Destino: Woodstock
Sinopsis de la película
Versión libre del nacimiento del festival más famoso de la historia. Fue Elliot Tiber quien hizo posible que, en 1969, el Festival de Música y Arte de Woodstock se convirtiera en un acontecimiento histórico. Elliot, un decorador neoyorquino, tiene que volver a su pueblo para ayudar a sus padres a llevar un viejo motel, El Mónaco. Cuando se entera de que en un pueblo vecino han suspendido un festival de música hippy, llama a los organizadores pensando que puede ser una ocasión propicia para revitalizar el motel. Tres semanas después, medio millón de personas se dirigen hacia una granja de White Lake para participar en los tres días de paz y música .
Detalles de la película
- Titulo Original: Taking Woodstock
- Año: 2009
- Duración: 120
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Opinión de la crítica
6.3
23 valoraciones en total
El director Ang Lee es desde hace muchos años uno de los valores más seguros de cine actual. Desde sus primeras y luminosas comedias chinas hasta la última y apabullante Deseo, peligro, también rodada en su país, las películas de Ang Lee son un ejemplo de coherencia. Ya sea en Asia, en Estados Unidos o en Gran Bretaña, sus historias, incluso en sus películas más irregulares, son sólidas como una roca, pero siempre envueltas en inteligencia y mucha sutileza.
Aparentemente alejado de muchas de esas historia, el se ha acercado como pocos lo han hecho en los últimos años, a las entrañas de la sociedad americana. Es por eso que cabía esperar lo mejor de su visión de uno de los hechos más importantes en la reciente historia de los Estados Unidos. Por el enorme contenido, tanto político como social, de ese acontecimiento, Destino: Woddstock estaba destinada a convertirse en la ilustración definitiva del espíritu que reinó durante aquellos años. Pero el resultado ha sido profundamente decepcionante. Destino: Woodstock es una película amable y ligera, pero carente de la contundencia y la garra que uno se esperaba encontrar.
La historia decide dejar a un lado lo que fue el concierto de Woodstock, para centrarse en la pequeña gran historia de cómo se llego a organizar ese concierto. Acosados por las deudas un matrimonio de inmigrantes y su hijo ven como su pequeño hotel familiar está al borde de la quiebra. Para salir del bache al hijo se le ocurre montar un certamen musical para atraer a la gente. Pero esta idea va creciendo y creciendo hasta acabar convertida en lo que acabó siendo el concierto más famoso de la historia.
Ang Lee se acerca a la historia con una simpatía contagiosa, pero también de forma demasiado leve. Uno ve Destino: Woodstock con una sonrisa permanente, pero la película no transmite la sensación de estar presenciando el origen de algo importante. Quizás yo esperaba una visión casi épica y llena de fuerza de lo que supusieron aquellos días, y lo Ang Lee nos ofrece es demasiado convencional y escaso de energía.
Desde el comienzo, con el retrato que se hace de la familia protagonista, la película se mueve en el terreno de la comedia ligera, y lo hace con gracia, algo a lo que ayudan las interpretaciones de los tres protagonistas, especialmente la hilarante Imelda Staunton. El problema es que según avanza la historia debería ir avanzando también el tono general de la película hacía algo más profundo. Woodstock fue un acontecimiento con un trasfondo mucho más complejo e interesante de lo que consigue transmitir esta película.
Negarle, a estas alturas, a Ang Lee su enorme talento cuando se pone detrás de la cámara sería absurdo, y aquí hay algunos momentos aislados dignos de su mejor cine. Pero Destino: Woodstock se queda bastante lejos en sus logros de La tormenta de hielo, por mencionar otra película del mismo director con la que podría tener más de un punto en común.
Si tuviésemos que escoger un adjetivo para definir el cine de Ang Lee, la palabra adecuada sería probablemente versátil. Desde que se estrenara en el mundo del largometraje con Manos que empujan, allá por 1992, el director taiwanés ha sabido llevar a buen puerto proyectos radicalmente dispares. Y es que, más allá de un montaje soberbio, nada tienen en común películas como La tormenta de hielo, Tigre y Dragón, Hulk, Brokeback Mountain o Deseo, Peligro. De hecho, resulta imposible adivinar con qué nueva historia nos sorprenderá Ang Lee después de ofrecernos esta visión optimista y nostálgica del evento que puso fina toda una época de pacifismo y buen rollo.
La ambientación del film está cuidada al milímetro, desde el pequeño detalle hasta ese soberbio plano al ralentí con cientos de extras dirigiéndose hacia el concierto por la carretera. Aunque hayan pasado cuarenta años, tenemos la plena sensación de estar allí. No solo se trata del atrezzo, porque para recrear toda la estética del Flower Power de finales de los sesenta también se intercalan algunas escenas rodadas en Súper 8 e incluso se utilizan pantallas partidas en clara referencia al famoso documental de Michael Wadleigh. Evidentemente, no se podía dejar pasar de largo un recurso tan necesario como la música de The Doors, Jefferson Airplane, Richie Havens y otras formaciones representativas de los sesenta, pero la película también sabe dejar espacio a la curiosa banda sonora del polifacético Danny Elfman.
Uno debe descubrise ante el talento de Ang Lee, que aún habiendo sido educado en Estados Unidos sabe retratar maravillosamente una época que no conoció de primera mano. Seguramente habrá quien piense que Taking Woodstock es demasiado difusa al esbozar sus pequeñas pinceladas dramáticas o la considere una obra menor del director por el simple hecho de no querer profundizar demasiado en el universo que retrata, pero es precisamente esa luminosa falta de pretensiones lo que la convierte en una película maravillosa. Nada más verla a uno le entran ganas de despelotarse, pintarse un símbolo de la paz en la frente y echarse unos canutos a la salud del mismísimo Jimi Hendrix.
Keichi
Quien quiera ver un documental sobre Woodstock, con sus míticas actuaciones, que busque en (como no) un documental o dvd musical del festival o los innumerables discos que debe haber al respecto.
Lo que aquí Ang Lee nos presenta no trata sobre el festival en sí, sino sobre lo que había detrás, sobre sus cimientos, los ideales que lo crearon, o la fiesta alternativa que tenía a su alrededor.
Utilizando como excusa e inspirándose libremente (lo que no indica una adaptación) en las memorias de Elliot Tiber (protagonista del film) sobre los orígenes de este mítico evento, la película pretende recrear y rememorar unas sensaciones y un sentimiento ya olvidado y obsoleto por nuestra sociedad actual.
Nos sitúa en las verdes y hermosas praderas del pueblo de White Lake, jugando muy sabiamente con la pantalla partida (toma nota Rosales de cuando este recurso se usa para beneficio de la historia y lo que se quiere contar, y no como mero recurso estético/innovador) que ayuda a esparcir nuestra atención ante las múltiples visiones y emociones que se vivieron aquellos días.
Nadie puede negarle al sabio Lee que sabe donde colocar una cámara y como moverla sin que el espectador note su presencia, y es así como entramos de lleno en esos tres días de paz y música sin parangón alguno. Además, una historia sencilla al servicio de la nostalgia y el ambiente más que para contar una historia al uso, contiene una multitud de personajes y actitudes tan vivas y tan bien recreados que, si no le pedimos lo que no nos quiere ofrecer y aceptamos lo que sí nos ofrece, hacen de esta aventura una fiesta tan emocionante como la que se relata de fondo.
Quizás el personaje de Hirsch es el que tiene una presentación menos cuidada (por cierto, si este actor empieza a elegir sabiamente sus papeles como en Milk o Into the Wild , puede llegar a hacer grandes cosas en el cine) pero al final se acaba haciendo con el público al igual que Goodman, Schreiber o Staunton.
No es casualidad que el protagonista jamás llegue a ver el festival, porque Ang Lee desea centrarse en su envoltorio, en sus furgonetas pintadas de colores chillones y flores estampadas, las largas colas de gente que asediaban la carretera y los lagos llenos de hippies bañándose.
Y es que ves la libertad y la ausencia de prejuicios, de esa gente danzando sin ropa con sana alegría e ingenuidad, llenos de amor por la música, ennubilados por las drogas, amando al ser humano y no al género sexual, dejándose llevar y siendo puramente uno mismo, que te dan ganas de despojarte de tus ropas, lanzarte al barro y gritar junto a ellos ¡Yo también amo este monte!
Y ése es el sentimiento que quiere que tengamos Lee, y en mi caso lo ha conseguido.
Así que lo pongo un 8, como sea para, por lo menos, subirle un poco el puntaje.
Caray, cómo está la peña… 😀
No me da que la intención de Ang Lee haya sido entrar en la dicotomía politiquera de siempre, por la que según he leído en algunos comentarios, parece sentirse más nostalgia que por el propio objetivo del movimiento hippie (y si hay alguien que a estas alturas les considere unos pasotas es que nunca ha sido joven o estaba demasiado limpio como para recordarlo). La escena de los tres en la furgo ya lo dice todo: si no te has tomado un tripi, hijo mío, dudo que le saques todo el juguito que tiene. Pero la cosa empezó con un tripi, ¿o es que o te acuerdas? Sino, invito con una sonrisa a ver algún vídeo de Tim Leary o Terence McKenna, que el youtube está al alcance de todos. Y no es piratería 🙂
Entretenidísima comedia, sin pretenciones, y muy evocadora de unos tiempos que parecieron amanecer brevemente antes de que el amargor del politiqueo barato y el amargor en general de unos tíos que eligieron la propiedad privada -y por miedo- a la libertad de saberse de todas partes, y de ninguna, convirtiera nuestra vida en una hipoteca a 30 años. ¿Ingenuos? Libres, que de eso hoy se sabe poco, o cada vez menos. Y SIN MIEDO, que es lo más grande. ¿O no habeis notado que los chavales nisiquiera se rebelan? Hay tanto Elliot por el cotarro, que ya empieza a oler. Y lo peor de todo es que los tripis ya no abren conciencias: sólo muestran lucecillas de colores.
El mayor festival de la Historia quedó perfectamente reflejado en el documental homónimo de Michael Wadleigh. Ang Lee vuelve de su dramón homosexual, olvidado por el puritanismo hollywoodiense, y en este caso nos cuenta la historia no oficial del festival del 69 en clave de humor. Por supuesto, las expectativas eran altas.
¿Funciona? Funciona, sí. Porque aunque uno pueda entrar en el cine con ganas de ver a todos esos rockeros legendarios en plena actuación, no es lo que vamos a ver. De hecho, la historia pasa por lo alto todo el concierto y se centra en las vidas del joven Elliot, sus padres y los vecinos del pueblo donde se celebró el festival. ¿Pero qué hace que funcione? Más allá del protagonista, que hace un trabajo irreprochable, aunque él no es el blanco de la parte cómica sino de la revelación, del cambio que impone el espíritu Woodstock, el bicho al que el público observa evolucionar ante lo que se le viene encime. No obstante, se rodea de un enorme elenco de secundarios descojonantes, empezando por una inmensa Imelda Staunton, pasando por Emile Hirsch, totalmente entregado en su papel de hippy de espíritu, hasta un colgadísimo Paul Dano, que nos entrega una de las partes más entrañables del film. Atentos al número del teatro y a cada aparición de Liev Schreiber como Vilma. Impagable.
Os cuento la historia: Elliot trabaja en el hotel de sus padres, se encuentran hasta las cejas de deudas, pero el espíritu emprendedor y optimista del joven no se amilana ante ningún obstáculo. En otra parte, la ciudad que va a acoger el festival se echa atrás en el último momento, pero da la casualidad de que Elliot y uno de los organizadores del evento estudiaron juntos, así que el joven aprovecha la situación y, tras no pocas desavenencias, logran que Woodstock ’69 sea una realidad en ese pueblecito desconocido al que comienzan a afluir/ peregrinar/ocupar cientos de miles de asistentes, en su mayoría hippies con ganas de dar a conocer su mensaje de paz y amor a la humanidad a través del arte, en este caso la música. Música que, más allá del festival, inunda la película en los instantes oportunos, donde podemos encontrar las notas lejanas de cualquier participante del concierto hasta un vinilo de Judy Garland. Música que transporta ese mensaje, sí, pero que ante todo cautiva al espectador hasta hacerlo partícipe de uno de los instantes más culturales más determinantes de la Historia: no olvidemos las protestas por Vietnam, la defensa del maoísmo y, en definitiva, la proclamación de que la igualdad, de que la paz es el único camino. Cabe mencionar las múltiples referencias gay que planean sobre toda la cinta, algunas meros matices de actuación, otras toda una declaración de intenciones. En los sesenta y setenta, recordemos, la comunidad hippy predicada el amor libre, cierto, pero ante todo predicaba con el ejemplo.
¿Cuál es el mayor acierto de la película? (sigue en spoiler)