J.F.K.: Caso abierto
Sinopsis de la película
El fiscal de Nueva Orleans Jim Garrison (Costner) reabrió el caso del asesinato del presidente de los Estados Unidos John F. Kennedy y presentó cargos contra algunas personas. Después de entrevistar a numerosos testigos de Dallas y a personas relacionadas con los hechos, mantuvo la tesis de que el magnicidio fue fruto de una conspiración en la que podrían haber intervenido el FBI, la CIA y el propio vicepresidente Lindon B. Johnson.
Detalles de la película
- Titulo Original: J.F.K. (JFK)aka
- Año: 1991
- Duración: 190
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Opinión de la crítica
Película
7.5
75 valoraciones en total
Pais
Directores
Actores
- Beata Pozniak
- Bob Gunton
- Brian Doyle-Murray
- Dale Dye
- Donald Sutherland
- Ed Asner
- Frank Whaley
- Gary Grubbs
- Gary Oldman
- Jack Lemmon
- Jay O. Sanders
- Joe Pesci
- John Candy
- Kevin Bacon
- Kevin Costner
- Laurie Metcalf
- Lolita Davidovich
- Michael Rooker
- Pruitt Taylor Vince
- Ron Rifkin
- Sally Kirkland
- Sean Stone
- Sissy Spacek
- Tomas Milian
- Tommy Lee Jones
- Vincent DOnofrio
- Walter Matthau
- Wayne Knight
Sin lugar a dudas J.F.K. es uno de los ejercicios cinematográficos más complejos y ricos de los últimos veinte años. No se pretende buscar sólo el lado lúdico de la vida, sino formar al espectador que tiene la suerte de visionar su metraje.
Y no lo hace de la forma y manera que los documentales con sesgo de ONGs nos tiene acostumbrado últimamente, no, lo hace razonando, esa palabra que tanta gente ha olvidado poner en marcha en sus vidas.
Si todos los años tuviéramos al menos una película como J.F.K en las carteleras el cine merecería la pena, desgraciadamente cada vez dudo más que tenga alguna importancia.
La película de Stone tiene además doble mérito, no sólo es un torrente de investigación académica de tesis doctoral, es que además es muy bella. Su fotografía y su montaje son de lo mejor de la década. Fondo y forma unidos como pocas veces se ha visto.
La nómina de actores de la cinta es escalofriante, destacando muy especialmente Donald Sutherland, Joe Pesci y el propio Kevin Costner, en uno de sus mejores papeles de toda su carrera.
En cuanto al argumento en sí, pretender resolver una pregunta:
¿Quién mató a Kennedy? Podíamos decir aquello de entre todos lo mataron y él sólo se murió. Afortunadamente y sobre todo desde 1970 con la Ley de Libertad de Información se ha podido investigar mejor el tema y han salido libros, estudios, documentales y películas que han ayudado a alumbrar dicho problema. Aunque es posible que hasta el 2030 no lo sepamos nunca. Quizá ni eso.
De todas formas quiero romper una lanza por la comisión Warren. Nunca en ningún momento, dicha comisión señaló en sus informes que Lee Harvey Oswald fuera legalmente el culpable del asesinato del Presidente. Es más en sus gruesas páginas, tampoco se descarta que hubiera más personas involucradas, simplemente que para acusar en un país democrático hay que tener pruebas concluyentes y nos las hubo. Es como la diferencia entre ser inocente y no culpable, que tiene matices diferentes. En el primer caso se prueba tu inocencia, y en el segundo no se puede demostrar tu culpabilidad aunque existan indicios de lo contrario.
De todas formas John Fitzgerald Kennedy tiene un halo de mito que no corresponde con la realidad. Fue un buen presidente, no cabe duda, pero su carácter problemático e inestable no le ayudaba lo más mínimo. En el fondo era como un niño. Aficionado al alcohol y todo tipo de pastillas, y entregado a una vida disoluta –necesitaba a las prostitutas día sí día también- le convertía en un hombre inmaduro que reforzaba una vertiente hedonista peligrosa con el cargo que ocupaba. Y eso molestaba mucho por ejemplo al jefe del F.B.I., el señor Hoover, que siempre se opuso a su relación con Marilyn.
Costa-Gravas decía parafraseando una conocida frase que siempre aparece en las películas: Cualquier semejanza con personas o lugares realmente existentes, no es coincidencia: es intencional. Desde esta mirada, el cineasta pasa en esta circunstancia de artista, con el todos relacionamos su labor, a historiador. Así, la interpretación / denuncia que nos ofrece busca siempre situarnos no como espectadores (situación que ocurre con otras películas), sino como testigos de un hecho crucial, impidiéndonos tras todo lo visto dejar que éste caiga en el olvido y la mentira.
Stone, con JFK, explora esta posibilidad en toda su profundidad, pues en esta película, el director juega con la polisemia de un término como historia que, por una parte, remite a los hechos pero también al relato de los mismos. No hay historia sin relato de la historia.
JFK es la cámara hecha bisturí. Un bisturí impúdico, enérgico, reiterativo pero no redundante, valiente… Así, el acercamiento de Stone al magnicidio se aproxima al que se realizaría en una autopsia, mostrando, con ese amor por el detalle que tiene toda la película, la conspiración en torno a este hecho en el que el autor fija una frontera que quiebra al país (comenzaría después la pesadilla de Vietnam, en la que Stone participa). Esa conspiración ayuda a Stone a fijar la intriga que contiene la película y que logra atraparnos desde el primer fotograma acompañado por los sones de un John Williams más inspirado que nunca. Pero es aquí donde Stone muestra toda su genialidad, pues en su intención de querer hacernos testigos, el director opta por romper los códigos de este género y acercarse con un brío enorme (el montaje es frenético, abundan los planos de cámara en mano como si estuvieran recogidos en vivo, el paso del color al b/n) a las orillas del documental haciendo un drama que con tintes biográficos (muestra la odisea de J. Garrison, el único fiscal que presentó cargos por este asesinato) se convierte en un incómodo documento histórico.
Es en la mezcolanza de estos dos registros (el puramente documental con la utilización de archivos históricos por un lado, y la reconstrucción especulativa que realiza en base a las investigaciones de Garrison, por otro) donde la película alcanza su cenit. La media hora final, donde K. Costner muestra (demuestra) su teoría son realmente magistrales. Pero todo está a esta altura. El reparto (¡hasta Costner está bien, lo que es mucho decir!) es espectacular, con un G. Oldman espléndido (parece un clon), un J. Pesci igual de histriónico que siempre, pero tan impecable como cuando trabaja con Scorsese, un T.L. Jones tan magistral como siempre, y así con el resto del elenco (sale J. Lemmon y D. Sutherland dejándonos con la miel en los labios de lo soberbios que están). Es una película con tanta fuerza, que el único pero hay que situarlo en las caídas que se producen cuando Stone muestra la vida cotidiana de Garrison.
JFK es una obra maestra escalofriante.
Una serie de imágenes rodadas en blanco y negro se unen a otras en color. El encuadre, la escala y los puntos de vista se suceden en fuerte contraste, pero la imagen es nítida en todo momento. El objetivo de esta prueba es crear una mentira verosímil, una ilusión cinematográfica a partir de la estimulación del subconsciente colectivo. Se trata de una evocación. La imaginación del público colabora al configurar la intriga. Lo apasionante del proceso no es tanto la creación de esa tensión como el diálogo entre las dos realidades, o mejor dicho, las dos ficciones.
Un hombre de 96 años acude al médico para su revisión anual.
-¿Y la vida sexual, buen hombre? –pregunta el médico.
-No tengo queja –responde el viejo. –Precisamente hace poco recibí la feliz noticia de que mi novia de 19 años se ha quedado embarazada. Ya era hora. Llevábamos tiempo buscándolo, la verdad.
El médico se ajusta las gafas. Tiene un aire a cierto actor de Hollywood, pero el viejo no puede recordar quién exactamente.
-Ya veo –dice el médico muy serio. -¿Conoce usted por casualidad la historia de Bob el cazador?
-La verdad es que no.
-Se la contaré: Bob iba todos los domingos al bosque a cazar osos con su magnífica escopeta de cañones largos. Y siempre cazaba un oso. Un día, en vez de coger la escopeta, se equivocó y cogió el paraguas.
El viejo recuerda a quién se parece el médico. Donald Sutherland.
-Bob dio con un oso –continúa el médico -Un oso muy fiero, que en cuanto le vio echó a correr hacia él. Bob levantó el paraguas. Apuntó justo a la frente del oso. Y… ¡BANG! ¡El oso cayó muerto!
-¡Imposible! –gritó el viejo -¡Alguien más tuvo que disparar!
El doctor sonrió.
-¿Ve? Ahí es donde quería yo llegar, señor Garrison.
Curioso. Todavía hay quien prefiere creer que Bob el cazador cazó un oso con un paraguas.
Amigos míos, nos hallamos ante el más elaborado, complejo y eficaz montaje de la historia del cine, al servicio de una trama magistral, una denuncia de la manipulación, engaños, dobles juegos y traiciones que imperan en el gobierno estadounidense (y de cualquier otro país) y que al final acaban pasando factura al pueblo, a la vez que le ocultan todo. ¿Quién asesinó a Kennedy?, o mejor aún, ¿quién dió la orden de hacerlo, y por qué? Probablemente nunca lo sabremos, pero Oliver Stone se halló más cerca de la verdad que la comisión creada por EE.UU. para investigar el caso. Es cierto que se ocultan o manipulan ciertos detalles (Oswald no era un tirador mediocre, era un crack con el rifle), pero no influyen en el desarrollo global del caso, ni evitan que Oliver Stone lance un mensaje imponente: el pueblo tiene derecho a saber la verdad por encima de todo.
La fotografía, magnífico trabajo de Robert Richardson. El reparto, magistral, con un Tommy Lee Jones inmejorable como Clay Shaw y un Kevin Costner magnífico como el fiscal Jim Garrison, acompañados de actores como Joe Pesci, Donald Sutherland, John Candy, Michael Rooker, Kevin Bacon, Gary Oldman, Jack Lemmon, Laurie Metcalf, Sissy Spacek, etc.
En definitiva, portentoso, barroco e inmejorable trabajo de Stone, su obra cumbre, un estremecedor alegato contra la manipulación y engaño por parte de las autoridades y un grito a favor del derecho del pueblo a saber la verdad. Imprescindible.