Diplomacia
Sinopsis de la película
El cónsul sueco (Dussollier) debe entrevistarse en el hotel Meurice con Dietrich von Choltitz (Arestrup), el gobernador militar alemán de París, miembro de un linaje de militares prusianos muy disciplinados. La misión del cónsul consiste en convencer al general para que no ejecute la orden de activar los explosivos que harían volar los principales monumentos de la capital francesa: el Louvre, Nôtre-Dame, la Torre Eiffel, etc. Se trata de impedir que arda París , como ha ordenado Hitler.
Detalles de la película
- Titulo Original: Diplomatie
- Año: 2014
- Duración: 80
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Opinión de la crítica
Película
6.4
58 valoraciones en total
No es la primera vez que el director alemán Volker Schlöndorff aborda el tema del nazismo en su filmografía, aunque nunca ha llegado tan lejos como en su recordada El tambor de hojalata (1979). En esta ocasión recurre a la obra teatral de Cyril Gely, en la que se relata el final de la ocupación alemana de París en 1944 y, más concretamente y como motor vertebrador del drama, la batalla dialéctica que mantienen el cónsul sueco y el gobernador militar alemán de París, el primero con la intención de evitar que el segundo ponga en marcha un plan que destruiría los monumentos más emblemáticos de la capital parisina y, de paso, segaría decenas de miles de vidas por el camino. Como ocurre con todas las películas de las cuales sabemos (necesariamente) el desenlace, es loable mantener al espectador expectante durante todo el metraje, circunstancia que no puede reprochársele al film.
Ganadora en la Seminci de Valladolid de los premios a Mejor director y Mejor actor para Niels Arestrup, Diplomacia (2014) propone un tour de force interpretativo sostenido en dos actores en estado de gracia, movidos por la agilidad y concisión de un guión sin fisuras escrito a cuatro manos entre el propio director y el autor de la homónima obra original. Es, pues, una cinta bajo la fuerza centrípeta de unos diálogos que exudan tensión sin casi pretenderlo y que no enfatizan más allá de lo prudente el núcleo dramático de la historia, sembrado de dudas razonables, elogios a la vida, la libertad y el legado cultural y pertinentes loas a la ciudad de la luz. Arestrup y André Dusollier, militar y diplomático respectivamente, convierten en carne y fuego un material que necesitaba de toda la entrega de sus voces y gestos para revelarse importante, pero ellos son lo único que brilla en el ajustado metraje. Cabe lamentar que Schlöndorff no mantenga toda la película entre las paredes del despacho del gobernador alemán y que, como recurso habitual y desalentador, decida sacar la acción fuera del mismo para devenir el pequeño ejercicio formal de cariz teatral que intermitentemente se vislumbra en un film bélico/histórico con poco fuste y entidad, tristemente bastante más convencional de lo que cree ser. Hubiera resultado mucho más estimulante (y arriesgado) conferir todas sus cartas a un escenario único y con esos dos personajes como exclusivas figuras con voz y cuerpo, al estilo de la inconmensurable La huella (Joseph L. Mankiewicz, 1972).
Dentro de la tendencia negativa que diluye en un relato academicista los numerosos logros y hallazgos de la película, cabe mencionar también el creciente tono hagiográfico en torno a la figura del gobernador militar alemán que va abrazando la historia sin pudor y que, aun entendiendo el mismo en esencia y como inapelable verdad histórica, suena demasiado alto en el discurso de poder que proponen Schlöndorff y Gely. Es el ejemplo más claro de que a esta película le habría venido bien algún apunte oscuro adicional, más sombras y menos luces al cabo. Como si, finalmente, fuese demasiado luminosa, demasiado para unos tiempos de una oscuridad cegadora. Pese a estas dos fallas, Diplomacia se revela como una propuesta muy digna, válida como entretenimiento y realmente interesante como documento histórico. Podría haber sido apasionante, pero este debate moral, político y cultural bien merece un rato de nuestras vidas.
http://www.asgeeks.es/movies/critica-de-diplomacia-arde-paris/
A estas alturas de sus 75 años el director alemán, oscarizado por El tambor de hojalata allá por el 79 tiene arte y oficio suficiente para hacerse con la adaptación de esta obra teatral y dotarla de la solvencia y el ritmo necesario para que continúe el éxito cosechado sobre los escenarios por los mismos actores. A Dussollier y Arestrup se les ve cómodos en sus roles y aportan personalidad y carisma a este enfrentamiento entre adversarios en plena guerra mundial. Supuestamente basada en hechos reales el Gobernador militar de París, general alemán, revoca la monstruosa orden de Hitler de arrasar París y sus habitantes antes de verse obligado a abandonarla por el empuje de las fuerzas aliadas gracias a las argucias diplomáticas del cónsul sueco, en un mano a mano dialéctico donde el cónsul tiene un puñado de cartas marcadas que juega con habilidad a sabiendas de que a su oponente no le queda otra para salir lo mejor parado posible ante la previsible derrota de su país.
Hay en la pieza del dramaturgo Cyril Gely algunos textos duros y autocríticos con su nación, evocadoras palabras sobre la ciudad de la luz, apelaciones a la masacre humana y algunas lineas que nos hacen dudar de a la postre quien engaña a quien. El resultado es que París y muchas de sus gentes siguieron en pie, cosa que no se puede decir de Dresde ni sus habitantes por citar un ejemplo. La Florencia del Elba , fue arrasada sin piedad 6 meses después de los hechos de la película, cuando todo estaba ya decidido y no constituía un objetivo militar determinante. Ahí si que no hubo diplomacia que valga. Pero la historia la escriben los que ganan y afortunadamente y a pesar de los pesares ganaron los menos malos.
Hasta Valladolid ha llegado en esta 59ª edición de la Seminci un veterano del cine europeo, de mente ágil y sonrisa permanente, a presentar su última película. Volker Schlöndorff, realizador y adaptador de inolvidables películas, basadas bastantes de ellas en grandes obras literarias, como: El tambor de hojalata, La muerte de un viajante, El honor perdido de Katharina Blum, Guerra y paz, Un amor de Swann……. Especialista también en historias que tienen que ver con la Segunda Guerra Mundial y con los entornos nazis, traduce a lenguaje cinematográfico la obra teatral de Cyril Gely, que le ayuda con el guión.
Intenta el alemán, esta vez bajo bandera francesa, explicar la razón por la que París no fue dinamitada antes de la desbandada de los últimos jirones del ejército del III Reich, máxime cuando este parecía ser uno de los últimos deseos de Hitler, y cuando todo estaba preparado a la espera tan solo de la orden del gobernador militar, el general Dietrich von Choltitz.
El duelo dialéctico entre el militar prusiano y el cónsul sueco tiene la suficiente enjundia cinematográfica como para tenerte expectante hasta el final. La calidad de los dos actores protagonistas, que al parecer habían interpretado el mismo papel, al menos, 300 veces en el escenario, hacen muy creíble este episodio que, según el propio director, es verídico o estaría muy cerca de la realidad histórica-
Por otra parte, parece decirnos el señor Volker, la diplomacia hunde sus raíces en el engaño, convencida como está de que todo es mentira en este mundo, pero satisfecha también de perder el tiempo hablando antes que matando o destruyendo.
Diplomacia, más que una película es una obra de teatro llevada a la gran pantalla, donde dos hombres, un general alemán y un cónsul sueco conversan y exponen sus ideas mientras pequeñas situaciones acontecen para interrumpirles, donde se decidirá si Paris vuela por los aires o no en esa fatídica noche de agosto del ´44 durante la SGM (Segunda Guerra Mundial), con el aliciente de basarse en hechos reales aunque con un final ya conocido.
Los diálogos al principio están bien, pero conforme avanzan y van exponiendo ideas, situaciones y entran en profundidad en sus personajes, la cosa se va volviendo pesada, lenta y ante la carencia de acción o de emociones dramáticas, el sueño empieza a invadirte junto al aburrimiento. Hay algunos momentos con buenos chispazos, pero el ritmo mata, y al final te dejas llevar por esos ochenta minutos de duración, los cuales son la salvación del film, ya que si dura más, seguramente uno no acabará viéndola y presionará el fatídico botón, Off.
Al final te queda el regusto de que has visto algo interesante, pero que no ha sido capaz de transmitirlo, excepto una penosa y aburrida conversación de ochenta minutos que cambió el rumbo de la historia de una ciudad, París.
El panteón de los proyectos bienintencionados, pulcros, correctos y atildados pero facundos y fallidos es incontable y abigarrado. Como prolija es la conversación entre sus dos casi únicos personajes: mera palabrería, embauco, embeleso, galimatías y tedio. No es tanto que se note que estamos ante la adaptación de una obra de teatro – que también – sino que asistimos a una argucia dialéctica que apenas alcanza que sigamos con indiferencia el ajedrez polemista de sus títeres exangües. No hay emoción, ni tensión, ni conflicto, ni casi polémica, tan solo un artificio hinchado y dilatado que bordea el hastío más absoluto.
Que la guerra es un horror lo sabemos todo, que inmersos en el sinsentido de una debacle inminente cualquier matanza es una empresa estéril y bárbara que borra aún más la poca humanidad que queda a sus responsables, que todo esfuerzo por cumplir órdenes a sabiendas de su iniquidad y vesania es un disparate de difícil justificación… Éste es el tema central de la cinta paneuropea que comentamos. Es decir, ¿para qué tanto esfuerzo y tanto empeño en mostrarnos lo que no sólo sabemos y en lo que (espero) estemos todos de acuerdo? Cuando conocemos el desenlace de antemano y todo se reduce a contemplar a unos versados actores haciendo alarde de su talento retórico, ¿qué sentido tiene todo?
Además me produce malestar que se ponga en primer plano la locura que supone destruir una ciudad (por hermosa, emblemática y simbólica que sea) y se deje en un segundo plano a las personas, como si fueran meros figurines intranscendentes y del todo prescindibles. Se pone el foco sobre la ciudad como si la insensatez de su destrucción tuviera más importancia que la supervivencia y rescate de las personas que la habitan. Este error de tiro hunde por completo la implicación del espectador, que asiste perplejo a unas discusiones que parecen soslayar lo más importante: los seres humanos y su destino.
Y para colmo de males hay otro detalle que pasa casi desapercibido: la cinta parece justificar que para alcanzar el objetivo propuesto (sea cual sea éste) está permitido mentir, engañar, embaucar, falsificar y confundir con tal de salirse con la suya. Peligrosa y nada inocente conclusión. Tergiversar la realidad a nuestra conveniencia sólo sirve para exonerar los afanes más funestos. Sus buenas y loables intenciones desembocan en la entronización del embuste más fraudulento. En definitiva, una película – muy a mi pesar – fallida.