Honeydripper
Sinopsis de la película
En la Alabama rural de 1950, el pianista y dueño de un pequeño bar, el Honeydripper, espera salvar su local de la ruina contratando al más famoso guitarrista de blues del momento, Guitar Sam. Cuando llega el día de la actuación, el músico no aparece en el tren en el que debía llegar. Tyrone tendrá que buscar una solución para no perder la gran oportunidad de cambiar su suerte…
Detalles de la película
- Titulo Original: Honeydripper
- Año: 2007
- Duración: 123
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Opinión de la crítica
Película
6.3
60 valoraciones en total
Honeydripper es el nombre de un bar, en algún lugar de Alabama, regentado por un pianista negro que siente cómo el blues corre por sus venas. Iniciándose la segunda parte del siglo XX, Tyrone, que es nuestro hombre está pasando por verdaderos apuros, por lo que decide contratar al mejor guitarrista del momento, que también resulta ser uno de los más golfos y camorristas, en principio las cosas se precipitan por la vertiente más indeseable y parecen abocadas al desastre total, pero…
Disfrutarán de ella los amantes de las músicas sureñas y quienes hubieran olvidado el calor y el polvo de estas tierras, así como los campos de algodón y los efectos de la segregación racial (el régimen de apartheid vigente hasta 1970).
Cierto que esta historia rural americana, guionizada por el propio John Sayles, no cuenta nada nuevo, pero lo que relata cabalga a lomos de la mula parsimoniosa del jazz-blues y se clava en la memoria como los dardos proféticos del ciego que canta, mientras espera los trenes que nunca cogerá. Si no te gusta el son triste de quienes aún no creían que la esclavitud había sido abolida, no veas Honeydripper porque ese lento goteo de miel te embadurnará.
Siempre he sido una gran admiradora de Sayles pero también reconozco que es un director que ha sido siempre más de guión que de dirección y con Honeydripper es donde más se puede notar la falta de interés que Sayles le pone a la forma para concentrarse en sus diálogos y en sus actores. Así es imposible construir una buena película, Honeydripper está llena de carencias, falta de ritmo y cuando acaba, te quedas con la sensación de que podía haber sido una gran película sin ese lastre teatral sobre todo porque se supone que está contando la vida de un local donde todo debe girar en torno a la la música y a la atmósfera que deberia existir en torno a esa música, auténtica protagonista, y sin embargo, esa magia sólo aparece en la media hora final.
Es muy maniquea por momentos, con personajes estereotipos que estamos hartos de ver y que a estas alturas a mí me aburren, sobre todo viniendo de un señor de la experiencia de Sayles. Personalmente y para mí, su peor película hasta la fecha.
Sería genial que Honeydripper se estrenara en el teatro. Pasaría 2 horas agradables viendo una buena historia amenizada con buena música blues. La película de John Sayles no se aleja mucho del concepto teatro. Diálogos largos en decorados sencillos, la mayoría de madera recreando el club que da nombre al film, a excepción de los campos de algodón. Buenas interpretaciones que no dejan demasiado lugar a la sutileza del cine, tan solo en el episodio entre Pintop, el dueño del bar, y el guitarrista ciego misterioso.
La historia es de lo más sencilla. Hombre negro honrado con humilde familia, sheriff blanco algo racista, y una trama que gira entorno a la clausura del bar Honeydripper por falta de dinero. Todo ello mezclado con música blues.
Lo mejor: la música. Lo peor: la música. Me explico: esta es la típica película que le gustará a los amantes de la filmografía de Sayles y a los amantes del blues. Los primeros saldrán ganando por encima de los segundos, quienes verán en Honeydripper una ocasión frustrada de disfrutar con canciones blues en directo. Para mi gusto, y como me incluyo en el segundo grupo, falta chispa, falta música, falta desparpajo. No es suficiente con ver a Danny Glover haciendo ver que toca el piano, con un par de secuencias del guitarrista ciego o con el concierto final, donde sólo oímos 2 canciones.
Una lástima de película, la verdad. Me sigo quedando con Cruce de caminos de Walter Hill. Difícil de mejorar.
Personal aporte de John Sayles a un tipo de música, el blues, que en la Alabama rural de 1950, comenzaba a perder pujanza debido a los nuevos estilos musicales que comenzaban a escucharse por esos lares, y que iban arrinconando en especies de guettos a lo/as que todavía preferían ese tipo de música, melódica y con ritmos muy apropiados para bailar alegremente.
Es interesante en su vertiente, por así decirlo histórica , y acaba siendo decididamente un canto de amor a esa música y a quienes la crearon, fortalecieron y trataron de que no muriera.
Para hacerlo, Sayles narra una historia coral, donde muchos, demasiados, personajes, viven, aman y odian, alrededor de un local, el Honeydripper , especie en esos momentos de antro. Un lugar que vivió tiempos mejores y que ahora se extingue mirando el éxito de un local frente a ellos, que utiliza otro tipo de música, menos personal, pero más moderno.
Los moradores del local son entrañables, algunos con poca materia gris, pero siempre alegres y tratando, pese a las adversidades económicas y sociales, de salir adelante y de vivir su música hasta el final.
Es un acierto del guión, trabajado pero muy irregular pues trata de atar demasiados cabos, la descripción de los personajes, que, mayormente, se nos hacen simpáticos.
Sin embargo su ritmo, algo habitual en el Sayles de los últimos diez años, es demasiado irregular, va muchas veces, dando tumbos, mostrando hechos y personajes de aquí y allá, de forma desmadejada y algo aleatoria.
A veces va bien, pero Sayles mete una larga escena, como la de la conversación entre la esposa del protagonista y Mary Steenburgen, que rompen con la armonía existente y hacen que el tedio se apodere del espectador, aunque no sea por mucho tiempo.
Prácticamente todo está supeditado a la actuación de la noche de autos, donde un desconocido suplantará para poder recaudar mucho dinero con el que afrontar las muchas deudas obtenidas por los dueños del local. Y esa actuación es, sí, lo mejor del film, pero tampoco tiene el carácter épico que se le suponía, dados los muchos preparativos a lo largo del metraje, del extenso metraje. Pues la película se hace bastante larga y al final no merece demasiado la pena.
Sayles, a través de los años, ha perdido fuerza y convicción (no él, su filmografía, vaya), aunque todavía conserva gran parte de sus virtudes cinematográficas: una buena dirección de intérpretes (maravilloso Charles S. Dutton, muy bien Danny Glover y un recuperado Stacy Keach, que físicamente se parece ahora a un globo hinchado…). También la técnica empleada es buena, con estupenda fotografía y claro está, la utilización de una preciosa música, donde el ritmo se apodera del espectador, que no obstante hubiera preferido una mayor precisión narrativa.
Ver una película de Sayles es como reencontrarse con un viejo amigo: quizás haya cosas de él que no terminan de gustarte, pero lo que te gusta, te gusta un montón. Honeydripper no es para nada el mejor film de Sayles -para mi gusto, sería Lone Star – pero hace una inteligente parábola sobre la música y la integración racial, en el sur de Norteamérica en plenos años 50, en la que el propietario de un club de mala muerte para hombres de color anuncia la presencia de un mítico guitarrista de jazz, que en realidad resulta ser un fraude… El dibujo de personajes está tan bien trazado como en toda su filmografía, destacando Danny Glover y el curtido Stacy Keach -¿Es que nadie se acuerda de Mike Hammer, uno de los duros más duros de la historia del audiovisual. En cuanto al desarrollo del guión, aunque previsible, conforma una historia entrañable que mezcla elementos de realismo mágico, muy apropiados para este film y prácticamente presentes en toda la filmografía de Sayles. Destilando parte de su estilo, es verdad que se podría haber mejorado la factura del film, aunque la partitura de la película es magnífica. Sin que sea un título que pasará a la posteridad, es un film austero pero bien hecho, engarzado con la firmeza de un coche clásico, de genuino sabor americano. Algo pasado de moda, pero de gran fiabilidad y robustez. Casi una pieza de museo en el panorama cinematográfico internacional. Lo más curioso, es que a pesar de sus carencias, de su austeridad, de sus limitaciones (los actores jóvenes son de lo más pánfilo…) y de lo previsible de la historia, apuesta funciona.