El caballo de Turín
Sinopsis de la película
Libremente inspirada en un episodio que marca el fin de la carrera del filósofo Friedrich Nietzsche. El 3 de enero de 1889, en la plaza Alberto de Turín, Nietzsche se lanzó llorando al cuello de un caballo agotado y maltratado por su cochero y, después, se desmayó. Desde entonces, dejó de escribir y se hundió en la locura y el mutismo. En una atmósfera preapocalíptica, se nos muestra la vida del cochero, su hija y el viejo caballo.
Detalles de la película
- Titulo Original: A Torinói ló (The Turin Horse)
- Año: 2011
- Duración: 146
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Opinión de la crítica
Película
7.2
29 valoraciones en total
Seis días, según el Génesis, tardó Dios en hacer el mundo, los mismos que tarda Béla Tarr en deshacerlo. Si el texto bíblico narra simbólicamente el paso de las tinieblas a la luz, la última película de Tarr es una alegoría, desarrollada en el mismo lapso de tiempo, sobre el trayecto inverso, de la luz a las tinieblas, que el mundo parece empeñado en recorrer.
El caballo de Turín: final apoteósico para una breve pero deslumbrante carrera cinematográfica, si es que Tarr cumple lo afirmado y no vuelve a hacer más cine. Atrás quedarán, en todo caso, cuatro películas que se cuentan, en mi opinión, entre las más grandes de la historia de este arte: Armonías de Werckmeister, Satántangó, El hombre de Londres y El caballo de Turín. No sé si Tarr reconsiderará o no su decisión, pero la película tiene toda la pinta de ser no sólo una síntesis (hay ahí múltiples ecos de sus films anteriores) sino también un punto final. Personalmente lamentaría que así fuera, pero no dejo de entenderlo. ¿Qué contar después de El caballo de Turín?
En mi crítica a El hombre de Londres trataba de esbozar una posible andadura seguida por Béla Tarr en su itinerario fílmico. Aquí el colofón se plantea de manera explícita: por más que los turiferarios de la modernidad no dejen de darnos la tabarra con sus cantos al progreso, con los prodigios de la ciencia y de la técnica y las supuestas excelencias de la democracia y el humanismo contemporáneo, para cualquier mente no completamente obnubilada por la estulticia homicida de los medios de comunicación, el mundo se hunde, día a día, en las tinieblas. Ya no es posible mantener encendida la llama del espíritu: tomando el relevo al Janos Valushka de Armonías…, el personaje sin nombre encarnado por Erika Bók lo hace aquí, mientras puede, alimentando cada día, hasta el último instante, el fuego del hogar. Pero la luz y el calor huyen definitivamente de este mundo.
Y ¿qué hacer ahora que «el desierto avanza», ahora que «ya no hay un arriba y un abajo», ahora, que «cae continuamente la noche» y «vagamos errantes a través de una nada infinita»? Ese mismo personaje –uno de los más impresionantes que he visto nunca en la pantalla– lo propone sin palabras: en silencio, con la mente clara y serena, seguir sencillamente con lo que corresponda al instante: por ejemplo, remendar la ropa, si es eso lo que toca, aun en la inmediatez misma del final. Así, sin una palabra de queja ni de cólera, sin una muestra de debilidad, sin un gesto innecesario, siempre con los movimientos justos, precisos, con la dignidad glacial de quien no necesita saber nada más, con la callada entereza de quien en soledad asume su destino, esperar, sin inmutarse, a que el momento llegue. ¡Qué muestra de dignidad superior ante la mediocridad convertida en norma!
Literalmente estremecedor –incluso en el recuerdo– el último de los treinta planos que componen la película. ¿Hace falta filmar algo más después de eso?
Al habla un extraño roedor de archivos punto avi a quien le maravilla el cine. (…) Mi intención, es de un dogmatismo apestoso, mi intención no es otra que la de recordarle cual es su trabajo y cuál es su responsabilidad. Por otra parte, confío que lea esta carta con la seriedad que se merece, y no haga uso de esa sonrisa impertinente que le caracteriza para esconderse detrás de ella. Ya que el tema es muy serio.
Leerle, en mi caso, es garantía de indignación y por cuidados hacia uno mismo, intento tenerle lejos del alcance de los niños, lo más lejos posible de mis quehaceres. (…) Verá, están los que devoran cine-basura que son la gran mayoría, luego los baterías de cine que suelen reconocerse como los amantes del cine , (ya son menos pero se cuentan por miles), y por último, el resto: roedores 2.0, filósofos y amantes del trash. Cada cual feliz en su sitio. Pero usted pone el listón tan bajo que salpica.
(…) el ejemplo está en su fascinante comentario publicado aquí en FA sobre la película del húngaro.
(…)
El film consiste en 30 planos secuencia en un blanco y negro precioso, perfectamente elaborados, donde el protagonista ¡es el viento! La idea es maravillosa. La ejecución perfecta. (…) Aplaudió a Bresson y ahora escupe a Tarr. ¿Qué ocurrió? Muy sencillo, una de dos, o las palomitas las lleva en el código genético y mintió con los aplausos al director francés o prefiere ponerse los copos de maíz enfrente de sus ojos para no aceptar el irremediable desgaste de su criterio estético. En cualquier caso, pide una revisión. No me sirven excusas sobre la esencia líquida de las opiniones en general. (…) me sirve para señalar como se entrevé, en usted, una falta de honestidad y de gusto que asusta, y a su vez, confirma su existencia en los medios como un elemento que solo podría darse en este País.
La cantidad de cinismo peligroso y la analfabeta mala leche que se entrevé en el comentario son de un mal gusto merecedor de una carta. Mi fascinación no viene conducida por el carácter negativo de dicho comentario (en el cual reconozco cierto hallazgo literario), sino por el prisma de juicio usado (…). Todo un crítico de cine reduciendo ésta completa obra maestra a kilos de aburrimiento. Se trata del mismo prisma que usó para Stalker y tantísimas otras. Es pues, el prisma de los baterías de cine. Al juzgar un film sólo vale el ritmo. (…)
(sigue en spoiler)
He leído prácticamente todas las críticas de FA que hay sobre está película a día de doy, 8 de febrero de 2012, y todas, tanto las que alaban el film como las que lo critican tienen sus argumentos. Me gusta la reflexión iconográfica de José Barriga, el explicativo spoiler de madloco o la crítica desesperada de Una de ellos, tomándose con filosofía una película no apta para todos los públicos. Hay pocas cosas que no se digan en estás críticas y todas apuntan hacia lo mismo, unas de una forma negativa y otras de una forma positiva, lo cual es algo admirable, pues no hay dos seres humanos iguales y no hay dos formas iguales de ver una película. No obstante, si te gusta el cine, pero de verdad, no como entretenimiento, sino como algo que va más allá de la pura diversión, que también tiene que haberla, por supuesto, entonces disfrutarás de cada minuto de este absoluta obra maestra.
Béla Tarr crea una obra partiendo desde la simpleza argumental hacia la catarsis emocional, utilizando una serie elementos que dotan de cohesión el conjunto y lo elevan a la categoría de arte en estado puro. Hay muchas obras de arte dentro de la producción cinematografía dentro de los museos que para mi gusto no deberían estarlo, pero sin embargo piezas de este calibre quedaran fuera, repudiadas por la mayoría y tachadas por ser diferentes, o lo que es aún peor, decir que son para gafapastas o snob que no sabrían disfrutar de una película normal y comercial. Tarr recurre a los planos secuencia dilatados en el tiempo y con una cadencia parecida a la de un discurso musical, como una pieza de danza donde los bailarines, cámara y actores, se mueven armoniosos, donde los encuadres perfectos me hacen recordar a las obras del pintor Friedrich, como la Abadía en el robledal o los Paisajes de inverno, donde la no representación del ser humano es la mayor muestra de la condición humana. El uso del banco y negro como forma de modelar la luz y las sombras que, unido a la minimalista banda sonora de Mihály Vig, que ha compuesto todas las piezas de las películas de Tarr, producen un efecto hipnótico que ayuda a modelar la cadencia de los planos – secuencia.
Con todo esto, y mucho más que soy capaz de ver, pero no de expresar con palabras, el Film de Béla Tarr, me ha permitido pasar dos horas y pico de mi vida delante de la pantalla de mi ordenador sin preocuparme de nada más y sin tener la necesidad de hacer otra cosa que no fuera disfrutar.
Es de noche. La cabaña es pobre, pero sólida.
La vivienda está llena de sombra y sentimos algo
que irradia a través de este crepúsculo oscuro.
Redes de pescador cuelgan en la pared.
Al fondo, en el rincón de la humilde vajilla
en las tablas de un arcón vagamente resplandece,
distinguimos una gran cama con largas ropas caídas.
Muy cerca, un colchón se extiende sobre viejos bancos,
y cinco chicos, nido de almas, dormitan
mientras los rescoldos de la alta chimenea velan
enrojeciendo el techo sombrío, y, frente la cama,
una mujer de rodillas reza, y sueña, y palidece.
Es la madre. Es única. Y fuera, blanco de espuma,
al cielo, a los vientos, a las rocas, a la noche, a la bruma,
El siniestro océano arroja su negro sollozo.
Victor Hugo. Les pauvres gens, 1859. La leyenda de los siglos.
Víctor Hugo escribió a lo largo de más de veinte años La leyenda de los siglos , un lírico y épico poemario donde el autor espiaba a la historia a través de la puerta de la leyenda (en palabras de Hugo), y donde peinaba la andadura de la humanidad en su búsqueda interminable de la luz.
Al final encuentra el Abismo.
Béla Tarr parece reproducir la primera estrofa de Les pauvres gens . Pero no, el hastío es universal y atemporal. Por eso ni el tiempo, ni el viento, podrán desfigurar la obra. La vida es, desde su inicio, una crónica del desaliento. Solo haciendo perdurar el plano hasta la extenuación, es posible trasladar la languidez de una vida (recuerdo ahora el salar en los instantes finales de Gerry (Gus Van Sant, 2002), y a pesar de ello, el plano nunca es rígido: oscila, como la existencia, divaga, como la suerte, hiela, como la muerte.
Quizás todos nos equivocamos al intentar comprender esta película. Igual que intentamos comprender el mundo que nos toca vivir, como si con el aprendizaje, con el conocimiento de lo inexplicable, adquiriéramos valor para mirar la vida que nos queda frente a nosotros.
Es muy fácil abrazar la bandera del nihilismo cuando enciendo el televisor.
Despierta, trabaja (si puedes o te dejan), come, trabaja, come, duerme. Día tras día. Eternidad tras eternidad. En medio: un páramo desolador. Un absurdo. Una vida bufa que se escapa entre los dedos.
Y un fundido en negro nos deja desolados, no existe revancha. El que ha muerto no es Dios, sino el mañana. Y por muy monótono que sea, por mucho hastío que produzca, es nuestro mañana, tal vez un amanecer distinto. Nunca nos complace que te despojen de lo propio. Es un negro y sordo sollozo que lo transforma todo en imposible. ¿Qué nos queda del ayer? ¿Qué nos queda de las luces?
…..
Y una pequeña mano me suelta para dar sus primeros pasos. Sonríe. Su mirada es la luz.
Nos queda tanto…
El caballo, símbolo de lo feroz y salvaje, del impulso vital de la vida, se encuentra enfermo, viejo y cansado, con ánimos de entregarse a la muerte, al igual que su dueño, el cochero, un hombre desgastado y sin fuerzas que únicamente soporta el peso del tiempo que cada vez se hace más insoportable. La hija, alegoría de la juventud sometida y domesticada por la severidad estoica, hacia la simbología de la firmeza o resistencia como punto final a lo ilógico de una humanidad en donde el acopio de bienes refleja el valor humano. La caligrafía visual y el lenguaje cinematográfico de Tarr me cautivan como lo hiciera con sus filmes anteriores. La casi ausencia de diálogos —y cuando suceden hipnotizan escalofriantemente—, la ingeniería del sonido recreado posteriormente a la filmación, la única pieza musical que define perfectamente al filme, la gloriosa fotografía —la mejor del año— de contrastes y sombras, de reflejos y oscuridades, y de polvos y tinieblas, y sobre todo, la sabia dirección de un realizador que consigue un dominio total de su película, hacen que esta rara y radical obra de arte, jamás abandone mi memoria. Creo que jamás poder olvidar el ultimo fotograma, esa última imagen que define el días seis, ese día que antecede al día siete de descanso, de inactividad, de muerte. Tarr nos dice en su película lo que nos decía Nietzsche en sus libros, que tanto el dolor como el caos son los protagonistas de la historia y que la vida debía destilar dionisismo y no nihilismo. Quizás el reconocer que la llama —representada por el caballo victorioso— que podría avivar el fuego de ese übermensch que Nietzsche propugnaba par un futuro, se estaba extinguiendo, fue lo que produjo aquel misterioso hecho en Turín y la posterior locura del filosofo. Pero esto es meramente una especulación, y de especulaciones e interpretaciones —y no de verdades— está conformada la historia, y esta interpretación de Bela Tarr sobre la humanidad me resulta increíblemente magnifica y altamente artística. Obra maestra que da fin a la carrera cinematográfica de un artista irrepetible.