El cuento de la princesa Kaguya
Sinopsis de la película
Basada en un cuento popular japonés anónimo del siglo IX, El cortador de bambú . La historia comienza cuando una pareja de ancianos campesinos encuentra a una niña diminuta dentro de una planta de bambú, y deciden adoptarla como si fuera su hija. Pasan los años, y rápidamente se convierte en una hermosa mujer pretendida por muchos hombres poderosos.
Detalles de la película
- Titulo Original: Kaguya-hime no Monogatari
- Año: 2013
- Duración: 137
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Opinión de la crítica
Película
7.6
84 valoraciones en total
Ghibli nunca decepciona. Al menos Hayao Miyazaki e Isao Takahata nunca lo hacen. La última gran obra del segundo es La princesa Kaguya, maravillosa historia tradicional japonesa llevada a la vida con la original magia que caracteriza al estudio, acompañada una vez más de la poética música de Joe Hisaishi.
En esta ocasión, la animación tiene un estilo de dibujos muy apropiado para la historia. Cada plano es una auténtica obra de arte, tanto por los paisajes como por los elaborados personajes que los pueblan. La ambientación japonesa es perfecta (tanto temporal como espacialmente) y el personaje de Kaguya se gana al espectador con rapidez, la magia envuelve todos los rincones de la historia.
Mientras Miyazaki siempre aboga por la magia, Takahata suele preferir el plano realista, como muestran sus bellas La tumba de las luciérnagas y Recuerdos del ayer, pero esta obra parece una mezcla de los maravillosos estilos de ambos. Poética y tan creíble como hermosa, La princesa Kaguya es una pequeña joya que no puede faltar en la categoría animada de los próximos Oscars.
Juan Roures ~ La estación del fotograma perdido
Y yo sin ver nada del amigo Takahata.. (Marco y Heidi aparte)
La Tumba de las Luciernagas, Recuerdos del ayer y Pompoko quedan situadas sin más demora en la línea de salida. Se rumorea además que este Cuento de la Princesa Kaguya supone su legado final (80 castañas le contemplan, es mayor que el propio Miyazaki)
El Cuento de la Princesa Kaguya está basado en una de las leyendas más populares de Japón, cuyo nombre es Taketori Monogatari (El cuento del cortador de bambú). Es una historia completamente atemporal. Trata sobre una niña nacida de un brote de árbol de bambú, que cuando crece se convierte en una hermosa princesa. Y voy al grano. La primera hora de metraje es antología pura, una obra maestra. Ver crecer a la princesa recuerda en todo momento a esos 20 minutos también mágicos de El Arbol de la vida, cambiando en este caso Texas por el Japón más tradicional y mitológico posible. Todo la parte rural de la historia es una locura, la mires por donde la mires.
Estamos hablando de 128 minutos de metraje que se antojan excesivos para mantener esa barbaridad narrativa que Takahata se saca de la manga en los primeros 60. Es esa segunda parte, alejada del campo, la que no consigue mantener el nivel hasta culminar de nuevo, con cinco minutos finales de aúpa.
La inocencia y delicadeza que desprenden los carboncillos y acuarelas de su animación es pura magia. Da igual el fotograma que escojas, al azar, uno cualquiera, son verdaderas obras de arte diseccionadas a lo largo y ancho de la película. De Isaishi ya no voy a decir nada porque me da la risa. Partitura y canción (la de los créditos finales) del año.
No sé, ha sido una experiencia verdaderamente intima. La historia destila ternura por los cuatro costados. Es el paso de la infancia a la madurez más melancólico que recuerdo en cine de animación.
Isao Takahata tiene un gran problema, y se llama Hayao Miyazaki. Ser director en el mismo estudio que él le hace automáticamente estar ensombrecido por el impacto de un genio sin paliativos, un maestro del medio animado y de la narración cinematográfica, pero aún así, se ha sabido hacer un hueco con algunas producciones que son parte decisiva de la evolución de este arte como La tumba de las luciérnagas . Con La princesa Kaguya vuelve a brillar bien alto con la que quizá sea su películas más depurada hasta la fecha, tomando riesgos formales y narrativos, alejándose de lo magmánimo y cerrando una historia de fantasía pura que le hermana con algunos de los grandes nombres salidos de la cinematografía japonesa de todos los tiempos. Si en La tumba… Takahata usaba como fondo la II Guerra Mundial para contar la relación entre un hermano y una hermana en situación límite, y en Recuerdos del ayer se nos llevaba al núcleo de una familia a través de recuerdos en un pequeño pueblo, aquí el realizador sigue explorando las relaciones humanas tomando como base un cuento del siglo IX sobre un cortador de bambú que encontró en el bosque a lo que parecía ser una especie de criatura mística con forma humana, criándola junto a su mujer como una hija propia.
La princesa Kaguya apunta pues a las relaciones pero lo hace también a la simple conexión con el mundo y lo que lo rodea. No faltan planos detalle o de recurso de animales, escenarios u otro tipo de elementos que están ahí para otorgar riqueza a un mundo apegado a la realidad más allá de su acercamiento puntual al fantástico. Tenemos a una niña que crece rápido, a sus padres -un par de ancianos- que la cuidan y la necesidad de conferirle un futuro prometedor como aparentemente estaba destinado a tener desde el momento de su nacimiento. Lo que más me interesa sin embargo de la película es su lectura del rol femenino, cómo explora este arquetipo de mujer fuerte que Studio Ghibli siempre ha potenciado pero no convirtiendo a su heroína en una guerrera en un sentido literal, sino simplemente en una mujer que ansía poder controlar su vida y al mismo tiempo no decepcionar a aquellos que la han acompañado durante su viaje vital. Takahata utiliza la elipsis como arma para saltar en el tiempo y evitar subrayados y otorga una personalidad de hierro a la protagonista mediante la más natural de las acciones: el crecimiento.
En su acercamiento a este rol y la forma en que aborda el fantástico, es imposible no acordarse de Keiji Mizoguchi y algunas de sus obras capitales, como Cuentos de la luna pálida de agosto . Takahata no remite al maestro sólo en la forma de abordar la narración (pausada, con ocasionales arrebatos cómicos que suavizan la dureza de la historia), también en la selección de encuadres (en su mayoría a ras del suelo, apenas hay picados o angulares), en ese papel de mujer fuerte contra viento y marea y la relación entre los distintos personajes que van apareciendo. Studio Ghibli lanzó en 2013 dos películas, ésta La princesa Kaguya y El viento se levanta de Hayao Miyazaki. Esta última es una obra maestra rotunda y la de Takahata cerca está de serlo, si valoramos un conjunto. Técnicamente es un film único, y en lo demás es una obra completamente anacrónica: si ser un hueso duro de roer, no espera que el público la abrace de forma total, no se preocupa por contentar a nadie y Takahata se limita que la cosa fluya con naturalidad. Si le sumamos la música de Hisaishi, tenemos un pack completo. Una película extraordinaria, en suma, y digo esto habiéndola visto dos veces -en días consecutivos- en el momento de publicación de esta crítica. Es más, no dudo que la veré una tercera.
La belleza de esta película es deslumbrante. En la estética minimalista de Takahata, cada trazo lleva una fuerza expresiva asombrosa. Las herencias del arte japonés, del impresionismo y del expresionismo se funden con una sabiduría y una sensibilidad artística conmovedoras. En varios momentos tuve ganas de llorar. No por la historia, sino porque tanta belleza me resultaba sobrecogedora.
He visto prácticamente toda la filmografía del Estudio Ghibli y amo profundamente las obras de Miyazaki, las llevo todas en el corazón. Sin embargo no puedo evitar preguntarme por qué Miyazaki ha tenido el justo reconocimiento de público, mientras este cuento de la princesa Kaguya ha sido un fracaso en la taquilla e incluso entre los aficionados de Ghibli.
¿Por qué una película tan sincera y tan bonita ha llegado al corazón de pocas personas?
Se me ocurre algo que he leído hace tiempo sobre Yasuiro Ozu y Akira Kurosawa: decía que Ozu no tuvo el éxito internacional que tuvo Kurosawa por ser el más japonés de los 2 (o de los 3, si incluimos también a Kenji Mizoguchi). Muchos rasgos de su arte resultan de difícil comprensión para quien no conozca la cultura y la historia japonesas, las formas de interacción entre las personas (lenguaje verbal y corporal) y sobre todo la sensibilidad japonesa. En cierta manera, las películas de Kurosawa son más abstractas, etimológicamente hablando: cuentan pasiones y conflictos universales que, por su carácter primitivo, pertenecen a toda cultura humana. El Japón de las obras de Kurosawa es siempre un Japón mítico, incluso cuando habla de la desolación postguerra. Y el mito, por definición, es un producto sobre-cultural, habla a todos.
No quiero decir que Takahata se parece a Ozu y Miyazaki a Kurosawa, por supuesto: Ozu era un hombre de un Japón que ya no existe, que se ha transformado hasta ser casi irreconocible, Takahata no es un muchacho, pero es más moderno, ha absorbido mucho de la cultura europea, por ejemplo. En cuanto a Kurosawa, su estilo era mucho más estilizado y expresionista que el de Miyazaki. Sin embargo, sí creo que el arte de Miyazaki es un arte mítico, sus héroes son universales, llegan con facilidad al corazón de un japonés como de un europeo: la crisis adolescencial de Kiki (Nicky, en España) tiene puntos de contacto con la historia de cualquiera de nosotros, Mononoke y Nausicaä expresan el amor por la naturaleza y las instancias ecologistas que existen en toda cultura, y la fantasía desbordante con la que están moldeados los mundos de Chihiro y de Ponyo es un lenguaje que cruza cualquier frontera, salvo la de una mente aburrida.
Takahata es diferente. El realismo crudo y duro de su Tumba de las luciérnagas es difícil de digerir para alguien que ha crecido con Disney o Pixar, incluso para quien entiende que el cine de animación no tiene por que ser siempre un producto infantil. No lo era antes de Disney (todo lo contrario) y finalmente, en los últimos 20 años, ha empezado a liberarse de la influencia disneyana, hasta convertirse hoy en el género donde más se experimenta a nivel estético.
El cuento de la princesa Kaguya de Takahata tiene la misma delicadeza y el mismo simbolismo del cuento tradicional del que procede. No es lo fantástico que aquí te enamora, sino todo lo demás. Es la nostalgia de Kaguya, es la torpeza de quien la rodea, de quien no sabe cómo quererla y para hacerla feliz termina construyéndole una jaula. Y desde luego te enamoran los dibujos, te enamora la figura de Kaguya, que Takahata parece perseguir con trazos rápidos que se mueven y se transforman en todo momento, como si su resplandor y su vitalidad fueran incontenibles, como si fuera imposible agarrarla, definirla en una sola imagen y decir: ya está, te tengo. A Kaguya nadie la puede tener, ni siquiera su creador.
En su última obra, Sergio Leone creó todo un homenaje tanto a su propio cine como a aquel que más le había influencia. De igual manera Isao Takahata ha creado con El cuento de la princesa Kaguya un hermoso canto a su obra y en general al estilo narrativo japonés más clásico. Con una estructura de cuento popular – todo acompañado por teatrales diálogos – y un arte que no sólo supone la cima de la animación sino que se funde a la perfección con la historia, nos regala un relato que recoge las temáticas más reincidentes de su obra: El paso del tiempo, el contraste entre la naturaleza y la ciudad, la nostalgia… Se trata de una obra personal y de ritmo lento – que no por ello deja de ser perfecto –, con una dirección fría que prefiere los planos a ras de suelo para ensalzar lo cotidiano en vez buscar dar un tono trascendente innecesario a las escenas.
Con unos personajes increíblemente dibujados – en todos los sentidos – y una banda sonora absolutamente perfecta, Takahata ha creado una de las películas más melancólicas que ha dado el cine. Todo, incluso los momentos alegres que os arrancarán una sonrisa, esta pintado con precisos trazos de melancolía. Miradas al vacío, lágrimas silenciosas… Y esas canciones capaces de encogerle a uno el corazón. Sin duda la película es un increíble viaje emocional que sin embargo en ningún momento busca las lágrimas del espectador.
Y he de insistir: Esta película supone sin lugar a dudas la cima del cine de animación en cuanto a aspectos técnicos, y dudo mucho que en un buen puñado de años lleguemos a ver nada que siquiera se le acerque. Cada trazo es perfecto, el uso de la luz y las sombras es incomparable. La forma en la que la iluminación e incluso el trazado cambian de acuerdo con las exigencias del guión – principalmente para enfatizar las emociones de los personajes – es sencillamente brillante y añade una fuerza visual al conjunto sobrecogedora. Porque si algo tiene El cuento de la princesa Kaguya eso es una fuerza visual pocas veces vista en el séptimo arte.
Mi conclusión es más que evidente: No considero que sea una persona que usa el término obra maestra a la ligera y de hecho no son muchas las películas a las que he concedido el 10 en esta misma página. Sin embargo a Kaguya no puedo darle otro calificativo. Sencillamente no es suficiente. No es muy buena, no es genial, no es fantástica y no es maravillosa. Es una sublime obra maestra.