El otoño de la familia Kohayagawa (El final del verano)
Sinopsis de la película
La familia Kohayagawa se prepara para casar a la joven Noriko, la hija pequeña, mientras que su hermana Akiko, viuda y con dos hijos, recibe una propuesta de matrimonio de un hombre con una buena posición económica. El viejo patriarca Banpei se comporta, sin embargo, de forma curiosa: decide ir a visitar a su antigua amante, Tsune, actitud que su hija Fumiko le reprocha. El viudo Banpei sufre un repentino ataque pero recobra la salud y su hija renuncia a juzgarle.
Detalles de la película
- Titulo Original: Kohayagawa-ke no aki aka
- Año: 1961
- Duración: 103
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Opinión de la crítica
Película
7.7
86 valoraciones en total
Líneas interesantes de la película:
-Confrontación, habitual en Ozu, de lo tradicional y lo moderno, tanto en las actitudes de los personajes como en la puesta en escena, aprovechando las capacidades expresivas del color.
-Encuadre ajustado y perfeccionista, planos fijos, relato dilatado, costumbrista, minucioso, bajo el cual aflora el drama interior de los personajes.
-Marco familiar en el desarrollo de la intriga. Rechazo del aspaviento, de lo patético, pero de manera convincente, sin forzar a los actores a desnaturalizarse.
Estos rasgos valdrían también para muchas de sus otras películas. En el fondo, nada resulta particularmente novedoso (un único pero) y sin embargo el film se disfruta. A través de la falta de ambición, del único deseo de contar con sencillez y sin dobleces, surge la dimensión trascendental, al evidenciarse en lo cotidiano lo que nos transforma.
Efectivamente, el cine de Yasujiro Ozu es como las olas del mar, uno no se cansa de verlas venir plácidamente a la orilla, dejan una huella momentánea en la arena hasta que llega otra y vuelve a dejar otra huella. Lo mismo que te quedas embobado viendo ese transitar del oleaje con sus películas el tiempo transcurre sin prisas, de forma bella, sin estridencias.
Nunca está bien del todo generalizar, pero sospecho que el que llega aquí, a El otoño de la familia Kohayagawa (El final del verano) , ya ha hecho los deberes y si no ha visto 20 películas del maestro sí al menos las más significativas. En otro caso, si se llega aquí por primera vez, no creo que sea la mejor idea. Hay un Ozu en B/N imprescindible. Para llegar aquí, al Ozu en color, ya se han dado muchas vueltas a cosas muy parecidas. Los interiores ganan por goleada, el valor de la familia con sus jerarquías y sus costumbres queda ya muy claro y la cámara, por supuesto, no se mueve nunca. Es su penúltima película y muchas caras ya nos son más que conocidas.
Así que como las olas, que van y vienen, la vida de la familia afronta el paso del tiempo. El cine de Yasujiro Ozu en color no es muy diferente del anterior. Pero claro, es en color. Hasta aparecen dos occidentales que mínimamente asoman la cabeza. Porque el tiempo avanza, aunque lo mismo su cine como su familia apenas cambie. Retratos maravillosos a través de un cine único.
Hace un par de años el último de mis amigos solteros escogió el mes de abril para casarse. Hizo un día espantoso, el mayor temporal de lluvia que se recuerda. La cola de la novia se volvió negra, las fotos de la ceremonia tuvieron que retocarse para, por lo menos, eliminar el aire cómico que tenían. No obstante, la celebración fue memorable: fuera aún se oían el viento y la lluvia mientras dentro los amigos que nos veíamos tan poco acabamos bailando, en un húmedo abrazo de fraternidad, una canción de Camilo Sesto que convertimos en himno. Sonaba a despedida y estuve a punto de llorar. Por suerte, me aguanté.
Justo una semana después, el hermano menor del novio murió en accidente y todos los que estuvimos en su boda nos volvimos a ver en el entierro. Hizo un día maravilloso, un día de abril sin nubes y con apenas un soplo de brisa. Caminando por la avenida central del cementerio de San Fernando de Sevilla, uno de los lugares más hermosos del mundo, sólo pude pensar que aquel momento tan íntimo que compartí con mis viejos amigos nunca podría cristalizar en mi memoria como merecía, puesto que iría ligado necesariamente a este otro, tan doloroso. Estuve a punto de llorar. Por desgracia, me contuve.
No hay nada que pueda consolar del dolor, nada. Sin embargo, existe el arte, y algún sentido hay que encontrarle, aunque en el fondo sea una especie de engaño para espíritus que se creen superiores. Ya me entienden.
Ver una película de Ozu es como caminar por el cementerio de San Fernando el día más bello de la creación tras un cortejo fúnebre. Comprobar que si la muerte es impasible, la vida la sigue inmutable, en un tranquilo paseo, respirando la brisa que se renueva incesantemente.
En las obras de Ozu, que en realidad son una sola película que jamás termina, ningún plano se queda sin su contraplano.
Sentarse a ver una película de Yasuhiro Ozu es como sentarse a contemplar el mar en un día en calma. Ambas experiencias te acaban dejando la misma sensación de paz y de sosiego. Ozu concibe a sus personajes como pequeñas olas en el inmenso mar del tiempo. La ola, uno de los símbolos por excelencia de la cultura japonesa, muere al besar la playa pero deja en la arena una huella que solo borrará la llegada de otra ola. Con el hombre pasa igual, unos nacen, otros mueren, la marea nunca cesa porque los que se van han de dejar su sitio a los que llegan, es la ley de la vida, la única diferencia es que la huella que dejan los que se van no se borra en el corazón de quienes se quedan.
Los no iniciados en el universo Ozu cuentan al menos con la referencia de su gran obra maestra, la excelsa Cuentos de Tokio, para conocer los pilares argumentales de su obra. La familia y las diferentes relaciones entre sus miembros, el paso del tiempo , la muerte, constantes que se repiten una y otra vez en las películas del maestro nipón hasta convertirlas casi en variantes de una misma sinfonía.
A través de sus pequeñas estampas familiares, Ozu es también el cineasta que mejor acierta a retratar a la sociedad japonesa de posguerra Siempre de puertas para adentro- en su obra los interiores ganan a los exteriores por abrumadora mayoría- el director nos habla como nadie de la transición que lleva a esa sociedad anclada en la tradición a convertirse en una potencia económica mundial, sin renunciar además a esa tradición. Para ello, Ozu pone el acento en la confrontación entre lo moderno, representado en el empuje con el que afronta la vida la nueva generación, niños y jóvenes, y lo viejo, que se materializa en la perspectiva más serena de sus mayores.
En el ocaso de su carrera – fue su penúltimo film- el maestro Ozu rueda El otoño de la familia Kohayagawa, una de esas muchas joyas escondidas que la componen y que merecen una revisión. Junto a Las hermanas Munekata o a El sabor del sake o a tantas y tantas otras. Por fortuna, Ozu es mucho más que Cuentos de Tokio, su cine no acaba ahí ni mucho menos. En El otoño de la familia Kohayagawa su director se permite el lujo de rodar prácticamente dos películas en una. En la primera accede a la presentación de la familia protagonista, formada por un padre viudo y sus cuatro hijos, y se subraya la preocupación de las dos hijas mayores por hacer una buena boda y asegurarse el futuro. La segunda trama arranca cuando el padre retoma la relación con una antigua amante ante la reprobación de sus vástagos. Ambas confluyen en un final tan emotivo como deslumbrante.
Es la vida la que pasa ante nuestros ojos, fluida, serena. Ozu sólo tiene que poner la cámara a nuestro alcance para que seamos testigos de ella. Y nadie como él ha sabido plasmar en pantalla la serena belleza de las cosas. Con un estilo mínimo, invisible, unos encuadres perfectos, una fotografía en tonos suaves y delicados para transmitir esa serenidad. Contando siempre lo mismo, pero nunca igual. Porque la vida renace y se renueva día a día, y el oleaje nunca cesa.
Al igual que en El juego del sake y en Cuentos de Tokio, las relaciones transversales marcan la cinta. Un tiempo cambiante y una vida que no se quiere cambiar. Prejuicios de edad en un Japón que ve el futuro más cercano que su milenario pasado y que de alguna manera los protagonistas tratan de equilibrar. Los rincones, los pasillos como un elemento imprescindible de las películas de Ozu, sirven de cortina teatral para pasar de unas situaciones a otras, de unas vidas a otras, de una a otra generación.