El karate, el Colt y el impostor
Sinopsis de la película
El bandido Dakota intenta robar la fortuna de Wong, un chino rico, explotando la caja fuerte de un banco con dinamita, pero Wong muere por el impacto y además en la caja sólo hay cuatro fotos de mujeres desnudas. El sobrino de Wong viene de China para encontrar el dinero, libera a Dakota de la horca y juntos buscan a las cuatro mujeres porque llevan un mensaje impreso en el cuerpo que indica cómo localizar el tesoro. (FILMAFFINTIY)
Detalles de la película
- Titulo Original: El karate, el Colt y el impostor (La dove non batte il sole) (The Stranger and the Gunfighter) aka
- Año: 1974
- Duración: 105
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Opinión de la crítica
Película
4.4
86 valoraciones en total
Es posible que ahora vaya por ahí dándomelas de intelectualito y de finolis, pero la verdad es que no siempre he sido tan remilgado. Muchos años antes de fingirme fan irredento de santones franceses como Bresson o Truffaut, los únicos platos gabachos que podía engullir sin atragantarme eran las pelis de gendarmes de Louis de Funès, alguna de Fantomas y las de Belmondo, cuando iba de golfo especiado con cuero y gasolina y no de marioneta existencial en las manos de Godard o Melville. De la dulce Italia no me apetecían por aquel entonces las fragantes y sutiles delicias de Visconti o Antonioni, sino los suculentos barreños de pasta que cocinaban Alvaro Vitali, Bud Spencer o la divina e inolvidable Edwige Fenech, con su grasienta y picante salsa de tetas estratosféricas, cachetones y chistes guarros. Ni Kurosawa ni Mizoguchi eran nombres que me sonaran por aquellos años. Lo oriental sólo entraba en mi dieta en forma de luchadores saltimbanquis, preferentemente tullidos o borrachos, que se ponían de lo más farruco cuando les llevaban la contraria y montaban, con la excusa más burra, un cristo de aquí te espero.
La culpa no es del todo mía, sino del viejo cine del pueblo en que crecí, donde cada domingo completaba mi dieta semanal de clásicos televisados con un festín de pipas y pepsi-cola y un doble programa para todos los públicos en el que no podían faltar el sexo cerdo o la violencia extrema y gratuita. Me atiborré de sangre y domingas y tragué mucho polvo de Almería antes de ser el tiquismiquis altanero que habla de Mitchell Leisen como si hubiera compartido con él dry martinis en el bar del Hotel Plaza, y si he de ser sincero, a veces no tengo muy claro si lo uno habría llegado sin lo otro, si toda la caspa tóxica que tragué en aquellas butacas mohosas no me inmunizó contra lo cutre y lo feo y me proporcionó, a cambio, la indulgencia y la paciencia necesarias para degustar platitos más finos, de esos que queda fetén citar entre nuestras más exquisitas apetencias, pero para los cuales es necesario muchas veces tener un estómago bien curtido.
Le debo a ben wade el nombre del género al que pertenece esta peli (¡soja western!), cazada por casualidad en la tele, en la que un chino peleón corre al Oeste para recuperar el tesoro que salvará a su familia de la muerte y cuya secreta ubicación está cifrada en el culito (esa gran manzana que sirve para sentarse) de cuatro chicas estupendas. Con la ayuda de un astuto forajido, el chino irá destapando culitos y descifrando ideogramas, mientras reparte hostias como panes y se defiende de un memorable predicador con iglesia móvil que es, de largo, lo mejor de una función tan rancia como encantadora que hace aguas por todas partes y cuya desfachatez, sin embargo, me ha divertido un rato largo. Es mala, que nadie se engañe, pero si algo tengo claro es que si un día llegué a Ran o Hasta que llegó su hora es obra, en buena medida, de haberme zampado antes cosas como ésta, y de estarles agradecido.