Historia de dos ciudades
Sinopsis de la película
Revolución Francesa (1789-1799). Adaptación de la novela histórica del mismo título del escritor inglés Charles Dickens (1812-1870). El abogado inglés Sydney Carton, que lleva una vida insustancial e infeliz, se queda prendado de los encantos de la joven Lucie Manette, pero ella se casa con Charles Darnay. Cuando, en plena revolución, Darnay va a París para liberar a un criado suyo injustamente encarcelado, también él es conducido a prisión y condenado a morir en la guillotina. Entonces Carton, a pesar de su amor por Lucie, elabora un atrevido plan para salvar a su rival.
Detalles de la película
- Titulo Original: A Tale of Two Cities
- Año: 1958
- Duración: 117
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Opinión de la crítica
6.3
21 valoraciones en total
Todo amante del cine conoce la clásica adaptación de la novela de Charles Dickens Historia de dos ciudades realizada por David O. Selznick en 1935, con Ronald Colman, bajo la dirección de Jack Conway y, seguramente, la admira por numerosas razones entre las que se incluye una fascinante ambientación llena de sabor y un ritmo narrativo subyugante.
Aquí nos encontramos con otra cosa. Es cierto que el personaje del alcohólico Sidney Carton le va como anillo al dedo a Dirk Bogarde, con su mezcla de sacrificio romántico, cansado nihilismo y ebria cortesía –mi nombre, mis defectos, mis miserias, todas guardadas en su corazón. Lamentablemente la labor del actor británico se convierte prácticamente en la única baza ganadora de esta mediocre película, a pesar de contar con algún otro elemento reseñable como el aterrador papel de Cristopher Lee como malvado Evremond, a la altura del fantástico Basil Rathbone de la primera o la buena ambientación, sin tirar tampoco cohetes, de las calles de Paris.
Sin embargo, no se consigue, en ningún momento, transmitirnos el fascinante espíritu de la novela que la vieja producción de Selznick sí conseguía e, igualmente, a diferencia del clásico de Conway, esta película coloca en dos de los papeles clave a actores poco recomendables: el muy deficiente Paul Guers como Charles Darnay y la incolora Dorothy Tutin como Manette.
Realizada en los estudios Pinewood, resulta algo premiosa y de ritmo sincopado, con un aire impostado, algo hueco y superficial, que despide poca convicción, de modo que la película parece navegar entre una cierta desgana y un desinterés creciente, que nos hace añorar con más fuerza la versión de 1935 y, desde luego, volver a leer la maravillosa novela de Dickens.
La justicia es una sola. No hace distinción alguna entre el hombre y la mujer, el rico y el pobre, el débil y el poderoso, el aristócrata y el esclavo, el negro y el blanco, el inglés y el africano… La justicia solo sabe de hechos e intenciones, y a esto se ciñe rigurosamente para dictar su sentencia. Así las cosas, es bien poca la justicia que vemos a diario en la sociedad humana, porque en ella se privilegia a aquellos que tienen la sartén por el mango, en contra de los que solo pueden confiar en la integridad de los jueces. Y, del otro lado, en muchos casos se pretende la condena de las clases altas, sin sopesar más motivo que ese particular hecho.
Con el mismo profundo sentido de la existencia que había demostrado en sus grandes clásicos: Canción de navidad, Oliver Twist o La pequeña Dorrit, orientadas especialmente hacia el público más joven, Charles Dickens regresa, en 1859, con HISTORIA DE DOS CIUDADES para contarnos una experiencia adulta, y quizás una de las más maduras historias que nos haya dado la literatura.
La historia se presta para diversas interpretaciones. Pareciera ser un alegato en contra de la histórica Revolución francesa que puso fin a la monarquía y al absolutismo, pero durante la cual se cometieron toda suerte de desmanes. También podría verse, como un gran ejemplo del espíritu de lealtad y sacrificio que podía haber en un hombre del pueblo como Sidney Carton o incluso como la joven Marie Gabelle. Pero, lo que en particular me interesa y encuentro de enorme relevancia en esta historia muy bien adaptada por el director Ralph Thomas, es su sentido de la justicia, con el que se deja firmemente sentado que NO se puede condenar a una familia entera por los actos de uno o varios de sus miembros, que un apellido, un color de piel, o una nacionalidad, no pueden ser estigma para todos los que lo tengan, y que, por más que se haya sido víctima, no tenemos derecho a tomarnos -y a reducir- la justicia con propósitos de venganza, pues la pregunta es concreta ¿en qué puede ser mejor el que da de lo mismo que recibió?
Resulta de fuerte impacto, ese insignificante abogado, dedicado al alcohol e irresponsable, a quien, el día en que siente renacer el amor en su existencia, lo acompaña también un despertar que lo anima a generar un acto de justicia, que la sociedad enardecida no estaba en absoluto en capacidad de comprender.
Dirk Bogarde convence plenamente con esa efectiva caracterización que, como suele ser característico en un actor del más alto profesionalismo, le sale de adentro convirtiéndose a sí mismo en ese ser al que está representando. Dorothy Tutin, Cecil Parker y Donald Pleasence, entre otros, complementan muy satisfactoriamente una historia que está marcada con el sello de la trascendencia.
Título para Latinoamérica: EL PRISIONERO DE LA BASTILLA
96/04(08/06/15) Inane versión inglesa realizada por Ralph Thomas de la popular novela de Charles Dickens de 1859, la primera sonora de los británicos, se siente deslavazada, con personajes poco perfilados, con comportamientos artificialmente erráticos, da la sensación que parten de que el espectador sabe la historia del libro y por ello se saltan tramos que deben rellenar lagunas que dan sentido al desarrollo, y es que el guión de T.E.B. Clarke divaga en elipsis temporales bastante confusas. Fue la sexta vez que se llevó al cine el dickensiano libro, se hizo en 1911, 1917, 1922, 1925 y la más afamada, la de 1935, protagonizada por Ronald Colman.
El escenario alterna entre Londres y París, arranca en tiempos previos al inicio de la Revolución de Francia. Sydney Carton (Dirk Bogarde) es un amargado y cínico abogado en la capital inglesa, es un borrachín misántropo, un día es contratado por el banquero Jarvis (Cecil Parker) para defender a un joven de origen francés, Charles Darnay (Paul Guers), ante una corte británica de los cargos de traición que se pagan con la pena de muerte, acusado por un siniestro tipo, Barsad (Donald Pleasance), con una hábil triquiñuela Carton consigue liberen a Darnay, este está enamorado de una joven Lucie Manette (Dorothy Tutin), que a su vez tiene robado el corazón a Sydney, pero este no luchará por ella, no cree digno de su amor. Charles Darnay en realidad es un noble galo, sobrino del despótico Marqués de Evremond (Christopher Lee), que dejó Francia por la tiranía de su tío, ejemplo de la opresión a que tienen sometida a la población y que al final termina por explotar en la Revolución, está deriva en el llamado terror, unas cruentas purgas contra los nobles y sus familiares que serán pasados por la guillotina, en esta espiral sanguinaria de venganzas es arrastrado Charles. En el relato también tiene importancia el Dr. Manette (Stephen Murray), Madame Defarge (Rosalie Crutchley), una vejada francesa por los aristócratas, o Miss pross (Athene Seyler), asistenta de Lucie.
Presentan la revolución como algo acartonado, donde los malos son muy malos y los buenos muy buenos, no hay complejidad en un relato que si debiera tenerla, pues de lo que realmente habla el libro es que de la espiral de maldad genera más maldad, en formato de sed de venganza despiadada, que los que comandan una Revolución quizás están demasiado viciados por lo que han sufrido, esto en el film me queda muy simplista, pues llega a arremeter contra la Revolución Francesa, sin dobleces, con momentos chirriantes, como asesinar a los criados de los aristócratas,. La cinta porfía su artillería en loar el amor puro, la lealtad, el espíritu de sacrificio por un bien mayor, se ataca la tiranía, el despotismo, el revanchismo, los prejuicios, el hecho de que no se puede generalizar, pues entonces te pones a la altura del que repudias.
Tampoco ayuda un elenco de protagonistas bastante plano, empezando por un protagonista, Dirk Bogarde falto de carisma, plúmbeo en personalidad, mal escrito, no se sabe de dónde le viene ese afán autodestructivo, simplemente está así y ya está, se nota una persona inteligente, con un buen trabajo, y sin embargo está atormentado sin que sepamos el porqué, no ayuda a conectar en algo con él, dándonos igual lo que le pase. El triángulo romántico se siente superfluo, predeterminado y malamente evolucionado orgánicamente. Dorothy Tutin resulta bastante insípida, incomprensible caigan los hombres rendidos ante ella. Paul Guers otro que deja que desear, frio, sin nervio, liviano. Los secundarios dan algo más, como un Christopher dejando ya entrever lo bien que le queda el rol de malo sofisticado y elegante. Donald Pleasence hace de rata traicionera de maravilla, a lo que ayuda su particular rostro. Rosalie Crutchley está pasada de vueltas, sobreactuada, una caricatura sin mesura. Athene Seyler tiene el papel de dar algunas puntadas cómicas, aunque débiles. Me ha gustado en el poco tiempo en pantalla Marie Versini como Marie Gabelle, muy enternecedora su interpretación de desdichada sirvienta.
Incluso se puede ver la historia como una apología del imperio de Inglaterra y su modus vivendi, nos presentan Francia una nación en la que con los aristócratas había represión y villanía, pero los que les han sustituido no son mejores, instaurando un reino del terror a base de guillotina, y bojo, pienso fue así, pero es que aquí se pasa de puntilla por los motivos de la Revolución, se presenta como algo dirigido por mentes enfermas, sin pizca de ideales algunos más allá de la venganza, e Inglaterra es la tierra de la justicia, donde todo aquel quiera libertad debe ir, algo simplista. Tampoco ayuda a levantar el vuelo que no haya escenas de peso, incluso la esperada de la toma de la bastilla resulta algo pobre.
Asimismo no sacan provecho de uno de los avances con respecto a la versión de 1935, como es el technicolor, para hacer lucir, los vestidos, decorados, castillos, muy erraos en esto.
Lo mejor son las algarabías de juicios sumarísimos en el Tribunal Revolucionario de París, transmiten la asfixia que debieron sentir los acusados ante tanta sinrazón.
En conjunto queda una pasable adaptación del clásico de Dickens, aún no se ha hecho un film que le haga total justicia. Fuerza y honor!!!