El rostro ajeno
Sinopsis de la película
Convencido de que el alma reside en la piel, de que su propio ser se ha desvanecido junto con los rasgos de su cara desfigurada a raíz de un accidente, un científico se obsesiona con la idea de cubrirse con una máscara, otro yo que, esperanzadamente, concibe como un nexo con el mundo.
Detalles de la película
- Titulo Original: Tanin no kao (The Face of Another) aka
- Año: 1966
- Duración: 124
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Opinión de la crítica
Película
7.5
45 valoraciones en total
Soberbia parábola y metáfora ambivalente. Disecciona, minuciosamente, la necesidad que tenemos de escondernos detrás de una serie de apariencias para sentirnos más cómodos cuando nos relacionamos con los demás.
Aunque el protagonista se deleita juzgando por doquier, suele llevarse la peor parte, cargando con el peso de la angustia existencial que le aflige, víctima de la crueldad sadomasoquista que genera con sus acciones.
Estupendas secuencias, algunas escenas me han parecido sublimes, muy ingeniosas y empapadas de una textura artificial y tenebrosa difícil de describir. Muy recomendable, sobretodo porque el ritmo no decae en ningún momento.
Las cinco colaboraciones entre el cineasta Hiroshi Teshigahara y el novelista Kôbô Abe durante la década de los sesenta dejaron cosas del nivel de La Mujer De La Arena y anticipos preclaros de películas de misterio donde éste, lejos de difuminarse conforme se va sabiendo más de él, se hace más grande, que es lo que ocurría en The Man Without A Map. Hiroshi y Kôbô gozaron de reconocimiento allende las tierras devastadas por Godzilla y Gamera, pero siempre en grado menor al de otros no necesariamente mejores en sus respectivos campos: al primero le fue imposible ser tomado por igual para con Akira Kurosawa y Yasujiro Ozu, tótems japoneses que no son ni de broma mejores que él, y el segundo realmente debería tener en su poder el premio Nobel que recayó en Kenzaburo Oe. Junto al músico Toru Takemitsu formaron un tridente que limó la excelencia cinematográfica y donde cada una de las partes implicadas fue esencial, ya que había cierta retroalimentación de sana competitividad implícita donde la labor de cada uno de ellos obligaba a los otros dos a dar lo mejor de sí mismos. Eso y que sus nombres dieron ídem a varios personajes de la serie Shin Chan, El Pequeño Nicolás japonés y la mejor forma de que un occidental pueda ir comprendiendo la cultura nipona a través de sus costumbres.
En El Rostro Ajeno Abe modifica un texto suyo en primera persona -que homenajea y amplía La Metamorfosis de Franz Kafka- para conferirle cierta filmabilidad, de tal manera que deja de ser un soliloquio del protagonista –un hombre cuya cara ha sido desfigurada en un accidente- e incorpora una historia en paralelo sobre una mujer en circunstancias análogas pero con desarrollo y resultado final bien divergentes. Este es un film cuyas reflexiones vienen expuestas las más de las veces por el protagonista y su cirujano casi en forma de aforismos lanzados al aire más que diálogos al uso, e igual no habría otra forma de afrontar la complejidad del tema abordado, siendo el resultado denso pero no por ello plomizo o pedante. La desgracia del protagonista, esa difuminación del yo a consecuencia del incidente y la posterior supresión voluntaria de su identidad gracias a elegir usar una máscara con la cara de otro tipo para no aislarse de la sociedad, permite que se traten durante dos horas toda suerte de dilemas morales asociados a esta nueva situación. Lo único que no se toca es el tema doppelganger, y casi que se agradece, pues pese a prestarse ya sería igual enfangarse por haber intentado abarcar demasiado. Lo que si hace Teshigahara es disponer una planificación, encuadres y trucajes a la altura del guionazo que le sirve su compadre. El Rostro Ajeno abre con el hombre desfigurado hablando a través de un aparato de Rayos X, acto que sirve para homenajear películas tangenciales en su temática tipo El Hombre Invisible. Y de ahí en adelante ya es un festival visual digno de estudio plano a plano, especialmente todas y cada una de las secuencias en la consulta del cirujano, donde gracias al uso de unos paneles transparentes con instrumental quirúrgico suspendido en su interior y a través de determinados encuadres Hiroshi obtiene oro puro.
Al quitar la máscara se ve el verdadero rostro: todo procede de la novela de Kôbô Abe, que fue escrita en primera persona y está influenciado por Kafka. El alter ego aparece como adversario del protagonista y existen planteamientos morales por parte de paciente y médico. La pérdida de identidad e implantación de una nueva y cierta perspicacia por evitar los conflictos morales similares a lo expuesto en El hombre invisible.
El rechazo de la sociedad, la alineación, la mascara de la existencia humana, la desintegración de un matrimonio, el monstruo ocultado tras la venda, las garras de la comunicación humana, la claustrofobia del rencor humano, el mal reinterpretado como nueva piel y vida. Por suerte para Hiroshi Teshigahara el guión lo firma el propio Abe y recibió el Gran Premio Especial del Jurado del Festival de Cannes.
Desde la parafernalia del superhéroe hasta Misión Imposible… Parece una maldición como El hombre de la mascara de hierro y también una continuación nipona de Ojos sin rostro. Se trata de un retrato metafórico del alma. Lo es nuestro aspecto y la moldea. ¿Que somos sin nuestro rostro dentro de una sociedad en la que es el único patrón que nos distingue de los unos y los otros? La asimilación de la imagen y ese poder de la mascara que maldice todo: son los ojos de otro. Donde poder ver lo que opinan los demás y saber si nos serian infieles. Eso es la mascara. Una prueba de fuego para saber lo que somos y queremos ocultar al resto.
La mujer de la arena era una anterior fantasía y adaptación imposible del mismo autor. Hiroshi Teshigahara también dirigió un documental de Antonio Gaudí ¿Se nota?
Tercera colaboración del director Hiroshi Teshigahara con el novelista Kobo Abe, autor de sus guiones. De nuevo tratan el tema de la identidad centrándose esta vez en la historia de un hombre que pierde su rostro en un accidente y al que se le ofrece la oportunidad de fabricarle una máscara que no solo le permitirá volver a sentirse una persona normal sino que además le proporcionará un rostro nuevo. La gran duda que se plantearán el protagonista y el médico es si la nueva máscara afectará también a su personalidad.
Teshigahara y Abe de nuevo se sirven de una historia con obvios matices metafóricos para hacer una genial reflexión sobre la identidad, que ya habían planteado en su anterior obra (la magistral La mujer de la arena ).
A nivel de dirección la película es excelente, Teshigahara era un director con una habilidad elogiable para componer planos de una evocadora belleza en ocasiones hasta abstracta, como todas las escenas que tienen lugar en la consulta del médico o la magnífica escena final.
Muy recomendable.
Película densa, compleja y, como de costumbre en Teshigahara, visualmente arrebatadora. Explora el tema de la identidad de una forma inquietante y pesimista, asumiendo que en la sociedad actual la esencia vive ahogada por la apariencia. La alegoría del personaje que ha perdido su verdadero rostro (esto es, su verdadero «yo») y que necesita de una máscara para poder triunfar en su vida ordinaria sirve como reflejo de todas aquellas personas que naufragan en el intento de ser ellas mismas y, como consecuencia, intentan medrar adaptándose a los cánones impuestos por una sociedad deshumanizadora.
Así, la solvente pluma del guionista habitual del director, Kôbô Abe, nos muestra dos historias paralelas que ilustran dos formas opuestas de entender nuestra propia existencia. Frente al afán de Okuyama de sentirse libre a través de la apropiación de una máscara social que lo proteja, se encuentra el anónimo personaje de la chica desfigurada, que opta por asumir su monstruosidad a pesar del rechazo constante de su entorno.