El año pasado en Marienbad
Sinopsis de la película
En un barroco hotel, un extraño, X, intenta persuadir a una mujer casada, A, de que abandone a su marido, M, y se fugue con él. Se basa en una promesa que ella le hizo cuando se conocieron el año anterior, en Marienbad, pero la mujer parece no recordar aquel encuentro.
Detalles de la película
- Titulo Original: LAnnèe dernière à Marienbad
- Año: 1961
- Duración: 91
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Opinión de la crítica
Película
7.4
37 valoraciones en total
El año pasado en Marienbad es un mundo aparte, un estético limbo.
Cerrado en sí mismo, no remite a una realidad externa. Obra de creación, no representa ni simboliza. Vive entre las bobinas, el proyector y la pantalla, y se actualiza al dar al botón, con reflejos diferentes para cada espectador, incluso para cada vez que un mismo espectador la contempla.
Es película mucho más poética que narrativa, más bien divagatoria, como el pensamiento humano en su funcionamiento natural, que mezcla memoria, imaginación, lógica y deseo.
La trama se reduce a un mínimo:
En un enorme, lujoso y suntuoso hotel de otra época, un hombre se obsesiona por convencer a una mujer de que un año atrás coincidieron en ese mismo lugar, se amaron y se citaron para un año después, el presente de la película. La mujer, que aparenta no recordar ese conjetural encuentro, se resiste al empeño persuasivo y se debate en la indecisión amorosa.
*Cosas que hay en El año pasado en Marienbad :
-Jardín geométrico con suelo de grava, árboles cónicos y estatuas clásicas.
-Pasillos interminables.
-Frases que flotan en el aire, retazos de conversaciones.
-Un tiempo que arranca y se detiene, arranca y se detiene…
-Gente de etiqueta, uniformada.
-Espejos barrocos.
-Sirvientes mudos.
-Lámparas de araña.
-Montones de secretos.
-Armarios profundos.
(…)
La película es un especulativo ejercicio de estilo, de una apabullante perfección formal, rectilínea y solemne, especialmente en su montaje, trazado a compás (mano maestra de Resnais), y en el ritmo derivado de ese montaje.
De tan perfecta y centrada en sí misma resulta hermética, fascinadora.
Va con gustos encontrar glacial la temperatura del tono, enervante la espectral y reiterativa música de órgano, y un punto pedante el texto, muy de la nouveau roman (que eran el propio Robbe-Grillet, Duras, Sarraute o Butor).
En la edición literaria del guión, Robbe-Grillet desaconseja al espectador la actitud cartesiana, racional, descifradora, y le recomienda dejarse llevar por las extraordinarias imágenes proyectadas ante sus ojos, por la voz de los actores, por los ruidos, por la música, por el ritmo del montaje, por la pasión de los protagonistas…: en tal caso el film le parecerá el más fácil que jamás haya visto: un film que se dirige únicamente a su sensibilidad, a su facultad de contemplar, de escuchar, de sentir y de emocionarse .
¿Te acuerdas de aquella vez cuando jugábamos al pádel, se te bajó la falda y te vi la puntilla de la braga? Oh tu braga perifoliada ¡cuán extraña era! Jugábamos al padel y se te bajó la falda. ¿Tu braga? La comparé con el Coliseo, con el Olimpo, con la intrínseca fugacidad del ser. ¿Quién ganó el partido? No importa. Lo que importa son tus bragas y el rosáceo esplendor de su puntilla. Se te bajó la falda. Tu falda era corta, plisada, como un casto peplo. Peplo suave, peplo asépalo, peplo que rememora a los antiguos dioses. ¿He dicho Olimpo! Tan olímpica me pareces cuando esgrimes tu incendiaria raqueta, dispuesta a darme el golpe de gracia. Pero no sufro, porque sé que podré ver tu peplo. El peplo-falda que llevabas aquel día. Y que al estirar tu níveo brazo para darle a la pelota, se te bajó y ¿te lo había dicho? ¡Se te vio la braga!
94 minutos de esto es El año pasado en Marienbad , señores.
Blanco y negro conjuntado a estética palaciega, música de órgano, casi fúnebre, que deja silenciado el sonido de unos violinistas tocando sus violines, un juego logaritmíco para dos participantes, con dieciséis elementos de lo que sea, colocados en filas impares de siete, cinco, tres y uno, donde cada jugador puede levantar tantas piezas como quiera, pero sólo de una fila cada vez, y en el cual pierde el jugador que retire la última unidad, aunque el que invita a jugarlo, el que conoce su intríngulis, suele ser el que siempre gana la partida, dos amantes sometidos al tira y afloja del cortejo, la memoria y la incertidumbre del devenir, y sobre todo una idea filosófica y fotográfica presente en todo el film: El tiempo no significa nada.
En una entrevista hecha a Alain Robbe-Grillet, el guionista de esta obra, cuenta lo siguiente acerca de la misma: «La historia de Marienbad es muy interesante. Para empezar, cuando la terminamos, el productor decidió que no iba a estrenarse nunca, que uno no debía burlarse de la gente hasta ese punto. Durante los seis meses que el film permaneció inédito realmente pensamos que no se iba a estrenar jamás, así que comenzamos a hacer exhibiciones privadas: la primera para Antonioni, la segunda para Sartre (que prometió que nos iba a ayudar y no hizo nada) y la tercera para André Breton. Después se estrenó porque se dio con éxito en Venecia. (…) A veces me preguntan si Marienbad es acerca de un hombre que quiere persuadir a una mujer para que lo siga. Yo respondo que no, que es acerca de un escritor que quiere persuadir a un director para hacer un film de vanguardia.»
Una película para que los cuerdos se duerman o vuelvan locos, y donde los locos, con toda seguridad, se relamerán de gusto sacando cuerdas conclusiones.
Fej Delvahe
El año pasado en Marienbad ha dado lugar a múltiples interpretaciones. Su ambigüedad es tal que cada espectador puede ensayar sus propias claves. Es más, puede ensayar claves diferentes en distintos visionados. Esbozo una: X, el protagonista masculino, es el guionista, quiere modelar la realidad a base de palabras, pero la materia fílmica escapa a su control, de ahí su verbalización compulsiva y enervante, repleta de repeticiones y obsesiva… M, el rey del juego, es el director, el medio fílmico es su medio, distribuye los factores a su antojo y gana siempre, tiene la última palabra en el montaje. A, la mujer, es la película, carece de memoria, la modelan el director y el guionista, el tiempo de su vida es un presente suspendido y virtual. A se debate entre dos polos y, al final, escapa en el espectador.
La idea que acabo de exponer es sólo un juego. Irrelevante o no esencial. Porque la esencia de esta cinta está en su forma, en ese manierismo decadente, en la pulcritud artificial de cada gesto y cada corte. No es de extrañar que a André Breton le disgustara, tal vez por su falta de espontaneidad y exceso de amaneramiento. Tampoco es de extrañar que a Stanley Kubrick le encantara, por su estilización extrema, su configuración de laberinto (narrativo y espacial) y su utilización del travelling.
Escribe David Bordwell en su excelente ‘La narración en el cine de ficción’:
El argumento es tan enrevesado que hace imposible construir la historia. Los indicadores son demasiado pocos y contradictorios. Cualquier orden que se otorgue a las escenas será tan bueno como cualquier otro, causa y efecto son imposibles de distinguir, incluso los puntos de referencia espacial cambian. Esto podría parecer la auténtica encarnación del sueño de la ambigüedad significativa, pero no lo es. Cuando ya no hay historia que interpretar, cuando ya no tenemos un punto de partida estable para construir el personaje o la causalidad, la ambigüedad se convierte en tan omnipresente que llega a carecer de consecuencias. (…) Al impulsarnos a construir una historia pero a la vez impedírnoslo, la narración de ‘El año pasado en Marienbad’ separa radicalmente la historia «potencial» del argumento y la estructura estilística que se nos presentan.
Es preferible, pues, renunciar a desvelar la historia y disfrutar de la exquisitez formal y del hipnótico lugar cinematográfico que nos ofrece la película. Observar a los autómatas que pueblan sus recintos. Contemplar bóvedas y espejos. Lámparas y adornos. Amplios jardines con estatua. Entrar en ella como un submarinista en un palacio sumergido. Flotar y detenerse en sus habitaciones, abiertas o cerradas. Sentir el placer de no entenderla. No limitar su arquitectura a un gráfico de barras y ecuaciones.
Cómo nos gusta reducir el arte a una estructura narrativa asimilable. El orden, sin sentido, nos marea. Y todo es orden, geometría, en ‘El año pasado en Marienbad’.
Si has de jugar con ella al juego de los números impares: 7, 5, 3 y 1, retira tú la última pieza. Y deja que sea el cine quien te gane la partida.
Una de las cumbres del cine y una de las películas más modernas de todos los tiempos (moderna realmente, aunque sea del año 61). Deja patas arriba conceptos tan vitales en el cine (y en la vida) como la realidad, el espacio y el tiempo, jugando y articulándolos de manera única. Resnais abre puertas nunca abiertas y nunca traspasadas. Puertas tanto de la expresión y la evolución del lenguaje cinematográfico como de la propia mente humana (que es de lo que trata al fin y al cabo).
Película inmensamente rica y abierta a multitud de interpretaciones, que se puede disfrutar a distintos niveles más o menos racionales. Divide en dos mitades, prácticamente irreconciliables, a los espectadores que la ven, unos quedan hipnotizados inmediatamente, otros la rechazan. Pero lo que es incuestionable es el magnífico trabajo y coherencia que hay a todos los niveles del film: Desde los encuadres al montaje, el uso del atrezzo o de los espacios, de la música o la dirección de actores, todo está meditado llegando al más alto nivel que el cine ha podido saborear.