Encuentros en Nueva York
Sinopsis de la película
Una pareja de anticuarios, Kale y Alex, tienen pensado ampliar su apartamento, para ello quieren demoler el apartamento vecino del que son dueños, una vez que se muera Andra, la viuda anciana y cascarrabias que vive en él. Cuando Kate, atormentada por la culpa, se hace amiga de las nietas de Andra, los resultados son totalmente imprevisibles…
Detalles de la película
- Titulo Original: Please Give
- Año: 2010
- Duración: 90
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Opinión de la crítica
Película
5.6
72 valoraciones en total
Comedia simple pero inteligente, de personajes simpáticos aunque algo complejos, es imposible no sentir algún tipo de empatía por alguno de ellos, más por la mamógrafa y la Keener, algo menos por Platt y su hija rebelde, las dos ancianas son un encanto (y haga lo que haga, Amanda Peet también). Película que trata sobre los deseos y las culpas, y la satisfacción y/o expiación de estos, y a pesar de que los personajes están muy bien desarrollados se echa en falta un poco más de motivaciones. El metraje transcurre solvente, mantiene el ritmo, el interés y la coherencia, el argumento no es ningún prodigio pero el guión está muy bien elaborado, con diálogos pertinentes y toques de muy buen humor (incluso humor negro). Es una película independiente muy recomendable, muy por encima del promedio, hablar más de ella sería entrar a contar la trama, así que para terminar sólo diré que fue realmente un placer verla. Un 7.
Nicole Holofcener ha escrito y dirigido este film fresco, entretenido, interesante y con olor a cine independiente norteamericano. Una historia entre mujeres que sin agobiarnos con sus percepciones de la vida (culpabilidades, deseos, etc.), tratan de vivir alrededor de una anciana llamada Andra (Ann Gilbert) y con la premisa sin claves en metáfora de que todos podemos saber dar el regalo del perdón.
Y es que en la historia entre la abuela y sus dos nietas, diseña un discurso favorable de encuentros (y a veces desencuentros) sobre la vida y sus condiciones afectivas hacia quienes queremos. En este sentido, los diálogos suman la frescura de unos personajes como Mary (Amanda Peet), Kate (Catherine Keener), Rebecca (Hall), etc., que intentan no dejarse abordar por los agobios diarios.
Una lección para las familias cuando de compartir con mayores adultos se trata: Cada quien es capaz de acondicionar su espacio al ser querido, mientras el tiempo parece transcurrir con agrado para vivirlo en familia.
Gonzalo Restrepo Sánchez (Film critic. Barranquilla, Colombia)
Antes de nada conviene aclarar un aspecto primordial de esta cinta: Catherine Keener, Rebecca Hall y, en menor medida, Amanda Peet y un siempre acertado Oliver Platt, reunidos todos en el mismo cartel, son la excusa ideal para que pagues una entrada de cine (por desorbitadas que estén) o, al menos, le dediques un mínima parte del interés de tu vida (creo que son 94 minutos) a su visionado.
Ése es el anzuelo. Defraudar, no defraudan. Es una película de actrices, rallando lo excelso, como casi siempre, Keener y destacando por encima del resto una pujante Rebecca Hall, quien ya ha roto las salas de cine esta temporada con la magnífica ‘The town’ (2010). El derroche artístico del reparto acaba siendo, para su desgracia, eso, un derroche. Todo está puesto al servicio de una historia, entrelazada por Nicole Holofcener (también directora), demasiado sencilla. Aspectos tan mundanos como la soledad, la hipocresía, la solidaridad, el resentimiento, el desasosiego, la infidelidad y demás cosas son retratadas a través de la variedad de personajes. Es un fresco en el que se interconectan una parte de las múltiples y complejas variantes a las que da lugar la vida humana, teniendo como eje rotor de todo ello el simple corazón, con sus latidos, con sus impulsos y con los movimientos en los que, al fin y al cabo, desemboca.
Pretende ser intimista, y se desarrolla en esa línea ciertamente, historia que narra los acontecimientos de la comunidad de un barrio de Nueva York. Personas diferentes con un nexo de unión, un punto en que se encuentran y, que da pie a diversas relaciones. En este caso hay, buitreo pues se aprovechan algunos de los fallecidos cual cuervos acuden con otras alimañas al cadaver reciente, soledad, resquemor a la hora de afrontar la cuesta abajo de la vida, también resignación (por parte de la otra abuela), amor que no surge, citas por internet, pasión amorosa con engaño incluido, y especie de arrepentimiento. Pero todo ello no está mostrado de manera adecuada, por lo que no llega a funcionar plenamente a pesar de tener los elementos convenientes para ello, no se tal vez por estar contada en clave pesimista.
Bueno, esta es la típica comedia neoyorquina vestida con algunos ropajes propios del cine indie. Qué quiere decir esto: aparición de toda clase de personajes, cada uno de su padre y de su madre, y que conviven en una extraña armonía mientras se desmarcan con comportamientos neuróticos y en muchos casos inexplicables, la sombra de Allen es alargada. Así que ya sabes, si eres alguien que habla rápido, que no entiendes a las mujeres aunque no tengas problemas para acostarte con quien elijas de ellas y tus problemas cotidianos van desde no saber que sofá/ tres mil dólares la unidad comprar a la pobreza en el mundo subdesarrollado urbano, entonces puedes ser un perfecto neoyorquino.
Rebecca y Mary son dos hermanas: la primera es buena, alta, que trabaja con los pechos (lástima…no los suyos, hace mamografías), tiene un perro y una abuela a los que cuida por igual, que no se diga, y suele pillar poco. La segunda es atractiva, folladora fracasada (los novios la dejan por otras más macizas), que odia a la susodicha abuela, que hace limpiezas faciales y que se pega unas sesiones de rayos uva que ya querría Pepe Domingo Castaño.
La abuela de ambas, la susodicha y a la que le quedan dos telediarios, está como una regadera y se suele reír de todo y de ellas. Normal, con unas nietas así quien se sentiría orgulloso ¿verdad? Otra cosa son sus vecinos, un matrimonio pintoresco formado por un regordete que se tira a unos pibones de aúpa y una esposa que suelta veinte pavos cada vez que se encuentra a un indigente. El colmo es que tienen una hija que sí, que es inteligente, pero que tiene la pobre la cara como un Cristo. Encima se dedican a la venta de muebles de diseño conseguidos con los cadáveres de los ancianitos aún encima de la mesa. Osea, un completo.
Pues este es el cuadro al que hay que poner una música tranquilita y un par de situaciones trágico-cómicas para tener el resultado deseado. La verdad es que la película es entretenida, bien hecha y viene a confirmar lo que uno sabe desde hace tiempo: la sonrisa de América no es la de Julia Roberts, es la de Amanda Peet.
PD – Te quiero Amanda aunque tengas un hijo que no sea mío.