Il divo
Sinopsis de la película
Film sobre uno de los personajes más controvertidos de la política italiana: Giulio Andreotti, que fue jefe del gobierno en siete ocasiones. Narra las presuntas relaciones de Andreotti con la mafia siciliana, los delitos por los que fue procesado en los años 90 y absuelto por falta de pruebas.
Detalles de la película
- Titulo Original: Il divo
- Año: 2008
- Duración: 110
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Opinión de la crítica
Película
6.6
45 valoraciones en total
Demoledor retrato de Giulio Andreotti, presentado como un político siniestro, grotesco y aferrado al poder. La estrategia narrativa es arriesgada, ya que se basa en una serie de breves secuencias de cámara , casi surreales y a menudo deliberadamente teatrales (reflexiones del protagonista o breves diálogos, a veces enigmáticos), que se alternan con otras más corales en las que la acción se acelera y se nos proporciona una avalancha de información difícil de asimilar.
El resultado es una película extraña y estilizada, que sorprende por la originalidad en la manera de enfocar la política, pero que por momentos provoca perplejidad o desinterés y cae en una cierta redundancia, ya que la tesis del film es explícita desde las primeras escenas.
En todo caso, hay que destacar la composición del personaje, con su histriónico hieratismo, del cual se nos sugiere su carácter visionario (como imbuido por una misión cuasi divina), sus conexiones con los poderes fácticos (religiosos y económicos) y su maquiavelismo implacable, que no duda en pactar con la mafia para eliminar personas incómodas o adversarios políticos.
Para hacer un biopic hay dos caminos: o cuentas una historia con un personaje, o retratas al personaje.
La primera opción Sorrentino ni lo intenta. Es una sucesión de episodios y declaraciones que al desinformado ni entenderá ni interesará, y al informado le parecerá reiterativo y machacón.
Y la segunda opción, la elegida por el director, es fallida. La alabada caracterización de Servillo sólo se sostiene en la foto, y se derrumba en el siguiente fotograma. Hay que poner alma, aunque sea para ocultarla u oscurecerla. No basta con el toque quasimódico, repeinarse patrás y separse las orejas. Una mimetización física no es una buena actuación, sólo es un buen disfraz. Y ni siquiera logrado, ya que una de las características de Andreotti, su irónica media sonrisa, aquí se transforma en caricaturesco rictus mortis que resta ambigüedad y maléfica atracción al personaje.
Pero lo peor es el tono escogido, de opera bufa. Más propio para retratar a Berlusconi que a una anguila sibilina como Andreotti. La paleta escogida se ha de ajustar al retratado, y aquí se utiliza la brocha gorda. Si invertimos los términos sería como hacer un biopic distante e irónico de Jesús Gil. Un contrasentido.
Bajo el cinismo, la retranca de algunos momentos y el andamiaje de una planificación visual rocambolesca, hay un punto de nada disimulada fascinación a la hora de enseñar qué hay bajo las faldas de la trapisondería política más profunda, pero también, y sobre todo, una declaración de admiración hacia el personaje principal, al que sí, se le escamotea aquello del non bis in idem juzgando de nuevo lo ya visto por la Corte Suprema italiana, pero al que también se reviste con la coraza de cierta mitificación quizás no exculpatoria, pero sí creo que humanizante y seductora en cierta medida. Todo esto el propio tono del film lo indica, no esperemos ejercicios de disección ética cuando nos están ofreciendo claramente una revisión ácida, una ópera bufa de artera y conscientemente despistada habilidad en el discurso.
Aunque es una justificación con luces y sombras, claro. Contrastes marcados en la caricatura de Servillo que tratan de perfumar la mierda que la propia peli le echa encima al personaje. Pero la mierda, dirá Sorrentino, ya la traía el personaje de casa por muchas absoluciones o prescripciones que zanjen judicialmente sus, por muchos años presuntas, relaciones con la Cosa Nostra. Y la película, en ese sentido, no hace sino abundar en la ambigüedad que ha definido la controvertida carrera política de Andreotti.
Por lo demás, la película consiste, básicamente, en coger algunas situaciones capitales de la Italia reciente y, obviando todo tratamiento de biopic serio o de reconstrucción documental, ofrecerlas mostrando algo así como a Felipe González leyendo en prensa los casos de corrupción socialista al ritmo del Qué sabe nadieeeee… raphaelense. Sorrentino elige el juego de retorcer lo que es de sobra conocido en el país transalpino para generar humor, sorna y escarnio gratuito (como el beso con Riina, la no negociación por el secuestro de Moro, el pentapartidismo, el asesinato de Picorelli, complots anticomunistas, la P2, esos votos y esos favores sicilianos que luego se volvieron en su contra…), aunque quizás para los espectadores de fuera, como nosotros, hubiese sido mejor un recorte del anecdotario y una más férrea estructura narrativa. Quizás. Sobre todo para evitarnos la sensación de que estamos ante un tratamiento del asunto más estilo late night que cinematográfico.
En pocas palabras, peli que necesita un acercamiento previo a la figura de Adreotti, sí. Pero que tiene premio para el que la vea sabiendo de qué va el tema. Aunque, también, esa necesidad de libreto previo bien puede tomarse, debe tomarse debo decir en aras de una correcta opinión, como un fallo del film. Pero fíjense, esta vez lo paso. Me da igual. Y su sesgo tendencioso también. Sorrentino podría excusarse diciendo que lo hizo, como dicen por ahí, por el cashondeo . Y que por ahí van sus pretensiones.
Antes del visionado de esta película se recomienda adquirir algún conocimiento básico sobre la política italiana, pues de lo contrario nos encontraremos con un entramado de personajes y situaciones completamente desconocidas para nosotros que se convertirán en un gran obstáculo para comprender el desarrollo de la cinta, o que como poco mermará nuestro gusto por ella. No ayuda el hecho de que su director, a golpe de un plumazo, nos explique de forma muy breve y sirviéndose de un glosario inicial, el significado de algunos términos que mucha gente de fuera de las fronteras de ese país desconocería. Y con la misma rapidez, con mucha originalidad y de una forma más cercana a una película de acción, nos presenta a sus personajes, vivos o muertos, que vienen desde el propio Giulio Andreotti en el que se centra la película hasta toda la escuadra política de la que se rodeaba.
Encarnado de forma soberbia por Toni Servillo, Giulio Andreotti, jefe del gobierno italiano en hasta siete ocasiones, máximo exponente de la Democracia Cristiana y siendo una de las figuras más reconocidas de la política del país, formando parte activa de su parlamento desde el año 1946, es mostrado en esta película entre la crítica y la fascinación de su director, Paolo Sorrentino. Involucrado en múltiples escándalos de corrupción y relación con la Mafia, fue absuelto de todo juicio al que se vio sometido, y quedaron prescritas las causas pendientes.
La cinta nos ofrece una visión muy particular de Andreotti, siendo descrito por los propios adjetivos que aparecen en el film, como un hombre perseverante, enigmático, imperturbable, culto, inteligente, con gran capacidad de concentración y resistencia, envuelto de una grandeza principesca e inmerso en su sueño de gloria. Nada le importa excepto el poder y no se inmuta ante cualquier acontecimiento.
Sólo por el hecho de ver al hoy -y desde 1991- senador vitalicio del parlamento italiano, Giulio Andreotti, presentado de una forma que invita a la admiración, merece la pena ver esta gran película flanqueada por una banda sonora diferente, atrevida y que muestra el desparpajo con el que Sorrentino ha hecho este film que expone dramáticos acontecimientos de una forma simpática y enloquecida que hacen de lo que debería ser una trama a simple vista tediosa, algo original y otra forma de ofrecer la realidad política de un país.
Tengo que admitir mi más absoluto desconocimiento de Sorrentino antes de ver Il Divo. Y por ello, me ha sorprendido el control que este director muestra en el montaje cinematográfico. No nos encontramos ante un ejercicio de biopic al uso. Sorrentino coge la monstruosa figura de Andreotti y sobre él, nos enseña la Italia política más oscura.
El montaje, el ritmo frenético que impone, la fotografía (fría y tenebrosa) que remarca la soledad y desconfianza de los personajes, la música fuera de tono y la excelente actuación (¿caricaturesca?) de Toni Servillo son controlados por un director que (tengo que decirlo) me ha sorprendido muy gratamente. Pero claro, su guión es un galimatías sólo entendible para los eruditos o maestros en ciencias políticas. Y es donde me es imposible seguir a Sorrentino.
Servillo me parece tan mostruoso, tan acertado, que sólo ver una foto fija me entran escalofríos. Mi cerebro me jugaba una mala pasada y no dejaba de asociarlo con Nosferatu: encorvado, frío, astuto, de movimientos lentos y calculados y mirada vampiresca.
Alejado completamente de la trama, de ese galimatías político que expone Sorrentino, me doy el placer de estudiar su cine: sus movimientos de cámara, su puesta en escena. Esta película tiene un puñado de escenas impecables, creadas con mucho oficio y con rigor.