Juegos prohibidos
Sinopsis de la película
Junio de 1940. Centenares de franceses, entre los que se encuentran la pequeña Paulette y sus padres, se dirigen en un desesperado éxodo hacia el sur de Francia. Los aviones nazis sobrevuelan el camino y bombardean sin piedad a la multitud. Los padres de Paulette y su perro mueren durante el ataque. Alguien lanza el cadáver del animal al río, pero la niña, incapaz de separarse de él, decide seguirlo, lo que propicia su encuentro con Michel, un chico de once años, que la lleva a la granja de sus padres, donde es muy bien acogida.
Detalles de la película
- Titulo Original: Jeux interdits (Forbidden Games)
- Año: 1952
- Duración: 86
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Opinión de la crítica
7.8
84 valoraciones en total
Quinto largometraje de René Clément (1913-96), está considerado como uno de sus mejores trabajos. El guión, de François Boyer, Jean Aurenche, Pierre Bost y R. Clément, se inspira en la novela Les jeux inconnus (1947), de François Boyer. Se rueda en escenarios naturales de La Flux (Alpes-de-Haute-Provence) y Puget-Themiers (Alpes-Maritimes). Gana el Oscar honorífico a la mejor película de habla no inglesa y el León de oro, de Venecia. Producido por Robert Dorfmann (Crónica negra, Melville, 1972) para Silver Films, se estrena el 9-V-1952 (Francia).
La acción dramática tiene lugar en la campiña francesa en junio de 1940. Paulette (Fossey), de 5 años, nacida en París, queda huérfana cuando sus padres resultan ametrallados por la aviación nazi contra una columna de civiles que huyen precipitadamente hacia el sur del país ante la invasión y ocupación alemana de Francia. En el camino conoce a Michel (Poujouly), un niño de 11 años, el menor de los hijos de una familia de campesinos, que la acoge en su casa. Paulette y Michel comparten juegos infantiles, sueños, ilusiones y traban una gran amistad. Ella es rubia, angelical, dicharachera y frágil. Él, cariñoso y juguetón, la protege, la defiende y la trata con enorme afecto.
El film suma drama y guerra. Desarrolla un relato que constituye una ferviente y apasionada defensa de la vida. Derivadamente se posiciona contra la guerra y sus secuelas de destrucción, dolor, horror, desamparo y muerte. Contrapone la brutalidad de la guerra y la inocencia de los niños para poner de manifiesto con fuerza y elocuencia el carácter detestable y condenable de los conflictos armados. Los condena por sus consecuencias y, también, por sus causas, que ejemplifica y simboliza en los recelos, las suspicacias, los malentendidos, las falsas suposiciones y los errores que alimentan el enfrentamiento permanente de dos familias campesinas vecinas, los Dollé y los Gouard. Los conflictos se basan, mayoritariamente, en motivos hueros, actitudes inadecuadas y razones fútiles. Las posibilidades de acuerdo y los frutos de la cooperación entre vecinos, son mucho mayores de lo que parece a primera vista y de lo que las partes contendientes son capaces de imaginar y prever.
Los niños suelen reflejar en sus juegos, conductas y reacciones, los problemas de los mayores. En este caso, el film muestra cómo la muerte invade el ámbito de los juegos infantiles. El grillo, la lombriz, el topo, el petirrojo, el escarabajo y sus compañeros de la fauna menor del campo, servirán para componer una sinfonía ingenua, natural y nada artificiosa, de denuncia de la muerte violenta convertida en un hecho habitual, cotidiano, ordinario y nada sorprendente, por obra de una guerra despiadada, violenta, atroz y perdurable. La frecuencia de la muerte y la pulsación prolongada de la guerra, con frecuencia insensibilizan a la población y erosionan su capacidad de irritación y rechazo.
(Sigue en el spoiler sin desvelar partes del argumento)
Franchutadas las hay —como en tos laos— buenas, malas y regulares. Pero si sois de los que, como yo, no os fiáis ni un pelo del cine que cultivan vuestros vecinos, permitidme que os tranquilice: Juegos prohibidos es de las buenas. De las buenas, buenas. No de esas que la crítica pone por las nubes y sólo se la tragan cuatro gafapastas. De esas no. Cuando digo buena me refiero a una peli con facultades e incentivos más que suficientes como para gustar a todo el mundo: a niños, adultos, ancianos, taxistas, carpinteros, comerciantes, notarios, maestros, mecánicos, secretarias, peluqueras, abogados, arquitectos, enfermeras, camellos, putas y futbolistas. A to-do el mun-do.
Así pues, vedla sin prejuicios. Y, si puede ser, con la cándida mirada de Michel y Paulette, los dos niños que la protagonizan. Dos traviesos querubines que, en el trágico marco de la II GM, construirán un microcosmos muy especial procesando, a su manera, la infausta realidad en la que se hallan inmersos.
Y no hay más, amigos. Ni plúmbeos y sesudos discursos existenciales ni pollas en vinagre. Tan sólo una triste, bella y entrañable historia magníficamente aderezada por la partitura de Narciso Yepes que, sin lugar a dudas, hará las delicias de cualquier cinéfilo que se precie. Tanto aquel que huye cagando leches de las pelis de arte y ensayo como aquel que no se quita las gafas ni debajo del agua. Comprobadlo.
Un clásico renombrado del cine francés y, más que probablemente, la mejor película de Clement. Es la historia de amistad e inocente amor entre dos niños en el contexto de la 2ª Guerra Mundial. La niña pierde a sus padres en un bombardeo y va a dar a un caserío dónde una familia la acoje, haciendo particular amistad con el niño de la familia.
Película de maravilloso argumento, su título se lo debe al juego prohibido que llevan a cabo los niños: roban cruces y, posteriormente, entierran a todo tipo de animales en un molino semiderruido, poniendo las cruces como si se tratasen de tumbas humanas, en una metáfora que amplía la muerte colectiva que es una guerra al mundo animal.
Clement desarrolla la película con una desarmante mezcolanza de poesía, sensibilidad, dramatismo y afortunados toques de humor negro, contraponiendo dos mundos: el brusco, brutal y equívoco de la guerra, el puro, inconsciente e inequívoco infantil. La película se cierra, sin embargo, y acertadamente, de forma brusca, creando una terrible y muy creíble sensación de desamparo y de orfandad propias.
Juegos prohibidos es y será un clásico, además de una gran película, pero también he de decir que el argumento supera a la propia película. O sea, que creo que había material para haber mejorado, y mucho, los resultados.
Conmovedora historia de dos niños, a través de los cuales se nos ofrece una visión de la guerra, del amor y de la muerte inolvidables. Una película que sacude las emociones del espectador, pero que en ningún caso resulta sensiblera (incluyendo la preciosa música de guitarra que recorre toda la película, a cargo del maestro Narciso Yepes)
Un reparto de gran solidez, y una magnífica dirección, que quizás obtiene su mejor resultado en la magnífica interpretación de los niños protagonistas, sencillamente insuperable.
Una película inolvidable, que sin embargo permanece injustamente olvidada.
Esta es la historia de la gran amistad que une estrechamente a dos niños, la historia de una víctima que, más que de la guerra, lo es del destino.
Suena Romance anónimo. Y, mientras, alguien pasa las hojas de un viejo libro. La guitarra suspira, se compadece. Es una canción perfecta para el recuerdo, angustiosa pero esperanzadora. Así comienza todo. Así acaba todo.
Los juegos prohibidos son juegos de inocencia macabra, de una inocencia interrumpida y deformada por el dolor, que resurgen después y a causa del abatimiento para recrear una realidad acorde con las inquietudes de la infancia pero irisada con el terror que traen consigo los enfrentamientos, tanto los internacionales como los particulares. Juegos en los que se hace necesaria la presencia de la muerte, natural o premeditada es indistinto, morir se convierte en un hábito, provocar la muerte en lo cotidiano. No son unos críos felones que actúen con alevosía, son el reflejo de lo que ven, como todos los niños, juegan a lo que ven.
Los juegos prohibidos son la vía de escape de dos almas perdidas que, sin rumbo definido, navegan en busca de algo parecido a la felicidad, inventan un drama que puedan entender, que no resulte tan lejano ni extraño como la vida.
El corazón roto, aún de barro, de Paulette deja en la memoria una voz desgarradora entonando un grito seco, un lamento sincero, una anoxia nepésica. Michel…Michel…Michel…