Finisterrae
Sinopsis de la película
Finisterrae narra la historia de dos fantasmas que hartos de transitar en el territorio de las penumbras, deciden realizar el Camino de Santiago hasta el fin del mundo (Finisterre) para una vez allí, empezar una etapa terrenal y efímera en el mundo de los vivos. Un recorrido introspectivo por territorios inhóspitos en el que se encontrarán con seres extraños, animales salvajes y personajes surrealistas. Deberán sortear situaciones inesperadas, lidiar con sus propias tensiones y debatir con las dudas de su condición fantasmal.
Detalles de la película
- Titulo Original: Finisterrae
- Año: 2010
- Duración: 80
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Opinión de la crítica
5.6
53 valoraciones en total
Hoy, 17 de septiembre, realmente, ya 18, se exhibía en el festival de cine de San Sebastián esta obra, Finisterrae, de la que esperaba dos cosas. Una de ellas, y la principal, era la de divertirme lo máximo posible. La otra, contar el número de entendedores del arte (fueron 12 en total) que abandonaban la sala al ver que esa película no era para ellos, era para gente superior capaz de usar su razón para tener una opinión propia acerca de lo que es el cine y que no se dejaban llevar por la opinión ajena. Y con esto no trato de decir que Finisterrae sea una obra maestra, nada más lejos de mi intención, y si no me equivoco, nada más lejos de la intención de Sergio Caballero (el cual se encontró junto a su productor dando un discurso al comienzo de la proyección y respondiendo preguntas de los interesados al final de esta), el pasa de estudios, de que le enseñen como hacer o no hacer una película, Finisterrae fue rodada en un plazo de 2 semanas, ¿la razón?, se encontraba al mando del Sonar 2009 y… quiso hacer una película.
Finisterrae, lejos de ser una obra maestra, es una de las películas más divertidas e interesantes que han pasado por delante de mis ojos, no es usual, no es normal, e ahí esta lo que te atrae y te lleva a verla hasta el final. Y si bien se trata de una película lenta, los 80min. se le pasaran volando a aquellos que como yo, sabían que es lo que iban a ver. No vas a ver cine experimental, no vas a ver Un perro andaluz, vas a ver una obra que busca entretenerte y hechizarte con sus imágenes y, sobre todo, con su música, hasta el punto en que te duele la tripa de reir.
Me veo en obligación de mencionar nuevamente a Sergio Caballero, el cual me pareció una persona amable e inteligente, que respondió a todas las preguntas que surgieron al final de la proyección. Cuando me dispuse a preguntarle si podría obtenerse en un futuro próximo esta película en formato doméstico, sin tapujos me contestó que podía verse fácilmenta en diferentes medios de descarga así como en peliculasyonkis, lo cual me demostró su inteligencia al no caer en la absurdez que supone la lucha contra la pirateria, de la cual estoy completamente a favor (a su vez, para quienes estén interesados, Cameo la ha editado en formato DVD, con los extras que ello conlleva), si bien espero poder obternerla algún día en formato Blu-ray. Además de ello, sus declaraciones acerca de la inclusión del catalán en la película crearon carcajadas a lo largo de la sala.
Sólo me queda decir que me siento completamente satisfecho y de verdad espero que logre llevarse el premio en la categoría en la que compite, o que de lo contrario, logre hacerse un nombre entre las grandes del festival.
– Andrei Tarkovski yendo con katiuskas a la fiesta del pijama.
– Ingmar Bergman jugando al parchís contra La Muerte.
– Otar Iosseliani al galope sobre un tiovivo parado.
No sé si es lo que pretendía, pero yo creo que Finisterrae es una parodia de las películas de autor.
La central figura de Luís Miñarro nos introduce en una dimensión del cine marginal, ese que habita en los márgenes de las páginas, pero cuya transfiguración en pantallas digitales –sin márgenes-, hace que cada vez sea su hueco, su lugar, mas exiguo e inhóspito (lo sin hogar). Productor de los dos filmes que siguen (y de tantísimos otros, trascendentales para aprehender la posmodernidad cinemática en Iberia, como los de Albert Serra), Miñarro se ha atrevido, en los dos últimos años, ha lanzarse a la realización, con Family Strip y Blow horn. En la primera proponía una metareflexión acerca de la construcción del cuadro familiar y su memoria (fotográfica, momificante), en la segunda viajaba a Oriente para encontrarse con la fe budista y, si fuera posible, encontrar un poco de fe para sí mismo. Pues, como buen occidental eurípido, a Miñarro lo rodea un aura de sano desencanto, una sombra ruinosa de intelectual con camisa hawaiana y gafas oscuras, en tres palabras: la falsa conciencia ilustrada, prototípica del cinismo, esa ética para el fin de los tiempos. La pretensión anti-cínica de Miñarro es loable en tanto en cuanto surja de una orgía del autodesprecio, de un viaje al interior. En ese tránsito más allá, el interés de Miñarro (como realizador y como productor) parece conducir hacia un no-lugar allende los propios cuerpos. Negación del mundo real, ya fenecto, esta proyección representa el clamor –no popular- de un renacimiento en sus múltiples formas. El cine, como quiere Miñarro, en plena metempsicosis.
En Finisterrae, realizada por el director del Festival Sonar de BCN (centrado, al menos en sus tiempos, en la música electrónica y experimental) Sergio Caballero, el asunto es la (re)encarnación de dos fantasmas cansados de su existencia eterna y poligonal en pleno Garraf, que han de hacer el Camino de Santiago para lograr (re)encarnarse en un ser terreno y efímero. Deseo espectral por antonomasia, ya sea el de un fantasma cenizo o de un dios olímpico. Argumento chorras para un film que, lejos de querer ser una parodia del cine de autor (un Tarkovski con catiuscas o un Dreyer aventado o un Bergman de tripi o un Angelopoulos sin oído musical) es precisamente un pastiche del cine marginal (más o menos experimental o, como quiere el juego de palabras Afín, excremental), retomando la diferencia parodia/pastiche de Frederic Jameson: El pastiche, como la parodia, es la imitación de un estilo particular o único, llevar una máscara estilística, hablar en un lenguaje muerto: pero es una práctica neutral de esa mímica, sin el motivo ulterior de la parodia, sin ese sentimiento todavía oculto de que existe algo normal en comparación con lo cual aquello que se imita es bastante cómico. El pastiche es parodia neutra, parodia que ha perdido el sentido del humor. Así, Finisterrae no funciona como parodia del Finis Terrae de Jean Epstein, sino como viaje por las líneas de filiación del propio Caballero,
Al igual que si a aquel sketch del Flying Circus titulado French Subtitled Film se le hubiesen suprimido las risas enlatadas a un amplio margen de los espectadores (caso de verlo descontextualizado del programa al que pertenecía) les habría costado discernir si era una pieza inédita del Godard de su etapa medio narrativa medio política o una mera parodia por la precisión al detectar tics de forma y fondo y mimetizarlos, cabría hacer el experimento opuesto añadiendo una pista de risas a Finisterrae para demostrar que funciona de idéntica manera a lo referido al principio de esta larguísima frase. Es más, la película de Sergio Caballero deambula todo el rato por un fino alambre sin caer ni del lado de la mofa ni del del cine trascendental, es un ejercicio de funambulismo que acerca el cine a ese espectáculo más próximo al circo y a lo mágico que debiera ser según sus preceptos fundacionales (nunca está de más recordar que George Méliès era mago, al igual que muchos otros pioneros del cine tipo Segundo De Chomón). Finisterrae es una obra atípica en su resultado final pero todavía más en su concepción, pues no existía un guión a seguir, una historia que contar, eso ya se inventaría en la sala de montaje. Aquí prima la imagen de base, algo lógico teniendo en cuenta que Sergio Caballero lleva dos décadas encargándose de todo lo que concierne al apartado visual del Festival Sónar y considerando su vinculación hace ya bastante a Marce·Lí Antúnez, un artista que siempre ha buscado poder plasmar abstracciones en imágenes concretas. La cercanía a la naturaleza está ahí en todo momento, no solo por la presencia de animales, sino también por la de los cuatro elementos –tierra, aire, agua, fuego-, tanto es así que que el nombre de Luis Miñarro aparezca en labores de producción resulta del todo comprensible, pues él anduvo también en idénticas tareas
en otras dos películas casi bucólicas en cuanto a su vínculo con la naturaleza, Honor De Cavalleria de Albert Serra y Tío Boonmee Recuerda Sus Vidas Pasadas, de Apichatpong Weerasethakul. Ésta última con ciertos nexos en su metafísica holística con las pretensiones de los dos protagonistas de Finisterrae.
En Finisterrae no va ni un minuto de metraje y ya estás viendo más un retablo a la Roy Andersson que un encuadre de cine, aquí casi tiene más sentido hablar de retablos pictóricos por segundo que de frames. Dos minutos más y con un caballo y dos fantasmas creados con sendas sábanas del LIDL Sergio ha conseguido dejarte un plano icónico que es probable que perdure más en la memoria del espectador que cualquier solemnidad metafísica de Bergman con la muerte jugando al ajedrez en la playa. Esa secuencia la remata con un comentario sobre la náusea que bien puede que sea la cosa más bufa que se haya visto jamás en una película o la más trascendental, el espectador será quien lo decida. Y al poco una toma nocturna del fantasma al galope en medio de una ciudad -reminiscente de aquella fantástica The Navigator, Una Odisea En El Tiempo de Vincent Ward- de las de quedarse boquiabierto que también queda remachada con la aparición del segundo fantasma derrapando con su silla de ruedas a lo Die Antwoord en Umshini Wam o Daniel Day Lewis en Mi Pie Izquierdo que qué otro director te ha hecho eso alguna vez, que es lo mismo que si en Stalker llegan a La Zona todo serios los protagonistas y allí está Juan y Medio para recibirles con el jamoncito y unos chistes de Manolo de Vega. Y así todo el rato, separando –o igual concediéndole la misma importancia a una cosa y a la otra- lo trascendental y lo chorra. Demostrando que ambas posibilidades no son excluyentes, sino que funcionan cual ying y yang, que depende del espectador conceder qué tiene predominancia de negro y qué de blanco en la sucesión de momentos delirantes. Que son muchos y muy pero que muy buenos, del nivel de Hayao Miyazaki en El Viaje De Chihiro o de las ocurrencias de los dos unicornios malignos de Charlie El Unicornio, destacando por encima de todos ese alcornoque que muestra video arte catalán de los años ochenta y su versión alternativa, una ventana
interdimensional a Jeff Mills soltando el The Bells en una edición del Sónar. Porque aquí la música sí que es esencial, y por ello se escoge de tal manera que Nico y Suicide expliquen con sus canciones en las escenas en las que aparecen la importancia no ya de saber musicar bien en el cine, sino de considerar a las canciones un elemento compositivo de plano y secuencia igual de importante que el encuadre. Y, yendo más lejos, el medio también igual de importante: Sergio hizo el videoclip de Tu Coño Es Mi Droga pensando en los smartphones, y de ahí que se desarrolle en una sorprendente cadencia en vertical.