El tesoro
Sinopsis de la película
Costi es un joven padre de familia que vive en Bucarest. Le gusta leer las aventuras de Robin Hood a su hijo de 6 años por la noche, para que se duerma. Un día, su vecino le comenta que está seguro de que hay un tesoro enterrado en el jardín de sus abuelos. Si Costi le ayuda alquilando un detector de metales y acompañándole, compartirá el tesoro con él. Inicialmente escéptico, y a pesar de todos los obstáculos, Costi se deja llevar por la aventura…
Detalles de la película
- Titulo Original: Comoara (The Treasure)
- Año: 2015
- Duración: 85
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Opinión de la crítica
Película
6.2
95 valoraciones en total
En El Tesoro, a un joven padre de familia, Costi (Toma Cuzin) un día su vecino Adrian (Adrian Purcarescu) le confiesa la más que probable posibilidad de la existencia de tesoros escondidos en los terrenos de la casa de sus abuelos pero no puede permitirse los aproximadamante 800 euros que supone contratar un detector de metales. Por tal motivo, le pide ayuda económica como socio capitalista para costear los gastos generados por el alquiler del detector a cambio de compartir a medias los posibles beneficios obtenidos por el reparto del tesoro. El escepticismo inicial de Costi poco a poco se va transformando, y no podrá resistir la tentación por encontrar el oro, hasta el punto que organiza su trabajo con el fin de tener tiempo libre para contratar los servicios de un profesional, Cornel (Corneliu Cozmei), lo que originará una serie de equívocos y divertidas situaciones en la oficina con su jefe.
Lo atractivo y mágico de El Tesoro reside en su simplicidad y en carecer de pretensiones artísticas y estilísticas con lo que tan solo parece un intento de Corneliu Porumboiu por salvar el frustrado proyecto inicial basado en un documental sobre la historia familiar de su amigo Adrian Purcarescu, según la cual su abuelo habría enterrado un importante tesoro en el jardín de su casa antes de que los comunistas se hicieran con el poder. La búsqueda fue un fracaso debido a que el tesoro no pudo encontrarse, y el motivo que propició la cancelación del documental. Sin embargo, el proyecto siguió adelante para transformarse en una película de ficción, donde el propio Adrian Purcarescu y Corneliu Cozmei se interpretan a si mismo, uno como el vecino que pide ayuda a Costi para realizar el viaje en busca del tesoro y el otro como el técnico contratado portador del detector de metales.
La aventura llevada a cabo por Costi y Cornel raya lo absurdo y surrealista pero vista con ternura y complacencia por los espectadores debido a la ingenuidad de nuestros dos héroes a la hora de afrontar y tomar decisiones en su ansiada búsqueda, provocando situaciones de lo más disparatadas y cómicas sobre todo cuando se encuentran en el interior de la casa y en el jardín observando las reacciones de los detectores de metales, uno que emite ruidos y otro que elabora gráficos. Esta aventura está muy alejada de las proezas de Robin Hood descritas en el libro que Costi lee a su hijo todas las noches en la cama antes de ir a dormir donde aparecen malvados villanos, cortesanas y princesas en peligro y combates de espadas. El verdadero interés de Costi sobre esta hazaña destinada a la búsqueda del tesoro escondido está encaminada a remover su anodina vida para transformarse en un héroe hecho realidad ante los ojos de su hijo, como en las historias de los cuentos.
Corneliu Porumboiu al igual que en sus excelentes películas anteriores, 12:08 al este de Bucarest (2006) y Policía, Adjetivo (2009), en El Tesoro despliega el uso del tiempo real a esmerados y laboriosos fines donde lo absurdo y cotidiano se dan la mano. Utiliza un enfoque discreto para convertir los minuciosos detalles de la existencia cotidiana, la burocracia, la rutina diaria, el pago de facturas…., en una comedia absurda. El Tesoro está lleno de sutiles observaciones relacionadas con la identidad nacional, no solo en la forma en que los rumanos miran al pasado donde la época comunista se ve como algo oscuro para olvidar, sino también en el presente en la forma en la que ven la educación de los hijos y el respeto en la ley.
Todas mis críticas en:
http://timejust.es/author/barriodelensanchegmail-com/
Qué complicado es dar la respuesta adecuada a un vecino cuando este te pide algo. Si dices que no, además de sentirte mal, es posible que pierdas una buena relación con alguien que te conviene tener satisfecho. Si, por el contrario, optas por acceder a su petición, perderás tiempo o dinero (o las dos cosas) y probablemente no será la última vez que suceda, ya que se aprovechará de tu bondad para pedirte más favores similares en el futuro. Por eso no es extraño que Costi, un hombre humilde casado y con un hijo a su cargo, al principio sea reacio a la petición que le hace su vecino Adrian. Este le pide nada menos que 800 euros para poder pagar sus muchas deudas pendientes. Un asunto complicado que se aclara cuando Adrian le cuenta la verdad: quiere ese dinero para adquirir un detector de metales y buscar el tesoro que su bisabuelo dejó enterrado en algún lugar del antiguo hogar familiar. Costi, deseoso de aventuras y de una gloria futura que revierta su actual rutina, acepta el desafío.
El tesoro (Comoara) es la más reciente película del peculiar cineasta rumano Corneliu Porumboiu. Con tan excéntrico argumento, es difícil imaginar que el film no tenga por bandera un cierto sentido de la comicidad. Pero Porumboiu complementa esta con un trasfondo social que va más allá de la propia búsqueda del tesoro. La crisis económica a veces requiere medidas desesperadas y la inversión en la búsqueda, de salir mal, podría ahondar a Adrian en su círculo de penurias y arrastrar hacia allí a su ahora compañero Costi. Por esta razón, la aventura emprendida para encontrar el tesoro cobrará una relevancia casi límite, que a los espectadores nos hace estar en una ligera tensión por si la misión se torna en fracaso.
A pesar de que El tesoro parece ostentar un argumento muy básico, la película encierra segundas lecturas más que interesantes. De entrada, es fácil comprobar los evidentes paralelismos entre Costi y su hijo. El típico hombre que de bueno llega a ser tonto tiene por retoño a un niño con problemas para responder a los golpes propinados por sus compañeros de clase. De noche, leen juntos los cuentos de Robin Hood como una familia feliz. Realmente lo son, pero todos necesitamos un paso adelante para alcanzar la autorrealización y Costi no es ajeno a ello.
La cinta de Porumboiu se convierte entonces en algo parecido a una crónica sobre el hombre. Cuando Adrian sigue de cerca a Cornel, responsable del detector de metales, su temple y actitud pasan por varias fases. Costi, en cambio, permanece calmado, como el personaje apacible que es él. Casi todo lo que vemos en este proceso de búsqueda es honesto: desde el cantar de los pájaros hasta la hilaridad que provoca el sonido del detector, Porumboiu nos traslada a un contexto nada difícil de imaginar. En este punto, es ya difícil de imaginar hacia qué rumbo se encaminará El tesoro. Por fortuna, el desenlace que elabora el cineasta rumano no solo es llamativo y singular, sino que combina bien con el espíritu general que parece haber querido inculcar a su película.
Con todo, el cóctel de comedia dramática con tintes aventureros que conforma El tesoro no podía menos que dejar un poso bastante valioso. La película alcanza el grado de naturalidad óptimo para narrar una historia sincera sin renunciar a la mística de la cinematografía, como bien muestra el mencionado desenlace de la obra. Porumboiu ha conseguido rendir un pequeño homenaje a los varios films que narran búsquedas de tesoros y, por ende, a aquellos personajes que son capaces de arriesgar su estabilidad personal con tal de lanzarse a perseguir sueños mayores.
Álvaro Casanova – @Alvcasanova
Crítica para @CineMaldito
Hace no tanto tiempo había que irse al África negra, a las selvas asiáticas, al Machu Picchu por lo menos, si querías catar oro, buscar aventuras y probarte como hombre, era necesario cruzar mares, atravesar bosques y escalar montañas, enamorar reinas, liderar revoluciones, cazar ballenas, combatir leviatanes y disfrutar cárceles turcas, de lo contrario eras menos que cero, nada, un simple superviviente, un triste ser humano.
Ahora ya no. Vivimos tiempos de derribo y pena, no somos más que pálidas sombras, enchufados a mil máquinas, atrapados en el sofá y esclavos de infinidad de pantallas. Los amores son virtuales, las aventuras ni en sueños son imaginables y la emoción se reduce al deporte de masas.
Y los tesoros están en… Rumanía, país del que pensábamos que solo salían vampiros malvados, dictadores crueles, escritores feroces o criminales pulp. Pues no, en el terreno de sus casas maternas les aguardan mil maravillas, rubíes, diamantes, esmeraldas y todo lo que quieras. Solo hace falta una pala, un detector de metales y mucha paciencia. Eso parece, esa es la esperanza de estos amigos y vecinos tan majos y simpáticos. Quieren salir de pobres, acogotados por la crisis mala, y allá que van con todo.
Y la idea era buena y graciosa y absurda y brillante. Pero la película es mala a morir y a rabiar, un ejercicio de tedio contenido y estirado sin compasión, gracia ni arte ninguno, una suma insoportable de escenas vacías, tontas, que avanzan como si el tiempo se hubiera derretido y el espectador se hubiese convertido en un potro de tortura.
La intención es buena y se entiende. Se trata de lograr humor y verdad a través del contraste que surge al narrar un hecho extraordinario, icónico, que procede de la mitología más juvenil y aventurera, desde el punto de vista de la vida gris y rutinaria de dos individuos rumanos de medio pelo y pocos dineros, que de ese choque de realidades, una imaginada, deseada y legendaria y la otra fea, aburrida y lamentable, prenda la chispa que desvele el mundo en su ridícula majadería y poco seso y sentido, en su tierna pequeñez y candorosa estupefacción.
Pero no vale con la premisa ni el enunciado, eso hay que arroparlo y contarlo, hay que guionizarlo y darle forma y ritmo, hay que saber dosificarlo y mostrarlo con aliento y pericia. Y de todo eso aquí no hay nada, solo un fárrago moroso, muermo y botarate que es más papilla llena de tranquilizantes que algo parecido a una comedia con trasfondo.
Solo se me ocurre una manera de verla si no quieres que te tumbe del todo, que cada cinco segundos recuerdes la intención de los autores y te digas, sí, claro, mira qué absurdo es todo, fíjate qué gracioso esto y qué divertido aquello, y así, tal vez, a fuerza de mentirte y sugestionarte, seguramente ni te rías ni disfrutes mucho tampoco, pero por lo menos evitarás el sueño profundo o el cabreo redomado.
Acabo: impecable en su propuesta, admirable, simpática y sencilla, insufrible, horrorosa en su resultado, peor que cavar zanjas ocho horas al día.
Esta película constituye una fábula de tintes absurdos, narrada con un estilo austero. La trama se centra en la búsqueda de un tesoro en una finca de la Rumanía profunda, por unos personajes tan aparentemente perdidos como el lugar en donde se encuentran. El problema del film es que la curiosidad se vuelve tedio a medida que pasan los minutos. A mi juicio, al director le cuesta mantener la tensión después de un punto de partida tan disparatado. Las desavenencias entre los personajes son insuficientes para suscitar el interés del espectador. No obstante, la película da un giro, y a partir de un determinado momento no hace sino elevarse hasta un final portentoso. El tesoro rezuma surrealismo y mala leche, hasta rebosar. El último tercio es brillantísimo. Aquí sí que la fuerza narrativa se ve acentuada por el uso de cámara fija y los diálogos escasos. Hay momentos dignos del mejor Gila (comisaría, joyería…). Y el final resulta tan desconcertante como ingenioso. El tesoro es una de esas historias que se saborea gracias a su desenlace. Sólo la experiencia de llegar a ese momento final justifica pagar la entrada para ver esta pequeña caja de sorpresas.
Fábula sobre la ilusión, sobre la necesidad de soñar y creer en un mundo mejor lleno de riquezas y alhajas. De la tierra al cielo, de lo umbrío al cenit diurno. El tránsito no es fácil pero bastan apenas unos días para recorrer la distancia que separa la monotonía de la quimera, para cerrar la brecha existente entre el sinsabor diario y el festín festivo. Parábola sobre los buenos sentimientos y la inocencia, como si bastara un espíritu puro y candoroso para obrar el milagro de la utopía. El paraíso está en nosotros mismos y en nuestra capacidad para transformar la vida y entusiasmarnos con lo imposible.
Quizás hayamos perdido el candor para poder creer en historias positivas o edificantes, sobre todo si provienen de una cinematografía que nos mantiene aferrados a la acritud, el abatimiento y la desmoralización. Sin embargo, en esencia la realidad rumana es reflejada con similares características como en otras obras coetáneas: mendacidad, corruptelas, falta de dinero y ausencia de futuro. Pero con estos mismos mimbres, se urde aquí una trama simple e ingenua que retrata el desánimo cotidiano pero apunta, sin embargo, hacia la credulidad en los milagros inverosímiles. No en vano el relato comienza con la lectura de un pasaje de Robin Hood, como si la vida se redujera a una lucha entre buenos y malos – y sólo cupiera, siempre, el éxito maniqueo de uno de los dos contendientes.
Comedia del absurdo, sepulcro de la sensatez, elogio de la infancia y crítica a la fatal madurez, apología de la esperanza y censura del desánimo. El aroma surrealista que exhalan la mayoría de las escenas supone un remanso de paz y subrayan el reproche hacia la narración cartesiana donde lo admisible se ha de imponer sobre la fantasía o el portento. Nada está escrito hasta que lo escribimos y aun entonces cabe la enmienda de la goma de borrar. La sencillez no está reñida con la profundidad y de las narraciones apócrifas surgen dádivas imprevistas que nos alborozan el corazón y nos permiten permanecer en una infancia desmesurada que lo dulcifica todo.
Cualquier cosa puede ser un tesoro… y, sin embargo, para un niño la fortuna es dorada y brillante, llena de resplandores y refulgencias, aunque se encuentre guardada en una caja roma y ajada que parece más una afrenta que una algarabía. Ni tan siquiera la picaresca lacerante que lo mancilla todo consigue anular el entusiasmo de una cacería mínima, sustituyendo lo intrépido por lo tedioso: la riqueza yace enterrada en nuestro edén íntimo.
Imperfecta pero deliciosa.