El desconocido del lago
Sinopsis de la película
Verano. Un lago de aguas azul turquesa en torno al cual se congrega un grupo de bañistas. Hombres que encuentran su solaz juntos en su orilla o en el bosque contiguo. Franck pasa el tiempo entre la amistad (o amor platónico) con el orondo Henri y los escarceos con Michel, adonis oscuro y peligroso.
Detalles de la película
- Titulo Original: LInconnu du lac (Stranger by the Lake)
- Año: 2013
- Duración: 97
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Opinión de la crítica
Película
6.5
24 valoraciones en total
Linconnu du lac es una película sorprendente en su uso del naturalismo como lanzadera para plantearse cuestiones más abstractas. Alain Guiraudie crea un microcosmos en los alrededores de un lago, con extraños intimando y otros extraños mirando a los primeros. Con pocos recursos, y un estilo de dirección muy austero, se retratan con mucho tino pasiones que consumen y otras que se callan. Sirviéndose tan sólo de planos fijos del lago en calma y los árboles meciéndose, ya se nos avisa de que algo no va bien. No es tanto un desajuste ambiental, sino anímico. Guiraudie acierta en no romper la unidad de espacio, logrando así una coherencia interna y hábil conocimiento de la prioridad dramática, a pesar de que algunos espectadores lo juzguen como repetitivo. No nos interesa la vida rutinaria de los personajes fuera del lago, porque es ahí donde se sienten confusos, inseguros y turbados.
El ambiente conseguido debe gran parte de su éxito a sus actores, y al modo en el que se establece la dinámica de sus relaciones. Franck, el protagonista, conoce a Henri, con el que tiene conversaciones muy agradables y sinceras. Cada mañana, vemos a Henri apartado del resto de hombres, y cuando Franck se acerca sabemos que van a sentirse mejor. Se alivian mutuamente, aunque sólo sea de forma verbal. Conocen las inseguridades del otro, y saben decir las palabras adecuadas sin juzgar los impulsos del otro. Hay armonía. Entre ellos surje una relación platónica, que se hubiera visto consumada de no ser por la aparición de Michel. Más que un personaje, Michel es una fuerza. Una fuerza ante la que el personaje se rinde, somete su voluntad e incluso sus valores, después de ser testigo de algo horrible.
Conforme la película va avanzando, la abstracción en los personajes que al comienzo intuíamos va resultando más clara. Franck es una criatura indecisa, con las piernas a punto de desquebrajarse, una de ellas está en la tierra, y la otra es arrastrada por una peligrosa corriente. Henri es la tierra, paradigma del alma pura, buena y estable, que tal vez por resultar demasiado predecible a ojos de los demás, siempre acaba quedándose sola. Y Michel es esa fuerza pasional que envuelve y hace que quien la siente sacrifique lo que sea con tal de obtener una migaja de sus encantos. Hacia el final, vemos cómo el alma pura, cansada de ser abandonada constantemente, ve su soledad como un martirio irrevocable al que prefiere poner fin. La fuerza del deseo, como la corriente de destrucción que es, accede a llevarse con él al alma pura. Y la criatura indecisa se queda sin la posibilidad de regresar con ese alma afín, atrapado para siempre en los dominios de la fuerza a la que decidió entregarse.
Ecos trágicos de las obras de Sófocles o Esquilo se filtran en este retrato de caracteres atrapados en una miseria autoimpuesta. Los personajes aquí funcionan a dos niveles. Por un lado, son símbolos que elevan la ficción y la historia que se cuenta, retazos de una honda y atemporal naturaleza humana. Por otro lado, funcionan como personajes con su historia concreta dentro de la ficción. Normalmente, los personajes que simbolizan algo no suelen resultar creíbles dentro de la ficción, y los que sí resultan creíbles rara vez trascienden los confines del guión. Aquí se consigue cubrir ambos flancos, y eso es algo de lo que Alain Guiraudie debería sentirse muy orgulloso.
La compulsión por el peligro, la fascinación por lo turbio e intrincado, como si albergara algún premio inesperado, la obsesión por repetir comportamientos estériles y espinosos, con un apremio y una insistencia que bordean la locura y la sinrazón, como si el sexo ofreciera una compensación desorbitada o se pudiera llegar a través del sexo a la felicidad máxima o la anhelada pareja siempre soñada pero casi siempre insatisfecha por impaciente, impertinente o pospuesta. Todo esto se recoge con perspicaz meticulosidad en esta película francesa de escaso presupuesto e inquietante desarrollo, donde lo de menos son algunas escenas de sexo explícito y lo mejor la capacidad de observación casi documental de un comportamiento que podría parecer arbitrario si no fuera tan reconocible como desasosegante.
La trama policiaca que sirve de marco a la acción no deja sino al descubierto las contradicciones íntimas del protagonista, que se enamora de un personaje opaco y huraño porque corresponde, quizás, a su ideal de masculinidad, pero cabe preguntarse cuál es el problema de que haya personas abocadas, irremisiblemente, hacia comportamientos dañinos e insalubres, que saben que les pueden costar la vida o la salud, y sin embargo no cesan en su empeño de repetir obsesivamente unas pautas que poco tiene que ver con la felicidad y sólo en apariencia parecen corresponder a la facilidad de contactar sin trabas ni prejuicios con todo tipo de personas, indiferentes a los condicionantes sociales, pero ciegos ante el peligro o impelidos hacia la aventura (o desventura) más desbocada.
Este cinta recoge un episodio no por extremado menos verosímil, donde se dan la mano eros y la compulsión hacia la muerte, en ofuscado aquelarre bajo el sol veraniego y las miradas escrutadoras de un público tan fálico como descerebrado, tan deseoso del orgasmo como incapaz de trascender las limitaciones de un ambiente que ofrece carne al por mayor como en un supermercado pero sin control de calidad alguno. Asistimos a un estudio sociológico de las contradicciones palmarias de ciertas personas, atentas a la satisfacción inmediata y dispuestas a no ver lo que no quieren ver o prestos a mentirse con tal de obtener una promesa de gratificación enloquecida.
No es para paladares pacatos ni gazmoños (el puritanismo queda desterrado por completo), pero ofrece una radiografía precisa y nada complaciente de las penalidades afectivas y vitales cuando buscamos – en lugares equivocados o en personas desaconsejables – una brizna del amor codiciado. Pero la codicia es mala consejera y la tragedia está presta a caer como una pesadilla. Lo dicho, no es para cualquiera, pero el que vaya avisado encontrará un espejo nada complaciente donde ver reflejadas las contradicciones que nos avocan hacia el abismo.
Sin alfombras, ni flashes, ni ruido mediático se ha inaugurado una nueva edición del Atlántida Film Fest, el festival de cine más accesible de todo el panorama internacional. Lo ha hecho con El desconocido del lago, a punto de estreno y con ocho nominaciones a los César en sus espaldas. Tamaña representación en los principales premios del cine francés sería anecdótica si no fuera porque el filme sólo podría salir, y para colmo ser premiado, de una industria como la gala.
De nuevo nos encontramos con una cinta de temática gay, centrada esta vez en el submundo del cruising, ese fenómeno que todo el mundo ha percibido alguna vez cuando frecuenta determinadas playas o determinados baños públicos pero ante el que prefiere hacer la vista gorda. ¿Cómo reflejar en pantalla ese ambiente casi marginal, percibido por tantos como algo sucio, perturbado e incluso degenerado? Pues sólo había dos maneras: desde la distancia y el estereotipo o con valentía y transparencia, que es el camino escogido por Alain Guiraudie en esta arriesgada, y triunfante, apuesta.
El propio director dice haberse sorprendido por la buena acogida de un filme que preveía polémico. Y es que, en una decisión valiente, decide prescindir de todo filtro, no sólo musical o de iluminación, sino también del de la prudencia o el pudor. El desconocido del lago no mueve su foco de una zona de baño nudista y de intercambios sexuales y por ello en ningún momento amaga la realidad con planos calculados o cortes interruptus. Buena parte del trabajo de los actores se realiza en pelota picada. Sin miedos ni tabúes.
Pero Guiraudie va mucho más allá, dejando a La vida de Adèle y sus escenas lésbicas en un mero juego de niños. Porque el filme no es esconde tras los matorrales. Plasma sin ambigüedades lo nunca visto en una cinta comercial, desde besos negros a eyaculaciones muy gráficas, probablemente nada que no pueda verse si uno decide aventurarse en ese oscuro y desconocido ambiente del cruising. Escenas que perturbarán a más de un espectador pero que, a diferencia de propuestas como Nymphomaniac, no buscan el escándalo gratuito sino que incluso pueden estar plenamente justificadas.
Valorar una cinta por la explicitud de sus imágenes, sin embargo, debería ser ya un capítulo superado, y al menos en Francia parece que lo han conseguido. Porque realmente esas escenas rodadas con dobles pornográficos no tendrían ninguna razón de ser si tras ellas no existiera un trasfondo mucho más profundo, como el que presenta El desconocido del lago cuando además se preocupa por desnudar a sus personajes más allá de lo físico.
Lo que Guiraudie en realidad nos está enseñando sin tapujos, además de a un grupo de hombres solitarios en busca del placer exprés, además de un angustioso asesinato que dota al filme de algo más que tensión sexual resuelta aquí te pillo, aquí te mato, es la honesta amistad entre el apuesto Franck y el entrañable Henri. Te quiero y no me apetece acostarme contigo. ¿Increíble, verdad?, le confiesa este último al protagonista en uno de sus impagables diálogos. Puede que la película no logre desempañar el concepto hacia los adictos al cruising, ni tampoco lo intenta, pero tiene mérito que de ese entorno de supuesta decadencia y amoralidad logre extraer una preciosa historia de amor verdadero.
Salvaje, bien construida. Su magia se encuentra en su osadía para mostrar lo que muestra de manera tan explícita.
El mundo de la homosexualidad masculina llevada al cine alejándose en lo posible de ciertos estereotipos manidos y tan recurrentes en cualquier película de género. Sencilla en su exposición y compleja a la hora de resolverse para no caer en tópicos típicos.
Hay mucha simplicidad dentro de su verdad. Se acerca al cruising, algo que los heterosexuales no conocen y a los que podrá sorprender.
Prácticas comunes entre hombres que viven su sexualidad clandestina en libertad, cuando surge la oportunidad y se lo permiten, o ellos mismos se lo consienten.
Calificación: 6, Aceptable.
Lo mejor de la película: Guiraudie ha tomado el toro por los cuernos y en un arrebato de valentía ha llevado a cabo una puesta en escena fuera de lo corriente, mostrando sin tapujos multitud de tabús de esta sociedad y con la presencia en pantalla, de forma tan natural, de tanta genitalidad. El desnudo con normalidad de los protagonistas ha sido todo un acierto, rodeado de un paisaje bucólico fotografiado de manera espléndida por Claire Mathon. El orondo Henri es uno de los personajes más interesantes del filme, rebosa simpatía en cada plano.
Lo peor de la película: La censura ejercida sobre el cartel de la cinta, de momento, en dos ciudades francesas. Ciertos planos son demasiado repetitivos (la entrada de coches en el parking del lago) y otros muestran de manera explícita ciertos detalles que causarán pudor en mentes demasiado encorsetadas.