El hombre del carrito
Sinopsis de la película
Matsugoro, un pobre conductor de carro en el Japón del periodo Meiji, devuelve a un niño perdido, Toshio, a su casa. Sus padres se muestran con él muy agradecidos. Tras la muerte del padre, la madre, Yoshiko, muy preocupada por su hijo, le pide a Matsugoro que le ayude a educarlo. Él acepta encantado. Con el paso del tiempo le coge mucho cariño, al niño y a la madre. Pero Toshio crece, y se marcha a estudiar a la universidad de Tokio, y Matsugoro se siente abandonado y triste…
Detalles de la película
- Titulo Original: Muhomatsu no issho
- Año: 1958
- Duración: 103
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Opinión de la crítica
Película
7.5
65 valoraciones en total
¡Ay, hombre que trabaja tirando de un carrito con personas o con enseres! Hay que ser muy fuerte para desempeñar un oficio como ese, tener una buena salud y no avergorzarse de formar parte del estrato trabajador más bajo de la sociedad. Pero además, este humilde tiene más virtudes maravillosas hay que descubrir conociéndole de cerca, alguna incluso guardada tan en secreto que nadie puede imaginarse.
¡Toda una lección de estética, elegancia sopesada y compostura japonesa la que Hideko Takamine nos enseña con su actuación!
Fej Delvahe
Matsu, el hombre que tirando del carrito transporta viajeros, es personaje de rasgos legendarios, elemental y salvaje, primitivo y bueno.
Se pelea, lanza risotadas, cuenta aventuras a un auditorio galvanizado y se rasca el cogote. Mientras le habla un hombre serio, se saca mocos o hurga entre los dedos de los pies. Y enseguida ríe.
Mifune lo encarna con magnetismo, genialmente.
Uno de sus cuentos: la caminata, de niño, hacia un rojo poniente, entre graznidos de mal agüero, en busca del padre remoto, a través de un bosque habitado por espectros, el único día que lloró.
Es sensible al drama del hijo de su difunto protector. Lo protege, y a la viuda, como puede.
El niño se fortalece, y la viuda contempla con sereno dolor el retrato del marido muerto.
Giran las ruedas, pasa una vida que es tirar del carrito de un lado a otro, cargando pasajeros y mercancías. Se suceden las estaciones y los carnavales, los festejos y los duelos.
Entre el nacimiento y la muerte, los seres ruedan, yendo del dolor a la alegría, y viceversa. La sencilla narración lo cuenta y a la vez lo contempla, con amplitud serena y melancólica.
Al final del verano, los fuegos artificiales. Con el invierno, la nieve.
En el cielo de esta película, instantes sublimes de Hideko Takamine, destellos del amor incondicional e imposible, y el sol de una abnegación noble y profundamente conmovedora.
Japón, principios del siglo XX. Matsu se gana su pan transportando personas en un jinrikisha, un cochecito de dos ruedas, del que tira con la sola fuerza de sus piernas. Aunque su oficio es de inveterada tradición en la sociedad japonesa suele topar con clientes altivos que se conducen ante él con manifiesta desconsideración. Matsu es muy popular entre sus convecinos, que le apodan el salvaje por su pronto pendenciero, por su enorme expresividad física (en este aspecto, Mifune se siente como pez en el agua) y, tal vez, por su carencia de ambición.
Muhomatsu no issho es un melodrama de tomo y lomo: desigualdades sociales, amores no confesados, muertes… pero a veces no lo parece por el tono sencillo, incluso cómico, que predomina en muchas de las secuencias que vertebran el filme (como en la escena de la carrera popular en la que Matsu participa con su peculiar estilo de correr, como si tirase de un carrito pero sin carrito) o por la sobriedad narrativa que priva a la historia de cualquier arranque de afectación (como el uso de la elipsis con la muerte del capitán Kotaro, padre de Toshio, de una efectividad fulminante).
El hombre del carrito es una de esas películas poco conocidas que necesitan ser descubiertas. La obra de Hiroshi Inagaki es sencilla, alegre, optimista hasta el punto en el que entristece. Este film es espléndido, una obra llena de vida y sobre una vida plena. La vida de un hombre que empujaba de un carrito.
Vida. Esto despierta Matsu (Toshirô Mifune), las ganas de vivir y de reencontrare con el mundo. Muchos piensan que el cine oriental es lento, yo no. Creo que es contemplativo, se recrea en asuntos en los que el occidental no piensa que es necesario detenerse. El cine de Inagaki es reposado, deja tiempo para observar, entender y sobretodo te deja comprender y sentir.
Inagaki cambia el registro después de haber creado una de las sagas de samuráis más famosas de todos los tiempos, pero repite con el gran Toshiro Mifune, quien le da a su personaje un abanico de sensaciones indescriptibles. Es espléndido, y gracias a él, El hombre del carrito se eleva por encima de su anterior trilogía y nos deja un poso agridulce y una gran satisfacción por contemplar la hermosa vida de un hombre que empujaba un carrito.
Lejos de una Italia de posguerra, muy lejos de italianos empalagosos con sus ti amo, y de directores que han pasado a la historia por retratar con fortuna y ternura las miserias de los desafortunados, Hiroshi Inagaki recrea en tiempos de posguerra (también), una de esas historias que también calzaban en el neorrealismo italiano.
Lo hace de la mano de uno de los mejores actores de todos los tiempos: Toshirô Mifune. Si Mifune hubiera sido americano, lo tendríamos sentado en el trono de los intocables, en la zona de aquellos que son considerados como estrellas inmortales. No hay tanta diferencia entre Mifune y Marlon Brando. Ambos son los únicos capaces de crear una actuación caricaturesca y que no parezca una pantomima. Luego, más tarde, y mucho más cercano en el tiempo, otros actores con mucho caché (y grandes virtudes) han querido seguir esta senda y se han estrellado hasta llegar a la mediocridad, hablo por ejemplo de los grandes Robert de Niro o Al Pacino, dos actores, que ya hubiéramos querido los espectadores, que se hubieran dedicado a permanecer como en sus inicios y no verlos tras la búsqueda de su ego.
Volviendo a la historia que Inagaki filma con una pericia que se siente en cada plano o en cada recorrido de la cámara, Mifune hace media película con una actuación prodigiosa, de esas que quita el hipo. Sólo por ello, merece la pena ver esta película. A su lado le acompaña Hideko Takamine, actriz fetiche de Kinoshita, y que consigue dar la réplica al siempre complicado Mifune.
Ikuma Dan pone, como ya hizo en la trilogía de Samurái de Inagaki, una hermosa banda sonora que casa perfectamente con todas las secuencias y que sabe unir, como lo hace Inagaki con la cámara, una historia creada a base de flashbacks. Inagaki usa de forma ejemplar diferentes elipsis que evitan caer en aburridos efectismos y que acaban dándole a esta película la justa medida entre la ternura y la hilaridad de Mifune.