Gigantes y juguetes
Sinopsis de la película
La dictadura de la publicidad, una lucha sin cuartel entre las 3 grandes productoras de caramelos. Secretos de empresa, campañas ambiciosas, apetitosos premios, sumiso pueblo que consume sin remedio ni control…
Detalles de la película
- Titulo Original: Kyojin to gangu (Giants and Toys)
- Año: 1958
- Duración: 95
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Opinión de la crítica
Película
6.7
27 valoraciones en total
La gente es peor que los bebés o los perros. No piensan, trabajan como esclavos y beben toda la noche. Televisión, radio, películas…no tienen tiempo para pensar, ¡y ahí es donde entramos nosotros! .
Es la base del cruel, cínico y ambicioso mundo de los negocios: aprovecharse del vulgo y manipularlo, tenerlo controlado. Lo importante únicamente es prosperar.
Tras la derrota en la 2.ª Guerra Mundial Japón es testigo de una gran transformación en todos sus ámbitos, desde el económico y el político hasta el cultural, el país se libera en 1.952 de la ocupación estadounidense, pero la influencia persiste. Es entonces cuando se empieza a desarrollar un modelo de conducta y unos procederes heredados directamente del país invasor: se propone una occidentalización , se fomenta el capitalismo corporativo, el Primer Ministro Shigeru Yoshida aboga por el crecimiento económico sin restricciones. Una nueva etapa se inicia a mediados de la Era Showa: la del milagro japonés.
En este periodo de mutación, cambios y prosperidad se centra la obra que nos ocupa, cuyo tema decidió abordar un joven Yasuzo Masumura que llevaba ejerciendo de cineasta tan solo un año, pero habiendo realizado títulos tan notables como Kuchizuke o Aozora Musume . Éste, junto a su habitual colaborador Yoshio Shirasaka, tomaría de base la novela Kyojin to Gangu del laureado Takeshi Kaiko, considerado, gracias a su estilo mordaz, crítico y no menos controvertido, uno de los más relevantes (y reveladores) autores de su generación.
Las intenciones de Masumura son fáciles de apreciar pues pone el dedo en la llaga desde el mismísimo principio: aparece la estrella de la película posando para una foto que en poco tiempo se divide en una gran cantidad de imágenes para luego pasar a una masa ingente de hombres trajeados que con paso firme se dirigen a trabajar a sus respectivas compañías. Un auténtico ejército del capitalismo dispuesto a cumplir con los preceptos básicos del mundo empresarial: vigilar los beneficios, apostar por lo moderno, atraer la atención del cliente y saciar su necesidad, y lo más importante: nunca rendirse a la competencia.
En este torrente de carne humana se encuentra el joven Nishi, quien entra a formar parte de World, una de las principales empresas del país, productora de dulces y juguetes para niños y que mantiene una batalla por el liderazgo contra Giant y Apollo, Goda, uno de los responsables de marketing más eficientes, da con la solución ideal: hallar el reclamo perfecto para que la gente compre sus productos. De este modo caerá en sus garras una humilde y despreocupada chica llamada Kyoko, a la que usarán de mascota en las más extravagantes campañas publicitarias y transformarán en la nueva celebridad mediática del momento con tal de machacar a sus rivales.
Masumura recurre a los mismos temas que ya se encontraban en La Torre de los Ambiciosos o El Precio del Triunfo y los satiriza y degenera mientras nos arrastra a las entrañas de un mundo despiadado, donde las relaciones entre los seres, cuyas vidas personales están estancadas en la más absoluta amargura, se dan en base a los negocios impidiendo en todo momento la presencia de los verdaderos sentimientos. Se adopta la técnica de las fábricas (la reproducción en cadena) y el modelo americano, y con él se rechazan los códigos tradicionales japoneses (confrontación representada en la lucha entre Goda y su suegro).
El honor, la dignidad y la conciencia se entierran junto con el amor, la amistad y el remordimiento, ya que el actuar como un ser humano es inconcebible si uno quiere alcanzar el éxito, se da prioridad a sacar partido de la desgracia y a la codicia, que cual virus pasa y se infiltra en todas las situaciones, se insinúa y contamina (en Goda), se proyecta sin parar y se reproduce (en Kyoko). Mientras las tensiones se acrecientan entre las tres compañías, Nishi, del mismo modo que el espectador, será testigo de la difusión tóxica de este mal y de la repugante catadura de los personajes (que se pelean entre ellos por el poder como los hermanos pequeños de Kyoko por los regalos), abocados a su deshumanización y autodestrucción, tal como la burbuja enconómica en la que habitan.
A pie de calle la situación es distinta: reina la insatisfacción, la pobreza, la miseria y se desprecia la influencia estadounidense, así, el director tiene la oportunidad no sólo de comparar, sino de provovar la colisión de estos dos mundos (el de arriba y el de abajo) haciendo honor al título del film, pues se trata de la dominación que esos gigantes (las compañías) practican sobre la ilusa y manipulable población (sus juguetes ), y de su apabullante habilidad para crear estrellas (otro tipo de juguetes rotos) a la misma velocidad con que las destruyen, llevando a cabo su absoluta despersonalización en el proceso (Kyoko deja de ser ella misma para convertirse en un mero títere más de la fama).
Masumura capta al vuelo la realidad de la sociedad en el país y la presenta en su más despreciable, abyecta y grotesca versión siviéndose de un humor negro preñado de ácida ironía y una atmósfera implacable, realzada ésta por la fuerza y aspereza de la fotografía de Hiroshi Murai, en la que nos sumerge sin compasión. Vuelven a colaborar con el cineasta los geniales Hiroshi Kawaguchi y (la bellísima aunque aquí horrorizada) Hitomi Nozoe, quienes ya demostraron en Kuchizuke la gran química que poseían en pantalla, mientras Yunosuke Ito, Kinzo Shin y un irritante y desquiciado Hideo Takamatsu ofrecen también unas memorables interpretaciones.
Masumura destapa su genio crítico con una audacia pasmosa condenando feroz y brutalmente el consumismo, el capitalismo y el mundo empresarial al igual que Lumet satirizaba el de la televisión en Network o Kubrick el de la política en Dr. Strangelove .
Ambos, tanto el director como su obra, demostraron una obvia evidencia: estar adelantados a su tiempo.
Después de su debut con la íntima Kisses (1957) y el melodrama Blue Sky Maiden , Yasuzo Masumura y su guionista Yoshio Shirasaka se embarcaron en un proyecto que supongo debió crear verdaderos problemas en el momento de su estreno, en plenos años 50. Una sátira brutal en la que se narra la rivalidad existente entre varios fabricantes de caramelos, los intentos de una por destruir comercialmente a la otra y los entresijos de ridículas campañas de marketing que harán, de salir bien, que todo el mundo acabe comprando sus productos y no los de la competencia. Poco importa que lo que se venda no sea lo más apropiado para un pueblo que acepta lo que puede ver por televisión.
Se hizo en 1958 pero pudo haberse rodado ayer, y la sátira sería incluso más vigente que en el momento de su estreno, con una Japón recuperada económicamente y tratando de adoptar el modelo de negocio de Estados Unidos, llegando a mencionarse alguna vez que Japón es América . La forma de actuar de los personajes, su intento de emular la eficiencia del citado país o la forma de vestir de los habitantes de la ciudad, que en planos generales vemos marchando , como un ejército luchando por el capitalismo, remiten a esta búsqueda de una nueva identidad. Yasuzo lo trata todo desde la óptica del humor negro, sin dar el brazo a torcer ni edulcorar el relato.
En este marco desarrolla la historia de un par de personajes haciendo especial parada en el descubrimiento y ascenso de una chica de la calle (Hitomi Nozoe) que se acaba convirtiendo en un icono a través de agresiva publicidad, levantando una vida tan superficial como la de todos los presuntos jefazos de las empresas de caramelos. Todo lo que se muestra es a través de un burbuja a punto de romperse, una sátira tan negra como inteligente que confirma el talento de Masumura, que aún tardaría un poco en entregar sus mejores trabajos, pero que aquí ofrece más que suficiente y sienta cátedra sin despeinarse. Rara vez una idea ha sido tan bien ejecutada y ejemplificada a través del proceso vital de personaje. Estimable, y recomendable.
Desde el principio todo queda claro: despersonalización y mega-producción en forma de clones. De virus que acaba extendiéndose hasta matar al ser. Parece un filme de principio de los setenta pero es de finales de los cincuenta. Decir que Masumura era un adelantado a su tiempo es mera obviedad. Hay una oda al consumismo que devora todo desde La rubia fenómeno y una guerra sin cuartel (pero con los nuevos uniformes del ejercito corporativista) entre World, Apollo y Giant.
Ese mechero que tarda en encenderse como común denominador de renacuajos que se hacen ranas. Estimulantes y calmantes, antiestrellas y premios al mejor póster que se desenvuelven en un mundo repleto de diálogos ácidos y sin escrúpulos ni moral alguna… donde los antiguas tradiciones y valores, véase el suegro de uno de los protagonistas, quedan relegadas por los nuevos valores para saciar el consumismo creciente… que como dice «Olviden la compasión, miedo, timidez compromiso y remordimiento». O ese mensaje final: «Esto es Japón o trabajas duro o mueres».
En Giants and Toys se vislumbran esa sociedad de consumo y la perdida de humanidad por parte de esos gigantes llamados corporaciones para los que simplemente somos juguetes.
Todo se reduce a un juego de sonido de la pistola y un mechero. «Muéstrales una brillante sonrisa», como le dice ese amor imposible al final. La sátira negra, el negocio como cultura y la ostentación de la ferocidad sin sentimientos como logro del éxito. Es un nuevo mundo… para hombres locos y, por supuesto, sin amor.