Eleven Samurai
Sinopsis de la película
La historia de ‘Eleven Samurai’ se desarrolla en primer tercio del siglo XIX, durante la era Tempo. El señor feudal de Oshi es asesinado por su vecino Nariatsu, hijo del antiguo Shogun, que traspasa sus fronteras sin ningún reparo para cazar un ciervo. Tras una dudosa investigación, el clan Oshi es injustamente condenado a desaparecer, para tapar la verdad y no manchar el nombre de Nariatsu. Once de los mejores samurais del clan rechazan la sentencia y deciden tomarse la justicia por su mano, preparando el asesinato de Nariatsu.
Detalles de la película
- Titulo Original: Ju-ichinin no samurai (Eleven Samurai)
- Año: 1966
- Duración: 101
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Opinión de la crítica
6.7
33 valoraciones en total
Un caprichoso y despreciable daimyo comete dos asesinatos en tierras que no pertenecen a su dominio.
Este terrible incidente tiene lugar en una convulsa era Tenpo que da sus últimos suspiros, un incidente que once valientes hombres decidieron no dejar sin castigo.
El modelo de samurái contra el poder ejercido por el gobierno y la nobleza, siempre injusto, nació seguramente con Los Siete Samuráis , pero de la costilla de este memorable grupo surgieron otros rebeldes combatientes, y más aún desde la llegada del ronin Sanjuro, quien dio lugar a una importante renovación y desmitificación del chambara a partir de la década de los 60. El maestro Kurosawa o Hiroshi Inagaki siempre serán los más recordados, pero tras ellos se alzó también una nueva ola de cineastas con talento para el género: desde Kihachi Okamoto, Hideo Gosha o Kenji Misumi a Tokuzo Tanaka o el mismo Eiichi Kudo.
Éste último era, de hecho, descendiente de familia samurái, pero nunca llegó a ver nada favorable en ello, incluso detestaba esos films donde se ensalzaban el honor y la solemnidad del bushido, su concepto sobre esa moral corrupta dentro la nobleza samurái le insufló el valor para realizar una notable trilogía con la que empezó a ganar popularidad (siempre se consideró un director de tercera categoría a la sombra de los más grandes). Ésta se inició con el clásico Los Trece Asesinos (revisado por Miike en 2.010 con mucho éxito), seguido de la que es quizás su obra cumbre, La Gran Masacre , donde deja ver más que nunca sus ideales contestatarios.
Su Trilogía de la Revolución da carpetazo con un libreto escrito por seis guionistas con base supuestamente real, aunque los hechos y la identidad de los implicados poco tiene que ver con la veracidad histórica. La película comienza de forma feroz: el joven Nariatsu y sus secuaces están cazando en sus tierras de Tatebayashi y cruzan a las de Oshi, propiedad de Abe, un señor enemigo, ese joven en cuestión, hijo del anterior shogun y que podría ser una representación caricaturesca del auténtico Matsudaira Yoshinaga, mata primero a un campesino y luego al propio Abe por reprender su repugnante acción.
Kudo condena desde el mismísimo inicio la actitud cruel, sádica y cobarde de la nobleza y la gran injusticia por parte de aquellos con voz en el Gobierno, incapaces de reprochar nada a los poderosos integrantes del shogunato, el ministro se pone de parte del maníaco asesino y amenaza al oficial Tatewaki a quitarles sus dominios y dárselos a él. Este absurdo veredicto deriva en una venganza por parte de los vasallos del clan, que el director describe con paciencia, y que no es sino una versión de su anterior Los Trece Asesinos adornada con los trazos del Samurai de Okamoto y la mítica gesta de los cuarenta y siete guerreros de Asano Naganori.
Los Once Samuráis hereda su estructura y esencia, pero es su reflejo torcido, y es que los nueve soldados convertidos en ronin y liderados por Hayato Sengoku no se asemejan a aquellos cuarenta y siete que defendían la ofensa de su descerebrado señor, ellos pretenden ser la voz que se alza contra la injusticia de los poderosos, y cortarla de raíz con sus katanas. Para Kudo no hay héroes, no hay honor en exiliarse del clan y preparar la venganza, lo cual tampoco es algo admirable, y así lo demuestran los protagonistas, hombres melancólicos que lloran por su señor y cuyo sendero hacia la muerte ya han contemplado con claridad.
El honor reside en el corazón de estos ronin, que encuentran en el clan lo más parecido a una familia aunque no les unan lazos de sangre, para completar el marco de la furiosa troupe se entromete un verdadero samurái vagabundo, Daijuro, trasunto de Sanjuro y cuya peyorativa ( ¡Un daimyo violó a mi hermana y mi padre y mi hermano tuvieron que suicidarse! ) sirve al cineasta para expresar sus profundos sentimientos, éste no permitirá, sin embargo, la participación de la hermana de uno de los samuráis que iban a unirse al grupo, algo que sin duda habría resultado original…pero Kudo tampoco pretende ser original.
Lo que desea es atrapar al espectador entre las intrigas, traiciones, mentiras y artimañas que se desarrollan con detalle en el guión, añadiéndose al conjunto un marcado dramatismo al incluir la trágica relación entre Hayato y su esposa Orie, toda esa violencia contenida, que va brotando de cuando en cuando en pequeñas dosis a lo largo del metraje, ha de estallar en el último tramo, como mandan los cánones (y es lo que se desea ver tras tanto intento fracasado). En efecto así será, revelando Kudo una vez más su talento innato para filmar grandes y ásperas secuencias de acción.
Pues el tono que desea imprimir a tan trepidante espectáculo (igual al de Los Trece Asesinos ) no es emocionante, sino más bien repulsivo, aprovechando todos los elementos que le brinda el entorno natural para crear una indigesta sinfonía de la muerte y la derrota, compuesta de barro, fuego, carne despedazada y sangre, el blanco y negro de la fotografía de Sadaji Yoshida y la partitura de Akira Ifukube rematan la función. Al otro lado unos actores competentes y carismáticos como Koji Nanbara, Ryutaro Otomo, Junko Miyazono, un detestable (se lo gana a pulso además) Kantaro Suga y el más interesante Ko Nishimura, encabezados por un Isao Natsuyagi en estado de gracia, quienes vuelven a ponerse a las órdenes de Kudo.
No es una gran obra (hay evidentes similitudes con anteriores títulos), pero cuenta la intención del nipón, como la de muchos colegas de profesión: brindar un jidai-geki atroz, intenso y muy entretenido. Y lleno de oscuridad.
Sus ideales quedan patentes: el shogunato es corrupto, la nobleza ha de ser condenada y sólo los ronin poseen el suficiente coraje para hacerlo. Los siguientes trabajos del director, que pronto se muda a la televisión, quedan lejos de su genial Trilogía de la Revolución.