Espacio interior
Sinopsis de la película
Lázaro permanece secuestrado en un cuarto de tres metros cuadrados completamente aislado del mundo exterior. Obligado a revelar información íntima sobre sus familiares, cae en una desidia total. Al borde de la muerte, se da cuenta, esperanzado, de que su voluntad y su mente nunca podrán ser secuestrados. Es posible que jamás lo liberen, pero su gran fe y dignidad le muestran la inquebrantable naturaleza del espíritu humano.
Detalles de la película
- Titulo Original: Espacio interior
- Año: 2012
- Duración: 89
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Opinión de la crítica
Película
5.9
80 valoraciones en total
Ahora mismo, toparse con cualquier noticia proveniente de México es una invitación a hundirse en una depresión absoluta… con riesgo de suicidio, también prácticamente garantizado, incluido en el pack. Alumnos desaparecidos, fosas comunes, cargos políticos que llevan la corrupción hasta las cotas más sangrientas, narcotraficantes que han hecho que su ley sea la única válida… la tragedia humana es total, y es el reflejo de la fallida total de un Estado que hace tiempo que dejó de ejercer las funciones básicas de protección de sus ciudadanos, dejándolos así a merced de unas fuerzas terribles, cuya comprensión (si es que esto es posible) parece estar alejadísima de cualquier mecanismo lógico con el que estemos familiarizados. Cosas de moverse en un territorio delimitado por una ética que, claramente, está enterrada en uno de los muchos agujeros que todavía tiene que ser descubierto.
Espacio interior es una película que trata frontalmente, pero desde una perspectiva deliberadamente limitada, uno de los muchos temas con los que, día a día, se escribe la crónica negra mexicana. Hablar de la inseguridad ciudadana es hacerlo, desgraciadamente, de una de las lacras con las que peor fama se ha labrado la nación azteca. Hablar, más en concreto, de secuestros, es ahondar más en una herida que, efectivamente, existe, y a buen seguro debe doler sobremanera. El caso del que nos habla Kai Parlange es tan real como todo lo que viene comentándose en estas mismas líneas. Como manda la tradición fílmica dentro del subgénero, la aclaración, explícita a más no poder, de Basada en hechos reales, estará tanto al principio como al final de la narración, en lo que sin duda es una reiteración que podía haber sido ahorrado. No porque el filme se resienta por ello, sino porque, a poco que se tenga una mínima noción del horror que se está viviendo ahí, a pocos juramentos de veracidad se tendrá que someter el narrador para que le creamos.
El drama está tan implantado en dicha sociedad que, por una vez, el retraso con el que llega el filme a nuestras salas de cine (un décalage de dos años) es lo de menos. De hecho, se erige en involuntario, pero muy contundente (por monstruoso) monumento a la espantosa inoperancia de unas fuerzas gubernamentales que, a estas alturas, ni están ni se las espera. El caso realísimo del que se nos habla es, para más inri, del año 1990 (hace más de dos décadas, sí)… pero como si hubiera sido ayer mismo. Lázaro, un joven y afamado arquitecto, es atacado por unos desconocidos en un parking (en la que prácticamente es la primera escena de la película) y arrastrado hasta un zulo de 3 x 1.50 metros en el que va a pasar, totalmente incomunicado, una larguísima temporada. Con casi todas las cartas puestas sobre la mesa a las primeras de cambio, parece que el director y co-guionista tenga la totalidad de elementos para empezar a construir el clásico discurso de denuncia…
Pero no. La voluntad de Parlange va por derroteros mucho más artísticos. La duda que surge entonces es más que peliaguda. Con un material tan sensible (y repetimos, tan real) entre manos, ¿es correcto (menuda palabrota) reivindicarse como autor? Lo cierto es que, en la mayoría de casos, y entrando en los peligrosos terrenos de la subjetividad, la respuesta se quedaría en un rotundo no. La razón, tan obvia como irrefutable, nos dibuja el incómodo escenario de ignorar el sufrimiento ajeno (hasta acallarlo) para servirse de él de la manera más impúdica y, por supuesto, reprochable. Afortunadamente, el cineasta nacido en DF sabe situarse, con mucho acierto, en la línea divisoria que separa un panorama (el ahora comentado) del otro (el de la devoción absoluta al suceso… hasta quizás llegar a una situación de semi-esclavitud con respecto a él).
En otras palabras, Espacio interior se las ingenia para transformar la más que tentadora condena en un ejercicio cinematográfico mucho más apetecible. Con unas artes no demasiado distintas a las empleadas por Rodrigo Cortés en la aclamada Buried, Kai Parlange se convierte en un notable gestor de las distancias cortísimas. Mientras, el viacrucis salta literalmente entre pantallas, hasta que el entierro de Lázaro sepulta también el patio de butacas. El visionado se convierte en algo ciertamente agobiante (y angustiante, y desquiciante), pero sin saña perceptible de parte del autor, sino la firme voluntad de lograr la inmersión en una experiencia límite a través de la técnica fílmica, apoyada en este caso en una serie de recursos algo trillados pero igualmente atractivos y, sobre todo, efectivos, configurándose así un asfixiante estudio sobre el (o la falta de-) espacio, que a la postre se convierte en la mejor metáfora de la asfixia y desamparo al que el don nadie medio (es decir, cualquiera de nosotros, ya seamos ángeles, demonios, o ambos) se ha visto expuesto.
(…)
Espacio interior es una película de género, sin grandes ambiciones, que aspira a ofrecer una lección de superación de una situación extrema. Se trata, por tanto, de una película moral. Ese aspecto es un arma de doble filo. No me gustan las películas que buscan aleccionar, sobre cualquier vertiente de la vida. En la cinta de Parlange Tessman hay un poco de curso acelerado de autoayuda, adobado con fe religiosa.
Aquí, debemos detenernos. El espectador español es diferente al espectador latinoamericano. Igual nos vamos a meter en problemas… La ascendencia del Cristianismo, más concretamente del Catolicismo, en los países latinoamericanos es mucho mayor que en España, generalizando, claro, y refiriéndome a la actualidad. Escuchar a un personaje rezar un Padre Nuestro dispara diferentes reacciones. En España está pasado de moda, el español medio es relativista y poco religioso. El Padre Nuestro es de otro tiempo, El Ave María huele a cura pederasta y convento de muros gruesos. En México, es otra historia.
Por eso, la motivación, la fuerza interior que saca Lázaro para no derrumbarse, esencialmente apoyada en su familia, en su trabajo y en la fe, puede extrañar a muchos espectadores. Otra cosa es que Lázaro se apoyase en el hinduismo, el budismo o Mahoma. En ese caso, resultaría más exótico y respetable. Pero la religión católica pasa por su peor momento en países como España. La religión católica es la que menos mola… Y todo ello puede perjudicar a la hora de empatizar con el personaje.
En mi caso, me parece una caracterización verosímil. Lázaro es un personaje creíble, tal vez idealizado, pero un personaje posible, que de eso se trata, al fin y al cabo, en el mundo de la ficción realista. Menos me gusta la fase de la película en la que se intercalan los sueños del protagonista. Rodados con dudoso gusto, restan potencia a la película, rebajan la angustia, y edulcoran la evolución de la trama.
Es decir, entiendo que el personaje sea religioso, pero no me alecciones. Gracias. O si quieres mostrarnos los sueños del personaje, las vías de escape del secuestrado en un zulo de 3×2, hazlo con un poco más de originalidad. Los sueños no son así, ni siquiera cuando se sueña despierto…
Cuando llegamos a la fase final de la película, estamos al borde del rechazo. El personaje nos empieza a cansar y deseamos que la cosa se resuelva. Y lo hace. Espacio interior se resuelve con acierto y eficacia y ahora, sí, con oficio por parte del director. Una última secuencia de gran tensión, nos recupera para la causa y nos hace salir de la película con buenas sensaciones. Y no, no hay final de abrazos y lágrimas. Gracias.
Lo Mejor: la secuencia final. El esfuerzo por ofrecer un producto eficaz con poco presupuesto.
Lo Peor: tendencia a la lección de autoayuda. Las escenas de exteriores son pobres, tanto estética como significativamente.
[crítica de david rubio para alucine.es]
Es raro ver películas que en lugar de desinflarse van ganando con el trascurso de los actos. Ésta es una de ellas. Tras un arranque flojo, el segundo acto es correcto y el tercero muy bueno, culminando en una grandiosa secuencia en el clímax del mismo.
Como curiosidad, comentar que se trata de una historia que cuenta el protagonista de la misma en conferencias de todo el mundo, y que se puede encontrar en YouTube.
Estupendo el actor protagonista.
Narrativa de un secuestro desde el punto de vista de la víctima, con la nula información que le ofrecen, con la desconcertante violencia inicial que le practican, con la agonía del espacio diminuto donde habita durante nueve meses, con las distintas fases emocionales que vive según su estado de ánimo y con una escapada repentina, sorprendente y torpe pero veraz portada de los telediarios y periódicos.
Porque eso es lo que más impresiona, la validez de una narración que recae en la lectura y supervivencia tanto física como psíquica de un arquitecto que pudo con sus captores, que a pesar de las condiciones duras y extremas que vivió confeccionó un calendario propio de actividades para mantener la cordura y la agilidad corporal, que nunca se dejó vencer ni derrotar emocionalmente, que no dejó desfallecer a su ser gracias a su aguante y fuerza de voluntad y que logró una huida factible volviendo a su vida y venciendo a sus vigilantes.
Todo ello contado desde la serenidad, estoicismo y coherencia de los hechos, una lógica lineal y estructurada según la propia experiencia del implicado, dejando de lado los dramatismos teatrales o una aflicción escandalosa que llame al público pero que se aleja del suceso real ocurrido porque es lo que intenta ser, crónica informativa de los 270 y pico días que este padre devoto-marido querido vivió encerrado entre cuatro paredes estériles, con un rotulador que le sirvió de alivio mental y como organizador de un tiempo desconocido, la música de un cassette que le marcaba las pausas, una bombilla cuyo encendido y apagado le servía de referencia diaria y unos pensamientos que intentaba controlar para que no divagaran hacia la locura y el abandono definitivo a través de recuerdos y conversaciones ficticias con sus seres queridos.
Él, su historia y experiencia, esa resignación, poder y estabilidad que le mantuvo cuerdo y sano sin florituras ni adornos que muevan o decoren el relato, firmeza combinada con debilidad, desesperación anulada por su propia esperanza, coraje de sobrevivir con dignidad y no permitir las humillaciones propias de ser maltratado, control y refuerzo de lo único que nadie podía quitarle, su espacio interior.
Si buscas acción, adrenalina, ruido de artificio y recreación vigorosa de un secuestro imaginario busca por otro lado, aquí hallarás el corazón de un hombre que salió indemne de la prueba más dura de su vida, fuerza-valor-honor de salir tan entero como entró, lealtad a si mismo, a su familia y a las creencias religiosas que lo mantuvieron en pie, todo un Cid Campeador que aprovechó la ocasión, reconquistó su vida y venció a sus mercenarios, una angustia y miedo que convive con la aceptación y valentía y una victoria emocional y entereza espiritual como antesala del resultado final acaecido.
Sencillez dentro de su tragedia, incertidumbre y desconocimiento envolvente, carisma de resistencia donde no explota ni abusa del espectáculo, no cae en la línea cómoda y fácil del entretenimiento ligero, seguro y superficial sino que opta por la honradez y sequedad en su formato, la integridad de los hechos, la verídica interpretación de Kuno Becker, la sobriedad de lo narrado y el vacío angustioso de un ataúd donde ser enterrado vivo sin conocer cuál será su destino.
Visión sufridora que no hace alegoría del padecer extremo de observación espeluznante, se mantiene en un tono medio, tenue y aceptable, fiel a lo importante, la historia, donde el director-guionista controla su imaginaria invención y opta por la austeridad y simpleza de las formas, por la franqueza del encuadre, por el equilibrio ecuánime del resultado, una película modesta de aprobado superior con grandes logros en su espacio interior dentro de la producción cinematográfica mexicana.
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