El oro del tiempo
Sinopsis de la película
Alfredo Méndez, de 40 años, guarda en su casa de campo el cadáver criónicamente preservado de su mujer. Esta insólita actitud se debe al amor que sentía hacia ella y a su ambición médica. Sin embargo, en los últimos años su salud ha ido mermando, por lo que ha tenido que recurrir a los cuidados de Corona, una joven enfermera que hace también las veces de criada.
Detalles de la película
- Titulo Original: O ouro do tempo
- Año: 2013
- Duración: 100
Opciones de descarga disponibles
Si lo deseas puedes conseguir una copia de esta película en formato HD y 4K. A continuación te citamos un listado de fuentes de descarga activas:
Opinión de la crítica
Película
4.8
23 valoraciones en total
Estamos ante una película de alta calidad capaz de competir en los circuitos cinematográficos más exigentes: fue presentado con rotundo éxito en el pasado Festival de Málaga y posteriormente sobrenombre al Globo de Cristal en el Festival Internacional de Karlovy Vary. A la película puede achacársele cierta teatralidad, evidente falta de medios (suplida con imaginación) y algún que otro fallo de continuidad en el montaje, pero destila aire a cine imperecedero. Cine del bueno no apto para mentes planas. Simbología, fetichismo, sexo y muerte van de la mano en El oro del tiempo evocando a genios como Luis Buñuel o Ingmar Bergman. Y eso son palabras mayores.
http://www.facebook.com/criticadcinema
La quinta jornada del certamen se inició con la proyección de O ouro do tempo (El oro del tiempo), último largo dirigido por Xavier Bermúdez, que parte de una situación ciertamente extraordinaria, la de un viejo doctor que tras enviudar en su juventud criogeniza el cuerpo de su bella mujer con la esperanza de poder resucitarla en el futuro, para llevar a cabo un contemplativo y diáfano retrato de la poderosa capacidad del amor para trascender la vida misma y perdurar a lo largo del mismo tiempo, equiparando esta característica de eternidad sin mácula a la decrepitud física a la que, como mortales, todos estamos expuestos por la simple y obvia erosión precisamente del tiempo. En tiempos donde la mercadotecnia impone de manera aberrante y casi unidireccional los usos y actitudes a llevar a cabo para la realización de una obra cinematográfica, siempre será de agradecer la apuesta formal que plantea Bermúdez en su cuarta película: puesta en escena reposada, planos fijos y desapasionados, narración episódica y acompasada, todo ello para sustentar una reflexión entre melancólica y romántica sobre el tiempo, contraponiéndolo a la belleza casi plástica de las localizaciones naturales de las que la magnífica fotografía de Alfonso Sanz logra extraer el componente justo de belleza que contrarreste la pesada tristeza que pueda desprenderse de tremenda imagen retórica.
Sin embargo, la esculpida sencillez de El oro del tiempo entroncará gravemente con los hábitos de un espectador no iniciado. Y es que, por desgracia, ni siquiera la morbosa equiparación con el genio de Luis Buñuel, en el sentido vouyerista exhibido por el film de Bermúdez y en la desconcertante tensión sexual que se establece entre sus dos personajes protagonistas (el anciano doctor y su joven y escultural cuidadora), podrá servir de revulsivo para captar la atención a lo largo de todo su metraje, que por su austera y desafectada narrativa genera una desaconsejable distancia en el espectador. Ciertamente, El oro del tiempo merece consideración especial por lo valiente y personal de su propuesta, por su abierta condición de ser un film ajeno a modas o clichés y por significar además una obra introspectiva, capaz de invitar durante su contemplación a plantearse cuestiones que van más allá de las imágenes que ofrece. Y, precisamente por ello, El oro del tiempo nace ya absolutamente maldita, incapaz por su propia naturaleza de trascender la mera categoría intelectual y de acceder incluso a circuitos de distribución normalizados.
En una época donde el cine de factura española se debate entre algo cercano al Blockbuster (Lo imposible) y las comedias ligeritas (Ocho apellidos vascos), se agradece bastante que el cine alejado de la comercialidad apueste por hacer otro tipo de películas, por aportar un aire fresco a un panorama francamente mejorable en el aspecto cualitativo (no digamos ya en el meramente empresarial). Algunos toman el ejemplo de Albert Serra como icono del cine experimental español, pero sin llegar a esos límites de experimentalidad (valga la redundancia) existe otro cineasta llamado Xavier Bermúdez que también persigue ofrecer algo distinto al público.
En, su última película, El oro del tiempo (O ouro do tempo), Bermúdez dirige la cámara hacia Alfredo, un hombre que vive en una casita en medio del campo y que conserva el cadáver criogenizado de su mujer en una cámara frigorífica. El motivo para ello es bien sencillo: quiere esperar a que la ciencia avance hasta que pueda curar lo que llevó a la muerte a su mujer, momento en el cual la despertaría y trataría de devolverla a la vida. Mientras tanto cuenta con la compañía de Corona, que le asiste en prácticamente todo lo que necesita, y la más esporádica de su hijo Leandro, con el que tiene un cierto desapego.
La película adopta un tono ciertamente contemplativo, de dejar la cámara en un sitio y que filme todo aquello que le dé la gana. Así, asistimos a planos de una cierta duración donde vemos a Alfredo llevar su vida de una manera un tanto aburrida y pensando continuamente en el pasado. Pocos sobresaltos hay de principio a final, pero sí existen los suficientes condimentos artificiales como para no calificar a la obra de Bermúdez como un producto que suponga una carga demasiado excesiva para los párpados.
Una de esas artificiosidades siempre viene dada por la presencia de una banda sonora reincidente, cosa de la que si bien no hace gala El oro del tiempo, sí suena un par de veces un tema tan mítico como es Non, je ne regrette rien de Edith Piaf, cantado por Amalia, la malograda mujer de Alfredo. Llama la atención en primer lugar que el padre y el hijo vean juntos tal vídeo, si tenemos en cuenta que la vestimenta y las poses de la mujer parece que adoptan un tono lo suficientemente intimista como para que sólo fuera destinado al primero (lo que da también una cierta idea del desequilibrio emocional de Leandro, pese a que presumiblemente está casado y con hijo/s). Pero también resulta llamativo que la acción se repita una segunda vez, como si Bermúdez quisiera dejar claro que es un episodio recurrente para Alfredo el ver día sí día también vídeos de su mujer fallecida, como ese otro en el que Amalia se pasea en medio de un lago.
Durante la película, asimismo, existen otra serie de picos narrativos que evitan que El oro del tiempo insufle un sopor excesivo en todos aquellos que deseen visionarla. Es cierto que no es una película sencilla de ver, de hecho no es esa la intención del director, pero sería injusto calificar a la obra de Bermúdez con calificativos despectivos sobre su ritmo narrativo. Hay que prestar atención a los pequeños detalles, sobre todo por parte de la interpretación de Ernesto Chao como Alfredo, para tratar de adivinar por dónde va a ir la película en las siguientes escenas. El oro del tiempo requiere por tanto la colaboración de sus espectadores para transmitir todo aquello que pretende plasmar, y pese a que dista en parte de convertirse en una grata película, sí resulta un ejercicio de estilo bastante interesante y que siempre es de agradecer en estos días donde los tópicos y la previsibilidad acaparan buena parte de las obras cinematográficas, sobre todo en el territorio nacional.
Álvaro Casanova – @Alvcasanova
Crítica para http://www.cinemaldito.com (@CineMaldito)
Presentada en el 17 Festival de Cine de Málaga, El oro del tiempo (O ouro do tempo) es un film rodado en Vedra, cerca de Santiago de Compostela, por ello es lógico que esté íntegramente hablado en gallego. Los actores también lo son y por eso el director tuvo fácil la elección para los papeles. Xavier Bermúdez ha querido contar con ésta historia el principio de una anécdota a la que se han sumado sonidos e imágenes sin seguir ninguna trama concreta, o al menos esa ha sido su intención según lo que cuenta el director. Probablemente no se haya alejado de ésto pues parece algo difícil encontrarle razón a algunas de las cosas que vemos en pantalla en relación a esa extraña posibilidad de amar de Alfredo hacia su asistenta, Corona. Sale de un amor imposible, el de su mujer fallecida y congelada durante cuarenta años, a otro amor imposible que se acrecienta a raíz de una enfermedad contraída por Corona y donde Alfredo le dará los cuidados necesarios para sanarla. Bermúdez nos habla de la búsqueda propia de la persona, de su pasión y obsesión amorosa, y eso va ligado a las estaciones del año.
Y todo eso es bonito, maravilloso, pero sería redondo si tuviera algún sentido. Es cierto que muchos le encontrarán su explicación a la narrativa visual, pero a modo personal, he de decir que he divagado bastante, entre otras cosas porque el contenido de la historia podría haber sido resumido en un cortometraje de forma brillante. Más de cien minutos acaban por adormecer cuando vemos escenas con principio y fin que no nos llevan a nada y que ni siquiera ahondan en la personalidad de sus personajes. Hay ciertas incomprensiones en la historia que parecen puestas aposta para que nosotros pensemos, pero no se si realmente son así o que el director no tenía más idea en cuanto a ésto, probablemente porque el montaje sufrió varios cambios durante el rodaje. No obstante, no falta la metáfora política en ésta historia cuando se habla de la disconformidad del personaje sobre aceptar la muerte, pero ni siquiera ésto deja una huella patente en el film.
Nerea Barros, que es actriz y enfermera en la vida real, contaba en la rueda de prensa que su personaje es observador desde su profesión de enfermera y cuidadora. La pasión que siente es por el trabajo y el buen hacer del doctor, de forma que éste le atrae desde un punto de vista psicológico. Esto es lo que ocurre cuando una película no es clara (y no tiene por qué serlo) que ni siquiera actores y director coinciden en la explicación principal sobre la obra. Para colmo, tenemos la entrada de Leandro, el hijo de Alfredo, que es quien parece dar la nota de humor a la obra y sin embargo resulta todo lo contrario a gracioso. Sus chistes no te levantan ni la sonrisa y por mucha intensidad que le de al personaje de Alfredo, no logra compactar con el espectador. En resumidas, una historia muy vacía que a título personal se me hizo eterna. Pero es como todo, cuestión de gustos.
Por Dante Martín
@Cinebsonet
http://www.cinebso.net