El arca rusa
Sinopsis de la película
El Marqués de Coustine, un diplomático francés del siglo XVIII con una relación de amor/odio hacia Rusia se encuentra en un viaje en el tiempo en el Palacio de Invierno de San Petersburgo -desde los tiempos de Pedro el Grande hasta nuestros días. Con él, un invisible realizador ruso (en off), que está confuso sobre la posición de Rusia en Europa.
Detalles de la película
- Titulo Original: Russkiy kovcheg aka
- Año: 2002
- Duración: 96
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Opinión de la crítica
Película
7.1
88 valoraciones en total
Interesante, un 6, con una sola frase o plano interminable, la steadycam, a tientas, en busca de una forma, queriendo vislumbrar la historia de San Petersburgo, nunca en esta cinta Leningrado, champagne de tres centurias, cada una de sus miles de burbujas retratada, aristócratas rientes, danzarines, zares, Puskhin, airado con su esposa, Pedro, furibundo, reproduciendo con su gesto el gesto de los cuadros, la realidad, qué duda cabe, imita siempre al arte, la nieve afuera, Glinka, Valeri Gérgiev batuta en mano y elegante, un europeo chuchurrío, con trazas de marqués o sifilítico incurable, se erige en falso cicerone, despistado, observa, espía casi, se extravía, testigo sordomudo, Sokurov le pone voz al Hermitage, su propia voz, la voz del director, cómo lograr que la inflexión encaje y armonice en cada movimiento planeado e imposible, cómo fundir la voz en la secuencia, sentir la misma pulsación, el mismo tiempo subjetivo, la cadencia, cuando la cámara no deja de moverse, el reflejo de la luz en el óleo de los cuadros, la cámara se escora, pintando diagonales, ahí está, jamás desaparece, ahí la tienes, puertas abiertas y cerradas, pasillos tenues, un ensueño, se diría, persiguiendo aquello que hay de Historia en el palacio, puente colgante entre la Europa de las luces y la Rusia de los zares, Catalina, el jinete de bronce, la dama de picas, la cena final de Nicolás II, el baile de Natacha, la cámara no quiere entrar en el invierno del bloqueo, ya suena la campana, acaba el recital, riadas nobiliarias hacia el exterior, los cuadros y esculturas quedan dentro, ya forman parte del museo, las salas se vacían, la cámara se hunde en el trasiego de los pasos, parece deslizarse hacia la puerta de salida, cesura o pausa, la cámara se gira y abre al Neva, no era la voz del director, ni la presencia constante de la steadycam, ni la serie de obras maestras visitadas sin un solo parpadeo, el arca mira al río, con ese cuadro abstracto, el único de la película, la cámara despega, y así comienza su viaje, un 7.
Una apuesta tan extremadamente arriesgada como la que supone El arca rusa no puede dejar indiferente a nadie y por fuerza provoca reacciones en su mayoría extremas (y conste que ambos extremos tienen sus buenas razones). Ante una obra así resulta difícil mantenerse en un término medio.
Plantear un repaso a la historia de Rusia en algo más de hora y media suena a provocación, añadir que se va a hacer en un sólo plano suena a arrogancia, rematar con que el plano va a recorrer docenas de salas de un museo pobladas por más de ochocientos extras… eso ya suena a demencia.
Efectivamente, esta locura de Sokurov tiene en sus mayores virtudes su mayor defecto. Decir que es técnicamente perfecta es quedarse corto: es absolutamente impresionante. En comparación, La soga , del genial Hitchkock, queda como un entremés. Uno se queda atrapado por la belleza de sus imágenes, pendiente de la siguiente pirueta de su director, sabiendo que cada minuto que pasa, que cada habitación que recorre, incrementa paulatinamente la dificultad de este más difícil todavía, en un crescendo que ahuyenta cualquier atisbo de hastío (conocemos el desenlace, por supuesto: si el plano hubiera fallado la cinta no hubiera llegado a estrenarse). Y al final, tras la multitudinaria escena del vals y la despedida de los asistentes, uno sólo puede descubrirse, ante Sokurov y ante el Hermitage.
Pero semejante apuesta tiene un alto precio: encorsetada por su planteamiento formal, la obra tiene como único hilo conductor el diálogo entre su protagonista y el diplomático europeo que le acompaña en un fantasmal deambular. El trayecto marca un ritmo, pero el argumento aparece borroso, apoyado además en un discurso irregular y de escasa coherencia que se ve lastrado por algún tiempo muerto en el paso de un salón al siguiente. El que la narración no siga un orden cronológico no pone las cosas más fáciles, y es evidente que Sokurov pensó en su público, pero no en el occidental. Seamos francos, el español medio es hijo del Tío Sam y sabe perfectamente qué le pasó a Custer en Little Big Horn, quiénes son The Doors o a qué jugaba Michael Jordan. Hablemos de Glinka o Pedro el Grande y ya tendremos el despiste garantizado y una trama hermética. A pesar de todo ello, suscribo las tesis defendidas por el cineasta ruso (v. spoiler), pero no se puede por menos que lamentar que no haya mayor unidad y claridad en la exposición, si la hubiera tenido, entonces sí, El arca rusa hubiera sido la película más destacable del último lustro, no un hermoso pseudo-documental, y ahí arriba lucirían diez estrellas.
En resumen, si es un entusiasta del cine convencional o del de palomitas, huya ya mismo. Si le entusiasman el arte clásico y barroco, o la historia de Rusia, o el cine experimental, o simplemente la demencia, (a mí las dos primeras cosas sí, las otras rara vez), entonces adelante, cruce el umbral del museo y disfrute del tesoro estético que supone este fascinante viaje.
La última maravilla de Alexandr Sokurov es este hermoso tostón, a la altura de la immensa 2001.
Cada vez que la veo le encuentro más paralelismos con el clásico de Stanley Kubrik, entre los que destacaría los siguientes:
a) es un tostón (veánla en pantalla grande y eviten la hora de la siesta, o se van a dormir)
b) es preciosista (la fotografía, el ritmo y la música convierten la história en algo casi secundario)
c) no se entiende (y no es que trate ya de ciencia ficción metafísica sinó de una onírica visita al Museo del Hermitage con bucle espacio-temporal incluido)
y d) es un prodigio técnico (aunque parezca increíble, está rodada de un tirón, mediante un sólo plano secuencia que me dejó boquiabierto… no me quité el sombrero porqué me lo había dejado en casa)
Ya aviso de que si ustedes dominan la história de Rusia, quizá reconocerán algunos zares e incluso se enterarán de lo que está pasando en algunas escenas, pero los que cómo yo carezcan de más culturilla eslava que la que me proporcionaron El Doctor Zhivago o los cerditos del Animal Farm, pues pueden limitarse a disfrutar de un espectáculo visual indudablemente bello a través de 4 siglos condensados en 90 minutos y más de 800 actores y extras correteando por 35 de las salas de uno de los museos más fantásticos del mundo.
Nota: un excelente.
1- Debes adquirir la capacidad de crear la imagen, hasta el punto en el que tú mismo, y tu medio de registro, la cámara, desaparezcan durante el proceso hasta quedar en nada en el resultado. Sólo así una toma pasará a denominarse imagen, y una vez erigida como tal, ser capaz de expresarse por sí misma, de forma leve o sublime, según sea tu talento escaso o admirable.
2- Una vez creada la imagen, crearás la obra. Y una vez creada ésta, la siguiente hasta alcanzar el nivel de la obra maestra (3), que no es sino el nivel cénit de una única expresión, el conjunto de tus filmes, que son muchos y uno al mismo tiempo.
4- En ningún caso debe intentar efectuarse el segundo paso sin haber solucionado el primero, a riesgo de que la cámara se revele y sea el espectador incapaz, por sus medios, de evadir su presencia en todo el metraje, produciendose la el denominado síndrome corta de una puta vez, mamón, que tiene lugar cuando un travelling pierde su capacidad expresiva como tal para adquirir la mera existencia funcional relacionada con la necesidad de pasar de un encuadre A a uno B.
5- En el caso de obviar los dos primeros puntos y pasar directamente al tercero, se recomienda, al menos, poner buena música.
Me van a crucificar por mi modesta crítica. Esta película rehuye del cine entendido como una forma de entretenimiento o arte más o menos masivo pero popular, al alcance del ciudadano promedio tanto por la accesibilidad económica como intelectual. Para entender de forma competente la historia de esta película se necesitan altísmos conocimientos tanto de cultura como de historia, y no solo de Rusia, sino a nivel universal. Me atrevería a decir que dichos conocimientos deben ser casi académicos, quien no los tenga (el ciudadano promedio del mundo) quedará completamente afuera de la trama. Como otros ya lo dijeron, no aprendí nada, ni me quedaron referencias en caso de haberme interesado para desarrollar luego el hipotético interés.
Es verdad que la puesta en escena y la filmación son sublimes, apabullantes, pero todo esto no alcanza cuando no están subordinados a algo interesante que contar, o al menos comprensible. Cuando Michael Bay o Roland Emmerich en lugar de poner esta genial puesta en escena ponen efectos especiales a mansalva sin nada que contar, son (con justa razón) completamente descalificados. Me parece justo medir con la misma vara, ya que no juzgamos los conocimientos generales de los directores sinó lo que cinematográficamente nos ofrecen. Estoy seguro que muchos de los que califican con 10 esta película no pueden explicarme cada pintura, personaje, ¿encuadre? y califican con un 1 a otras como por ejemplo Titanic, no porque la crea un ejemplo de cine total, pero no es un 1. Veo snobs, snobs por todos lados. Ahora sí, mátenme.