Fuerza mayor
Sinopsis de la película
Una familia pasa las vacaciones de invierno en los Alpes. El sol brilla y las pistas están magníficas, pero mientras comen en un restaurante, se produce una avalancha que asusta a los clientes. La madre llama a su marido para que la ayude a salvar a sus hijos, pero él ha huido para salvar su vida. La avalancha se detiene delante del restaurante, sin ocasionar daños, pero el universo familiar ya se ha resquebrajado. Tomas buscará desesperadamente recuperar su lugar de padre de familia.
Detalles de la película
- Titulo Original: Turist (Tourist) (Force Majeure)
- Año: 2014
- Duración: 117
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Opinión de la crítica
Película
6.3
81 valoraciones en total
Fuerza mayor es la película más representativo del nuevo cine sueco. Un cine ácido, áspero, difícil de transitar pero realmente interesante. Östlund satiriza e incluso ridiculiza la Suecia que, con tal de seguir siendo el adalid de la perfección y el supuesto bienestar, vive de espaldas a los problemas propios y ajenos, y a su vez, nos propone una película fuera de cualquier tiempo, y que de hecho, en términos generales, puede leerse como una descripción lúcida pero implacable de la Europa ideal, plurilingüe y turística, que se resquebraja a marchas forzadas. En resumidas cuentas, unas vacaciones envenenadas en un espacio helado.
Fuerza mayor propone un ejercicio introspectivo de efectos devastadores. Östlund consigue que aflore el conflicto, que se expanda la sombra de la duda y que sintamos en nuestras carnes las contrariedades de unos personajes perdidos, aturdidos, superados por unas circunstancias que, según se miren, dependiendo de la escena, resultan muy nimias o muy duras. Lo mejor de Fuerza mayor reside precisamente en su pericia a la hora de subir al público al tren de la bruja, a la montaña rusa del constante desasosiego: todo en ella resulta inesperado, a medida que avanza el metraje vamos reformulando nuestras opiniones de los personajes, y al final del film se mezcla el rechazo con la empatía por unas situaciones y unos temas que, aunque cueste reconocerlo, nos resultan demasiado familiares.
Östlund pervierte los convencionalismos no sólo en su fondo sino en su forma: situar la trama en un espacio a priori tan poco cinematográfico como una pista de esquí es la mejor baza para que la película esté tocada por un ambiente enrarecido y surrealista (las luces de las pistas, la silueta escarpada de las montañas y la fría arquitectura del complejo hotelero de lujo donde se hospedan los personajes configuran un marco único en el que, como espectadores, nunca nos sentimos demasiado cómodos, en el sentido más gozoso del término).
En definitiva, un film experiencia, una avalancha emocional que nos pone frente a frente con nuestros miedos más ocultos, con esos traumas inconfesables que afloran el día menos pensado en el momento más insospechado. Si muchos se preguntaban por qué aumentan los divorcios tras los periodos de vacaciones, Fuerza mayor resuelve todas las dudas. O no: nos demuestra que ninguno de nosotros estamos a salvo de venirnos abajo, por mucho que estemos en el paraíso nevado de la película. ¿Y si en verdad no estamos tan bien como parece? ¿Y si, pensándolo un poco mejor, nuestra vida es un absoluto desastre? Si os gustan los retos, si no tenéis miedo de transitar espacios turbios, ésta es vuestra película.
@Xavicinoscar, Cinoscar & Rarities
Fuerza mayor se abre con la imagen de un lujoso urinario: emblema de un mundo en el que el lugar del excremento se ha transformado, como ya intuyó hace mucho tiempo Marcel Duchamp, en una fuente. Pero el director, Ruben Östlund, no se conforma con esa visión idealizada de la realidad, y mediante una serie de explosiones controladas sacará a la luz los trapos sucios de una adinerada familia sueca, en apariencia feliz y modélica.
La idea de partida es magnífica, y su desenlace resulta intrigante y sarcástico (en mi opinión: ver spoiler), pero el desarrollo no me convence tanto: el ritmo decae, todo resulta demasiado explicativo, y acaba dejando la sensación de cosa ya vista: la sombra de Bergman o Haneke es alargada. El rasgo distintivo que ofrece esta película frente a ese cine que trata de transmitir, antes que ninguna otra sensación, la de vergüenza ajena, es que la mala uva viene aderezada con un humor nórdico un tanto espectral.
Algunos rasgos de ingenio (las apariciones del empleado del hotel, que asume el papel del espectador, o la escena en que el protagonista y su amigo están a punto de ligar en la cafetería de la estación de esquí) no logran que el conjunto cobre vuelo por encima de su punto de partida. Así, el placer que produce ver la película es menor que el de hablar sobre ella a la salida.
Blanco impoluto. Niebla, bruma, gélido ventarrón invernal, tormenta de nieve cegadora. El escenario parece perfecto para enmarcar y recoger la pérdida de identidad, de horizonte, de fuerza y de visión de futuro de una relación en apariencia modélica de un joven matrimonio sueco cuya paz se ve perturbada y retada por una avalancha de nieve que trastoca su equilibrio cotidiano hasta hacerlo embarrancar. Las reacciones espontáneas y viscerales que ese acontecimiento provoca en la pareja protagonista, los efectos devastadores que tienen en su seguridad, confianza, equilibrio y paz hacen estallar la convivencia en añicos como zarandeado por un alud invisible y arbitrario que ahonda en la fragilidad innata en todo vínculo afectivo.
Pero tras este arranque prometedor – lleno de posibilidades y sugerencias, con un acierto encomiable al recordarnos que el más mínimo, nimio y fortuito incidente puede ser vivido de forma diferente y divergente por todos y cada uno de sus protagonistas, ya sea por ceguera, cobardía, aturdimiento, majadería, necedad o mera necesidad de mentirse – que desencadena los latigazos furiosos y contumaces del infierno, azuzando las tinieblas del resentimiento, los abismos de la cólera y la rabia vengativa… tras ese interesante comienzo, llega la nada más absoluta, el vacío total, el aburrimiento más soporífero y el amodorramiento más insufrible. Dos largas horas de divagaciones, repeticiones, redundancias y obcecaciones que no hacen avanzar la trama en ningún momento y en ninguna dirección más allá del mero apunte inicial, boceto de una buena película que quedará ya por siempre nonata.
Lo peor es la frustración que se apodera del espectador porque nada se mueve ni toma ninguna ruta, todo permanece estancado y languideciendo sin sangre ni fuste, los lloriqueos, moqueos y lamentaciones se repiten como una indigestión recurrente y contumaz pero sin resolver en ningún momento ni la tensión, ni la propuesta, ni la trama, ni los personajes, ni aprovechar ni transitar ninguna de las posibilidades que ofrecía tan potente inicio y tan sagaz combinación de un paisaje glacial, unas relaciones ateridas, unos vínculos congelados y unos diálogos heladores… pero nada de nada. Todo queda en un catálogo de posibilidades frustradas.
El resultado final es banal y prescindible. El postrero desahogo emocional de su protagonista resulta irrisorio si no abiertamente inverosímil y ridículo entre tanto encorsetamiento de hielo descolorido. Una pretenciosa desilusión que se desinfla como una pedorreta.
Tradicionalmente, desde edad temprana a los hombres se les ha enseñado eso de que los chicos no lloran por ser síntoma de baja masculinidad, que lo que tienen que hacer ante los problemas es actuar y no lloriquear. Y así ha sucedido durante generaciones en la que los hombres con mayor sensibilidad debían tratar de disimularla ante el temor a ser desconsiderados por el resto de hombres y por algunas mujeres educadas en esas ideas machistas, que también pedían que actuaran como hombres. A día de hoy no resulta tan extraño como podía serlo hace años el hecho de ver a un hombre llorar, ha pasado a ser algo más aceptado socialmente y menos criticado de lo que podía serlo en la época de nuestros padres y abuelos. Sin embargo, uno ve que aparecen fenómenos como el de ’50 sombras de Grey’, con su apología conservadora del hombre que guarda sus emociones y que seduce a las mujeres actuando de forma dominante y no sabe que pensar. Y uno no sabe que pensar porque este fenómeno interesa mucho más a mujeres que hombres y varias tienen a ese señor Grey como fantasía, aunque sólo sea por su visión actualizada del Príncipe Azul que viene a salvar a la desvalida Princesa, en una nueva versión del arquetipo del macho redentor que viene a contestar a aquellos que defendemos un cambio en las sensibilidades. Y esta contradicción es la que refleja ‘Fuerza mayor’.
Cuando se ve ‘Fuerza mayor’ no pueden evitarse ciertas preguntas sobre el carácter humano y la influencia de la razón y del instinto en nuestras acciones. Somos animales, racionales pero animales y al fin y al cabo, con ciertos instintos que nos apremian desde dentro y a los que podemos hacer caso o ignorar y en función de lo que hagamos con ellos podemos ser vistos de una manera u otra a ojos de los demás. El protagonista de la película es un hombre que sabe repartirse las tareas familiares con su mujer, a la que trata como una igual y que parece actuar por las líneas de lo que la razón exige a un hombre moderno. Sin embargo, un suceso inesperado le hará quedar como un cobarde a los ojos de su mujer y sus hijos, que le reprochan que él no se quedara con ellos para brindarles apoyo y protección en vez de buscar su propia salvación. El padre no ha sido como esos padres de película, que arriesgan su vida por el bien de los suyos, sino que ha evidenciado su sentido individualista siguiendo las indicaciones del instinto que le decía que abandonara el lugar del peligro. En una visión moderna de la masculinidad esa actuación podría ser comprendida como una pequeña flaqueza entendible, sin embargo su familia y él mismo no pueden despegarse de esos valores tradicionales en los que el cabeza de familia es el que debe proteger al resto y todos sienten la culpabilidad de la huida.
A partir de ahí, lo que iban a ser unas plácidas vacaciones en la nieve se convierten en una especie de condena para esa familia que no puede olvidar esa huida momentánea del padre. El entorno privilegiado de los Alpes franceses acaba siendo un lugar hostil, donde las pequeñas explosiones para evitar la acumulación de nieve que suenan a lo lejos son el marco sonoro de una batalla sorda en la que la mujer siente que su marido le ha fallado y le hace replantearse su matrimonio, como si nada de lo vivido anteriormente tuviera sentido ante esa búsqueda de supervivencia. Por su parte, el marido sabe que ha hecho algo que no debería haber hecho como hombre, pero no por ello deja de apreciar menos a su familia y no cree que deba ser maltratado psicológicamente ni ser considerado menos hombre.
La película me ha recordado a ‘El desprecio’, la estupenda novela del italiano Alberto Moravia que inspiró la cinta homónima de Jean-Luc Godard. El libro se metía en la cabeza de un hombre que sentía que había perdido el cariño y el respeto de su mujer ante un acto de aceptación de las órdenes su jefe y que por haber sido más servicial que luchador la mujer le había dejado de querer. La historia dejaba en el aire cuestiones políticamente incorrectas sobre cómo se espera que se comporte un hombre y lo que las mujeres esperan del sector masculino, algo que también establece ‘Fuerza mayor’. Porque el filme de Östlund nos hace plantearnos que si en las relaciones modernas, hombres y mujeres comparten las responsabilidades como iguales que son, a la hora de verdad a los hombres se les exige llevar la voz cantante para no quedar como unos flojos.
‘Fuerza mayor’ nos viene a decir que seguramente, aunque no lo admitamos, quedan vestigios de esa educación tradicional que les ha dicho a ambos sexos cómo deben comportarse. Por eso la mujer del protagonista experimenta sensaciones contradictorias ante otra mujer que le confiesa que ella y su pareja mantienen relaciones extramatrimoniales con total aceptación. Y por eso el protagonista ve su masculinidad reforzada con los piropos que en un momento dado parecen lanzarle unas excursionistas y con el acto que lleva a cabo en el tramo final de le película, quién sabe si propiciado por su esposa para devolverle la confianza en sí mismo.
La película tiene la habitual pericia del cine escandinavo a la hora de hablar de cuestiones universales desde un entorno reducido en el que muchas emociones se interiorizan más de lo que se hablan. Una forma de narrar las historias que a algunos les produce gran aburrimiento y que a otros nos resulta siempre interesante y en ocasiones fascinante. Por ello, habrá quien desdeñe ‘Fuerza mayor’ por ser un filme en el que la acción es más psicológica que física, pero creo que precisamente por eso la cinta de Ruben Östlund es muy destacable, tan bien rodada como interpretada. Porque sabe hablar de esas pequeñas cosas que acaban martilleando de forma tan silenciosa como implacable las relaciones humanas.
Una familia vacaciona plácidamente en los Alpes, mientras comen en un restaurante en la montaña una avalancha desciende rápidamente, todos sacan fotos maravillados ante tal espectáculo natural pero en pocos segundos pasarán al terror ante la inminente amenaza.
Tomas, el padre de familia, toma rápidamente sus gafas de sol y su iphone y huye despavorido desatendiéndose de su esposa e hijos, la avalancha se detiene unos metros antes de impactar el restaurant sin dañar a nadie, Tomas vuelve con su familia en medio de nube blanca que lo cubre todo, pero la avalancha ha fracturado algo en esa familia que no volverá a ser igual.
Inmediatamente después pareciera que nada hubiese sucedido, pero conforme pasa el tiempo el comportamiento de cada uno de ellos evidencia que ya nada será igual, los chicos reclaman su espacio con indiferencia, la madre busca pasar tiempo aparte de la familia y expone ante amigos la irresponsable huída de su marido, a lo que el alega una versión muy diferente de los hechos.
A pesar del tema, el relato de Östlund se aleja del melodrama convencional, sazonando cada escena con un humor mordaz que permite al espectador mantener cierta distancia y al mismo tiempo, empatía, ante la tragedia interior que padece esta familia.
Las largas conversaciones del matrimonio serán la manera en que cada uno deberá enfrentar su propio desmoronamiento, ya sea las privadas o ante una pareja amiga, donde los efectos de la avalancha parecieran que también les ha afectado a ellos, luego de un charla en la que recrean el desafortunado evento minutos después, como si ellos también la hubieran padecido, en otras de las grandes escenas del film.
Una mirada incisiva sobre la familia y la pérdida de confianza, una película que se atreve a cuestionar valores mal aprendidos y peor enfrentados, de una belleza visual apabullante, que se disfruta e incomóda por igual.