La calle
Sinopsis de la película
Realista narración sobre la vida de los habitantes de un edificio en un barrio pobre y la desesperación de los jóvenes por salir de él, tratando de evitar los conflictos que provocan el adulterio o las relaciones clandestinas. Los diferentes enfrentamientos cambiarán la vida de sus protagonistas para siempre.
Detalles de la película
- Titulo Original: Street Scene
- Año: 1931
- Duración: 80
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Opinión de la crítica
Película
7.6
80 valoraciones en total
En las escaleras que dan a la entrada de un portal y la fachada con las ventanas de un inmueble neoyorkino, King Vidor adapta una obra teatral ganadora del Pulitzer.
Un plano general de los rascacielos de Nueva York va descendiendo a través de los tejados hacia una calle suburbial. Desde ahí comienzan a surgir los arquetípicos personajes del vecindario: cotillas, emigrantes italianos, judíos, comunistas, amas de casa, jóvenes enamorados y no tanto…
En el guión se debaten temas totalmente vigentes en cualquier época y lugar, retratando ideales de la vida cotidiana en un grupo de gente con diversidad de opiniones. Una subtrama de adulterio y crimen bucea entre el manido argumento, rico en su mezcolanza de drama y comedia, con diálogos ágiles y claros.
Todo ello narrado por una cámara que utiliza todos los recursos técnicos posibles (travellings, picados, contrapicados, primeros planos bien dosificados…) dándole dinamismo al relato a pesar de su único decorado, mostrando incluso un prodigioso plano de la calle con la muchedumbre aglomerada, curioseando ante un hecho puntual de importancia.
Destacado reparto en el que brilla Silvia Sidney. Demostración de que King Vidor fue uno de los más notables directores en el uso de la técnica cinematográfica, un director a reivindicar, poseedor de un portentoso talento en su filmografía.
Drama coral realizado por King Vidor (1894-1982) (Duelo al sol, El manantial). Adapta la obra de teatro Street Scene (1929), de Elmer Rice, ganadora del premio Pulitzer de teatro de 1929, según guión del propio Rice. Estrenada en Broadway en enero de 1929, obtiene gran éxito y alcanza las 601 representaciones. Se rueda en NYC con un presupuesto estimado (IMDb) de 584.000 USD. Producido por Samuel Goldwyn para The Samuel Goldwyn Company, se estrena el 26-VIII-1931 (NYC, NY).
La acción dramática se desarrolla en el Lower East Side neoyorquino, en 1931, durante 24 horas, divididas en una tarde y la mañana siguiente de unos calurosos días de agosto. A través de una galería de personajes arquetípicos y entrañables, analiza las historias, vivencias, problemas, conflictos, debilidades y ambiciones de una población de orígenes europeos diferentes (rusos, irlandeses, italianos, nórdicos, alemanes, etc.), en los tiempos difíciles de la Gran Depresión.
La película aporta un interesante retrato de época de Nueva York, de los primeros años 30, con sus rascacielos (el Chrysler Building…), tranvías, coches, ambulancias, furgones policiales, indumentaria, sombreros de galleta, curiosos tocados femeninos, niños que juegan en la calle, conversaciones de vecinos en las aceras y desde las ventanas, etc. La descripción es minuciosa y se presenta cuidada hasta el último detalle, como siempre gustó al realizador. Hilvana una sucesión de cuadros costumbristas, vigorosamente realistas, que retienen la atención, entretienen y complacen. La suma de los mismos compone un conjunto que supera la anécdota para reflejar una realidad que quiere ser general. El resultado es una obra encantadora y deliciosa, que conmueve y fascina.
Realizado antes de la entrada en vigor del ominoso Código Hayes, el film hace uso de un lenguaje directo y claro, que permite tratar sin circunloquios temas como la infidelidad, el adulterio, el matrimonio interracial, el alcoholismo juvenil, el machismo, el deseo, las frustraciones personales, la intolerancia y otros, que se exponen desde la observación sin prejuicios y sin juicios de valor añadidos. El relato respira autenticidad, verismo y transparencia, hecho que le confiere un atractivo perdurable.
Los principales protagonistas son Frank (Landau), irlandés, rudo, autoritario, desconsiderado y machista, Vincent Jones (McHugh), presumido, pendenciero y bravucón, Sam Kaplan (Collier), estudiante de derecho, enamorado de la chica, judío de origen ruso, Rose Maurrant (Sydney), joven, guapa, inexperta, que trabaja como administrativa en una oficina.
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Tres años después de la magistral The crowd , el director King Vidor vuelve a pulsar de una manera mucho más modesta el latido de la sociedad norteamericana de entreguerras en esta pequeña película basada en un éxito de Broadway. Elmer Rice, autor de la pieza teatral escribe también el guión que respeta la unidad de espacio así como la regla canónica de los tres actos. La cámara se detiene en un único escenario- la calle del título- tras haber sobrevolado por unos segundos los tejados neoyorkinos a ritmo de swing – me recordó al arranque de Manhattan . A partir de ese momento, comienza a desarrollarse una trama costumbrista en la que intervienen los distintos vecinos de un inmueble que entran y salen de la vivienda y se paran a hablar entre ellos en el umbral de su escalinata. Los personajes actúan como arquetipos y la calle como un microcosmos en el que, aún hoy, todo el mundo se puede reconocer. La trama permite a Vidor introducir el debate social en el que no faltan temas tan escabrosos para su tiempo como el racismo o el adulterio.
La acción transcurre en tres tiempos – la noche de un caluroso día de verano más la mañana y la tarde del siguiente. Pese a las limitaciones de la puesta en escena, la obra se desarrolla de manera fluida y el interés nunca decae. El director se las apaña para otorgarle un mayor dinamismo mediante unos sugerentes movimientos de cámara. Películas como ésta, El pan nuestro de cada día o la citada The crowd confirman a Vidor como un cineasta clave en el cine norteamericano de la época, y le convertirán posteriormente en un director de referencia del que beberán los primeros maestros del neorrealismo.
Volver a ver hoy en día una película de King Vidor obliga a descubrir, por lo menos dos cosas. El arrojo suicida con que solía abordar los más diversos temas hace que su posición frente a la realidad presente múltiples aristas, se plantee el problema de su representación con inusitada complejidad de perspectivas para un director de su generación. Y su problemática relación con las reglas del cine clásico logra convocar, en el ánimo del espectador, una sensación contradictoria, el convencimiento de que esas imágenes pertenecen a un acervo común, pero también surgen de una sensibilidad muy particular, intensamente exaltada en la forma de ordenarlas, de presentarlas ante la audiencia. Esa es la magia del cine, el escenario está ahí y corresponde al director construir el drama y crear la emoción, y en eso, Vidor era un maestro.
Cuando en 1931, King Vidor recibe la oferta que le hace su amigo, el productor Samuel Goldwyn para realizar este film, es ya uno de los directores más respetados de Hollywood. El espíritu poco acomodaticio del cineasta ve en la propuesta del productor un desafío imaginativo y acepta el encargo. Deudora de la obra teatral homónima y premio Pulitzer de Elmer Rice, que también se cuidó del guión, la película se desarrolla en un reducido escenario: poca más de un trozo de calle y las fachadas de unos cuantos edificios de viviendas. En lugar de ampliar los decorados y dar aire al argumento, Vidor optó por desplegar una enorme variedad de ángulos de cámara: sin colocar dos veces en la misma posición, si la puesta en escena no podía cambiar, la cámara si podía hacerlo. De este modo, el cineasta filma de arriba abajo, de abajo a arriba, de lado, picados y contrapicados, retrocediendo y desde la grúa en travellings asombrosos, todo un despliegue y alarde técnico magistral para la época.
El interés del cineasta por el hombre medio americano encontró en la obra de Elmer Rice un excelente terreno para el cultivo del drama costumbrista, en un barrio de clase media baja de Nueva York, desde el que se aprecia en el horizonte el sueño americano encarnado por los emblemáticos edificios recién construidos, el Chrysler Building y el Empire State, en un verano de calor sofocante con su heterogénea mezcla de judíos, italianos emigrados, repartidores, cobradores, empleados, policías, americanos xenófobos, matones, estudiantes, cotillas, prostitutas, hombres y mujeres, niños jugando, maridos engañados, esposas y amantes, sobre quienes pesa la grisura de lo cotidiano, a veces con notable fuerza dramática, la sombra de la violencia en su más variada acepción.
En spoiler describo cómo King Vidor inicia y resuelve el film, demostrando una absoluta coherencia formal y estilística.
Buena adaptación de una obra teatral homónima de gran éxito de crítica y público, cuyo autor, Elmer Rice, se encarga del guión, mientras que la dirección recae en King Vidor.
El argumento, que retrata a los distintos vecinos de una casa modesta situada en un barrio popular de Nueva York, abunda en los problemas cotidianos que surgen, en su mayor parte, de la insatisfacción de sus habitantes o de sus esperanzas. Así, tienen bastante peso los secundarios, pues resultan imprescindibles para lograr una visión de conjunto, que es lo que se pretende, por ello, podemos ver a las típicas vecinas cotillas, a un borrachín impenitente, un socialista dado a soltar discursos ante cualquier tema, y muchos más, si bien destacan de entre todos, los miembros de la familia Maurrant. Será precisamente el drama que surgirá entre ellos -concretamente entre el marido y cabeza de familia, Frank, y su esposa Anna- el que altere la aparente monotonía del vecindario, afectando todo ello de manera especial a Rose, la hija de los anteriormente citados, una joven que ansía cambiar de aires.
Más que la historia que se narra a mí me ha gustado especialmente cómo la ha filmado Vidor, un realizador cuya pericia y saber hacer resultan sobresalientes, deseando evitar que visualmente la película resultara tediosa -víctima de un planteamiento que reduce las localizaciones a un único tramo de calle- recurre a un despliegue verdaderamente meritorio de emplazamientos y movimientos de cámara, de forma que los espectadores, aunque siempre estamos viendo lo mismo, nunca lo hacemos del mismo modo, variando los ángulos, encuadres, desplazamientos, etc. El comienzo es ilustrativo, la cámara, situada sobre los tejados, nos muestra en la lejanía los rascacielos de Manhattan, para inmediatamente describir una panorámica y descender sobre la calle en la que transcurrirán todos los acontecimientos, se nos revela, sólo a través de imágenes, el carácter popular del barrio y el calor veraniego que lo azota (las barras de hielo, los niños jugando junto a la boca de riego, el perro que duerme, etc). Otro momento muy destacable tiene lugar cuando se desata la tragedia, pues Vidor, recordando sus mejores momentos en The Crowd , capta eficazmente la conmoción de vecinos y transeúntes, que se agolpan frente a la casa, la carrera de Rose entre la multitud, filmada en picado, recuerda a una célebre secuencia del filme antes mencionado. La riqueza descriptiva de la cámara es magnífica en un meritorio travelling que nos muestra el despertar del barrio visto a través de las ventanas de los vecinos (es digno de reseñar que no hay un solo interior en toda la película), recurso que se hará habitual en muchas películas, sin ir más lejos en la excelente La Ventana Indiscreta , de Hitchcock (también aquí hay un vecino que duerme en el balcón).
Continúa en spoiler, sin revelar detalles.