Fantasma
Sinopsis de la película
Argentino Vargas, de 56 años, llega a Buenos Aires. Parado en el hall principal del Teatro San Martín, espera a alguien para que lo acompañe al décimo piso, para una función de la película en la que es protagonista. El alto edificio, sus baños, escaleras, ascensores y talleres, son los verdaderos protagonistas de un misterio encontrado por dos hombres que se sienten extraños en este escenario.
Detalles de la película
- Titulo Original: Fantasma
- Año: 2006
- Duración: 63
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Opinión de la crítica
Película
5.6
91 valoraciones en total
Argentino Vargas atrapando al otro lado del cristal. Llega el negro…la música (repetiría en Liverpool). Una espera. Una proyección de Los muertos donde coinciden tres personas: La metáfora de estar perdido y atrapado en un cine. El choque de estar dentro y fuera de la pantalla. Otra espera.
Una película tan personal como Fantasma remite obviamente a lo que tenga que contar su autor por mucho que se diga que las películas deben hablar por si solas:
«La idea era filmar a Argentino y a Misael con la excusa del estreno de Los muertos en el Teatro San Martín. Iba a ser un corto, pero a medida que avanzábamos nos empezamos a cebar, se iba acabando la película hasta llegar a filmar 75 minutos. Tenía un guión de cinco páginas, una guía para saber en qué andaba. Pero, de hecho, se improvisó bastante….»
«Esta película me la tome como un espacio para probar algunas cosas, para experimentar un poco con la luz y el sonido, para retratar un espacio. Y además como modo de agradecer a Misal y Argentino que hicieran esas películas conmigo y cerrar un ciclo. Es un film sobre lo que sucede con cierto tipo de cine. Lo que no puedo ver es un fantasma, por eso ese titulo. Me parece que la exhibición de cierto tipo de cine se está perdiendo. Esa pantalla en negro es una ironía. Es una pantalla de luto. Cierto cine se muere.»
«Yo no sé si quiero captar público, ni si me interesa el espectador medio que va a los complejos a ver películas. Antes de filmar Fantasma me preguntaba si la entenderían sin haber visto las otras: creo que queda claro que Argentino actuó en una película. Viendo Last Days, de Gus Van Sant, supe qué es una película, qué es el cine: generar sensaciones con imágenes y sonido, pero sin relato. Estar sentado en la silla y preguntarse: qué estoy viendo. No estar esperando a que maten al negro para que termine la película.»
El filme debería ser un extra de Los muertos o al menos entiendo que debería verse como tal como única manera de contemplar cierta belleza que contiene. Para el resto siempre quedará lo que germine de su visión: desde el sopor, el odio o la ovación. El cine de Lisandro Alonso es así.
Cuando el elemento protagónico se vuelve urbano el resto de personajes deberían ser descritos mediante dicha naturaleza urbana. El problema de Fantasma , es que sus dos actores no reconocen en la ciudad su modo de vida y la urbe, o en este caso el teatro, es tan distante como los planos que Alonso usa para retratar esta lejanía (que quizá por aquí podamos sacar algo de provecho). Sabemos de antemano, que ambos actores son de idiosincrasia rural, y como tal, quedaban sumergidos en la naturaleza que Alonso retrato como personaje principal en sus dos anteriores trabajos (La libertad y Los muertos). En Fantasma , al no encontrar esta concordancia entre actor y entorno, la película queda desfigurada.
Fantasma es un spin-off de los anteriores trabajos de Alonso, porque como película independiente no tiene entereza aunque sí, momentos esporádicos de cierto interés. Estos momentos, más en tono de comedia, le sirven al director para lanzar una crítica al funcionamiento de exhibición que impera en la industria cinematográfica e incluso, se atreve a ejemplificar los escasos espectadores que tiene su cine (con gafas de pasta, por supuesto). Solo en estos casos, Alonso hace hincapié en la barrera que separa la ficción de la realidad, aunque no por ello la película termine de adquirir estructura narrativa. Y esto señores, es lo interesante, que aunque pida por activa y por pasiva un cambio en la estructura cinematográfica, aún me falta bagaje cultural para poder asumir como acierto películas completamente desligadas a una mísera narrativa como esta que nos ocupa o la postrera ganadora de la Palma de Oro del señor Apichatpong Weerasethakul.
Un cine tan personal, diferente y arriesgado como es el de Lisandro Alonso es condenado a ser odiado y olvidado por los espectadores de hoy, vencido aparentemente por el triunfo del no pensamiento.
Aquello que no estamos acostumbrados a ver produce rechazo, pero debemos tratar de abrir nuevas fronteras: el gusto se educa, el arte no conoce límites, no debemos encerrarlo en un canon absurdo.
Los personajes no siempre obedecen a los designios de un destino inevitable: a veces vagabundean sin saber ellos mismos que están persiguiendo, y como público estamos obligados a observarles y dudar, hacernos preguntas sin respuesta. A veces no son personajes, sino personas.
El hombre no es el centro de todas las cosas: en La libertad y Los muertos se encuadra primero a la naturaleza, y dentro de esta tiene cabida el ser humano, siempre en último lugar. En Fantasma sucede algo parecido, pero esta vez el espacio lo conforma un edificio vivo que encierra a sus protagonistas y juega con ellos.
El cine se retroalimenta, se rinde homenaje a si mismo: un hombre que se sitúa en ambos lugares, como observado y como observador. La dualidad del actor, del cineasta y, en cierta medida, de todo ser viviente.
¿Podemos decir que una película concebida con estos elementos es una obra vacía que no cuenta nada? El espectador es parte activa del cine, no un monigote al que engañar. El público medio esta acostumbrado a que todo le llegue masticado, pero en ocasiones somos nosotros los que debemos rellenar ciertos huecos, se nos debe dar la oportunidad de pensar.
Fantasma es una película muy íntima y personal de Lisandro Alonso, pero también de su protagonista, Argentino Vargas (Los muertos, 2004), y en menor medida de Misael Saavedra (La libertad, 2001).
Distintos personajes andan por un edificio de un lado a otro, recorren distintos lugares hasta que nos damos cuenta que se trata de un cine y van a asistir a la proyección de la película Los muertos, él como una persona normal se visualiza a sí mismo en la pantalla.
Es complicado, porque esa idea del film tarda y mucho en darse (a pesar que el film dura poco más de una hora), como ejercicio fílmico en forma de cortometraje (como era la idea inicial) hubiera funcionado en gran forma, como plus a Los muertos, pero lamentablemente no es así.
Como admirador de Lisandro, este sin duda me parece su trabajo más flojo, más complejo por ese carácter personal que lleva impreso, y donde se deja ver esa la lenta muerte de un tipo de cine, tres personas (incluyendo el protagonista) viendo un film suyo en una enorme sala ¿qué tan alejado de la realidad?
Hay ciertas realidades y mentiras que se han gestado en torno, no tanto al realizar de una película, sino en relación a lo que deviene posterior a las mismas. La ficción de las alfombras rojas, los flashes, los reconocimientos y las mujeres no son más que ello, una ficción que se hace sustentable siempre y cuando haya una industria detrás capaz de tornarla real. La única verdad es que el quehacer cinematográfico puede llegar a tornarse en un ejercicio muy desgastante en ciertas latitudes del globo, en determinadas condiciones, amparándose en narrativas que no son del todo apreciadas como corresponde por la masividad. El realizador no es más que un simple mortal que, tras el estreno de su respectivo trabajo, abandona la sala a la que han concurrido aproximadamente diez o quince personas (amigos, familiares y miembros del equipo), en que todos los felicitan por cortesía, y que al llegar al mismo techo que comparte con sus padres (ya que su elección por el estudio del cine no le ha brindado la oportunidad de independizarse económicamente) se cuestiona, debajo de sus sábanas, si no le dará mayores garantías a futuro el trabajar como cajero en un supermercado que el seguir haciendo películas que no son valoradas por nadie. Ésta es la triste realidad de los cineastas menores (la gran mayoría), que no obtienen mayor remuneración por su trabajo que el simple hecho de hacerlo, desconociendo si el futuro les volverá a brindar la oportunidad de ponerse en el rol de realizador.
Pero sería actuar con complacencia al decir que la triste realidad de estos cineastas menores responde a un público que no los comprende. De antemano sabemos que hay un público lobotomizado que rehúye, o tienen reticencias, a propuestas no comerciales, propuestas que justamente son las más ricas en cuanto a la ruptura de ciertos cánones narrativos y la exploración que ofrecen del medio. Pero el límite es muy fino. Cualquiera puede agarrar una cámara y ponerse el mote de artista, ya que el título de artista (conjuntamente al de escritor y al de crítico cinematográfico) ha de ser el título más generoso del mundo. Hay quienes creen que tirarse un pedo, prenderlo fuego y pintarlo de verde es arte. Considero que no soy quien para juzgar los criterios que manejan los auto llamados artistas, allá ellos con lo abstracto de su proceder, pero son propuestas que terminan encasillándose en lo festivalero que solo llegan a comprender cuatro o cinco personas.
Lo anteriormente dicho viene en colación al mediometraje (ya que llamarlo largometraje, dada su duración, sería una falacia) Fantasma del realizador argentino Lisandro Alonso. No es mi intención defenestrar el trabajo de un director que, con los pocos títulos suyos que me he dado la oportunidad de ver, he encontrado un tratamiento contemplativo y sugerente de la imagen. Pero el resultado obtenido tras el visionado de Fantasma es ambivalente, ya que el juego de meta ficción que Alonso plantea para consigo mismo limita los finos derroteros del cine de expiación. Ésta necesidad de analizarse el ombligo de uno, pese a los méritos cinematográficos que se proponen, puede llegar a algo incluso peor: el cine de masturbación. En este criterio catalogo a las propuestas autorales que solo existen, y llegan a comprenderse, en virtud de los fantasmas personales del propio realizador.
En el año 2004, Alonso estreno su segundo largometraje Los muertos, inspirado en la novela Recuerdo de la casa de los muertos de Dostoievski. En el mismo nos contó la historia de Argentino Vargas, un bracero de Corrientes recién salido de la cárcel, que navega rio abajo en búsqueda de su hija. Las señas autorales del argentino son fácilmente reconocidas, tales como la ausencia del diálogo, la contemplación de la imagen, el registro de acciones cotidianas, en que la acción es casi nula y la libre interpretación que uno como espectador pueda darle a su discurso.
En Fantasma se retoma al personaje de Argentino Vargas. Alejándolo del ambiente natural del cual procede, se le inserta en un ambiente urbano, concretamente el Teatro San Martín de Buenos Aires, sitio en el cual se haya perdido. Concurre allí para verse a sí mismo en Los muertos, trabajo en que fue participe como actor, en una sala completamente vacía. Éste trabajo de metaficción podría haberme ofrecido mejores resultados de no ser por algo que me molesta rotundamente: que el cine se torne una herramienta para la contemplación personal.