El Sr. Shôsuke Ohara
Sinopsis de la película
Saheita Sugimoto, un prominente terrateniente con una extensa y prestigiosa historia familiar, vive sus días como en una famosa canción popular nipona conocida como El señor Shosuke Ohara: con felicidad en el rostro, bebiendo y ayudando a sus vecinos. Saheita perderá la mayor parte de sus pertenencias, sin embargo, seguirá sin privarse de ningún placer y continuará ayudando a los habitantes del pueblo, aunque ello implique arruinarse por completo.
Detalles de la película
- Titulo Original: Ohara Shôsuke-san
- Año: 1949
- Duración: 97
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Opinión de la crítica
Película
6.9
77 valoraciones en total
Sr. Shosuke Ohara, ¿por qué has fracasado? Porque sólo te gusta hacer el vago y emborracharte desde que amanece. Por eso fracasaste, ¡qué gran verdad!, ¡qué gran verdad!
Sr. Shosuke Ohara, ¿por qué has fracasado? Porque te gusta despilfarrar dinero por tontos halagos. Por eso fracasaste, ¡qué gran verdad!, ¡qué gran verdad!
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Esta amarga tonada de ritmo socarrón viene a introducir un personaje muy conocido en el folklore japonés, el señor que da nombre y anécdota a la letra de la misma, Shosuke Ohara es el mejor ejemplo de cómo uno no debe encauzar su existencia, evitando la holgazanería y el vicio. Esta canción, que a veces se utiliza para sermonear a los niños, toma un significado muy especial en uno de los últimos proyectos que prepararía el sr. Hiroshi Shimizu en el seno de la Shintoho antes de terminar los convulsos años 40, época destructiva para el país y para el mundo de las artes.
No obstante, pese a refugiarse durante un tiempo e incluso hacerse cargo de algunos huérfanos de guerra, el cineasta ha alcanzado durante la década un nivel de maduración y perfección cuya cúspide es Hachi no su no Kodomotachi (o Los Niños de la Colmena ), pequeña obra maestra del cine universal (aunque tristemente desconocida para muchos). Deja entonces a los niños que tanto han ocupado sus películas y colabora con el productor Matsuo Kishi (quien ha escrito para Tamizo Ishida y lo hará para Mikio Naruse) en una especie de melodrama que recupera al protagonista de la famosa canción antes mencionada.
Aquí Shosuke toma forma y se transmuta en Saheita Sugimoto, un hombre de mediana edad perteneciente a un linaje noble y respetado, y al contrario que el de la canción, él es querido por los habitantes de su pequeño pueblo…o eso parece a simple vista. Pues al igual que su homólogo del folklore, Sugimoto ha sido testigo mudo e impotente de su decandencia, la cual comparte con su mujer Onobu, representada como la imagen perfecta de la esposa sumisa y silenciosa, y la criada de la familia, Oseki, esta decadencia viene dada por dos grandes aficiones: el alcohol y el juego.
Sin embargo, lejos de construir un personaje repulsivo, Shimizu y Kishi nos presenta a un modelo para la comunidad, un hombre que si bien está dominado por el vicio también lo está por un gran sentimiento de bondad, el puro altruismo guía su vida con la misma fuerza que el sake. Por eso la gente del pueblo le admira, sí, pero ocultando sus verdaderas intenciones: las de aprovecharse de su abierta generosidad, a pesar de que el pobre tipo está seriamente arruinado, y es algo que ya sabemos desde el inicio de la película (anunciado de la manera más cruel por unos niños frente a su mansión), que el director empieza planteándonos como comedia.
De hecho el humor domina la mayoría de la primera parte, pero la amargura y la angustia existencial se acrecientan al seguir el día a día del protagonista, debilitado, hundido bajo el yugo de un linaje detestable, que tartamudea al hablar y que huye cuando se ve acorralado (incluso siendo un perfecto luchador, como más tarde veremos), el cenit de este comportamiento llegará en una desgarradora secuencia cuando, tras haber perdido todo lo que posee, unos ladrones asalten su casa, ya vacía, y tras pelear con ellos se disculpe de corazón por no tener nada para que le roben…
Si bien él es el centro de los hechos, Shimizu también aborda un asunto espinoso (tratado por muchos de sus coetáneos en el momento): la llegada de un cambio, la modernización de la sociedad, inminente e inevitable. Van a terminar los 40 y la ocupación estadounidense no sólo ha logrado arrebatar el valor de toda tradición (por eso el escudo de la familia es insignificante para Sugimoto), sino que ha implantado la norma de conducir al país a una era de libertad, democracia y culturización, reflejan bien esta situación la posible elección de un joven intelectual como maestro del pueblo o cuando vemos a las máquinas de coser de las muchachas contra el tambor del monje del pueblo.
Además, ¿no sirve también ese abatido Sugimoto/Shosuke como magnífica metáfora del Japón de la posguerra y al mismo tiempo sus vecinos como la de los EE.UU., que deseaban hacerse con todas las posesiones de los derrotados? La visión del director llega a ser descorazonadora, dejando que poco a poco se infiltre la más oscura tragedia en su íntimo retrato contumbrista, la radiografía del entorno y de las vidas de las gentes que propone es minuciosa, cercana, cálida, en la línea neorrealista que lleva manteniendo en su cine desde siempre.
El reparto que maneja cuenta con profesionales de la talla de Choko Iida, Shinichi Himori, Haruo Tanaka o Akiko Kazami. Y actor mítico donde los haya en la industria nipona, Denjiro Okochi (al que muchos conocerán por haber protagonizado los primeros trabajos de Akira Kurosawa), se mete sin problemas en la piel de su álter-ego, una versión un tanto menos lúgubre (y de paso menos digna) del posterior Kanji Watanabe de Vivir , Okochi, haciendo gala de su carisma y habilidad camaleónica, convierte a su personaje en alguien por quien se debe sentir compasión, y al mismo tiempo cierta irritación debido a su extenuante pasividad, que ignorándolo pudre también las vidas de las personas que están a su alrededor.
A pesar de todo, Shimizu no concibe un desenlace trágico como habría hecho otro director más pesimista, quizás para reflejar la posibilidad de que hasta un individuo como ese pudiera salir adelante y prosperar…como aquel Japón que se encontraba a las puertas de la ansiada independencia.
Por su estilo y forma, tan costumbrista, Ohara Shosuke-san puede recordar a las obras de las primeras etapas de Gosho, Ozu y Naruse, como ejemplos conocidos. Sin estar entre los mejores films del director, tampoco deja de ser interesante…y es que tras el milagro de Hachi no su no Kodomotachi era realmente difícil superarse.
Película menor en la filmografía de Hiroshi Shimizu –si este adjetivo es pertinente en una carrera tan admirable como la del director japonés- que nos relata la historia del señor Sugimoto, al que se conoce por el apodo Shoshuke o borrachín, un generoso mecenas de familia noble y prestigiosa que ha ido dilapidando su fortuna entre generosas melopeas y dádivas sin límite –regala uniformes de béisbol a los niños o máquinas de coser a las jóvenes para que puedan ganarse la vida- en las que llega a pedir prestado para dárselo a los demás, lo que le llevará inconscientemente a arruinarse. De carácter bondadoso e inocente, es el señor Shoshuke es respetado como mediador en los conflictos y querellas de sus vecinos en su pequeño pueblo de cuatro mil habitantes.
La película se mece entre la comedia ligera y la amabilidad que va dando paso, imperceptiblemente, a la melancolía y al drama. Shimizu desliza la cámara por la casa de mediante esos travellings tan característicos de su filmografía, donde desnuda el trasfondo de los personajes y sus acciones, sin abandonar el clásico plano japonés a la altura de una persona sentada en el suelo.
Como casi siempre sucede en su cine hay momentos para una inefable melancolía de inaudita sensibilidad, como la prodigiosa escena de la lluvia, o para un humor elegante y despojado -como el duelo entre el ruido de las máquinas de coser y la ceremonia del sacerdote- y, en general, el retrato de los personajes es delicioso. Buena