El niño que domó el viento
Sinopsis de la película
Un chico de la República de Malaui decide ayudar a las personas de su pueblo construyendo una turbina después de leer un libro en el que se explican los pasos para su creación. Inspirada en una historia real.
Detalles de la película
- Titulo Original: The Boy Who Harnessed the Wind
- Año: 2019
- Duración: 113
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Opinión de la crítica
Película
6.9
20 valoraciones en total
El niño que domó el viento es un encanto de película.
En su debut como director, Chiwetel Ejiofor nos cuenta la historia real de William Kamkwamba, un malauí que se propuso mejorar la vida de su aldea construyendo molinos de viento que permitieran tener electricidad y cultivar en todas las épocas del año. Una historia más de superación, dirán algunos, y es cierto, pero Ejiofor nos la cuenta, como decimos, con enorme encanto, sin abusar de la sensiblería y con una intuición tras la cámara que no parece propia de un debutante, sino de un realizador más experimentado.
Destacan también las interpretaciones de todo su reparto, en especial el estupendo Maxwell Simba y el propio Ejiofor, que componen una relación padre-hijo entrañable y compleja, y la emoción que desborda en algunos momentos (ver la alegría del poblado cuando consiguen agua).
Un bello relato sobre la importancia de la educación y de no juzgar el potencial de nadie por su procedencia o nivel socioeconómico. Un ejemplo de vida.
Lo mejor: Su corazón, Maxwell Simba y la labor de Ejiofor, como actor y director.
Lo peor: En realidad nada, salvo que tampoco es una obra maestra.
Esta es una de esas películas que te hacen pensar en los pequeños que son realmente algunos de nuestros problemas, que nosotros mismos nos complicamos la vida cuando tenemos las necesidades básicas cubiertas. Pero, y cuando no las tenemos? Es aquí cuando la supervivencia y la inteligencia sale a relucir y cuando podemos llegar a superarnos a nosotros mismos.
En los momentos límite te emocionas, te superas, y te derrumbas y más si se trata de la supervivencia de tu familia.
Quizá la película se pasa de tristeza, pero encontrarás de todo.
Una buena película de Netflix, de esas qué a veces buscas y no encuentras.
Aunque un poco edulcorada y a medio camino entre la ficción y el documental, no deja de ser algo creible y real, la grandeza del cine, que además de enseñarnos, entretenernos, y debatir sobre lo expuesto, nos hace viajar por otros países, por otras culturas, por otras tristes realidades, y hacernos ver hasta donde llega nuestra privilegiada situación. Absolútamente necesaria su visión y además al lado de vuestros hijos a ser posible, enseña más valores que el curso de todo un año, que pena que el cine, este tipo de cine, no sea un asignatura obligatoria.
La cinta plantea un retrato de la cotidianidad en un país subdesarrollado, en este caso Malaui, pero ciertamente la historia se podría extrapolar a otros muchos rincones del mundo en general, y del continente africano en particular.
Sin tomar el atajo fácil de abrazar argumentos demagógicos o maniqueos, se muestran ciertas disfuncionalidades de esta región: la corrupción del poder, la ausencia de un estado fuerte capaz de responder a las urgencias más básicas para con sus ciudadanos, prácticas tribales asentadas desde largo tiempo, expolio de recursos naturales por empresas sin demasiados escrúpulos y carestía de casi todo, servicios básicos incluidos.
País dependiente casi en exclusiva de la agricultura, el protagonista es un joven que vivirá junto a sus padres y hermana las consecuencias de una hambruna provocada por la sequía, sin más alternativas que mirar al cielo para que enmiende su precaria situación.
El adolescente pondrá su voluntad e intelecto en la búsqueda de una solución, a modo de bálsamo de Fierabrás, que ponga fin a unas penalidades en las que sus propias vidas andan en juego. Lo hará con el escepticismo y las resistencias iniciales de muchos, desesperados ante una situación que los aboca al abismo.
Dejando de lado cierto buenismo que impregna partes del metraje, estamos ante una obra digna, que llama a la reflexión, mostrando una realidad cruda e inclemente, pero que no le pierde la cara a la esperanza
Malawi, ex-colonia británica desde el 1964, es un país al sureste de Africa, largo como una espiga de trigo y bañado en una gran parte por el lago de igual nombre. Winbe, el poblado donde se desarrolla el film, es tan solo un espejismo de lo anterior a demasiados kilómetros de ese oasis.
El país tiene una economía de subsistencia: agricultura y pesca. Negros, y unos pocos blancos, co-habitan en armonía. No tiene metales estratégicos, ni diamantes, por lo que no hay motivos para que las potencias del mundo se lo peleen a través de guerrillas. Todo lo contrario. Es un país pacífico, que incluso goza de una democracia. Se diría que su principal enemigo son la fuerzas de la naturaleza.
A finales de los 80 visité el país. Recuerdo que todas las chicas blancas deseaban casarse con un ingeniero en tabaco, la economía más pujante, pues el país no ofrecía mucho más futuro, a no ser que quisieran emigrar a las islas británicas. En una visita a un empresario negro del sector pesquero, apareció un chico joven que llevaba las finanzas de la empresa. Delante de él, y los blancos que estábamos de visita, lo aduló, señalándole como un chico muy inteligente. El William de la película.
Los hechos del film ocurren en el 2001, y aún en la distancia de los años, me recordó mucho a esa sociedad que se debate entre el pasado ancestral y la modernidad, entre el mundo de los ancianos jerarcas que velan por su pueblo y los políticos que solo ansían los votos del pueblo.
El drama de la historia real se rebela en el conflicto entre el padre obstinado por seguir la cultura aprendida de generación en generación y el hijo que quiere aferrase a la ciencia para solucionar los problemas de la comunidad.
En ese conflicto las mujeres tienen un factor gravitante, catalizando los cambios: la hermana huyendo de la hambruna, rompiendo la leyes del casamiento, y la esposa finalmente poniéndose al lado del hijo quien, perseverante como su padre, prefiere la senda de un camino con mejores augurios.
Nos acompañan durante la película los brujos de la vieja cultura, los que ya están en pleno proceso de desintegrase por la modernidad (la cara de muñeco), y que funcionan como una mera comparsa, pues durante la sequía son incapaces de dar soluciones.
La película no deja de ser un llamado de atención a las autoridades del mundo para denunciar que, con muy poco, se pueden salvar muchas vidas en Africa.
Por la ambientación, por el retrato social, por la increíble actuación del niño que hace de William, por la historia de superación, y por hacerme viajar de nuevo a ese mágico país, mi admiración a este maravilloso film.
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