El amor es más fuerte que las bombas
Sinopsis de la película
Una exposición de la obra de la fotógrafa de guerra Isabelle Reed, tres años después de su prematura muerte, lleva a su hijo mayor de vuelta a la casa familiar. Allí pasará tiempo con su padre Gene y su hermano menor. Estando los tres bajo el mismo techo, Gene tratará de estrechar lazos con sus dos hijos mientras ellos luchan por reconciliar sus sentimientos hacia su fallecida madre, a la que recuerdan de manera diferente.
Detalles de la película
- Titulo Original: Louder Than Bombs
- Año: 2015
- Duración: 105
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Opinión de la crítica
Película
6
75 valoraciones en total
Ya en el prólogo, Joachim Trier expresa perfectamente qué es exactamente de lo que quiere hablar.
La mano de un bebé agarrando el dedo del padre simboliza ese amor puro, profundo, incondicional, no contaminado por ninguna de las dos partes con expectativas de ningún tipo. Simplemente existe, y es algo que se extiende a su esposa, la que ha dado la vida a la criatura.
Luego, vemos a ese mismo padre deambular por el pasillo de un hospital, para acabar topándose con su ex-novia, a la que oculta la verdadera razón de por qué está allí. Es un gracioso equívoco, a la vez una mentira grande, pero diciendo la verdad probablemente solo conseguiría transformar un gesto de apoyo en una situación incómoda, y ella no se lo merece.
Ambos son dos maneras de querer, y llegan al mismo resultado: estar próximo a otra persona que necesita nuestro cariño.
De estas dos formas, y de su posible convivencia, aún con los que más nos quieren, es de lo que trata El Amor es Más Fuerte que las Bombas.
Jonah Reed vuelve al hogar por la muerte de su madre, encontrando un padre y un hermano pequeño incapaces de comunicarse. Se palpa el peso de una vida familiar en la que nadie necesitó expresar lo que sentía, en un círculo que fue dando vueltas sobre si mismo hasta ser absoluto silencio. Gene Reed habla con su hijo Conrad por móvil, tal vez por inexperiencia, tal vez por miedo, y es incapaz de fingir un mínimo de naturalidad cuándo le pregunta qué está haciendo.
En esa situación, los tres recordarán a la matriarca Isabelle, cada uno según sus vivencias, siendo conscientes de que han perdido el único ancla que les mantenía unidos. En sus recuerdos y programas de televisión ella aparece como figura misteriosa, interesada en los demás pero ausente, quizá por su trabajo como reportera de guerra. Sus fotos, cargadas de fuerza, puntean de vez en cuando la narración, hablando más de ella de lo que lo podría hacer cualquiera de los implicados.
A medida que Jonah ordena sus pertenencias personales, tratando de comprenderla una última vez, encuentra una foto en la que ella parece mirar directamente a la cámara, y entonces su cara, la de las pocas fotos personales que se hizo, se antoja amenazante, plagada de secretos que quizá él no supo ver por el amor que le profesaba. Comienzan las dudas respecto a la única integrante de la familia que realmente pudo dejar su huella en todos.
Sin embargo, más tarde se revela simplemente humana: por eso un plano esencial se recrea en el rostro de Isabelle Huppert, como en las fotos que nos han mostrado, para que, solo con la mirada, podamos comprender sus motivos, sus pequeñas mentiras y omisiones, que luchaban por un bien mayor, como era amarles.
Ella lo cuenta de la manera más sincera que puede: la comunicación nunca será completa con nadie, ni siquiera entre nuestros más allegados.
Solo podemos estar ahí, escuchar y hacer el esfuerzo por comprender lo que los demás han aprendido a ser, igual que nosotros. Una ilusión mutua que jamás seremos capaces de comprender del todo, y así debe ser: puede que hagamos mal, puede que tengamos secretos, puede que nuestras obsesiones personales nos aparten los que nos quieren.
Pero es sencillo hacer un esfuerzo por quererles, y perdonarles también esos inevitables problemas a ellos, para no transformar el apoyo en incomodidad.
Mientras que Jonah y Gene, inconscientemente, sabían esto, Conrad no, y en su lado la historia se guarda una curiosa historia de madurez: una marcada por mentiras que no acepta, mentiras necesarias pero que él cree que agrietan su visión particular del mundo, en la que cabe escribirle una impactante carta de amor a la chica por la que suspiras.
Tendrá que ser ella, el objeto de su deseo, la que tira abajo esa última fachada que su familia no ha podido tirar, cuando le hace promesas vanas tras un rato agradable, promesas de aprecio puro que el miedo a no ser aceptado en el instituto se encargará de borrar, como siempre sucede.
Aunque eso le enseña algo: llega el momento de hablar, y entenderse, se acabó camuflar la comunicación con móviles o realidades virtuales hacia un padre que siempre le ha querido, y siempre le querrá.
Porque queremos a aquellos que, desinteresadamente, nos quieren.
Y porque no queremos que ese amor puro sea manchado por nuestra incapacidad, miedo o inseguridad.
La vida es cuestión de perspectivas. Un mismo suceso puede ser interpretado de mil formas diferentes, en función del que lo vive y de cómo reacciona ante él. El amor es más fuerte que las bombas, la nueva película de Joachim Trier —tras Oslo, 31 de agosto y Reprise— es un estudio de la familia y un retrato de las relaciones personales, las cuales no sólo se enfrentan a las brechas generacionales que se ven afectadas por el paso del tiempo, sino también a las que provoca el espacio: la separación y la distancia. Todos debemos elegir, en la vida, y nuestras decisiones pueden afectar a otros casi tanto como a nosotros mismos. Afectan a nuestros sueños y pasiones, al apego de los otros sobre uno, y, al final, por inercia, a lo que más nos importa, sobre todo si esa prevalencia en la elección se contradice hasta con nuestros propios intereses.
Isabelle Reed (Isabelle Huppert) es una reconocida fotógrafa de guerra que fallece en un accidente de tráfico. Al morir, deja marido y dos hijos, y ahora ellos tienen que encarar las consecuencias de la pérdida, pero también de las sorpresas que esa pérdida deparará. Gene, el padre (Gabriel Byrne), colabora con unos periodistas para realizar una retrospectiva del trabajo de su esposa, mientras intenta acercarse a su hijo adolescente, Conrad (Devin Druid), que lucha contra sus propios problemas derivados de la edad, además del de la pérdida. Por otro lado, tenemos a Jesse Eisenberg haciendo el papel del hijo mayor de la familia, un profesor de universidad que acaba de ser padre y que mantenía una cercana relación con su madre. Sobre esta base, Trier y Eskil Vogt tejen una historia llena de recuerdos, saltos en el tiempo, rencor y amor, y puntos de vista. Cada elemento, aplicado en conjunto, da forma a una interesante reflexión: el poder de nuestra apreciación para llegar a conclusiones que nos satisfagan.
La propia cinta ofrece dos caras de una misma moneda, y hasta tres o cuatro si es preciso, apuntando únicamente a esta familia deshecha y sin embargo en construcción. La convivencia que se contradice con el anhelo de estar solos, la soledad que se arrepiente de no convivir con los que ama. Las debilidades que se desarrollan al cerrar heridas del pasado, la fortaleza del pasado para mantenerse abierto. La traición, los secretos y la penitencia (no necesariamente en este orden). El amor es más fuerte que las bombas ofrece una estampa familiar llena de contradicciones humanas basadas en nuestra propia naturaleza, pocas veces saciada por completo, que nos impele a ser felices, pero nos brinda muchas formas distintas de serlo, y que por ello con frecuencia se pelean entre sí.
Por todas esas razones, El amor es más fuerte que las bombas sigue la tendencia triste y melancólica buscada en su anterior film, basado en la novela El fuego fatuo, si bien su impacto emocional es aquí menos intenso. Pero es, de hecho, una película que no busca una finalidad concreta, más allá de generar distintos pensamientos en el espectador, que, sea como sea, estará enfrentándose a lo que le muestre la pantalla de maneras opuestas e incluso contradictorias. Un guion nunca del todo explicitado, aunque contado con sencillez y naturalidad, y que, en muchos casos, se entroncará con las propias experiencias personales de la audiencia. Una duda que se mantendrá presente en la mente de muchos, con certeza, y es que si el amor es más fuerte que las bombas, saber lidiar con el dolor que este produce sólo puede ser una proeza.
Louder than bombs o El amor es más fuerte que las bombas, el título con el que se la conocerá en España es el tercer largometraje del noruego Joachim Trier tras las alabadas Reprise y Oslo, 31 de agosto. Estrenada en el Festival de Cannes, pasó sin pena ni gloria por la sección oficial, obteniendo críticas mixtas y sin ninguna mención en el palmarés. Ante esa tibia acogida y el hecho de que uno de los guionistas sea el director de Blind (película a la que le reconozco sus méritos pero que no consigue atraparme) me hacían no esperarme nada especialmente grato de El amor es más fuerte que las bombas. Por suerte, mi sorpresa fue mayúscula tras terminar la proyección, pues lo que me encontré superó con mucho mis expectativas.
Joachim Trier derrocha talento, y con un estilo muy particular, consigue involucrarnos en un drama familiar que argumentalmente no ofrece nada que no hayamos visto antes pero que narrativa y formalmente llega a un nivel muy alto. De forma desasosegante disecciona una relación familiar desmembrada (padre y dos hermanos, uno de ellos adolescente, el otro acaba de tener un bebé) tras la pérdida de la madre. Personaje ausente que sirve como punto de inflexión en la historia y a partir del cual se construye el drama. Trier juega hábilmente con los puntos de vista recreando un relato que podría haber teminado resultando obvio pero que está narrado con poder de sugerencia y capacidad para hipnotizar por momentos al espectador. El director no sólo habla de la pérdida y de cómo la afronta cada miembro de la familia individualmente, sino que también logra hacer una reflexión muy interesante acerca de la adolescencia y de las relaciones humanas. Todo ello narrado de forma parecida a la anteriormente mencionada Blind, pero lo que en aquella me resultaba caótico o disperso, en esta creo que funciona a la perfección y que aporta una dimensión más profunda a la historia.
En esta película, Trier se rodea de un reparto internacional formado por Jesse Eisenberg, Gabriel Byrne, Isabelle Huppert y el joven Devin Druid. Todos ellos fantásticos, capaces de expresar lo máximo con lo mínimo. Ayuda el gran guion que hay detrás, que no deja que ningún diálogo o situación suene forzada. Eskil Vogt y Joachim Trier, ambos guionistas dejan muy claro que independientemente de que nos gusten más o menos sus películas, hay talento, y que habrá que seguir la carrera de ambos muy de cerca.
Es cierto que hay algún altibajo, y que no es una película perfecta, en conjunto podría decirse que incluso irregular, pero los momentos donde alcanza su máximo esplendor nos demuestran que estamos viendo la obra de un cineasta dotado de talento y con voz propia. El amor es más fuerte que las bombas es una de esas películas que habrá que revisitar, pues en su aparente sencillez argumental esconde una profunda lección de vida.
http://ferhood.blogspot.com.es/
Hace cuatro años Joachin Trier nos dejó con Oslo, 31 de Agosto , una tarjeta de presentación que dejaba bien claro que no solo es primo del gran Lars von Trier, sino que posee un universo propio y capacidad artística para contárnoslo.
Ya entonces estaba en proceso la producción de la cinta que ahora nos llega con un excelente reparto internacional. Se la esperaba y la crítica la ha recibido con división de opiniones, más cercanas a la decepción que otra cosa.
A un servidor, no solo no le ha decepcionado en absoluto sino que me ha parecido que esta deconstrucción de La Familia, con mayúsculas como bloque y pilar básico social es un portento de sensibilidad, respeto por la libertad individual, el amor, síntesis y análisis generacional, sociológico, humano y esperanzador canto a la unidad desde la diversidad, donde el suicidio planea como una opción más ante la vida por paradójico que parezca.
El distanciamiento respetuoso de Trier por los miembros de esta familia y el resto de personajes es intachable y el melodrama surge limpio sin añadidos ni subrayados. La sutil forma de mirar, de montar y de marcar el ritmo nos deja escenas cargadas de poesía y diferentes tonalidades sin estridencias. Las capas y las reflexiones son múltiples. Viéndola, disfrutandola se me ocurría que bien pudiera proyectarse en sesión doble con La gran familia (Fernando Palacios / 1962). El análisis de esas dos realidades, entre dos formas de entender el núcleo social por excelencia, en dos países con una evolución social antagónica y los 44 años que las separan, daría para un estudio y una reflexión vital enriquecedora.
La metáfora de esas chicas jovencitas dando volteretas despreocupadas en el aire es bellisima.
Que no decaiga, señor Trier, el amor que ud. siente por el cine es más fuerte que las bombas (de los críticos).
Nuestras vidas son rompecabezas. Y cuando compartimos la existencia con alguien (tu pareja, tus hijos, tus padres, tus hermanos o tus amigos) apenas y si capturamos algunos retazos inconexos que tratamos de combinar para que ese puzle emocional y vital cobre sentido y podamos mantener la ficción de que conocemos a los demás, dotando a sus acciones, palabras u omisiones de un mínimo de coherencia que nos permita hacernos creer que conocemos al otro y que su borroso y cambiante contorno tiene la suficiente claridad y cohesión como para mantenernos en relación y contacto, reinterpretando y expandiendo lo que en verdad tan sólo son dispersos fragmentos de un relato que desconoceremos en su inasible integridad.
Este premisa es la columna vertebral de este relato amargo, atormentado y doliente sobre una familia rota por la muerte de la madre y que se aferra con uñas y dientes a su incapacidad manifiesta por la trasparencia, la verbalización, la sinceridad o el afecto físico. La franqueza vivida como quimera, como fabulación, como entelequia, como un imposible. La comunicación como trampa, como engaño, como imposibilidad existencial, como maquinación para confundir u ocultar, como huida del presente para refugiarse en utopías resbaladizas y falaces. Callarse la verdad puede ser legítimo, pero construirse una fantasía indulgente es una tropelía que acaba pasando factura a nuestra salud emocional.
Atravesar un duelo es difícil y muy doloroso: te puedes romper, astillar, abatir o extenuar, pero raro es que te deje igual que estabas antes. Y cerrar un duelo es, a veces, tarea titánica que algunas personas son incapaces de completar con éxito y se torturan inmisericordes durante tiempo indefinido. Sobre este atolladero gira la mayor parte de esta cinta, que parece confundir complejidad temática con precariedad narrativa, ya que si bien contiene buenos elementos e ideas, afanosos actores y una realización competente, es incapaz de insuflar vida a la historia que nos propone, que acaba dando vueltas una y otra vez sobre sí misma, como una noria desbocada, sin avanzar ni un milímetro del atractivo planteamiento.
Este drama sobre las dobleces y contrariedades de la vida carece de lo básico: sinceridad. Suena a prefabricado, se antoja previsible y no llega por su excesiva frialdad, se dispersa con lastimosa delectación y se pierde por recovecos estériles. Interesa y convence a ratos, pero la mayoría del tiempo carece de fuste, fuelle, hondura y poso. Todo resulta demasiado críptico y engolado como para seducir, demasiado elaborado para resultar creíble. Interesante, sí, pero insuficiente: el discreto encanto del proyecto fallido.