InchAllah
Sinopsis de la película
En un campo de refugiados palestino de Cisjordania, Chloé, una joven canadiense, cuida a mujeres embarazadas. Su relación con personas que se hallan a ambos lados de los muros y puntos de control del campo, hará cambiar sus creencias y convicciones.
Detalles de la película
- Titulo Original: InchAllah
- Año: 2012
- Duración: 101
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Opinión de la crítica
Película
6.3
39 valoraciones en total
Otra producción canadiense, que acude a un territorio complicado, en este caso Palestina. El resultado es inferior a Rebelle. La historia tiene algún momento de gran intensidad, pero el tono habitual de la película es la frialdad.
La actriz protagonista está bastante bien, en un papel difícil intentando ayudar a la gente dentro de esos asentamientos.Pero los problemas son el guión y el montaje de las escenas. que no permiten identificarnos con lo que nos están contando.
Casi todo lo que se nos plantea lo vemos e intuimos, pero salvo alguna escena, nunca vemos cosas intensas y siempre son reacciones a cosas que han sucedido.
Los últimos minutos todavía son más caóticos, llegando hasta un mal final con una situación que es difícil de explicar.
Una pena porque el escenario era ideal para hacer una buena película, pero no es el caso de esta propuesta tan anodina.
En una de las escenas más significativas de InchAllah Chloé sugiere a su amiga Rand que abandone su puesto de militar en Israel, a lo que ella responde no se trata de algo que sencillamente se deje. En aquel momento Chloé no puede comprenderla, pues ella tan solo es una joven ginecóloga recién iniciada no implicada en la causa. Pero el caso es que su alojamiento se encuentra en territorio israelita, siendo ella trabajadora voluntaria en un campo de refugiados palestino, de modo que para llegar a su trabajo debe cruzar diariamente el muro que separa ambos territorios. Y no se trata solamente de un asunto laboral, pues una de sus pacientes es al mismo tiempo una gran amiga suya, resultando del hecho que casi terminará por pasar más tiempo en territorio Palestino que en Israel. Como es de esperar, Chloé empezará a sentir empatía hacía la causa palestina y a identificarse con su actitud reivindicativa, pero pronto chocará con un duro aprendizaje: identificarse con un conflicto no implica poder resolverlo.
Por lo que respecta a la amiga de Chloé, Ava es una joven en estado que vive con su madre y sus dos hermanos, uno adulto y el otro niño. Su marido está en la cárcel, por lo demás se trata de una familia como cualquier otra… salvo por la intensa nube de terror que planea por encima de su cotidianidad: en cualquier momento, un repentino conflicto militar mal resuelto puede poner fin a su existencia. Este es, de hecho, uno de los grandes logros de Anaïs Barbeau-Lavalette: la directora canadiense nos proporciona una magnífica reproducción del ambiente de inseguridad que se vive actualmente en Palestina, una situación de desigualdad social y nerviosismo constante en donde hasta la persona más pacifista puede terminar por convertir su cuerpo en una arma explosiva, temeroso de que otros le saquen una utilidad peor. Y lo más grabe, como refleja la fantástica secuencia en que Chloé juega con los niños en un deteriorado vertedero (en realidad, el espacio que toca con el muro), es que no existe forma alguna de alejar a los niños del conflicto.
Chloé respira diariamente este ambiente de miedo e impotencia, esta angustiosa sensación de sentir que la vida de un pueblo se encuentra en manos ajenas. Su deseo de ayudar sin implicarse se ve obstaculizado por la triste realidad que la rodea, que parece convertir en cómplice a todo ser inactivo. Por eso es comprensible que en dicha situación uno acabe por creer que la única vía de escape sea el alzamiento armado. Y es el saber que en un contexto semejante cualquier persona actuaría de la misma forma lo que hace que la joven voluntaria caiga en una profunda crisis de identidad, pues de repente puede sentir cómo esta tendencia occidental de creerse capaz de solucionar todo conflicto ajeno es dinamitada en mil pedazos. En determinado momento Ava dice a Chloé tiernamente: no eres superior a nosotros, no resolverás el conflicto. En esto consiste precisamente la tesis de la película: en una lección de humildad para los occidentales que tiene como objetivo demostrar que, por desgracia, no todos los conflictos se solucionan fácilmente y mucho menos de manera diplomática.
La identificación con la causa, las acciones extremas que uno jura no hacer hasta encontrarse ante la situación y la pedantería occidental que pretende resolver los conflictos ajenos son los tres temas que trata Anaïs Barbeau-Lavalette con su interesantísima InchAllah. Y lo hace con toda humildad y siempre (por imposible que parezca) rehuyendo imponer su discurso. De hecho, su película se presenta ante nosotros como una fiel reproducción nada maniquea de una situación tan creíble como triste. Nos encontramos ante una bien empleada cámara en mano que captura lo justo para hacernos entender sin recrearse en la miseria pero también sin obviar la tragedia, una cámara que, por cierto, no necesita ayuda musical para expresarse. Como detalle interesante, es curioso cómo una película en la que jamás vemos un solo cadáver ni se nos muestra explícitamente ninguna situación violenta puede llegar a dibujar tan detalladamente la angustia de sus protagonistas. No me es nada difícil creer que en Palestina se viva un día a día muy parecido al que nos describe la prometedora cineasta Anaïs Barbeau-Lavalette.
http://cinemaspotting.net/2013/06/05/inchallah-anais-barbeau-lavalette/
¿Cuál es el problema? ¿Qué se creó el Estado democrático de Israel hace casi setenta años o que los árabes invadieran Palestina hace bastantes cientos de años? Al desenfocar el problema surgen nuevos problemas y al trivializar situaciones complejas como si se tratara de un amasijo de tópicos o una carrera para ver cuánta aparente buen voluntad se puede malversar a base de tergiversador buen rollo y supuesta visión ecuánime. Todo ello se haría quizás más soportable, si el resultado final no fuera tan obstinadamente aburrido.
Una médico canadiense enmadrada vive en Israel pero trabaja en ‘PALESTINA’ (como anuncia la película, como si no fuera lo mismo), lo cual ya es la primera muestra de que estamos ante una cinta con mensaje IMPORTANTE y llena de prejuicios. Hay propaganda de divulgación terrorista que sale de las fotocopiadoras de las tiendas, como si la gente fuera olvidando eso como lo más normal, se cruza la línea entre ayuda al prójimo y asesinato al prójimo como si la línea divisoria fuera inexistente o inútil trazarla.
El punto de partida parece que nos quieren explicar (más bien: EXPLICAR) por qué uno se hace terrorista suicida, como si la vida fuera lineal y para cada efecto sólo hubiera una causa (que además suele coincidir con presupuestos ideológicos trasnochados, como que la pobreza o el vivir desplazados justifica cualquier atrocidad), en vez de indagar en las complejidades del alma humana. No hay respuestas fáciles a preguntas complejas, pero esta máxima brilla aquí por su total ausencia.
El desenfoque dura toda la película (fea, cutre, deslavazada, inconexa, tediosa, farfullera, etc.) ya que la obsesión por EXPLICAR todo – como si el espectador no fuera adulto y necesitara un traductor simultáneo para COMPRENDER lo que pasa – nos hurta la posibilidad de cambiar el punto de vista y preguntarnos hacia dónde queremos ir, o para qué sirve la violencia, qué mundo queremos crear uno mismo (no los demás, que cada cual aguante su vela) para sí mismo.
Hay tanto descontrol narrativo y toxicidad ideológica que produce cansancio por pura acumulación de tragedias sin sentido. El que se pretenda un buen fin no justifica un aburrimiento mayúsculo durante hora y cuarenta minutos. Muy prescindible, muy mala y muy dañina. Un engendro que nace muerto.
Precedida por el éxito en la Berlinale, donde ha alcanzado el Premio de la Crítica (haciendo buena esa fama de que cuanto más aburrido seas, más fascinación despertarás en los críticos) nos llega esta película sobre el conflicto árabe-israelí filmada por una activista y documentalista canadiense. Tema interesante, actual, duro, y que cinematográficamente da juego, pero que en manos de Barbeau-Lavalette se queda en un batiburrillo a medio camino entre el docudrama (que es lo suyo) y el drama psicológico de una médica atrapada entre dos mundos opuestos, enemistados y desiguales debido a la aplastante superioridad militar de uno de ellos. Con una visión occidental al fin y al cabo, y políticamente correctita, nos quedamos con un montón de estampas, algunas de ellas muy repetitivas, sin entrar a analizar un montón de historias y personajes que seguramente habrían interesado más que las idas y venidas de la médica.
A pesar de lo impactante de las imágenes del basurero en que sobreviven los palestinos al pie de ese infranqueable muro de la vergüenza israelí, o del abusivo control militar israelí sobre la vida cotidiana de la gente, la película es soporífera y presenta varios problemas. El principal es un guion malísimo, casi de boceto, donde se presentan escenas, se apuntan historias y se detallan costumbres, pero no se desarrolla ni traba historia alguna salvo al final, donde el drama de la chica palestina enfrentada a la pérdida de su hijo y su relación de amor-odio con la doctora despierta por fin el interés no por el tema de referencia de la película, sino por la película en sí. Las relaciones entre los personajes se quedan esbozadas, sin desarrollar sus posibilidades, y no vale la excusa de la sugerencia: la atracción entre la médica y la soldado israelí con la que convive, por ejemplo, pedía mucha más sustancia.
El segundo problema es la desacertada elección de Evelyne Brochu para llevar, en primerísimo primer plano, todo el peso de la película. Es una actriz con presencia, muy guapa, pero expresiva cual bloque de hormigón, aunque a veces abra los ojos un poco para demostrar sorpresa. No sucede así con el resto de actores: Sivan Levy está muy interesante como la soldado israelí obligada a compaginar su deber y sus sentimientos, y Sabrina Ouazani borda el papel de la palestina mártir a pesar de las deficiencias del guion.
El tercer gran problema es esa irritante, mareante y falsamente realista moda de utilizar el primerísimo primer plano y la steady cam para todo, aunque el personaje se ate las zapatillas y le estemos viendo la nuca mientras la cámara sufre de tembleque. Podría funcionar si los directores aprendieran un poco de Dreyer o Eisenstein, pero tener el rostro glacial de Brochu en ppp cada dos por tres sin venir a cuento no es la mejor manera de interesar ni emocionar al espectador. No ocurre así, sin embargo, en el plano simbólico de cierre, sin duda lo mejor de la película.
La historia atrae por el tema, pero no basta. Hay que saber contarla.
Comienza con un atentado palestino en Israel.
Luego nos muestran la vida terrible de los palestinos, la pobreza en la que viven, cómo les han echado de sus casas y las continuas incursiones (intromisiones) del ejército israelí en sus vidas.
La historia está contada a través de los ojos de una joven doctora canadiense. Vive en Jerusalén con una soldado israelí y trabaja atendiendo mujeres palestinas en Ramala. La seguimos en sus peripecias y vemos como traba amistad con una familia palestina. Se va implicando cada vez más, la película va avanzando y… sigo en el spoiler.