El destino se disculpa
Sinopsis de la película
Ramiro y Teófilo son grandes amigos y comparten inquietudes que los unen en sus desventuras. Sus intentos de triunfo artístico fracasan y un día Ramiro, el más descontento, le propone a su amigo que el primero de los dos que muera tiene que ocuparse del otro para guiarle en su vida.
Detalles de la película
- Titulo Original: El destino se disculpa
- Año: 1944
- Duración: 105
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Opinión de la crítica
Película
6.2
77 valoraciones en total
A pesar de su filiación al régimen franquista, filmando Raza con guión del dictador y Franco, ese hombre, yo no tengo prejuicios para reconocer, que José Luis Sáenz de Heredia es uno de los más importantes directores del cine español, cinéfilo admirador de Lubitsch con un puñado – ver filmografía – de películas estupendas, entre ellas se encuentra El destino se disculpa, que se inscribe en el terreno de la comedia fantástica, costumbrista y disparatada, una obra tildada con demasiado ligereza de menor. Basada en una novela del gran Venceslao Fernández Flórez, escritor gallego de gran influencia en el cine de los años cuarenta, junto al cineasta adaptaron el guión y los agudos diálogos, donde resalta la creatividad de sus propuestas, la descripción de los problemas de la gente común y la agilidad reflexiva de la narración.
La película se abre con un plano-secuencia del propio destino personalizado en un adorable anciano, convocando y dirigiéndose al espectador, nos cuenta las desdichas de estos infortunados artistas del teatro: Ramiro (Rafael Durán), un dramaturgo con aires de galán en busca de éxito y Teófilo (Fernando Fernán-Gómez), un desgarbado actor de teatro. Ambos deciden abandonar provincias en busca de futuro en la gran ciudad, un Madrid castizo y de pícaros especuladores y granujas como Rufino Quintana encarnado en la figura del inefable Manolo Morán. Dos grandes e inseparables amigos que hacen un pacto curioso, por si la parca viene a visitarles. Una atinada visión sobre la distancia entre deseo y realidad, de sueños inalcanzables fruto de la fantasía y la ambición.
Con una diáfana y densa puesta en escena por parte del cineasta, su talento notable se extrae de ingeniosas soluciones visuales. En todo ello reside la atractiva factura de la película. Una comedia amable con un regusto fatalista que retrata una España injusta, retrasada, triste y cursi. Una fábula moral en tono agridulce, amable crítica velada dentro de un humor tierno pero desencantado. Los seres humanos acostumbramos a quejarnos del destino, para eludir nuestros errores o como excusa para no admitir nuestra culpabilidad, pues en realidad somos nosotros, para bien y para mal los responsables de nuestros actos.
El guión de Wenceslao Fernández Flóres ya es marca de calidad. Sus diálogos son creíbles, variados e incluso agudos en algún momento.
Las interpretacions de Rafael Durán y, sobre todo, de Fernán Gómez, son estupendas, y esa incursión en la fantasía, haciendo uso de los efectos especiales, está muy lograda, me gusta, en especial, cuando el espíritu de Teófilo se presenta a través de la porcelana en forma de caballero barroco.
La tesis de que todo lo que nos pasa es única y exclusivamente fruto de nuestro libre albedrío se demuestra cuando al protagonista le van advirtiendo de los malos caminos y él, sin embargo, sigue escogiendo lo que le apetece para, después, quejarse de su mala suerte.
El retrato que se hace de la verdadera amistad, la burla a las autoridades -unos ignorantes paletos-, la crítica de los engreídos autorcillos de provincias y a los arribistas que aprovechan sus títulos universitarios para aprovecharse de cuatro incautos -el ingeniero que no hace bien las tuberías de la fuente pública y que no tiene ni idea de energías alternativas -, todo es buenísimo y contrasta con la sencillez de la hermana y la chica de las mantequerías, que se cuidan de mejorar una cosa tan prosaica como es la vida cotidiana.
Curiosa fantasía popular patria de tono cómico y cierta vena moralizante, si bien es cierto nada molesta, incluso simpática al fin y al cabo. Desde el plano técnico el film ofrece ciertas singularidades, una narración original basada en la presencia del propio Destino como narrador, un algo bisoño, pero curioso y apreciable, uso de pequeños efectos especiales sorprendentes para la época, unidos con otros más convencionales como el movimiento de objetivos inanimados o la creación de lugares espectrales por medio de la iluminación y el uso de los cañones de humo. A la película no le falta ritmo, quizá el sentido del humor en algún momento parece no haber superado el paso de los años, pero el ingenio del guión y de sus situaciones, aunque no estén explotadas con la brillantez que el relato merece, si están resueltas más que dignamente, no en cambio, dejan cierto regusto a apolillado, las imágenes no terminan de superar la época a la que pertenecen.
Es la historia de Ramiro (acertadamente interpretado por Rafael Durán), un joven autor teatral de escasa reputación que intenta abrirse camino en el duro mundo del espectáculo y que ve como se le cierran todas las puertas. Muy fina y sigilosamente el guión ya va avanzando (desde la siempre equivocada boca de Ramiro) lo absurdo de nuestras vidas, el destino se muestra más como una mera casualidad que como una consecuencia lógica de nuestros actos, es más, cuando Ramiro intenta creer que los hechos que le suceden son debido a lo infalible e invariable de su destino es cuando vemos se equivoca de lleno.
El film arranca con el mayor de sus atractivos, la original presencia de El Destino en persona, encarnado por un afable anciano que durante el desarrollo del film hará las veces de narrador. Su primera aparición no puede ser más significativa (y de la que proviene el título de la cinta) pues nos ofrece sus disculpas, y también sus quejas, ojo, ante el respetable porque siempre tenga que ser el destino el culpable de todos su males, o bienes, pues no están estos más que en las manos de cada uno de nosotros, sirviendo la historia que nos pasa a contar como una acertada moraleja que resume, y en la que se basan, las claves del film. Saénz de Heredia con este gesto nos dice, sin decirlo, que se sienta en el sillón del destino para narrar la historia, es decir, el destino no es otro que él, el propio narrador que sostiene los hilos por los que se mueven sus personajes. Con este inicio el film cambia por completo la perspectiva habitual del espectador, logrando realmente de este modo un sólido toque de fábula y fantasía que ya traspasa la pantalla desde un principio.
En el triste y oscuro paisaje del cine español tras la Guerra (In)Civil, entre tanta propaganda grandilocuente de las virtudes de los vencedores, entre tanta loa a la Santa Madre Iglesia por su inapreciable colaboración con los perpetradores de la escabechina, entre tanto discurso apolillado, gitanos, bailaores, chulos madrileños y demás parafernalia, asomaba de vez en cuando alguna gema que destacaba por su insólita propuesta. El destino se disculpa es una comedia fantástica al estilo de las que se rodaban en Hollywood (El cielo puede esperar, Qué bello es vivir, La mujer del obispo), pero con características netamente celtibéricas. Aquí no se trata de ángeles que descienden entre los mortales, sino del mismísimo Destino en persona, y de un pobre muerto que, atendiendo a la petición de su mejor amigo, vuelve durante treinta días para conducirle por el buen camino. Película amable y bien narrada, con algún toque meapilas para no faltar al respeto, dirige el fascista José Luis Sáenz de Heredia, pariente de José Antonio Primo de Rivera y cineasta oficial del Régimen, que entró en el cine gracias a, paradojas de la vida, Luis Buñuel. Protagoniza uno de los galanes de moda de la época, el repeinado Rafael Durán, acompañado de un campanudo Fernando Fernán Gómez, a los que arropan una serie de secundarios que dieron lo mejor de sí en aquellos años terribles, como el entrañable Manolo Morán. Una cinta, pues, a recuperar, gracias a ese megaciclo de la 2 sobre cine español, que se prolongará hasta 2017. Habrá que estar atentos.
Me enfrento a su visionado atraído por un argumento en el que se nos cuenta cómo dos pobres soñadores de pueblo deciden emigrar a la capital madrileña para así responder ante el destino que les viene dado: triunfar por todo lo alto en el mundo del espectáculo, uno como poeta o dramaturgo, el otro como actor. Tras una serie de avatares producto del azar, ambos establecerán un pacto en el que el primero en morir alertará al otro, desde el Más Allá, sobre los contras de sus futuras decisiones. Con base literaria de prestigio, original de Wenceslao Fernández Flórez, El destino se disculpa se presenta ante nuestros ojos narrada a modo de fábula por el mismísimo Destino, un anciano entrañable que a través del argumento de la cinta tratará de aleccionarnos sobre su escasa vinculación con los avatares individuales de cada uno de nosotros. La película, como no debía ser de otro modo estando realizada en el momento histórico en el que se hizo, encierra no poca moralina e incluso concluye con un mensaje bastante partidista de la ideología dominante e imperante en nuestro país. Pero para entonces, a un humilde servidor ya le ha seducido hasta el éxtasis absoluto una cinta que reboza humildad, encanto y mucha, muchísima, candidez.
Reconocemos ecos de algunos de los títulos del imprescindible Frank Capra, pues estamos ante una comedia sentimental que, pasando por encima algún tenue toque de realismo social (el tema de la emigración del ámbito rural a la gran ciudad se deja sentir en algún que otro momento, así como la corrupción en las altas esferas de poder), desemboca abiertamente en una comedia con tintes fantásticos para resultar un amable y para nada pretencioso canto a la alegría de vivir. A la alegría de vivir como Dios manda, por supuesto. Porque en el fondo, El destino se disculpa viene a ser una película-panfleto de una de las constantes en el ideario del Régimen: la familia como principal institución para el buen desarrollo de cada individuo. A El destino se disculpa se la puede tachar fácilmente de conservadora, sí, y no andaríamos muy desencaminados teniendo en cuenta la postura política de su creador, pero no hay espacio durante su visionado para reprochárselo, porque nos seducen con instantánea facilidad la sencillez, simpatía y ternura que desprenden sus imágenes, donde destaca una factura técnica ciertamente brillante, y cuya puesta en escena brilla por la invisibilidad de todo el artificio cinematográfico, en pos de una verosimilitud fílmica en permanente equilibrio entre el el cuento de hadas y la alta comedia. A este respecto, puede que alguno de sus gags no haya sobrevivido al derrumbe cómico que supone el paso del tiempo, a pesar de la agudeza exhibida en la escritura de los diálogos, pero lo que El destino se disculpa mantiene completamente intacta es su capacidad para conmover y ablandar nuestros duros corazones del siglo XXI. Estamos ante una película bienintencionada en el mejor sentido de la expresión, con la que además no podemos evitar sonreír de manera cómplice gracias al pertinente retrato de alguno de sus personajes secundarios o al inocente despliegue de unos efectos especiales que a nuestros expertos ojos nos pueden resultar pueriles, pero que en la cinta que nos ocupa adquieren no poco encanto y efectismo y, por lo menos, carecen del molesto exceso de ambición del que pecan los efectos digitales en muchas de las producciones actuales.
Para acabar de redondear el cómputo de aciertos, cuenta la película con el protagonismo absoluto de una de las estrellas por antonomasia de nuestro cine en los años 40, un Rafael Durán para el que El destino se disculpa parece ser un vehículo perfecto, pues encontramos sorprendidos que resulta estupenda la adecuación del intérprete con su personaje cuando le teníamos por un actor en cierto modo limitado. Sin embargo, esta película de Sáenz de Heredia nos invita a variar nuestra opinión, pues Durán efectúa un trabajo sobresaliente sobre ese chico de provincias ciego de ambición por triunfar en la gran ciudad, dando la espalda a la verdadera y cotidiana felicidad. Junto a él, descubrimos entusiasmados a un jovencísimo y apuesto Fernando Fernán Gómez en uno de sus primeros mejores papeles para la gran pantalla, como ese amigo fiel, cauto y perseverante que el genio lleva a cabo con la acostumbrada soltura que luego le convertiría en uno de los imprescindibles de nuestro cine. Durán y Fernán Gómez son los capitanes impagables de una función en la que también destaca un sobrado Manolo Morán, en un papel antipático que literalmente borda, una guapísima y angelical María Esperanza Navarro y, sobre todo, una portentosa y admirable Milagros Leal, evidenciando la excelsa categoría de una actriz que lograba casi sin pestañear si quiera hacer fácil lo difícil. En suma, El destino se disculpa debería ser desde ya un clásico de nuestro cine a reivindicar por cualquier aficionado, una película emotiva y candorosa a la que otorgarle desde ya la alta consideración que se merece.
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