El día trajo la oscuridad
Sinopsis de la película
Un brote de rabia azota al pequeño pueblo donde viven Virginia y su padre Emilio, quien parte del lugar para ayudar a su cuñado Ostrosky ya que su hija mayor, Julia, se encuentra al borde de la muerte. Virginia queda sola en la casa y Anabel, la hija menor de Ostrosky, llega sorpresivamente desmayada. Está afiebrada y debilitada y parece tener los mismos síntomas que su hermana: duerme durante el día y a la noche se desvela. Virginia intenta comunicarse con su padre pero los teléfonos no funcionan. El frío, las sospechas, sueños extraños y el agobio enrarecen la convivencia.
Detalles de la película
- Titulo Original: El día trajo la oscuridad
- Año: 2013
- Duración: 78
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Opinión de la crítica
4.2
60 valoraciones en total
Desde el inicio se nos plantea una interesante propuesta, donde late el misterio y de a poco se va intentando crear una atmósfera inquietante y aterradora. Pero rápidamente la película se queda allí, y no mucho más sucede. Más llegando al final que antes, recién allí, se nos presentan burdamente algunas pistas de que se trata de un film sobre vampiros. Antes de eso, es difícil representarse una idea clara de qué quiere la historia, sus personajes nunca terminan por definirse bien (salvo Mora Recalde, el resto de las actuaciones son bastante flojas), y lo que en un principio hace safar la peli, que es la hermosa locación donde se ha filmado y su aprovechamiento fotográfico, con el correr de los minutos no hace más que aburrir.
Le pongo un 3 porque no muchas películas argentinas se le animan al género de terror o a lo paranormal, sino, sería un 1.
Bien aclimatada y bien filmada. Breve. Película argentina de vampirismo. Nunca había visto algo así en nuestras tierras.
El tema es que ya lo vi mil veces en el cine europeo. La lentitud y la dosificación de las escenas mórbidas ya no son recursos novedosos y además aburren. Tampoco justifican la absoluta falta de historia. Ya existen Let the right on in y Trouble every day .
La crítica la infla pero la realidad es que es un 4,50.
Aunque, aparentemente, la temática vampírica pueda ser tratada en segundo plano, o, simplemente, como percha para el argumento de esta cinta de Martín Desalvo, los tópicos y los arquetipos de base sobre los que se fundamenta la novela original Drácula, de Bram Stoker, son los mismos. Así como otros muchos elementos del imaginario colectivo sobre estos seres sobrenaturales, y el simbolismo que contienen. No inventa, no crea… pero este tampoco es el cometido que hay que exigir, ni al director, ni a la guionista. Ni mucho menos lo que ellos podrían pretender.
Lo que nos presentan en esta película, con el trabajo de todo el equipo artístico y técnico de la producción, es una cuidadosa y bien lograda traducción de uno de los más fascinantes mitos de la milenaria tradición europea.
En ello, no hay ningún desmérito, sabe trasladar la esencia de este subgénero de terror a un lenguaje narrativo y estético, con el que lo ensambla perfectamente en un nuevo contexto, sin que su estructura y significados pierdan vigencia ni actualidad, especialmente en estos tiempos oscuros de pandemias, crisis a todos niveles, confusión generalizada, y pérdida a nivel global de la visión simbólica del mundo que nos rodea.
Por lo tanto, realizada ya hace seis años, además se le puede otorgar incluso un cierto valor premonitorio de lo que ahora mismo está sucediendo.
Desalvo extrae la médula del legendario de los vampiros, articulando su propia estructura con las piezas argumentales y narrativas que le interesa, despojándolas completamente, del canon barroco, gótico y sanguinolento al que estamos acostumbrados con las películas de la britànica Hammer, las más recientes versiones de la novela original (unas más fieles que otras), e infinidad de variantes que rozan más el cine fantástico, de ciencia ficción y/o de aventuras, que concebirse como de terror.
En esta cinta podemos apreciar apenas algunas referencias a toda esta literatura fílmica, pues se centra en los aspectos más humanos, ahondando en el sistema de significados de la personalidad de los papeles que interpretan los actores, y haciendo más un retrato de lo psicológico y lo social del mundo que recrea. Con todos estos ingredientes, y haciendo gala de un realismo estremecedor, nos acerca más al terror que alguna de las mejores interpretaciones del propio Cristopher Lee.
En vez de litros de hemoglobina, efectos especiales que inducen más al vómito que al espanto, sobresaltos y efectos orquestrales y de sonido propios de una ópera dramática (uno de los únicos recursos de antaño para describir lo tremendo e inefable), el director crea una atmósfera de lo más natural y cuotidiana posible, pero no por ello desprovista de poder atemorizante.
En este sentido, en especial los silencios de algunos momentos son lo suficientemente elocuentes como para realzar por sí mismos la intensidad dramática de la escena en la que se producen.
También juega, ahí, un papel crucial, la fotografía, con ella nos explica el contraste entre el mundo de lo consciente, lo racional, la franja del día que domina el sol, el YO, que cree llegar a todos los rincones de los páramos que ilumina. Pero que en la película no deja brillar en toda su plenitud, con atisbos de una ya incipiente debilidad, inseguridad. Y por otro lado, tenemos los planos, secuencias y escenas donde domina lo tenebroso, lo oscuro, lo siniestro, de lo que los personajes aparentan poder refugiarse en la luz artificial del interior de la casa. Ésta, como bello decorado interior que infunde acogimiento, confort y seguridad (y vista desde fuera), representa el parapeto que nos separa del salvaje, desconocido, infinito exterior, donde acechan todos los peligros.
Por lo tanto, paralelamente, las localizaciones, pocas pero perfectamente escogidas, funcionan también en este juego de contrastes, que nos habla desde la sobriedad de la composición de los encuadres, sin caer en una avara austeridad.
Hasta lo cutre que les pueda parecer a algunos la caravana abandonada, en vez de un ataúd, o del laberíntico castillo transilvánico con infinidad de interminables pasillos, puertas chirriantes, y negros y húmedos subterráneos, como nido del monstruo, puede resultar más como premeditada rúbrica del director para reafirmarse en el estilo que ha escogido.
Todos estos elementos se hacen encajar perfectamente en el lánguido y lacónico desarrollo del guión. Superficialmente lento, pero intensamente candente, como una brasa, va a su ritmo de cocción, igual como la carne en su propio cuero, tomándose su tiempo, como los argentinos saben hacer sus asados.
En un proceso de lenta digestión, el espectador va desvelando el contenido de la trama, como avanzando bajo la única lumbre de una vela. Paso a paso, se va dilucidando la verdadera identidad del mal que azota el lugar donde acontece todo. Y a la vez, esa oscuridad (ya lo dice el título), que va invadiendo el espacio, ganando terreno, desde que, a plena luz del día traen su semilla en forma de inocencia enferma y desmayada (Anabel).
Sin prisas, pero al tiempo casi sin darnos cuenta, como le pasa a la protagonista, la aparición de su prima va haciendo penetrar poco a poco ese estado cuasi hipnótico en el que el espectador participa con Virginia: esa immersión a lo desconocido, en las aguas del inconsciente donde bucean pasiones, deseos, miedos u otras experiencias que pueden ser las veces fuente de pánico, maldición o desgracia, o bién oportunidad de riqueza y conocimiento. Dependiendo de como cada cual lo gestione, y cuáles sean los condicionantes (ambientales, sociales, morales… ) que operen.
Virginia (Mora Recalde) es una joven solitaria que vive con su padre en una posada aislada, cerca de un bosque sombrío que limita con un mar agitado y acantilados ríspidos. Mientras llegan versiones de una peste que ataca a los animales del lugar, su padre se marcha para ayudar a un cuñado sobrepasado por la enfermedad de una de sus hijas, quien parece estar gravemente afectada de leucemia. Entonces, se produce la inesperada visita de Anabel (Romina Paula), hermana menor de la prima enferma, que también acusa síntomas de una debilidad extrema. Su presencia activa una seguidilla de acciones extrañas.
Entre Virginia y Anabel irá creciendo una relación veladamente erótica, mientras el afuera y el adentro se tornan cada vez más desasosegantes, en el devenir de una corruptibilidad general del cuerpo social y natural, sutil pero indetenible.
Sin descartar guiños a los mejores lugares comunes del terror vampírico, la historia se desmarca del género y se corre hacia el cine de autor. La puesta en escena busca la recreación de lo siniestro, eludiendo mostrar abiertamente los aspectos salvajes y sangrientos. La estrategia narrativa se apoya en la banda sonora y en imágenes veladas o sugeridas, con un trabajo metódico admirable del encuadre y la luz.
Se vale de recursos tan simples como una casa rodante abandonada en el bosque, el paisaje hostil o un cuarto donde el empapelado barroco parece continuarse en las floridas sábanas de un lecho femenino. Ese trasvasamiento donde se borran los bordes acentúa la alternante atmósfera onírica que participa también de los sueños sobresaltados de Virginia, angustiada por la transformación de los lugares cotidianos en peligros acechantes y oscuros.
El guión se desliza por los pasadizos de la psicología hacia la tensión sexual entre las primas. Mientras las protagonistas se aproximan en el interior de la casa, afuera se multiplican los animales desangrados y los murmullos sobre muertes a causa de una enfermedad indeterminada. La organización de la trama no busca develar un enigma, sino más bien dosificar una evidencia. Desdobla la atención entre las zonas oscuras del vínculo y el difuminado relato de terror. El eje siempre se mantiene sobre la intimidad de Virginia y Anabel, cuyos románticos nombres son una referencia al universo de Edgard Allan Poe, con frágiles heroínas de palidez mortecina y siluetas lánguidas. Como ellas, las protagonistas se mueven oprimidas por un clima victoriano reprimido pero al mismo tiempo atravesado por el eros, lo sobrenatural y el temor de lo que no puede controlarse.
Siempre, por debajo del cuento atemorizante, se entrevé la angustia de una unión prohibida y con sentencia de muerte, en tanto el vampiro debe ser destruido para evitar su propagación. De todos modos, el relato parece quedarse sin resto hacia su desenlace y deja la sensación de un final exangüe al que le falta una mayor contundencia: literalmente la historia se desangra.
Todo en esta vida tiene su ritmo, el cine, como no podía ser de otra manera, también. De nosotros depende que nos podamos adaptar a él para poder disfrutar de una historia, sea del tipo que sea. ¿Os imagináis El Caballo Turinés de Bela Tarr rodada frenéticamente? Sería otra película y quedaría más encuadrada en una carrera de cuadrigas que lo que en realidad es.
El Día Trajo la Oscuridad es un buen ejemplo de sin prisas por favor , quizás demasiado, pero a estas alturas seguramente su director ya estará familiarizado con este tipo de críticas. Como no queremos caer en la vulgaridad vamos a sacar un poco de punta al lápiz.
El primer comentario va en la línea de terror que flota en el ambiente . Cosa que es un tanto difícil de conseguir, como queda demostrado en esta ocasión al faltarle algo de recorrido digamos que opresor a esta cinta. El tema da para mucho y ese abandono de la truculencia y de las escenas escabrosas, no ha sido bien sustituido por eso que hemos comentado antes.
En mi opinión no deja de ser un drama con algo de vampirismo, que casi ni se ve y solo se intuye. Encuadrada en el género dramático funcionaría perfectamente, y los amantes de ese género se lo pasarían en grande con la pareja protagonista que, eso sí, destila química en grandes cantidades. Seguramente su público fiel se llevaría una desilusión al ver como el mal aparece aunque sea tenuemente.
Virginia vive con su padre en su gran caserón. Un día recibe la visita de su prima Anabel que llega desmayada. Extrañas enfermedades azotan a la comunidad sin que se sepa a que pueden ser debido, en principio lo atribuyen a un brote de rabia. La realidad, para desgracia de más de uno, es muy diferente.
Irregular film dirigido por Martin Desalvo al que le toca lidiar con un guión, que resulta un tanto disperso, obra de Josefina Trotta. A su favor juegan no obstante una escenografía muy acertada, la excelente fotografía de Nicolás Trovato y unas buenas interpretaciones encabezadas por Mora Recalde que carga sobre sus espaldas con el peso de tan triste historia. La relación con su prima, interpretada por Romina Paula, es de lo mejor del film.
Sin duda no es una película para levantar el ánimo, es decir que si os gustan las cintas tristes y melancólicas, habéis encontrado un producto digno de ser degustado.
http://www.terrorweekend.com/2014/11/el-dia-trajo-la-oscuridad-review.html