Entonces los condené a todos a muerte
Sinopsis de la película
Ipu, el tonto de la aldea, vive los últimos días de la ocupación alemana con suma simpleza. Luego del asesinato de un soldado alemán, los habitantes de la aldea se enfrentan a la amenaza de una represalia masiva si no entregan el asesino a las autoridades alemanas. Ipu se ofrece a ser el culpable , a cambio de tierras para su familia y un funeral lujoso.
Detalles de la película
- Titulo Original: Atunci i-am condamnat pe toti la moarte
- Año: 1972
- Duración: 103
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Opinión de la crítica
Película
6.7
36 valoraciones en total
Notable película de Sergiu Nicolaescu, uno de los directores más afamados de los años del régimen de Ceaucescu, adaptada de una novela de Titus Popovici, un destacado intelectual rumano de los años 60-70 perteneciente al Partido Comunista. Cuando uno se pone ante la pantalla las reminiscencias de grandes clásicos literarios saltan a la vista de forma casi inmediata, así cuando vemos la figura del huérfano adoptado por el sacerdote y su esposa pensamos en el Pin de Italo Calvino en El camino del nido de las arañas, de igual forma, al ver la figura de Ipu, magistralmente interpretada por Amza Pellea – un actor que cada día me sorprende más -, podemos pensar en cualquiera de los antihéroes borgianos. No es extraño encontrarnos con paralelismos como estos, al fin y al cabo son temas recurrentes en las culturas latinas y la literatura de Borges tuvo un amplio alcance mundial, muy presente en países del bloque soviético. Las bellas escenas costumbristas nos transportan a una realidad ajena a la mayoría de los espectadores que, no obstante, no deja de ser la de buena parte de Rumanía aún por aquel entonces: un país eminentemente agrario. Al año siguiente se estrenaría en Italia una película que por estilo (en lo que a filtros, planos, enfoques, etc.) y temática – salvando las distancias – tendría notables paralelismos con la de Sergiu Nicolaescu: Film de amor y de anarquía de Lina Wertmüller, donde el protagonista, un pobre desgraciado al igual que Ipu, se ve forzado por las circunstancias a convertirse en héroe.
Más allá de los tópicos se deja notar la influencia del realismo socialista – si bien no en su vertiente más dogmática –, estilo que marcaría buena parte de la obra cultural y artística de los años del socialismo real en Europa del este. El objetivo es describir la vida del pueblo tal y como es y su objetivo no es otro que el de educar al pueblo, buscar su toma de conciencia ante los problemas que le afectan y las posibles soluciones. Todo esto encuentra su reflejo plástico en el tratamiento de las figuras de la intelectualidad del pueblo donde Ipu y el muchacho protagonista viven: el notario, el médico, el pope de la Iglesia Ortodoxa y su esposa, la maestra, todos ellos representantes clásicos de las fuerzas opresoras que imponen el pesado yugo de sus privilegios a los más desfavorecidos.
Fábula moral que se mueve entre el cripticismo alegórico típico de cierta tradición de la narrativa del este de Europa y el tamiz que proporciona la mirada infantil sobre el universo adulto, con unos personajes reducidos a sus arquetipos, las fuerzas vivas contra el tonto del pueblo. Lastrada por la presencia de muchos de los más feos recursos técnicos y visuales del cine de los setenta (es decir, reencuadres, zooms, desenfocados…) y por unos flashbacks horripilantes, aunque justificados desde el punto de vista del narrador, atesora, aun así, no pocos momentos de gran fuerza, siempre rozando lo fantastique, como ese misterioso inicio en el maizal con el niño disparando imaginariamente al jinete alemán que pronto aparecerá muerto, el oscuramente cómico funeral fingido que el protagonista exige para cumplir su parte del siniestro acuerdo que tendrá que suscribir para salvar el pueblo y especialmente la estremecedoramente bella escena en la que el crío contempla el desconsolado rezo de un Ipu transido. Momentos metafóricos a mansalva (la guerra como un juego para locos y niños, el descolocante final) y una banda sonora poderosísima con reminiscencias de los nacionalistas rusos, apuntalado por una interpretación de Amza Pellea asombrosa. Nicolaescu (entrevisto como el comandante de los soldados alemanes, por cierto) sabe mantener la nada fácil mixtura de onirismo y naturalismo, tanto estético como conceptual, que presenta la historia. A veces excesivamente ingenua, otras inescrutable, en todo caso un film digno de verse, sugerente y extraño.