Himno de batalla
Sinopsis de la película
Tras varios años de sacerdocio, Dean Hess llega a la conclusión de que ha fracasado en su misión apostólica. La causa es que vive atormentado por los remordimientos que le ocasiona haber sido, durante la guerra, piloto de un bombardero.
Detalles de la película
- Titulo Original: Battle Hymn
- Año: 1957
- Duración: 108
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Opinión de la crítica
Película
5.7
100 valoraciones en total
La historia biográfica del autor del libro Battle Hymn , Dean Hess (asesor personal durante la filmación), un ex piloto de la Fuerza Aérea norteamericana en la 2da. Guerra Mundial, convertido en predicador cristiano que se siente culpable y fracasado y que decide volver a la Fuerza durante la guerra de Corea para enseñar a pilotear, con un grupo de norteamericanos, a coreanos del Sur. Un buen trabajo de Rock Hudson (Dean Hess) y el resto del elenco en una interesante y edificante historia de interacción con niños coreanos huérfanos (representados por niños de un orfanato coreano) a quienes hay que proveerles alimento y refugio y que son evacuados por medio de aviones de transporte. Agridulce melodrama bélico con bellas imágenes en vuelo de aviones P51 en batallas aéreas y ataques al suelo.
Film menor dentro de la filmografía de Douglas Sirk, aunque esto no quiere decir que esta película sea mala, ni muchísimo menos, que nos narra la vida de un excombatiente de la segunda Guerra Mundial, carcomido por la culpa,( bombardeó por error un orfanato en Alemania, matando muchos niños ), que después de unos años de ejercer de predicador, para tratar de purificarse, es consciente de que no le sirve de nada y se vuelve a alistar, como instructor de vuelo, para entrenar a los surcoreanos.
No es una película bélica al uso. Aunque, tengamos ciertas escenas de ataques aéreos, la película está mas bien narrada desde la espiritualidad, mezclando valores cristianos y valores orientales, que nos hablan de cómo convivir con la culpa y el remordimiento, pero aún así, abriendo una puerta a la redención.
Narrada con sensibilidad, toca temas como ¿ es posible aunar el amor al prójimo con la inevitabilidad de la guerra?.
Aunque no se puede evitar sentir que se da un tratamiento muy superficial y que se quedan muchas cosas en el tintero ya que, verdadera guerra vemos poco , más bien vemos soldados en misión humanitaria.
Douglas Sirk, fue un polifacético artísta culto y preparado, es reconocido por los aficionados como el Emperador del melodrama, nadie como él, supo extraer a veces con pocos medios en producciones nada lujosas, un partido que logró popularizar el género dignificándolo desde la modestia y con un grupo de actores y profesionales técnicos habituales durante la década de los cincuenta para la Universal, bajo la batuta del productor Ross Hunter (Obsesión, Escrito sobre el viento, Ángeles sin brillo, Imitación a la vida). En esta ocasión, se trata de un melodrama bélico en Cinemascope y Tecnicolor por el gran Russell Mettty, además de la inestimable ayuda del ejército americano. Sirk se caracterizó por la sublimación del amor y el tratamiento del alma humana, sus paradojas con una estética elegante lejana a la sofisticación formal, sin ambición discursiva ni condición de fenómeno de culto.
Pese a apoyarse en un biopic sobre Dean Hess, teniente coronel de aviación que al iniciarse la cinta, glosa su figura un general del ejército, la película ni es militarista, ni siquiera castrense pese a transcurrir durante la guerra de Corea. Hay quien sostiene que el artista con personalidad nos cuenta siempre la misma historia pero de diferente forma para seducir al espectador, pero manteniendo sus constantes. En este sentido, Himno de batalla es, por extraño que parezca, una variación sobre su aclamada cinta, Obsesión, que abordaba la culpa y la redención pues su protagonista Hess (Rock Hudson) vive el mismo tormento que el señor Merrick (también Hudson), tratando de encontrar una luz que le permita salir de su oscuridad existencial generada en ambos casos por un agudo tormento de sentirse culpable de una desgracia ajena, Hess por bombardeo indebido y Merrick por un accidente de tráfico. El primero se convertirá en pastor religioso fracasado que vuelve al frente para rescatar a infantes que reparen su error, y el segundo intentará devolver la vista a su víctima por todos los medios posibles.
Siendo una película de encargo, Sirk hace suya la biografía de este destacado oficial para adaptarla a su universo personal, con ciertos toques de acción, camaradería y abnegación personal al abandonar su esposa y hogar para servir a sus semejantes en tierras coreanas con el consiguiente ambiente exótico sobre la idiosincrasia y carácter de algunos personajes secundarios que contribuyen a la armonía de su trama. Sirk maneja y armoniza, la tragedia, el heroísmo y el drama, las escenas de acción con los aviones junto a escenas intimistas a lo largo del metraje, escueto por otra parte, pues los maestros nunca necesitaron excesivos planos para narrar lo que querían, la economía narrativa para ajustarse a los presupuestos no les privaba de sus intenciones finales, narrar la vida y obra de un excombatiente en la Segunda Guerra Mundial y la de Corea. Afortunadamente hay pueblos que honran a sus héroes, aunque no hayan sido perfectos.
El protagonista de esta historia, un militar torturado por los remordimientos tras haber matado a unos niños en un bombardeo durante la Segunda Guerra Mundial, no es más que la encarnación de la mala conciencia del imperio estadounidense doce años después de haber asesinado a centenares de miles de personas inocentes (entre ellas a decenas de miles de niños indefensos) con sus bombas atómicas (la película es de 1957). Y el filme da al espectador la imagen que quiere de sí mismo el ejército y el imperio yanquis: ahora sí, en Corea (el siguiente escenario bélico tras Japón para los estadounidenses), no sólo no mataremos niños sino que los salvaremos. Y dicho y hecho. Y todos tan contentos. No son tan malos al fin y al cabo. Pelillos a la mar. Lástima que unos pocos años después, esos mismos militares, esos mismos gobernantes, iniciaran una nueva matanza no muy lejos de Corea, allá por Vietnam. ¿Quién se cree pues este mensaje a estas alturas de la Historia?, y no es porque lo que nos cuenten en Himno de batalla sea una falsedad, que parece ser que no lo es, sino porque la conclusión moral que extraemos de este relato no puede cambiar la idea de que EE.UU. ocupa, tras la Alemania de Hitler, el dudoso honor de haberse convertido en la máquina más perfecta de matar hombres, mujeres y niños a lo largo y ancho de todo el planeta.
Y sobre todo tras saborear el nauseabundo argumento con que el filme nos da para mitigar la culpa de los crímenes (más bien para disculpar estos), ofrecido por el personaje del sabio anciano cristiano. Como Hiroshima y Nagasaki no se pueden borrar y nunca se borrarán de los libros escolares de texto, los guionistas (el ejército yanqui) se refugian en el consuelo de la religión: la teoría del mal menor, los caminos inextricables de Dios y todas esas pamplinas que les sirven a los que tienen las conciencias sucias, y que quedan muy bien, para seguir matando niños y evitar luego el infierno, el del más allá y el del más acá.
Y ni siquiera la maestría de Douglas Sirk puede cambiar eso.