Edward, mi hijo
Sinopsis de la película
Un despiadado hombre de negocios vive tan obsesionado con su hijo que sería capaz de todo con tal de protegerlo, pero el chico, lejos de pagarle con la misma moneda, sólo siente odio y desprecio hacia su padre.
Detalles de la película
- Titulo Original: Edward, My Son
- Año: 1949
- Duración: 112
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Opinión de la crítica
Película
6.5
88 valoraciones en total
¿Qué debo hacer cuando me he enterado de que mi hijo primogénito, en quien tengo depositadas todas mis esperanzas, ha nacido con una atrofia que podría dejarlo discapacitado para siempre?
Varias cosas se pueden hacer: La primera, buscar ayuda profesional. Pero hay otras cosas que, entre tanto, podrían tomarse en cuenta y la holística las avala como de enorme importancia: La principal, ponerlo en manos de Dios y pedirle que nos ayude a entender porqué sucede lo que sucede. Si usted es una persona de fe, trate de descubrir el beneficio oculto que hay en este mal, el cual, con buena predisposición, es posible entreverlo en un cierto plazo. Para ayudarse en este tema, es de gran eficacia contar con la asistencia de un terapeuta holístico. También sería muy sano que pensara seriamente en modificar su comportamiento, sobre todo si hay acciones suyas que, de alguna manera, perjudican a otras personas. Finalmente, no pretenda forzar situación alguna. Deje lo esencial en manos de Dios, y tan solo permita que Él vea que en usted hay buena voluntad y el más serio compromiso para con su hijo. Si lo que hace es por él… y no por usted, como en realidad actúan muchas personas, le aseguro que comenzarán a moverse las fichas necesarias para que suceda lo que, exactamente, está necesitando la familia entera para su proceso.
Partiendo de estos principios, resulta fácil comprender que, el rumbo seguido por Arnold Boult, no fue más que un prolongado sendero de ligerezas, estimulados por la prepotencia, la autosuficiencia y la total falta de entendimiento de las leyes existenciales. Aunque pareciera hacer lo que hace pensando exclusivamente en su hijo, en realidad, Boult, solo piensa en sí mismo, porque consciente o inconscientemente, teme sentirse inferior ante los demás y no está dispuesto a admitir que alguien pueda verlo como un fracasado. Es esto lo que explica su total falta de escrúpulos para hacer la serie de cosas que termina haciendo… y de ahí en adelante, la larga cadena de atropellos, ligerezas e irresponsabilidades, que es capaz de asumir para hacerse con el poder (incluido el nobiliario título de Lord), pretendiendo salirse siempre con la suya. Pero está claro que no es posible levantar un alto edificio sin hacerle a la tierra un profundo hueco. Boult es de aquellos necios que no conocen el límite de las cosas y es entonces cuando, quizás, tome las decisiones más insólitas como aquella de hacerse a las hipotecas del colegio. Como él mismo dice, no compré la universidad de Oxford porque no resultaba fácil.
La manera como está planteado el filme, obliga cuando menos a una pregunta: ¿Por qué no vemos en ningún momento a Edward, el hijo? Algún reconocido crítico, afirmó cierta vez que ese había sido un gran descuido del director George Cukor. Al contrario, me parece que es lo mejor que pudo habérsele ocurrido. En principio, tuve la impresión de que el motivo era técnico: Había que conseguir a diversos chicos para poder ilustrar el desarrollo de Edward desde que era un bebé hasta sus 23 años, y eso podía resultar desgastante. Pero enseguida entendí que la razón es puramente psicológica: No es Edward lo que motiva las acciones del errático Lord Boult… es él mismo, es lo que él siente, lo que quiere tener, lo que quiere ser. Por eso, él es el centro de una historia que de nuevo confirma que, si siembras vientos cosecharás tempestades.
El brillante guión, escrito por Donald Ogden Stewart, estuvo basado en la obra ‘Un juego en tres acciones’ que Robert Morley y Noel Langley publicaran en 1948. La dirección de George Cukor resulta intachable en lo formal y en la dirección de actores, y Spencer Tracy nos ofrece otra de esas interpretaciones de nunca olvidar.
EDWARD, MI HIJO se aproxima a un tema de gran interés sobre el que las parejas deberían estar muy firmemente preparadas.
Título para Latinoamérica: EDUARDO, MI HIJO
Gran película de Cukor en la que uno de los personajes principales no aparece jamás. Narra como la enfermedad de un hijo pequeño provoca un cambio en una familia normal ante la imposibilidad de curarlo por no tener el dinero suficiente para la operación. El padre, magníficamente interpretado por Spencer Tracy en un afán protector con el hijo va deteriorando la familia, su persona y al hijo que se convierte en un niño mimado sin ningun valor personal.
Melodrama al estilo de la época en donde un rudo hombre vive empeñado en vivir el éxito a través de su hijo, lo que en un principio parece idílico poco a poco se va viciando, convirtiendo la convivencia familiar en una situación tensa que en cualquier momento y por la más mínima reacción se puede quebrar, y es que Cukor representa el éxito como algo alcanzable solo a través de la corrupción, como un juego en el que todo vale y las consecuencias no importan.
El inesperado y excelente argumento de R. Morley y N. Langley taladra la pantalla desde el comienzo con una propuesta vehemente, visceral y descarnada que G. Cukor conduce con el vigor necesario -pero también con manifiesta sutilidad- de forma que J. Stewart consigue proporcionarle, en su calidad de protagonista casi absoluto, la rotundidad que la historia requiere.
La excelente estructura del guión, la habilidad narrativa del director, su capacidad de persuasión, su facilidad para resultar convincente y ese dominio casi absoluto del ritmo convierten al espectador en parte activa del relato hasta tal punto que le implica personalmente.
Exquisitez y rigor, intensidad, diálogo y silencio, reflexión, disciplina y pertinencia psicológica otorgan a la película un marchamo de gran altura cinematográfica.
Me impresiona como Cukor se mete en camisa de once varas, hasta el fondo de la cuestión.
Lo que puede llegar a hacerse cuando la chispa la enciende el amor a un hijo.
No queda claro si para el personaje de Tracy,eso es una excusa ni si hubiese hecho lo mismo sin el acicate del hijo. Tampoco queda claro si el hijo, ha salido genéticament al padre, o su desastroso comportamiento hubiese sido evitable con otra educación, o cómo hubiera sido si hubiese nacido pobre o en una familia de clase media.
Creo que el padre no puede hacer más, la madre… tampoco, el médico…tibio. Todos sujetos a sus propias limitaciones. Y al final, la limitación externa de la vida, aquí, la guerra.
Me queda un sabor agridulce después de ver esta película, por un lado la sensación de que sí, existe un destino, por otro, que vale la pena ser valiente, y aunque también podamos equivocarnos, no muramos sin haber hecho lo imposible por cambiarlo.
Intensa, profunda, no entiendo por qué tiene una puntuación tan floja.