Esposas frívolas
Sinopsis de la película
Un vividor se hace pasar en Montecarlo por un respetable conde ruso, e intenta seducir a una distinguida dama norteamericana que pasa sus vacaciones con su marido, un destacado diplomático. Jean Renoir declaró que ver esta película fue determinante en su futura carrera como cineasta.
Detalles de la película
- Titulo Original: Foolish Wives
- Año: 1922
- Duración: 117
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Opinión de la crítica
Película
7
37 valoraciones en total
95/40(22/02/09) Buen film del singular director y actor Erich Von Stroheim, que se reservó el papel protagonista. Es una dura crítica a la alta sociedad, por toda su hipocresía, donde lo que vende es la imagen, las apariencias. La cinta tiene su desarrollo en Mónaco, gira en torno a un mujeriego, timador, que se hace pasar por un militar ruso, que la revolución bolchevique se lo ha quitado todo, que vive en una villa alquilada por sus dos supuestas primas, que pretende enamorar a una estadounidense casada con un millonario aburrido, para sacarle dinero. Stroheim borda su papel de embaucador, con la labia suficiente para para vender hielo a los esquimales, con su pose de caballero, pero que en realidad no es más que un trilero salido. Esta rodada con elegancia, mostrándonos como se movía la sociedad pudiente de la época, una sociedad en decadencia, donde las mujeres se iban con el primero que les contara una gracia. Como defecto decir que para este viaje no hacían falta estas arrobas, es decir que la historia no da para casi dos horas y media, parece ser que en el cine mudo se estilaba la talla XXL de duración. Recomendable a los que gusten de melodramas mudos. Fuerza y honor!!!
Intenso melodrama construido con solidez y consistencia a pesar de las dificultades en su rodaje, montaje y edición, poderoso, contundente y, por encima de todas las circunstancias, película de gran calado cinematográfico.
El mérito de E. von Stroheim como director radiica en su inefable capacidad pata vencer cualquier resistencia por parte del espectador y conducirle con suavidad hasta donde él se propone: ese punto en que se pierde la voluntad propia y no desea perder ni un detalle de la proyección. En el patio de butacas no existe otra realidad que la película.
La virtud de E. von Stroheim como actor la proporciona su absoluto dominio de la cámara. Su imponente presencia braquicéfala, esas miradas que desarbolan, su porte algo canalla y descreído, su apostura y su talento interpretativo se adueñan de la pantalla. Da la impresión de que actúa en exclusiva para cada espectador y de que sus guiños de complicidad son personales y no se dirigen a los demás.
Si alguien lo duda, que se asome a este viejo film cuyo estreno tuvo lugar hace casi cien años.
Esposas Frívolas está muy alejada de la película que en su día concibió ese genio alemán que fue Erich von Stroheim. Tanto que cuando pudo verla después de que los productores manosearan su cinta original, no dudó en definirla como el esqueleto de un hijo muerto . A nosotros siempre nos quedará la duda de como sería la obra original sin los tijeretazos a los que siempre estuvo expuesto von Stroheim, pero no compartimos en absoluto la decepción del bueno de Erich, porque aun después de pasar por el túnel de lavado, la película sigue siendo una obra maestra.
El retrato de un personaje insultantemente cínico, manipulador, cobarde y egoísta, está perfectamente perfilado. Por eso, en el odioso conde ruso, vemos a personas de carne y hueso, que, en mayor o menor medida, siguen el mismo patrón en la vida real. Todos nos hemos encontrado a embaucadores profesionales, seductores de pacotilla que se creen más listos que los demás. A los que quieren vivir por encima de sus posibilidades…¿Cómo te gustaría vivir si te tocara la lotería?. Yo, como ahora, pero pudiendo.
Por eso, porque representa a la perfección, criticando con una fina ironía un arquetipo universal que, en su bajeza, nos ha acompañado y nos acompañará en el mundo real, la obra sigue atrayendo, y perdurará para siempre. Como el marqués de Bradomín de las Sonatas de Valle Inclán. Como la Celestina.
Voy a empezar con lo que menos me ha gustado: la imagen de la mujer en esta película. Estamos hablando de 1922, vale, tiene cierta lógica que haya cierto machismo. Pero aún así no me ha gustado. Aunque el trato a la mujer durante la película no es tanto como el título de la película, sí que se deja ver que la mujer no puede ligotear con nadie, pero el hombre se le permite. No es del todo así, pero algo así se deja entrever.
Lo magnificante de la película, es que fue la más costosa hasta la época, más de 1 millón de dolares. Que ya es dinero incluso hoy casi 100 años después. Impresionado me he quedado al saber que todos los escenarios son montajes, incluido la plaza de Monte Carlo. ¿Pero donde se montó todo aquello? Impresionante. Encima, hubo una tormenta durante el rodaje que tuvo que reconstruirlo parte. Casi 1 año de rodaje. Impresionante. Ya todo eso tiene su mérito, ya que la película sí que se deja ver con cierta calidad, sobre todo los planos en ángulos no tan convencionales en su época.
Y para acabar, otra punto magnífico, fue la duración: más de 8 horas de película que fue recortada varias veces a 5 a 3 y la que se conseva ahora de 2 horas y media. No puedo imaginarme la película de 8 horas. Y es que, viendo la duración de algunas películas de la época, ¿cómo se puede pretender poner en un cine una película tan larga? Entiendo que proyectada en varios días, estilo trilogía de la actualidad pero con semanas entre una y otra, entiendo yo.
Cuando Stroheim salió por patas de la Academia militar austriaca y emigró a los USA, decidió que era para quedarse a costa de lo que fuera. Como hacerse pasar por oficial del ejercito imperial y ser de familia aristocrática. Este hijo de un sombrerero supo buscarse la vida actuando en papeles de malvado militar, que le dieron fama y mote, aprovechando el conflicto de la gran guerra y asesorando sobre aspectos castrenses europeos. Terminado el filón bélico, convenció a Carl Laemmle fundador de la Universal, de filmar un guión suyo, que por supuesto tenía que dirigir él con un presupuesto de cinco mil dólares. Y a partir de aquí surgió la leyenda.
La cosa se llamaba Maridos ciegos (1919), iba sobre deslices de mujeres casadas, que estaban de moda con las películas de De Mille, con exteriores en paisajes de montaña y no lo debió hacer mal porque fue el mayor éxito de la Universal, aunque acabará costando no cinco sino cien mil dólares.
La crítica lo encumbró, él se auto confirmó como un genio y tras La ganzua del diablo (1920), hoy perdida, se planteó darle otra vuelta de tuerca al tema de las casadas seducidas, ahora en Montecarlo, con Mujeres frívolas , título que hace alusión a la novela que está leyendo la protagonista.
El divismo de Stroheim estaba en su cima y decidió rodar una cinta de 8 horas. Sus extravagantes exigencias de rodaje, su perfeccionismo patológico, los fastuosos decorados (la plaza del Casino de Montecarlo enterita), que en parte se destruyeron y hubo que volver a construirlos, partitura especial para el estreno por Sigmund Romberg, etc, etc elevó la factura a más de un millón de dólares de la época.
Tuvo que venir el nuevo ayudante de Laemmle, un tal Irving Thalberg, que también comenzaba aquí su leyenda, a leerle la cartilla y como no pudo despedirle, utilizó el elevado presupuesto para promocionar la película y se la recortó dejándosela en solo cinco horas. Por varios problemas como la muerte del actor que encarnaba al marido a mitad de película y tijeretazos en la sala de montaje la cosa se quedó en tres horas y media para el estreno y una vez vista la reacción del público acabó en torno a las dos horas.
Con tantas mutilaciones, apenas nos podemos hacer una idea de si el genio de Stroheim podía ser mayor de lo que nos ha llegado hoy día una vez recuperado parte de lo censurado con dos horas y veintitrés minutos. Aún así la cinta es mas visible y coherente que la posterior La Reina Kelly (1929) cuyo destrozo la dejó convertida en apenas unas piezas de un puzzle.
La cosa va de unos estafadores que se hacen pasar por un conde militar y unas princesas rusas, dedicándose ellas a pasar dinero falso en el casino y él a seducir a la mujer del embajador americano, entre otras (en versión posterior se cambió lo de embajador por empresario), resaltando el cinismo y la maldad del falso conde interpretado por el mismo Stroheim, en un personaje con algo de opereta inspirado probablemente en las obras del autor teatral Schnitzler.
Aparte del folletín se puede intuir la diferencia entre el mundo moribundo europeo de apariencias después de la primera guerra mundial y el nuevo mundo inocente y prometedor personificado en el matrimonio norteamericano, ideas de contrastes que huelen a Henry James.
Stroheim acabó renegando del resultado final lógicamente y que en la versión actual termina precipitadamente debido a los recortes. Aún le quedaba fuelle a este singular director para seguir creando trabajos tan memorables, en otras compañías como Avaricia (1924) a pesar de que la tijera siguiera devorándole el celuloide.