Fedora
Sinopsis de la película
Fedora, una famosa actriz, fallece en París atropellada por un tren. En su funeral, un productor de cine recapacita sobre los hechos ocurridos en las dos últimas semanas y se pregunta hasta qué punto podría él haber influido en su muerte. Todo empezó cuando fue a Corfú para verla y descubrió que vivía en una isla privada con una enfermera, una anciana condesa y el cirujano plástico que conseguía mantenerla con una asombrosa apariencia juvenil.
Detalles de la película
- Titulo Original: Fedora
- Año: 1978
- Duración: 114
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Opinión de la crítica
Película
7
50 valoraciones en total
En medio de una atmósfera declinante, la recapitulación del productor Detweiler durante el solemne funeral de Fedora, actriz legendaria, abre un primer y extenso flashback, que evoca la visita a Corfú, para ofrecer un guión a la diva.
Lo mediterráneo es querido por Wilder como paisaje del vitalismo: templado, soleado, florido. Pero en una villa palaciega con isla propia la actriz vive rodeada por una corte siniestra, de aire sospechoso. El grupo (enfermera marcial, condesa inválida, cirujano alcohólico, chófer guardaespaldas) se recluye entre estufas, velos y cortinas, y da con ello la medida del problema: en medio de un paraíso, Fedora está atrapada en el infierno del culto imposible a su propia imagen de estrella pretérita. El empeño vampiriza a personas de alrededor.
El ansia de eterna juventud, el pánico a envejecer, actúan con presión enajenante. Llevan a mantener una apariencia vacía, ficticia, incapaz de adaptarse a la vida real, una de cuyas reglas consiste en el paso inexorable del tiempo.
El guión, esta vez melodramático, incluye el clásico quiebro sorpresivo, que abre paso a nuevos flashbacks, ahora breves y muy seguidos. Configuran una nueva perspectiva, que abunda en la contemplación agria y melancólica del declive de Fedora.
Las conexiones con Sunset Boulevard son innumerables, probablemente, muchas de índole privada.
A través de una figura que engloba a varias glorias (sin duda Garbo, y Dietrich, quien rechazó el papel y abocó a Wilder a aceptar la desatinada recomendación de Pollack, Marthe Keller), el gran cineasta envía un mensaje vitriólico al Hollywood cuyo starsystem tiende a aniquilar a quien desde lo alto de la pirámide empieza a deslizarse por la pendiente, trato del que tampoco él se libró.
La historia era interesante, el antecedente de Sunset Blvd. la reforzaba a pesar de los años transcurridos entre una y otra película, pero la estructura del desarrollo de la trama y la falta de sordidez (de buen gusto obviamente) hicieron de Fedora un filme pálido para lo que Wilder demostró que podía entregar. Les yeux sans visage (1960) posee todos los elementos de los que careció Fedora, considerando que en la película de Franjou motivaciones positivas decantan en acciones negativas, en el caso de Fedora a pesar de centrarse en la egolatría y el egoísmo, no alcanza a reflejarlos en los niveles que la historia pudiese insinuar. Además, debido a su estructura, pierde interés a partir de la segunda mitad, mitad que si tal vez hubiese realzado el lado negativo de un ego descontrolado y enfermizo, habría fortalecido al filme y un poco más creíble pues hay intervalos en los cuales la trama se torna irreal.
Si la elección de Marthe Keller fue un error, ante las debilidades obvias de este filme, me parece que no fue un factor preponderante el desempeño de la protagonista.
…La leyenda debe continuar… .
Estas palabras bien pudieran haber sido pronunciadas por Norma Desmond en la obra maestra de Billy Wilder, El crepúsculo de los Dioses , pero se tratan simplemente de una frase sentenciadora en la vida de Fedora, una creación literaria del escritor Thomas Tryon que fue lllevada a la gran pantalla por el gran Billy Wilder con la colaboración inestimable de su casi inseparable co-guionista Diamond, y que guarda un enorme parecido formal con su mencionada obra maestra (Sunset Boulevard).
Rodada en los estudios Bavaria en Alemania, en Boulogne en Francia y con exteriores en Grecia y Francia, la fotografía corrió a cargo de Gerry Fischer y la música fue obra del prestigioso Micklos Rozsa.
Si bien puede decirse que es una obra menor que El crepúsculo de los Dioses , no deja por ello de ser otra obra más de relumbrón en la brillante filmografía de este director de origen vienés, que en esta ocasión factura una impecable película, su penúltima cinta antes de Aquí, un amigo .
Con una fotografía francamente meritoria ayudada por una belleza de paisajes extraordinaria y sublime, Wilder nos legó en su ocaso esta obra crepuscular, tal vez para recordarnos que una vez, realizó un ramillete de obras que quedarán impregnadas para siempre en la retina del espectador, como pedazos de ARTE inigualables.
Fedora ha muerto sí, pero aún nos queda hora y tres cuartos de metraje, en el que poder sumergirnos de tanto en tanto en busca de cine, de buen cine, de ese cine con mayúsculas al que Wilder nos tenía mal acostumbrados … Sobre la búsqueda de la fama y la leyenda, de la belleza incorruptible, sobre los viejos tiempos gloriosos, y sobre todo sobre las miserias del alma humana…
Aún seguimos sin saber nada de la vida de Fedora y su séquito de hipócritas cómplices que la llevaron a su destrucción…
Quizás, no haya condición más triste para un ser humano que la de ser y no ser. Querer ser uno mismo, pero tener que lucir como otro permanentemente, es la negación de la individualidad. Vale para el actor o la actriz, porque lo hace por su propia decisión y con-sentido placer, y es esta, además, una representación temporal que se renueva con cada nuevo rol. Pero, para el hombre o la mujer que usa ese otro ser como una máscara inarrancable, es algo así como estar muerto a sabiendas de que se sigue vivo.
>, es un filme lleno de interesantes lecturas, en el que aún palpita el gran talento de Billy Wilder.
Fedora -nombre que huele a suicidio desde aquella ópera de Giordano y Colautti, cuando la dama espía ingiere una gragea letal al sentirse descubierta-, es otra Norma Desmond (Sunset Boulevard ) que se resiste a desaparecer de las pantallas tras haber buscado, en vano, la eterna juventud de manos del Dr. Vando, una suerte de Dr. Frankenstein que, extrañamente, sigue a su lado contra todo lo sucedido… pero, acaso se deba a que, con el médico, ha encontrado una inimaginable salida a su terrible problema. Esto y mucho más, es lo que indagará un antiguo asistente del director al enterarse del suicidio de la mítica actriz que tanto buscó para que interpretara su adaptación de Anna Karenina y quien, como este personaje tolstoiano, no estuvo interesada en conservar la lozanía de su cara y, arrojándose a la vía del tren, pretendió, muy al contrario, arrancarse el rostro que la vida le había impuesto.
Son dos mujeres las que viven una vida ajena… y esa decisión quizás les traiga amargura, encierro, negación, y una lenta, pero, inevitable autodestrucción. El apego a la vacuidad de la fama, la búsqueda irracional del eterno éxito, suele avenirse con la desgracia porque, en este afanoso proceso, suele ser preciso hacer cierto daño y hay que pisotear a algunos para llegar a salirse con la absurda idea… y cuando lo que se hace es prestarse para satisfacer los caprichos de otro, hay negación del propio ser, y entonces, un sentimiento de vacuidad se hará presente y esto flagela hasta llevar, de pronto, a la propia aniquilación.
En las postrimerías de su carrera e inspirado, sin duda, en algunos pasajes de la vida de Greta Garbo, el director Billy Wilder retoma, con claras variaciones, el camino de su obra maestra, Sunset Boulevard, para volver a poner el pie, muy firme, contra el lado oscuro de la industria cinematográfica.
William Holden, con 28 años más, vuelve a entrelazarse con la actriz aislada del mundo, pero empeñada en existir contra todos los obstáculos. José Ferrer (el Dr. Vando), tiene por fin la ocasión de trabajar con Wilder tras su fallido acercamiento para estar en The Lost Weekend . Hildegard Knef, es la condesa Sobryanski, una mujer enigmática de comportamiento muy ambiguo, quien se opondrá cuanto pueda a las pretensiones del esperanzado director, y, Marthe Keller es Fedora, un regalo de Dios, que mantuvo vivas todas las esperanzas.
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En su segunda radiografía acerca del mundo del cine tras la magistral El Crepúsculo de los Dioses, Wilder nos acerca a Fédora, una actriz que como en el caso de la inolvidable Norma Desmond está retirada de ese cine que se ha hecho pequeño. Aunque las dos comparten esa mirada pesimista y desesperanzada, Fédora no es una historia de Hollywood.
La isla de Corfú donde vive retirada Fédora queda lejos de Hollywood, aunque no de sus vanidades. A diferencia de Norma, Fédora no se retira del cine por el olvido de esta industria siempre a la búsqueda de sangre fresca, sino que lo hace en la cúspide de su carrera, lo que a primera vista podría hacernos recordar a una recreación de la gran Greta Garbo. Pero estamos ante una película de Wilder, por lo que la trama es retorcida y descarnada.
Fédora es una tragedia, pero en este caso la mirada de Wilder no sale de los límites de este personaje, sino que con un bisturí afilado nos abre la caja de Pandora que oculta el precio de la fama… un precio que para esta industria siempre pasa por el de la juventud, y es en esas mazmorras tortuosas a donde Wilder nos lleva de paseo. De hecho, la película la podemos contemplar como una recreación del mito de Frankenstein (hay una secuencia memorable que recrea a La novia de Frankenstein), pues entre esas aguas luminosas se esconden un fango turbio, terrorífico.
Narrada, igual que en el Crepúsculo en base a una serie de flashbacks, es en esa estructura donde la película cojea un poco, sobre todo en su parte final. A diferencia de la arriesgada, pero inteligente apuesta, de Wilder en El Crepúsculo de los Dioses donde un muerto nos hablaba de los muertos en vida, aquí serán los vivos quienes desgranen todo lo que lleva a Fédora a su trágico final. El problema es cómo introduce el giro, la sorpresa que cambia radicalmente todo lo que hasta ese momento hemos visto. Está integrada de un modo tan precipitado que recuerda a las típicas secuencias donde Hércules Poirot da cuenta de quien es el asesino, pero mientras que en Agatha Cristhie no queda otra resolución que esta por lo que es admisible, aquí hemos asistido a una tragedia, a un cuento gótico, por lo que toda esa parte chirría un poco en el conjunto de esta película, aunque hay que decir a su favor que consigue, tras la oportuna reflexión que siempre dejan sus películas, que nos acerquemos a la profundidad de ese drama.
Como no podía ser menos, en una película que trate sobre el cine, el maestro aprovechó la oportunidad para dar unos cuantos puñetazos y alguna que otra caricia. La mayor paliza se la lleva ese cine que aparta al maestro de la realización (sólo volvería a rodar una vez más en 1981: Aquí un amigo), profetizando en 1978 todo el cine que actualmente domina las pantallas.
Aún así Fédora es la película de un maestro, sólo por eso merece la pena acercarse a esta obra que bien merece una revisión.