El regreso
Sinopsis de la película
La vida de dos hermanos sufre un brusco cambio cuando de repente aparece su padre, al que sólo recordaban por una vieja fotografía. ¿Es realmente su padre? ¿Por qué ha vuelto después de tanto tiempo? Los chicos encontrarán la respuesta a sus preguntas en una remota y solitaria isla, después de un emocionante viaje con su padre por los bellos parajes de Siberia.
Ópera prima del realizador ruso Zvyagintsev, ganó el León de Oro en Venecia, donde fue calificada por la crítica como un film sobre el amor, la pérdida de los afectos y el ingreso en la edad adulta, de irresistible fuerza emocional .
Detalles de la película
- Titulo Original: Vozvrashchenie (The Return)
- Año: 2003
- Duración: 105
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Opinión de la crítica
7.5
56 valoraciones en total
Son tan escasas las muestras de cine que nos llegan de Europa del Este que resulta inevitable que al hablar de El Regreso a gran parte de los críticos les dé por citar a Andrei Tarkovski, referencia casi única del cine ruso de las últimas décadas. Más aun si sus dos jóvenes protagonistas se llaman Andrei e Ivan (por cierto, nombres diferentes de los que los personajes tenían en el texto original), y si el ruso Andrei Zvyagintsev comparte con el autor de Sacrificio su fascinación por el poder simbólico y fotogénico del agua, elemento omnipresente en la película.
Evidentemente, El Regreso se enriquece de más referencias, desde pictóricas (la primera y la última imagen del padre emulan la perspectiva de Cristo Muerto , la obra maestra de Mantenga) hasta otros autores cinematográficos, de Dreyer (en las escenas del interior de la casa) y Theo Angelopoulos (otro gran fan de la fotografía acuosa) a Roman Polanski por su capacidad de crear tensión claustrofóbica en espacios abiertos. Pero, siguiendo el juego de citas, El Regreso recuerda sobre todo a La Aventura de Antonioni, película que el propio Zvyagintsev confiesa que le cambió la vida.
Itinerario de dos adolescentes con su padre reencontrado (interpretado espléndidamente por Konstantin Lavronenko, quien encima se parece a Anatoli Solonitsyn, actor fetiche de Tarkovski), con quien viven de forma concentrada todo el proceso de adoración-rechazo-destrucción-aceptación de la figura paterna, El Regreso es, sobre todo y por encima de todo, una muestra de cine moderno. Un viaje de descubrimiento interior enmarcado en la relación de los personajes con su entorno cuya comprensión absoluta siempre nos resultará inabarcable.
De un prodigioso tecnicismo, y con una fotografía que impresiona desde el primer instante, El regreso de Zvyagintsev nos cuenta una historia de maduración y conciliación en el que su principal eje, las magníficas interpretaciones de los dos personajes que dan vida a un relato que se mueve y se trenza entorno a susceptibilidades y encontronazos, es el que le insufla mayor vida, gracias a unas actuaciones que brillan por su convicción, por su solidez y por el empleo de recursos más adecuado en cada momento. Y en este sentido me explayaré: empezaré, en primer lugar, por Ivan Dobronravov, un chaval que apenas levanta un palmo del suelo y, sin embargo, con su soberbia caracterización, ya levanta sobre sus espaldas buen peso del film, no en vano, su duelo, no sólo de diálogos que tienden a la fiereza más que otra cosa, sino también de miradas y gestos hacía su propio padre (interpretado por Lavronenko, sobre el que hablaré después), despierta unas sensaciones tan contradictorias como palpables que infundan un extraño sentimiento de resarcimiento ante el conflicto que se le presenta a su personaje (que no es otro que el de volver a ver a un padre que ha estado media vida alejado de él, y en cuyos valores todavía no confía). Por otro lado, el antes mentado Lavronenko, ofrece una réplica perfecta, pero es perfecta no sólo porque seguramente sea la mejor interpretación del film (a pesar de que me sepa mal decirlo, pues cuando aparece un infante que te deja boquiabierto como lo hace Dobronravov, pocas veces te ves con decisión para restarle méritos, que no quitárselos), sino porque además, desenvolviendo ese papel, donde el rigor y el tono severo poseen un peso crucial, sabe como desentrañar esa paternidad y afecto que conllevan su personaje, logrando que llegues a palpar el afecto por sus dos hijos, pese a la rudeza de la que hace gala en ocasiones. Por otro lado, Garin (que, como curiosidad, murió ese mismo año por ahogamiento), da las virtudes necesarias a su personaje para que éste no pase inadvertido como una sombra al lado de sus compañeros de viaje.
Como pega, quizá, cabría resaltar que conteniendo buenas virtudes, el film resulta demasiado pulcro con sus encuadres, respecto a la abrupta historia que cuenta y, aunque este es un problema que Zvyagintsev resolvería a posteriori en su enorme The Banishment , aquí quizá acrecenta uno de los pocos males de un retrato duro y áspero en ocasiones, que, aunque funciona cuando debe, no llega a tener todo el poso que requeriría.
(Sigue en el spoiler, sin desvelar nada)
Dura, durísima representación de la adolescencia de dos muchachos y su relación con su madre y, sobre todo, con su padre. Zvyagintsev, para mi gusto, plasma uno de los mejores estudios psicológicos de esta etapa tan temprana y crítica en nuestra vida, que he visto en años.
Que no se asusten aquellos que por dura que es la película, creen que van a ver escenas desagradables y truculentas como nos tienen acostumbrados en otros films para sobrecogernos. Nada de eso, no. El director recurre a un ritmo pausado, irreversible, para sumergirnos cada vez más en una espiral de sentimientos, frustraciones, rencores y sobre todo, miradas, miradas que cortan la respiración. Quien haya tenido una infancia inolvidable, recordará muchas cosas gracias al magnetismo de esta película. Omito hablar de posibles referencias en la película a autores como Tarkovsky, Dreyer, etc. porque ya se ha hecho con detalle en otras críticas anteriores a la mía. Yo me remito al visionado, sencillamente, me hipnotizó.
La ópera prima de este debutante ruso de apellido impronunciable es una muy interesante película, en la línea del cine ruso de siempre, atento más a la introspección psicológica de los personajes que a cualquier otro tipo de narración convencional.
Tras conseguir el prestigioso León de Oro en Venecia, trae consigo una gran reputación entre la crítica, y no es de extrañar, porque consigue atraer el interés con una historia mínima y apenas un trío de creíbles actores, en unos inmejorables paisajes que le dan a esta historia emocionante y tenebrosa a la vez un aspecto visual extraordinario.
Se trata de un drama familiar protagonizado por dos adolescentes, apenas todavía unos niños, que ven como un día llega un hombre a la casa donde viven con su en el que apenas reconocen al padre que abandonó el hogar hace 12 años. Tendrán que afrontar esa sombra de su infancia en un viaje por la tundra rusa que, en sus pasajes más intensos, se asemeja a un cuento de terror psicológico.
¿Se puede admirar y elogiar una película que no se ha entendido? Supongo que sí, pero es chocante que la crítica se empeñe en dar a un film un sentido claramente contrario al sugerido por su propio director: en este caso, una interpretación psicológica o incluso política a lo que es—según Zvyagintsev— «una mirada mitológica a la naturaleza humana».
La película narra el viaje iniciático de Iván, que fracasó en una primera experiencia (el salto a las aguas) y debe, de algún modo, restañar ese fracaso. El trayecto (la película abunda en simetrías) se mueve entre dos torres que, en el fondo, son una sola (imagen mítica del axis mundi) aunque una esté sobre las aguas y la otra sobre la tierra (en realidad, las dos que son una están más en el interior de Iván que en en «el exterior»). Para ayudarle a superar su fracaso, aparece «el padre», que dará a Iván la ocasión de superar la prueba* (spoiler).
Imposible explicar en el espacio aquí disponible un complejo entramado de temas mítico-simbólicos que sonarán ajenos a la mayoría, pero algunos supuestos enigmas se basan más en preguntas mal hechas que en falta de respuestas* *.
Como simples pistas básicas, sugiero al espectador que se fije detalladamente en el libro en el que buscan los hijos, al principio de la película, la imagen del padre y que lo relacione con las escenas finales***. Que se fije, por ejemplo, en la segunda parte del viaje, el paso a la isla: piénsese en el sentido simbólico de la isla (isla que no es distinta, en lo esencial, a la tarkovskiana «Zona» del Stalker). Aquí nada es gratuito: Si el padre no rema no es porque sea un jeta, sino porque a ciertos «sitios» sólo se puede llegar con el esfuerzo propio. Si llueve no es porque al tiempo le haya dado por ahí, sino porque lluvia implica purificación. Si las figuras aparecen al llegar a la isla como meras siluetas, no es por esteticismo vacuo sino porque la isla es una «realidad diferente» donde la individualidad egoica no tiene cabida. Que se fije, igualmente, en la meditada estructura temporal…
No estamos, aunque lo parezca, ante una excursión de pesca, sino ante un viaje al interior de un alma, a una realidad que está más allá de este mundo y que participa por igual de lo inteligible y lo sensible. La película transcurre tanto en el interior de Iván como en un entorno físico. Por eso se despliega entre el simbolismo y un «relativo realismo», y la superposición continua de niveles puede provocar un comprensible despiste en quien la vea desde una perspectiva de racionalismo materialista. Todo se desarrolla entre símbolos (viaje, agua, barca, isla, torre, peces…) y requiere una cierta familiaridad con ese lenguaje y esas ideas.
Película extremadamente ambiciosa y resuelta de forma casi redonda en un lenguaje visual de excepción, de ahí su eficacia: impacta incluso sin necesidad de comprenderla. Antológicas me parecen la «dreyeriana» escena de la cena y el viaje en barca hacia la isla.