista, que muchos otros sucesos igualmente fatales. Es por eso que ya es leyenda. Y a la gente le da igual saber la verdad, tantas verdades que se hundieron.
Horty, el obrero de una fundición francesa que en una competición gana una estancia en Southampton para ver zarpar al Titanic, comprende que el espíritu humano está hecho de sueños. El Titanic no era tan imponente como su fabulación lo recrearía después, nunca hubo en él historias y romances tan bellos como los que la imaginación exaltada de los curiosos materializaría en sus opulentos salones y camarotes.
Marie, la misteriosa camarera que llamó a la puerta de Horty en aquella noche de abril, sería ninfa y heroína, diosa del amor y del sexo, aventurera osada, cicerone de la sensualidad desbordada, con unos labios más turgentes que el común de las mortales, una piel de una calidad ultraterrenal, un hambre insaciable.
Y Horty, una vez devuelto a la gris y sucia fundición, se da de cara de nuevo con las miserias de obrero pobre, pero algo ha surgido en él, estimulado por su breve estancia en Inglaterra: la necesidad de contar, para quien quiera escucharle, pero sobre todo para escucharse él mismo, el milagro de una noche de primavera en la que él se enamoró de una desconocida.
Cuando pensaba que llevaba ya una raya suficiente de películas malas, aparece La Camarera del Titanic , la peor de todas, al menos en los últimos días. Adaptación de la novela homónima de Didier Decoin que no sé si para bien o mal, coincidió en el año 1997 con ese monstruo comercial que fue el Titanic de James Cameron. No soy un gran admirador de ésta pero desde luego supera más que ampliamente a la hijuela de Bigas Lunas, que en lo único en lo que no hace el ridículo es en la puesta en escena, en especial la fotografía y el diseño de vestuario, que se llevó un Goya, si bien al ser de nacionalidad francesa, no sé porque fue premiada por el certamen del cine español. Cosas de ellos.
De todos modos el crucero más famoso del mundo es un mero pretexto, no como en la otra, para una historia delirante que entre otras cosas confunde el amor con la idiotez o bien con la pasión rijosa. Me temo que los galos son muy dados a este tipo de cine absurdo-surrealista casposo pero al resto de los mortales nos produce vergüenza, que es lo que uno siente con esta obra ante tantas bobadas, paridas y petulancia pseudorromántica. Yo no me creo absolutamente nada de lo que sale, lo cual es muy grave. Lo peor es que a los cinco minutos pensé en una trama que, modestia aparte, me pareció bellísima, aunque desde luego habría que cambiar el encuentro y al mismo protagonista (SPOILER).
Perdido irremediablemente entre la burda e intolerable voluptuosidad de la ¿fascinante? Valeria Marini en la deleznable Bámbola -un desierto- y entre la vulgar, torpe y desastrosa reconstrucción histórica de Volaverunt -un jardín sin flores-, el algo más que irregular Bigas Luna adaptó al cine una novela de Didier Decoin que reconstruía fantasiosamente el amor entre un sufrido obrero al que su patrón premia con ver zarpar al mítico Titanic y una camarera empleada en el barco. Luna, pues, y tras muchos traspiés, se fijó en un argumento jugoso, sencillo, que mezclaba verismo y fantasía, con el que además podía seguir apostando por constantes de su cine, solo que depuradas: fetichismo, erotismo, sensualidad, lo mediterráneo… Gracias a esta película el espectador se reecuentra con un cineasta sólido, que sabe combinar notablemente lo académico con lo avispado. La película es embaucadora, tiene una reposada narración, es sutilmente lírica y romántica (algo inusual en Luna: un maestro de lo cortante y chocante), que logra extraer lo que busca: capacidad fascinadora e implicadora del espectador, quien se inmiscuye en la preciosa e imposible historia de amor que se le cuenta, al que le llega la bendita sensualidad de la impresionante Aitana, la riqueza y adecuación de decorados y puesta en escena, la realidad de una aprovechada gran producción europea.
La camarera del Titanic es, por tanto, una original fábula que usa el mítico y entonces modernísimo barco como icono para crear una elegía sobre el romanticismo, los sueños, la autofabulación, el escapismo, la pasión fingida o real, el amor ya sea breve o sostenido, cierto o inventado, el deseo ya sea circunstancial o prolongado, la melancolía y lo poético fuera de lo sucio y prosaico que es lo terrenal, elegía rota cuando la realidad saca sus fauces y enturbia absolutamente la bendita ficción. Así, se muestra una faceta de Luna, ya entreabierta en sus obras previas, solo que allí había que bucear bajo la suciedad de lo contado para extraerla (¿o no es una obra maestra, un poema abierto y descarnado, pero sucio, Bilbao ?) y aquí sale diáfana, sin equipajes ni obstáculos.
Así pues, esta película es la más sugestiva, convincente, hermosa y mejor película de Luna desde Jamón, jamón con distinta y por lo visto no continuada apuesta estilística (miedo me da ver Son de mar ) y con alguna maravillosa secuencia (aparte de la presencia de Aitana Sánchez Gijón) como cuando Olivier Martínez rocía con champán el cuerpo de la divina camarera inventada.