Esas damas que marchan lejos
Sinopsis de la película
Shôhei Imamura entrevista en persona a Kikuyo Zendo, una japonesa de 73 años, prostituta (karayuki-san [mujeres forzadas a prostituirse en los territorios ocupados por Japón durante la Segunda Guerra Mundial]), que pasó la mayor parte de su vida en Malasia, fuera del Japón. Comenta su carrera ‘profesional’ en el campo del sexo y los matrimonios que contrajo. En los años 70 vivía pobremente con su familia. La Buraku Liberation League la llevó de vuelta a Japón.
Detalles de la película
- Titulo Original: Karayuki-san
- Año: 1975
- Duración: 75
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Una mujer sentada tranquilamente en la puerta de un antiguo prostíbulo de Malasia habla con una naturalidad, honestidad y humildad tremendamente admirable sobre su pasado, funesto y doloroso.
Frente a ella Shohei Imamura escucha, paciente, aunque conmovido por su historia…
Poca gente discute que El Profundo Deseo de los Dioses es o no una obra maestra, sin embargo, pese a los elogios y el reconocimiento internacional, fracasó estrepitosamente en taquilla dejando al nativo de Tokyo cargado de deudas, esto sucede a finales de los años 60 y la vía de escape que elige es el documental (la misma que la de algunos coetáneos por razones personales o por la incipiente crisis en la industria del cine), aunque ya se dedicase a ello anteriormente. Quizás su mayor logro en este medio aparece con Karayuki-san a mitad de los 70.
Se trata de un proyecto deseado. El director va a hacer un conciso pero exhaustivo documento sobre las mujeres niponas que dan nombre a su trabajo, aquellas que a finales de la era Meiji y principios de la era Taisho se introdujeron en el terrible tráfico humano tan lucrativo en las tierras de Asia, su posterior Zegen plasmará esta situación de forma grotesca e insoportable, pero aquí desea conocer el testimonio real de una de aquellas mujeres. Aparece entonces Kikuyo, de unos 70 años, marcada por una vida que transcurrió en la pobreza y el sufrimiento desde que naciera en un pequeño pueblo de Hiroshima en 1.898.
Sin embargo habla a la cámara con total lucidez, y su memoria se encuentra en perfecto estado. Éste viene a demostrarnos que a veces una imagen no vale más que mil palabras, pues las de esta amable anciana son capaces de trasladarnos por sí solas a la época que con sumo cuidado describe, si bien, durante todo el documental, Imamura recorre los lugares por los que pasó Kikuyo, desde su aldea natal hasta las calles de Malasia. Su historia es como la de muchas otras: una chica de clase baja (los maltratados y despreciados burakumin ) que a sus 19 años fue engañada por una amiga y partió a Malasia para ganar dinero, sin saber en qué horripilante mundo se iba a sumergir.
El de la depravación, el vicio y la esclavitud. Las anécdotas de la protagonista sobre su día a día, sus horarios de trabajo, sus clientes, sus aventuras amorosas, sus amigas, sus sentimientos una vez atrapada en ese oscuro negocio y su odio hacia los hombres taladran los oídos y bajan hasta arañarle a uno las tripas. Pero en realidad Imamura, muy concienciado con este tema durante toda su carrera, no sólo nos presenta la historia de una mujer que fue prostituta, sino la de un país, Japón, que hundido en la pobreza, enfrentado a China en la guerra y regido por unas tradiciones más que reprochables, vendía a sus mujeres a los aliados como tesoros nacionales para preservar la unión y la paz.
Un país que, cegado por las ansias de expansión y territorialidad y con una fe ciega en su emperador y sus códigos feudales, entregaba a sus hijas cual dueño de granja que vende carne al matadero. Para afrontar este pasado histórico repugnante Imamura también contará con el testimonio de otras mujeres que conocieron el mismo infierno que su protagonista, viejas conocidas, habitantes de su aldea y hombres que vivieron esa situación en aquel momento determinado, todos y cada uno con su punto de vista sobre el imperio japonés, la guerra, los vencedores y los perdedores y la miseria de los que sólo obedecían órdenes.
Kikuyo menciona que no quiere volver a su país, porque nada bueno le proporcionó (nótese que Japón comenzó a prohibir la prostitución durante la era Taisho, sin ningún éxito). Esconde la vergüenza terrible que la aflige por pertenecer a un pueblo burakumin desde siempre discriminado. No obstante sería inopinadamente convencida por algunos miembros de la Asociación de Derechos Burakumin para regresar, sí, un retorno triunfante tras más de 54 años fuera y un caluroso recibimiento de los compatriotas que le hace a uno preguntarse si eso sirve de algo para realmente honrar la memoria de todas las inocentes que entregaron sus vidas por el país.
Antes, en un gesto maravilloso, Kikuyo visita sus tumbas (quizás en el conocido cementerio Sandakan de Malasia), allí yacen enterrados los cadáveres de mujeres que murieron muy jóvenes, enfermaron, se suicidaron o fueron asesinadas. No tienen a nadie más salvo a ellas mismas, terrible sin duda nacer mujer bajo el auspicio de la bandera japonesa, para ser vendida de niña como esclava y acabar bajo una fría piedra sin nombre en un cementerio a miles de kilómetros de tu hogar.
La anciana reflexiona sobre su desafortunada existencia y las malas decisiones que la llevaron a vivirla mientras deja algunas flores sobre un mausoleo y reza por esas almas perdidas…y el estómago se arruga ante este desgarrador instante. El cineasta disimula muy bien pero está conmovido hasta en lo más profundo, y puede terminar orgulloso su documental sabiendo que las muchachas que allí perecieron, y en su momento olvidadas, serán por fin recordadas, aunque en las lápidas de muchas de ellas no figuren nombres, ni fechas, ni lugares…