El último tango en París
Sinopsis de la película
Una mañana de invierno un maduro norteamericano y una joven muchacha parisina se encuentran casualmente mientras visitan un piso de alquiler en París. La pasión se apodera de ellos y mantienen relaciones sexuales en el piso vacío. Cuando abandonan el edificio, ambos se ponen de acuerdo para volver a encontrarse allí, en soledad, sin preguntarse ni siquiera sus nombres.
Detalles de la película
- Titulo Original: Ultimo tango a Parigi
- Año: 1972
- Duración: 125
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Opinión de la crítica
Película
6.9
82 valoraciones en total
La descomposición del ser humano y la juventud en incesante búsqueda se entrelazan en este desolador relato de autodestrucción, pesimismo y miseria. De un lado de la balanza tenemos a un hombre con el corazón y el alma en estado terminal, y del otro a una joven insegura e inexperta que se deja caer en sus brazos sin preguntas ni compromiso, en un terreno neutro, vacío de dudas y sentimientos, comenzando un desgarre en caída libre que desemboca en un harakiri emocional donde solo cabe la muerte tras el ocaso, o la metamorfosis tras la catarsis.
Puede que Marlon Brando realice aquí la actuación de su vida cuando transforma a un hombre fracasado, cansado y viejo, en un ogro que antes de emprender el camino a la tumba, decide zamparse por una vez a una presa a la que intuye más desorientada e indefensa que si mismo. Él, que sólo fue un títere en manos de todos, busca la redención imposible a través del juguete moldeable que se ha encontrado, una María Schneider que se siente tan fascinada como asqueada bajo las garras de la bestia.
Obviamente la inevitable obsesión de Brando por su experimento, camina paralela a la creciente repulsión que comienza a sentir su conejillo de indias. Tras el choque inicial de identidades opuestas, él se agarra, no sólo a lo único que le queda, si no también a la continuación de la única acción valiente (por salirse de la norma) que ha realizado a lo largo de su existencia. Ella solo quiere desaparecer, mantenerse lo más lejos posible del territorio que le marcó aquel hombre, por el que tal vez sintió alguna vez algo noble pero al que ahora ve como alguien despreciable y ajeno.
Y después de decirse sus nombres solo queda el abismo. Abismo de rendición y tristeza. Conscientes ambos de que nunca más serán capaces de volver a amar llega el suicidio, terrenal para él que ya había jugado (y perdido) todas las partidas, existencial para ella, marcada para siempre, aceptando desarmada un futuro que odia. Puede que tal vez fuera su primer encontronazo sexual lo único feliz de sus vidas. Al menos en aquellos minutos, de sexo animal, no sintieron dolor, solo placer y libertad, antes de que comenzaran a caminar, tan juntos como separados, hasta el límite sin retorno de su propio precipicio.
Me importa un huevo que alguién os quiera contar lo que es una obra maestra. El Último Tango en París lo es, como El Último Hombre que es un remake de Yojimbo es mejor aunque esté B. Willis. Pero vamos a lo que vamos, al gran Bertolucci independiente de todo y astutamente dependiente de Brando.
Porque Brando interpreta el mejor papel de su vida por encima de El Padrino. Sus monólogos han hecho historia y son recordados como una amalgama de guión e improvisación como solo Brando sabía hacer. Bertolucci no quería problemas con el divo y le dejó a su aire, lo que fue un gran acierto para todos los que consideramos a Brando uno de los mejores de todos los tiempos.
Aquel fue el primer acierto de Bertolucci. El segundo fue entrelazar brillántemente las tres historias del film: la del Brando hundido y desequilibrado por el suicidio de su mujer, la historia de amor superflua e inconsistente entre María Schneider y su novio director de pacotilla -sátira de Bertolucci sobre toda la industria del nuevo cine francés-, y la acción y reacción del deseo y del amor entre los dos protagonistas principales. Quiero recalcar que en ningún momento aparecen los dos desnudos y que las escenas de sexo explícito a pesar de su crudeza son bastante light. Otro acierto de Bertolucci.
El aspecto técnico es impecable. La fotografía amarillenta y triste, el juego con la luz, y uno de los mejores montajes que se hayan realizado jamás, junto con la preciosista música de saxo -el instrumento sensual por excelencia- de Gato Barbieri, redondean esta obra de arte llamada El Último Tango en París. La escena en la que Brando le habla a su mujer corpore in sepulto es de lo mejor que he visto nunca.
El título del film hace honor a la historia de los protagonistas ya que cuando las tornas se cambian y es Brando el perrito, el desenlace se desencadena tras bailar ese último tango con un final tan crudo y tan bello como magistralmente rodado. Un deleite para la vista y los sentidos. Por cierto… nunca supo mejor la mantequilla.
… hablamos de la familia? Yo te hablaré de la familia… maldita familia… dónde los niños son torturados hasta que confiesan su primera mentira… maldita familia… me cago en todos vosotros… me dáis asco… maldita familia…
OBRA MAESTRA
Si me remontase a 1972, y para ver esta película hubiese tenido que viajar a Francia, si jamás hubiese visto un pecho en la pantalla grande y para mi la mantequilla sólo se usase para untar en las tostadas, probablemente esta película hubiese sido un hito en mi vida.
Pero la he visto en el año 2009, en el dvd de mi casa (que le quita el glamour de evitar la censura) estoy más que acostumbrada a ver pechos en el cine y bueno, dejemos el tema de la mantequilla…
Lo que quiero decir es que El último tango en Paris se ha convertido en una sobrevaloradísima leyenda de un Marlon Brando que hizo las delicias de las féminas y de una Maria Schneider que no ocultó su cuerpo, provocando estragos en el sector masculino, pero realmente la historia es muy floja.
No encuentro esa soledad desgarrada de la que hablan muchas críticas, sólo una serie de imágenes deslavazadas sin orden ni concierto, si quitásemos las imágenes de sexo esta película sería una más de tantas.
Bastante decepcionante.
El amor por el cine empieza a temprana edad, casi siempre con los clásicos que te dejan ver tus padres y para tí son grandes tesoros. Luego, de mayor, revisas las mismas películas y te sorprendes redescubriendo joyas, y otras que pensabas que lo eran pierden fuelle.
Pero de vez en cuando se te escapa uno de esos clásicos, de esas obras de culto y las descubres de mayor, llevándote sorpresas de todo tipo.
Eso es lo que me ha pasado con El último tango en París , vista de mayor y llena de sorpresas que no han sido del todo agradables.
La parafernalia que rodea al clásico de Bertolucci me ha parecido cuanto menos cuestionable, ya que lo que me sobrevino fue una tremenda decepción.
Estoy de acuerdo con que la actuación de Brando está a la altura de las grandes: soberbio, cruel, atormentado… pero no consigue elevar el vuelo de una pelicula que no acaba de despegar.
La conocida escena de la mantequilla, no sólo no me pareció buena si no que me resultó bastante vana y futil, a la vez que visualmente poco estética.
La película no me convenció, la historia no me llegó y el gran clásico de Bertolucci, visto con los ojos de mayor, no se elevó con los grandes, decepcionó y entristeció mi alma.
Para responder a uno de las críticas expuestas en este post, donde se pone en duda la necesidad del personaje del director de cine (novio de la Schneider), te diré que tan justificable es dentro de la película, que sin ella, hubiera sido imposible ese final, porque detrás de esta inmensa historia de amor hay una crítica social profunda de unos valores que, a pesar del Mayo francés, consiguieron imponerse en parte de una generación, hasta llegar a nuestros días tal como hemos llegado: casados con hijos, con hipotecas, conociendo nuestros nombres y nuestros apellidos, y finalmente divorciados. Ese tiro del final no hubiera sino necesario sin la esperanza ilusoria del sueño pequeño-burgués, que se refleja en esa futura boda en la cual cuajarán los deseos acomodaticios de una muchacha anticuada, que quiere parecer que no lo es , ya anticipado en la famosa escena del coito anal (y que tanta broma ha generado a lo largo de dos generaciones de espectadores) donde la penetración no es ya penetración, sino profanación de unos valores que han muerto en el corazón de Brando, porque ya ha visto mucho, y porque si es capaz de amar, es capaz de hacerlo con la monstruosa humanidad y la brutal honestidad de un hombre en estado puro, despojado de sus máscaras sociales. Y sobre, todo, sin nombre.