El catador de venenos (Love and Honor)
Sinopsis de la película
Yamada cierra su trilogía sobre samurais con esta historia acerca de un fuerte servidor del Shogun que pierde la vista mientras trabaja en el castillo. Su mujer, por la que siente devoción, se sacrifica para salvar su honor. Ahora el samurái promete venganza por su amor perdido y por su honor como guerrero…
Detalles de la película
- Titulo Original: Bushi no ichibun (Love and Honor) aka
- Año: 2006
- Duración: 122
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Opinión de la crítica
Película
7.3
89 valoraciones en total
A pesar de las distancias en el tiempo y en el espacio, Love and honor consiguió atraparme desde los primeros minutos y mantener mi interés hasta el final. Me pareció una bonita historia muy bien narrada,descrita y fotografiada con mucha elegancia, que nos muestra las distintas relaciones que se establecían el el mundo feudal de los samurais, la fidelidad entre señores y criados, el respeto y amor entre los esposos, la relación con los parientes más alejados, el sentido del deber de los samurais con su señor, haciendo hincapié en los sentimientos de los personajes y en la importancia de asumir con dignidad el lugar que la sociedad les había deparado.
Yamada cierra la trilogía sobre temática samurai con la mejor película de las tres. Rescata el personaje creado por Daiei Studios e interpretado por Shintano Katsu: Zatoichi.Yamada amolda con una actuación impecable de Takuya Kimura la vieja leyenda del samurai ciego a su conveniencia, dotando a la historia de una veracidad palpable y dolorosa.
El director usa una fotografía bellísima (con las sombras y los paisajes nos trasportan directamente a la historia) que durante toda la cinta ejerce de elipsis temporal. Y al mismo tiempo, nos acongoja impidiendo que su protagonista pueda disfrutar de ella debido a su minusvalía. Y lo hace adrede, mostrándonos lo que Kimura se pierde.
Es siempre al despertar cuando el mundo se muestra más oscuro.
No recalca tanto en la idea crepuscular de los samuráis como en sus dos anteriores trabajos, pero se ciñe más, como el propio título nos anuncia (Bushi no ichibun), al código Bushi (guerrero). No contentos con doblar ciertos títulos difamando a los creadores, a las distribuidoras les da por mantener el título de un doblaje anglosajón que hace un flaco favor a la película.
Todo en Bushi no ichibun está narrado y mostrado de forma impecable. Y los actores entran a trapo, desde un gran Takuya Minura hasta el siervo que se desvive por su señor Takashi Sasano. La cámara se muestra viva y los sonidos cobran una importancia vital, e igual que la fotografía, Yamada los usará para crear elipsis: como los cantos de los pájaros, los insectos o el propio viento arrastrando las hojas. Consigue que esta película se sienta auditivamente, muy adentro.
Las piedras (se mueven al tropezar).
Los choque de palillos que usan los catadores (ese roce capaz de crear atención).
Los pasos… y su espera.
La lluvia y la lágrima.
De nuevo Yamada crea un baile final con los contrincantes: hermoso y veraz.
Basta un solo golpe con todo el rencor que hay en mí.
Otra de samurais, en la línea de las grandes películas sobre samurais realizadas en Japón. No alcanza la excelencia de las obras de Kurosawa o Kobayashi, pero sí es conserva el nivel de calidad, interés y atractivo argumental.
Algo lenta y con poca acción, pero aceptable de ver con detenimiento.
El tema va de un joven samurai, encargado de probar las comidas que están destinadas a la mesa de su gran Señor y Jefe. Un día, probando uno de los manjares destinados a su superior, cae envenenado, logra recuperarse pero quedando ciego. A partir de ahí, su matrimonio se ve afectado, su devenir y por su puesto su vida entera.
Cuando un hombre se tiene que ganar la vida dentro de un sistema jerárquico en el que le toca más obedecer que mandar, sólo se sentirá bien y contento si duerme su espíritu o lo acalla, porque si por el contrario le deja la libertad y dinámica que le son propias a su espíritu o esencia, explotará, se rebelará con todas las consecuencias.
Fej Delvahe
La película de Yamada nos introduce desde el primer minuto en un cuento sencillo, desprovisto de adornos, sin apartarse nunca del estricto hilo del relato. No tiene secuencias de relleno ni tiempos muertos, y consigue que sus dos horas estén llenas de fuerza esencial.
Está tan lograda la sencillez que de puro concreta se vuelve abstracta: se ambienta en época feudal, sin que se insista en ello demasiado.
El planteamiento juega con un castillo, un amo, una sociedad verticalmente jerarquizada y el código de honor samurai. Pero los exteriores son mínimos, el vestuario no llama la atención, y no hay el menor énfasis en lo arquitectónico. Las ropas, lo mismo que las casas de madera, tabiques corredizos de papel de arroz y patio con frutales, podrían ser de hoy o de cualquier época.
Un joven samurai tiene empleo de catador de venenos en el castillo feudal. Sufre un percance en su trabajo, un aparente envenenamiento del que se recupera de forma incompleta. La esposa aporta su confianza, y va a la piedra de las cien oraciones, pero flota la sombra del harakiri.
Al samurai le crece el pelo en lo alto del cráneo, antes afeitado. Aparece la nefasta familia, con sus presiones sucias, contaminantes.
El honor herido de un guerrero que se siente caído más bajo que un perro multiplica su rencor y lo empuja hacia un combate trascendental. El maestro que le entrena le indica, además, una forma de vencer: Que estés dispuesto a morir, y que el rival quiera vivir a toda costa.
El relato tampoco es sofisticado como para absorber la atención mediante sucesos complejos. Al contrario, articula con parquedad temas básicos (pero hondos) de amor verdadero, mundo injusto, dignidad y honor restablecidos, en episodios de prodigio y heroísmo.
La concisión expresiva, guiada por una sobriedad absoluta, no carece de ternura, sensibilidad y humor, calibrados con ponderación y sentido del equilibrio admirables. El actor, Kimura, está asombrosamente metido en la minusvalía del personaje, y el criado es un secundario lleno de humanidad.
Hay repeticiones para marcar ritmo en la historia (la reclamación de agua caliente, y otras). La técnica se mantiene discreta, como la cámara a menudo filmando desde el suelo, el sonido de insectos y pájaros, las hojas secas que vuelan, esa ráfaga de viento en la hora crucial…
Tocada desde el principio por ese halo universal del Érase una vez…, o del Hubo un tiempo en que…, tiene en su misma concepción rango de clásico de todos los tiempos.
– ¿Se ve ahora alguna brillando?
– No -le contesta, cariñosa, Kayo, mientras sus diminutas luces verdes fluorescentes iluminan la tranquila noche.
Ella se lo acabará rogando entre lágrimas: Deja que me preocupe por ti .
Con Love and Honor, Yôji Yamada culmina la trilogía sobre el Japón y sus costumbres, basadas éstas en la separación de castas, el servilismo y la sumisión inquebrantable a los códigos de honor. Estamos ante un tríptico sutil y poético, cargado de vida hasta el punto de definir para siempre lo universal del amor, la amistad y la lealtad. Y hay que decir que, es en esta última donde alcanza el mayor de los equilibrios entre la forma y el fondo, con una fotografía sencillamente maravillosa, y unos tonos amarillos, ocres y rojizos que colorean encuadres tan clásicos como expresivos.
En lo que nos muestra, vemos que continúa descubriéndonos el misterio femenino: la bondad, fidelidad, delicadeza y amor que componen ese universo. La humanidad de Kayo es un rayo de esperanza y, al mismo tiempo, de luz para el propio Shinnojo Mimura, y la manera de decirlo en forma de pájaro volando de su jaula lo simboliza.
Es, sin embargo, en la descripcción de los otros dos protagonistas donde esta gran película alcanza el equilibrio antes mencionado, y, por tanto, su grandeza. Del samurai que ejerce como catador no podremos olvidar durante todo el metraje lo grandioso de su sueño, abrir una pequeña escuela para enseñar a los niños el arte de la espada, adaptando la técnica a cada uno, sin distinciones de clases ni de orígenes. Expresa la consciencia y, a la vez, la crítica de algo de ese código que debería dejarse atrás.
Pero, no obstante lo escrito, es el sirviente Tokuhei el que hace que todo esto resulte difícilmente olvidable. Su actitud describe con mayúsculas la bonhomía que puede albergar el corazón de un hombre, sus lágrimas, la sinceridad de sus actos, su decisión en la escena final, la belleza de su alma.
El último plano congela el tiempo, y así permanece hasta conquistarnos. Nos acaricia suavemente.