El demonio del desierto
Sinopsis de la película
Un ser extraño proviene del desierto en busca de víctimas: aquéllos que lo han perdido todo, que se encuentran solos, abandonados, llenos de desamor, aquéllos cuya alma y su vida es lo único que tienen. Así, tras romper con su marido, Wendy recoge a un extranjero en su coche, mientras conducía sin destino. Se empezará a maldecir cuando se inician una sucesión de hechos de lo más extraños a raíz, según cree, de recoger a ese misterioso hombre.
Detalles de la película
- Titulo Original: Dust Devil
- Año: 1992
- Duración: 87
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Opinión de la crítica
Película
5.7
66 valoraciones en total
Un espíritu diabólico atrapado en un cuerpo humano (Robert John Burke) vaga por el desierto de Namib con una indumentaria ciertamente llamativa y un tanto siniestra, que incluye sombrero de cowboy y capa. Para liberarse de su prisión material, necesita hallar víctimas a las que asesinar y recolectarles el alma. Su modus operandi favorito consiste en hacer autoestop y seducir a las bellas buenas samaritanas que lo recogen. Su extraño y sangriento peregrinaje lo llevará hasta Wendy Robinson (Chelsea Field), joven sudafricana que carga con un marido abusivo e insoportable (Rufus Swart). Ahora bien, siguiendo al demonio del desierto está un policía, Ben (Zakes Mokae), atormentado por sucesos del pasado que lo acosan en sus pesadillas. El intentará impedir el asesinato de Wendy y detener la estela de crímenes dejada por el maligno espíritu.
EL DEMONIO DEL DESIERTO es un film de culto que, parece, recién ahora está obteniendo el reconocimiento que merece. La trama, quizás, tiene menos crédito que los rubros técnicos puestos al servicio de la misma, particularmente en el caso de la fotografía de Steven Chivers, que capta los paisajes del desierto en toda su espléndida y por momentos inquietante belleza, y la música a cargo de Simon Boswell (quien compuso, entre otras, la banda sonora de Phenomena , del gran Darío Argento), una y otra, combinadas, consiguen crear una atmósfera sugestiva y tétrica que es decididamente el punto más destacable de la cinta.
Las actuaciones en general son simplemente convincentes, pero hay que decir que la trama no impone grandes exigencias al elenco, pese a lo cual quiero destacar la labor de Zakes Mokae, a quien antes sólo había visto en La serpiente y el arco iris y a quien, hablando con franqueza, no me imaginaba en el rol de uno de los buenos y que aquí demuestra poder desempeñarlo con absoluta solvencia.
Hay un fenómeno meteorológico, un remolino de polvo que se da en zonas desérticas que lleva por nombre Dust Devil. La película también lo tiene, y basan ese remolino vertical y normalmente inofensivo como un acto del diablo, algo que anuncia la presencia de un alma poseída en busca de otras que están perdidas y casi muertas para alimentarse de ellas.
Entre tanto polvo comienza la película, que a medio camino entre las viejas creencias místicas y la magia negra despliegan los tormentos del viajante que viste gabardina y sombrero y atrae a una dama solitaria en una carretera. La estructura de las decadentes escenas iniciales donde se nos da a conocer al culpable y su permanente culpa, se va difuminando poco a poco al comenzar una ardua labor de mezclas incontroladas de géneros cinematográficos. Todos juntos pero sin conseguir mezclarse no desesperan, pero tampoco apasionan, jugando con pequeños retazos de genialidad entre todo el relleno logístico.
El amor quedó congelado… porque al menos algo claro queda al diagnosticar una víctima, si sufres y tienes algún vehículo motorizado eres el objetivo de una sucia muerte para parar un reloj escacharrado que quiere retroceder el fin del mundo. Todos sufren de lo mismo, al menos es la excusa perfecta para dar paso a una mujer y la tensión sexual que ello conlleva.
En toda película de terror, un policía… porque atormentados hay en todas partes y entre montañas de polvo también existen crímenes que investigar y métodos poco ortodoxos que seguir. Es el personaje que no consigue casar de ningún modo a mi parecer en toda la historia, sin embargo es el que tiene los sueños más vívidos e irreales en los que mezclar pasado y ocultismo.
En polvo nos convertiremos… porque no se puede negar lo efectivos que son los entornos elegidos, con algunas imágenes fantásticas que sí reflejan soledad, la arena es sólo eso, pero aporta unos colores majestuosos, tanto como el fuego, que siempre está presente como la alegoría que es a la jornada de puertas abiertas al infierno.
El racismo tomará forma… porque hay que dejar claro que aunque no venga a cuento se rueda en un país marcado por la eterna diferenciación de clases basadas en un color, y el director pensaría que por qué no, si teniendo tiempo para pararse y reflexionar, un alto más en el camino nunca viene mal.
El mal resurgirá de sus cenizas y corromperá almas sin que nadie le controle, pues su poder es más fuerte que el de un ave de alas sesgadas… porque las enseñanzas y explicaciones no cesan por parte del ínclito narrador ausente, y aunque esta me la he inventado yo sola sin ayuda de nadie nuestro narrador de hablar pausado no quiere dejar el protagonismo a otros e insiste en los dones que posee el dust devil que acecha en las carreteras.
El estómago pide refuerzos… porque la sangre toma presencia en momentos de espectacularidad desbordante, así como intentos de abstracción en todo tipo de alucinaciones personales y colectivas, que le da un carisma propio a puntos determinados del metraje.
Todo ello se une sin interrumpirse en ningún momento y tras largos paseos de un punto a otro del terreno en los que incluso hay tiempo para alguna escena de humor no intencionado, se crea un final tan efímero, como el recuerdo que puede dejar en sí la película, pero no nos falla una edición que ha conseguido su propio Director’s Cut como un rato de entretenimiento con cierto destello de belleza e ingenio que se pierde entre las nubes de polvo con facilidad. Muchos la tachan de poco inspiradora, pero nunca se sabe donde se esconde el diablo, tal vez esté tras estas maliciosas palabras…
Crítica para http://cinemaadhoc.info
@cinemaadhoc
En los primeros tiempos, los tiempos de la luz roja, el viento del desierto era un hombre como nosotros… hasta que, por desgracia, le crecieron alas y voló como un pájaro. Con tan sugestiva frase arranca esta película de asesinos en serie con elementos fantásticos y cierta dosis del género western. Ambientada en un contexto inusual (la transición democrática en Sudáfrica), narra las peripecias de un demonio (el demonio del polvo) que anhela liberarse de su cuerpo, prisión en que se encuentra atrapado, para lograrlo tendrá que realizar una y otra vez el ritual del asesinato, dejando a su paso un reguero de cadáveres.
Se trata del segundo largometraje de Richard Stanley, que, para esta ocasión, abandona la estética de video clip que imprimió a Hardware y adopta un tono más denso. Así pues, Stanley logra crear una atmósfera inquietante, enrarecida, onírica, que recuerda a la de la La última ola, de Peter Weir, otra cinta ambientada en un contexto raro (desde el punto de vista cinematográfico) y también cercana al cine fantástico.
Mención especial al interesante casting, aunque probablemente ninguno de los actores ganará jamás un óscar.
De una película así es muy fácil acabar harto y quedar insatisfecho, no pasa nada por decir que se trata de un trabajo muy serio y personal pero que a la vez huye del esquema de cine comercial. No todos los directores de este tipo son buenos, no es que no triunfen, es que muchos no hacen más que castañas, porque sí, es admirable en parte que se quieran alejar del cine como una vulgar industria de productos a la venta, pero a menudo su firma no significa nada, no es sinónimo de calidad. ¿Qué sucede con El demonio del desierto ?, para mí es una película rotundamente original, es buena, probablemente mejor de lo que me ha parecido a mí, y sobre todo, es una largometraje que no me importaría volver a ver o recomendar a según qué paladares.
La historia está llena de referencias, nada es porque sí, sospecho que detrás de cada movimiento y de cada diálogo hay mucho trabajo y sobre todo, se nota la huella de alguien que piensa y reflexiona. No hay plano que no contenga una fotografía bien mesurada, las cosas no están hechas al azar y sobre todo, ahora viene lo mejor, se trata de una película que puede presumir de tener a una actriz que es un cañón.
No creo que sea nada malo destacar la parte femenina de un binomio, en esta ocasión la actriz Teri Norton aparece como necesidad del guión, como un elemento vehicular, pero a medida que avanza la complejidad de la historia ella se transforma y pasa de ser un detalle más a convertirse en un huracán. Para ello, la película se ha tomado su tiempo, ha ido a su ritmo. No sé si es vulgar o intrascendente destacar a la parte femenina de la película, pero creo que merece todo mi elogio. Es un cañón camuflado, cuando se ve finalmente su potencial uno tiene que darse la enhorabuena por ese placer desatado e inesperado.
Merece la pena, por ella, por la historia, por su originalidad. Y no, no es de miedo, no es un western… Es singular y única.
El demonio del desierto (Dust Devil, el demonio del desierto, 1992) se trata de una película dirigida por el enigmático director de origen sudafricano, Richard Stanley. La película es una absoluta rara avis , inclasificable en cualquier género, y que demuestra que a pesar de lo poco que ha dirigido este director, lo cierto es que merece la pena tenerlo en cuenta cuando hablamos de ese cine de género más soterrado.
Dust Devil es una película de aquellas que los cinéfilos acostumbramos a decir viaje . Más que una narrativa convencional, Stanley se adentra en ese cine que juega en la frontera de lo onírico y lo mitológico. Prueba de ello es la propia primera secuencia, en la que se presenta nuestro personaje. Sin apenas decir una palabra de diálogo se sube en el coche de una mujer. No han dicho nada pero el espectador ya lo sabe todo. Todo fluye, sin necesidad de recurrir al texto.
La película está basada ligeramente en una película que realizó en 16mm el propio director años atrás, un cortometraje estudiantil sobre un asesino en serie que tiene poderes sobrenaturales. Es obvio que Stanley mezcla sus propias raíces africanas (todo lo relacionado con la iconografía del asesino y las pinturas que deja realizadas en la casa de las víctimas) con su propia formación occidental, teniendo en cuenta las circunstancias de Sudáfrica en los años en que creció el futuro director (por ejemplo, las alusiones directas a películas de explotación italianas). La mezcla es esta obra de arte.
Es por todos conocido que Richard Stanley tuvo ciertos problemas para distribuir su película. Rodada en la actual Namibia (la película contó con varios actores y extras del país), los problemas aparecieron especialmente después del rodaje, cuando hubo diversas diferencias artísticas entre el director y la productora sobre la duración de la película. Los productores querían acortarla pensando erróneamente que la obra resultaría aburrida para el gran público, mientras que el director no quería que la película fuera mutilada, porque perdería sentido. Actualmente la versión comercializada que puede verse es la del propio director, después de que tuviera varias disputas con la productora, tal y como aparece en los títulos de créditos finales.
Es difícil hablar de una película como la que presenta Richard Stanley. Ya fijándonos en la gran cantidad de géneros con la que es clasificada en gran cantidad de medios nos puede dar una idea de lo peculiar que es esta cinta. Por una parte, el argumento podría recordarnos vagamente a The Hitcher (Carretera al infierno, 1986), pues empieza con un personaje protagonista que se dedica a asaltar a víctimas mediante la técnica del auto-stop. Pero pronto el guión que firma el propio Stanley empieza a añadir una rica mitología que va derivando el filme de un simple slasher a una obra con una obvia carga filosófica.
No solo porque se desvela que el personaje del autoestopista no es un simple humano, sino que es en realidad una especie de demonio, sino por como el guion emplea este recurso para darle capas y capas. Precisamente lo grandioso del filme es que puede mejorar tras revisionados, porque es una película que tiene muchas direcciones positivas.
Si por algo apasiona y convence la película es por la gran cantidad de recursos artísticos que emplea el filme. Sorprende en un primer momento la fotografía con ese color tan anaranjado que obviamente pretende recrear la sensación de estar en un desierto, luego los planos y la puesta en escena, la manera en como la fotografía hace resaltar elementos mediante el uso de luces y sombras…No hay un solo elemento técnico en la película que no sea realmente digno de mención.
Podríamos empezar hablando de una maravillosa fotografía que firma Steven Chivers. La idea general era sumergirnos en un relato mitológico que tiene lugar en el desierto, y a fe que lo consigue. Sí, obviamente ayuda el hecho de que la película se rodara en Namibia, pero es que la película no se dedica simplemente a documentar un desierto cualquiera. No. La película exagera los estereotipos que el espectador pueda tener sobre el desierto y la calor inhumana para presentar un cuadro que está más allá de lo real. Estaos ante un ambiente fantástico, de leyenda, como corresponde a la propia temática del filme. Esos tonos naranjas que emplea la película se acaban convirtiendo en una seña de identidad absoluta.
Pero no estamos ante una película que se quede estable en este aspecto, sino que la fotografía varia cuando tiene que hacerlo. Es el caso de las escenas en las que el Demonio se alimenta de sus víctimas, donde la fotografía pasa a un tono nocturno que opta por colores aparentemente más fríos pero que siguen teniendo una potencia tonal. O esos colores rojos que el director asocia directamente con la magia y el chamanismo, con las secuencias que tienen lugar en la cueva.
También ayuda a la inmersión atmosférica esos planos generales que nos presenta el cineasta de los paisajes de Namibia, aderezados con la música de Simon Boswell y la fotografía de Steven Chivers. No son los típicos planos que simplemente buscan rellenar metraje. Son composiciones estéticas de primer orden que dan coherencia argumental a la película.
A pesar de que la película no lo remarca excesivamente, se puede observar de manera evidente los problemas y tensiones sociales que estaban sucediendo en el lugar representado en el filme, Namibia. El país, que fue ocupado por Sudáfrica, realizó también políticas de segregación racial, que pueden verse en varias escenas de la película, y que poco a poco muestran una conclusión también espeluznante, como es la absoluta incompatibilidad entre la raza blanca y la raza negra en el territorio africano.
Crítica escrita para https://cinemagavia.es/