Historia de una pasión
Sinopsis de la película
Biopic de la obra y vida de la gran Emily Dickinson, una poetisa que paso la mayor parte de su vida en casa de sus padres en Amherst, Massachusetts. La mansión en la que vivió sirve de telón de fondo al retrato de una mujer nada convencional de la que se sabe muy poco. Nacida en 1803, fue considerada una niña con talento, pero un trauma emocional la obligó a dejar los estudios. A partir de ese momento, se retiró de la sociedad y empezó a escribir poemas. A pesar de su vida solitaria, su obra transporta a sus lectores a su apasionante mundo. Esta es la historia de la poeta estadounidense Emily Dickinson, desde su infancia hasta convertirse en la famosa artista que conocemos.
Detalles de la película
- Titulo Original: A Quiet Passion
- Año: 2016
- Duración: 125
Opciones de descarga disponibles
Si quieres puedes descargarte una copia de esta película en formato HD y 4K. A continuación te detallamos un listado de opciones de descarga directa activas:
Opinión de la crítica
6.3
54 valoraciones en total
Hacía tiempo que no asistía a un curso tan completo de vacua pomposidad, a un recital tan bellamente musicado de culteranismo que que acaban por embotar los oídos, por empachar con su engolamiento y su reiterativa pedantería.
Algo de provecha hay sin duda, en la película. En medio de esa granizada de frases sentenciosas, vamos adentrándonos en el pozo de amargura, de tormento y de sensibilidad de una de las grandes poetas de habla inglesa.
¿Que la protagonista actúa bien? Pues mire usted, no lo hace mal, pero su lucimiento no se ve acompañado de una realización que atrape ni interese más allá de esa exhibición constante de frases supuestamente ingeniosas e inteligentes que echan a la cara unos y otros, sean poetas, pretendientes, clérigos o parientes de paso.
Con su aire cerrado, como obra teatral sería un sopor y, como película, es lo que es: de una teatralidad soporífera.
Maestro:
Si usted viera cómo una bala alcanza a un pájaro, y él dijera que no está herido, puede que llorase ante su amabilidad, pero con toda seguridad dudaría de su palabra. Una gota más de la cuchillada que ensucia el pecho de vuestra Margarita… Dios me creó, Maestro. No fui yo misma. Yo no sé cómo ocurrió. Él construyó el corazón en mí. Golpe a golpe, creció más que yo y, como una pequeña madre con un hijo mayor, me cansé de cargar con él. Me enteré de que existía algo llamado Redención, algo que hacía descansar a hombres y mujeres. Se acordará que le pregunté por ella: usted me ha dado algo distinto. Olvidé la Redención… (No se lo dije durante mucho tiempo, pero usted me había cambiado) y estaba cansada… Me siento más vieja -esta noche, Maestro- pero el amor es el mismo, y también lo son la luna y la media luna. Si la voluntad del Señor hubiera sido que respirase donde usted respiraba y encontrase el lugar -por mí misma- en plena noche, si nunca puedo olvidar que no estoy con usted ni que la tristeza y el fracaso están más cerca que yo, si deseo con una fuerza que no puedo reprimir que mío sea el lugar de la reina, el amor del Plantagenet es mi única disculpa…
(…) Digamos que esperaré por usted.
Digamos que no necesito ir con ningún extraño al, para mí, país desconocido. He esperado mucho tiempo, Maestro, pero puedo esperar todavía más, esperar hasta que mi pelo color de avellana esté moteado y usted utilice bastón, entonces podré mirar mi reloj y, si el Día está en el lejano ocaso, podemos tentar a la suerte en el Cielo.
¿Qué haría conmigo si vengo de blanco? ¿Tiene usted la fuerza para darle vida?
Quiero verle más, Maestro, que todo lo que anhelo en este mundo, y el deseo, ligeramente alterado, será el único en los cielos.
¿Puede venir a Nueva Inglaterra este verano? ¿Vendría a Aamherst? ¿Le gustaría venir, Maestro?
¿Podría perjudicarnos, aunque los dos seamos temerosos de Dios? ¿Le desilusionaría la Margarita? No, no lo haría, Maestro. Sería consuelo eterno, solo el mirar su rostro mientras usted mira el mío, entonces podría jugar en los bosques, hasta el anochecer, hasta cuando usted me lleve donde el sol que se pone no pueda hallarnos, y la verdad venga, hasta que la ciudad esté llena. (¿Me dirá que si lo hará?)
No pensaba decirlo, usted no vino a mí de blanco, ni me dijo nunca por qué…
No soy una Rosa, aunque me sentí florecer,
No soy Pájaro, aunque crucé el Éter.
Carta de amor de Emily Dickinson a «el maestro».
Verano de 1861
Oscar Wilde dijo: Las personas de familia contradicen a otros. Las personas sabias se contradicen a sí mismas. Quizás pocos sepan de la existencia hermética y ofuscada de Emily Dickinson, una callada y atípica poetisa norteamericana que sólo gozó de una fama póstuma (y el lento aunque unánime reconocimiento de sus compatriotas), ya que apenas publicó en vida y sólo se dio a conocer gracias a que su hermana pequeña – que la adoraba – se obstinó en publicar sus miles de versos que languidecían en las profundidades del caserón familiar donde pasó casi toda su vida, sin sobresaltos ni alardes, abducida por su vocación íntima, excéntrica y obsesiva por la poesía.
El estilo lánguido y parsimonioso de Terence Davis plasma a la perfección la biografía severa e indolente de esta mujer tenaz y frágil, angustiada y estoica, meticulosa y apasionada, cándida y atormentada, que supo crear un universo imperecedero, enclaustrada por voluntad propia en una reclusión maniática, entre candelabros, chales, encajes y pasiones platónicas distantes. Nada, en apariencia, reseñable ni significativo, pero que transformó en un caudal de inspiración sublime. El ascetismo formal elegido remite a Dreyer – y pocas veces se ha retratado de manera más convincente o subyugante el encorsetado y remilgado siglo XIX.
Entre las muchas virtudes de esta cinta, cabe destacar el abordaje de los inquebrantables vínculos familiares existentes entre los miembros de la afable familia Dickinson. Su fuerza, su tesón, su apego, su entrega, su lealtad. Como dijo Gilbert Keith Chesterton, Quienes hablan contra la familia no saben lo que hacen, porque no saben lo que deshacen. Se muestra sin pudor ni ambages, el poderío de unos lazos de sangre basados en el efecto, el amor y el cariño. Se recrea el lento devenir de unos hábitos que pudieran parecernos asfixiantes – por caducos o trasnochados – pero que son fuente de vigor y amparo. El refugio que nos acoge pese a nuestras debilidades o incongruencias. Hay un momento sobrecogedor que nos muestra el inexorable paso del tiempo, basta un preciso y admirable encadenado de imágenes para reflejar la fugacidad que nos anega.
La paradójica y extravagante personalidad de la escritora infeliz encuentra un alma afín que ha realizado una obra admirable en su sobriedad y sencillez, pura filigrana visual y virguería sonora, que combina imagen, palabra, música y silencio con una destreza encomiables. Además cuenta con la portentosa interpretación de Cynthia Nixon, que acierta en el tono y el gesto. No será plato de gusto para impacientes o adictos al barullo, pero es un deleite para quienes sepan degustar un buen vino y paladear sus insondables matices.
Se estrena Historia de una pasión en nuestro país, tras pasar casi de puntillas por Berlín y San Sebastián. No es que los premios sean fundamentales, ya todos lo sabemos, sobre todo cuando muchas veces se otorgan casi por capricho o imperativos, pero lo cierto es que tratándose de una película tan personal y tan escasa de publicidad bien le hubiera venido alguna mención para su carrera comercial.
Es la última película realizada hasta el momento por Terence Davies, que casualmente cumple cuarenta años como director y guionista, y que, contando con sus cortos, su filmografía se reduce a una docena de títulos. Personalmente, dentro de lo poco que lo conocemos, es un señor educado, inteligente, con fino sentido del humor e interesado por muchas cosas, además de modesto. Profesionalmente, en algunas ocasiones más que otras y de alguna manera, ha sido capaz de plasmar estas virtudes en su obra, además de haber demostrado en todo este tiempo que es fiel a sí mismo, y como buen autor, con identidad reconocible, sin nunca venderse a modas caducas o a proyectos que no le interesaban.
Antes de nada señalar que se ha hecho una traducción de su título no muy acertada y que, erróneamente, podría atraer a un público que no le corresponde, porque más que Historia de una pasión es Una pasión silenciosa, algo que reflejaría más su carácter intimista. He de decir, y que a falta de ver Sunset Song, su trabajo anterior, al menos para mí, se trata de su mejor película rodada hasta la fecha. Me ha emocionado. Y me ha emocionado mucho no porque sea triste, sino también por su exquisitez y su hermosura (que no preciosismo barato), su notable guión plagado de preciosas frases sin caer nunca en la cursilería y porque se trata de un inusual retrato sobre la sensibilidad de una mujer, la escritora Emily Dickinson. Pero está tan bien descrita (y escrita) que no solo es extensivo a las mujeres en general que la rodeaban, en la que vemos sus dudas o limitaciones, si no cómo debían ser sus actitudes propias, como regían en el siglo XVIII en la alta burguesía norteamericana. Lo bueno es que tiene vigencia en la actualidad, porque aunque muchas cosas hayan cambiado en la superficie y muchas de sus costumbres, la esencia de la feminidad es palpable, además de otras luchas que se nos cuentan, incluyendo la espiritual, siguen siendo igualmente reconocibles.
Tiene un notable guión que está espléndidamente dirigido por Terence Davies. Algunos podrían tacharla de teatral o de pastiche británico. En absoluto. Como decíamos anteriormente, es un brillante ejercicio intimista, nada espectacular, más cercano a la desnudez y simpleza de Dreyer que al cine de Ivory o del oscarizado Tom Hooper. Se nota que está pensada y ensayada, como salen bien las cosas. Valgan por ejemplo las escenas de las sesiones de fotos o en la que Emily y su hermana Vinnie sirven al reverendo Wadsworth y su esposa, aparentemente irrelevante, pero que encierra un espléndido juego de miradas y gestos. Es una película sobre todo para actores.
Cuenta con un espléndido reparto, la verdad es que todos están muy bien, desde Jodhi May, actriz que desde su destacado debut en Un mundo aparte, demostraba que estaba dotada para esto, Keith Carradine o Joanna Bacon a papeles más destacados como la estupenda Jennifer Ehle o, por supuesto, su protagonista, Cynthia Nixon, en una impresionante labor que merecería todos los honores y que no pasara desapercibida, capaz de dar las luces y las sombras de su personaje con gran honestidad.
Rodada en Amherst, Massachussets, en casa de Emily Dickinson, esta inusual producción inglesa en coproducción con Bélgica, posee una gran banda sonora, porque como film de Davies que es, también tiene sus momentos musicales. No se trata de un musical del Hollywood dorado, el cual por cierto Davies adora. Es un estilo de musical diferente, introspectivo y con cierto halo nostálgico, con cierta reflexión, y que ha contado con la Filarmónica de Bruselas. Su vestuario, a pesar de lo limitado de su presupuesto, luce, y lo más importante, sus actores saben moverse con ellos, no están encorsetados ni tampoco disfrazados.
En definitiva, película hermosa y dolorosa, que a pesar de ser comedida en presupuesto y ambición, será grande para una gran minoría, posiblemente integrada por aficionados a la literatura romántica, antropólogos, estudiosos de la época y actores de rigor, sobre todo del teatro clásico. Lo dicho, una minoría, y que carece de aire gafapasta, prejuicio con el que puede ser calificada por los más insensibles descerebrados que engullen cine sin saber paladear.
Dramatización escrita y dirigida por Terence Davies recreando la vida de la poetisa americana del siglo XIX Emily Dickinson. Más que ante un apasionamiento por algo, la película nos sitúa ante un gran padecimiento derivado del conflicto entre la ley y el deseo, entre el amor y el repudio, entre la libertad y la seguridad y, en fin, entre la vida y la muerte. Max Weber sostenía que la Reforma no significó la eliminación del poder eclesiástico sobre la vida, sino su sustitución por otro que habría de intervenir de modo infinitamente mayor en todas las esferas de la vida pública y privada, sometiendo a regulación onerosa y minuciosa la conducta individual. Esta exigencia sobre el individuo lo convierte, paradójicamente, en un absoluto, un absoluto solitario. Weber atribuye al calvinismo ascético el origen de la racionalidad occidental en su proceso de desencantamiento del mundo y, posteriormente, de la propia comprensión de Dios. Un mundo en orden que, paradójicamente, no tiene permiso para disfrutar porque no deja de ser un mundo caído. Orden que acabará por no dejar lugar a Dios abandonando al individuo ante su angustia. Emily Dickinson vive en su experiencia ambas presiones, la dogmática y la individualizadora, no pudiendo hallar conciliación salvo en su poesía. Hereda de Calvino el rechazo de sí misma pero al no alcanzar a disolver su identidad en el Otro, se queda en un páramo existencial arrojada hacia la muerte, arrojada a la condenación que teme y a la vez denuncia como absurda. Pearl S. Buck refleja esta misma tensión en la magnífica biografía de sus padres, El espíritu y la carne, en la que ella se asoma reiteradamente, moviéndose entre el desprecio por la vida terrenal de su padre y el amor por la belleza y el arte de su madre. Tensión que se vive en la culpa por perder una u otra parte y que ella resuelve mediante un ejercicio hermenéutico liberal en sus Comentarios a los Evangelios. En Dickinson, el temor a perder el cobijo de su familia, unido al dolor por su fealdad y la inquietud que le causa adentrarse en un mundo hostil, la lleva a recluirse en la casa de sus padres primero, luego en su habitación y al final en su mente de donde sale tan solo de noche, para escribir. Sus propuestas quedan extenuadas en un ámbito cada vez más reducido. Una fantasía uterina. La obra de arte no procede de la contemplación de la belleza sino de la experiencia del dolor y la huida desde la fealdad que parecen más extensos y permanentes.