Dead or Alive II: Sangre Yakuza
Sinopsis de la película
Dos asesinos a sueldo coinciden por circustancias de la vida en el orfanato donde crecieron en una isla al sur de Japón. El contacto con los niños del orfanato les hace tomar la iniciativa de ejercer sus profesiones invirtiendo sus ganancias en vacunas para los niños pobres y necesitados del tercer mundo. En uno de sus trabajos liquidan a un superdotado , lo que lleva a la viuda del difunto a contratar a tres asesinos que sólo se comunican mediante mensajes de móvil a dar caza y captura al dúo protagonista…
Detalles de la película
- Titulo Original: Dead or Alive 2: Tôbôsha aka
- Año: 2000
- Duración: 97
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Opinión de la crítica
Película
5.8
93 valoraciones en total
Segunda entrega de la alocada trilogía perpetrada por el inclasificable Takashi Miike. En esta ocasión podríamos decir que el nivel de surrealismo con respecto a la anterior entrega se ha reducido considerablemente, pero aun con todo mantiene el suficiente número de elementos poco o nada convencionales como para resultar en cierto modo una rareza. Una divertida rareza, para qué engañarnos, pero también bastante irregular.
Pese a llamarse DOA 2 , temáticamente no tiene nada que ver con su predecesora. La peregrina historia que nos cuentan Takashi Miike y Masa Nakamura es ni más ni menos que la de un par de asesinos a sueldo que, sin quererlo, se encuentran atacando a la misma víctima. Cuando uno de ellos persigue y localiza al otro asesino, descubre que se trata de un antiguo compañero suyo de la infancia con quien compartió orfanato. Ambos asesinos, recordando sus tiempos de juventud, vuelven al orfanato y se encuentren con otro de sus antaño compañeros, y juntos reviven los felices momentos que vivieron. Sin embargo, pronto deberán volver a las andadas.
Hay que decir, que de la trilogía, esta segunda película es la más sentimental, la que hace que el corazón se parta, si bien al primera nos muestra un thriller entre un policía y un yakuta que se odian, y la tercera una historia futurista entre robots, esta segunda nos deleita con dos amigos, que tomaron el camino de la violencia, pero no olvidaron su origen y ni sus promesas, reencontrándose muchos años después, y descubriendo sentimientos que habían olvidado o que solo tenían aparcado en lo más fondo de su ser.
Nuevamente, ambos protagonistas, rodeado de un magnífico elenco de secundarios, están geniales y perfectos, transmitiendo y dejando al espectador sentado en su sillón, ya que vemos al Miike más sentimental y capaz de absorber con una historia simple, al más fiero de sus detractores.
Pero, una vez más, Miike, deja su huella personal en el film, montando escenas inverosímiles, más cerca de la ciencia ficción que del drama, estropeando la calidad del mismo y rebajando su calidad.
He de afirmar, que este hombre, igual que me gusta me aterra, tiene lo mejor y lo peor de este arte, pero en mi opinión abusa de su estatus como director, y un poco más de perspicacia a la hora de introducir su estilo, no le vendría mal.
Tan cargada de acción y violencia desde el principio hasta al final, como la primera, aunque en realidad no tanto.
En esta hay una pausa, un momento de relax por lo rural, por la naturaleza, una regreso buscando las raíces, buscando el encuentro de esos amigos que hacen un alto en el camino, para encontrar aquellos recuerdos lejanos, de cuando aun eran niños. Buscando aquella inocencia y haciendo algo por la humanidad, dando sentido al sin sentido, del matar por matar. Darle una utilidad positiva a todo eso.
Entre medias lo que sabe meter Miike. Peleas entre bandas, las triadas, lo yakuzas, desde el primero hasta el ultimo pegando tiros por debajo de las mesas, con pistolas, cuchillos o lo que haga falta. Escenas filmadas con exquisitez, pero más aun si es posible (que lo es), las vistas de esas verdes praderas, de esa calma, admirando el paisaje.
Conforme va avanzando la historia, uno va volviendo a esa niñez, con ese teatrillo para los niños. No, no son ángeles, ni el bien ni el mal, ni el yin ni el yan. Son dos tipos mas, pero vistos con la mirada de Miike.
Y además en esta, el final es especial, de los mejores que se puedan ver del cine japones actual.
Otra vez vuelve Miike Takashi-san a sumergirnos, hasta asfixiar nuestros pulmones, en sus arrolladores y truculentos relatos de criminales, una vez más dispuesto a dinamitar el género.
Y sí, lo logra, de la mano de sus protagonistas, unidos por la amistad hasta la muerte…que así será.
Con Dead or Alive llevó a extremos inconcebibles el yakuza-eiga y el cine de acción, siendo una de las películas más conocidas con las que finiquitó los 90, aunque irremediablemente aplastada por el éxito internacional de su joya Audition , estrenada poco antes, aquella ecléctica locura de instantes inclasificables que atravesaba multitud de géneros sin despeinarse y protagonizaban los simplemente magníficos Sho Aikawa y Riki Takeuchi iba de repente a continuar hasta convertirse unos años después en trilogía, ofreciendo a los fans una sorpresa detrás de otra (lo puedo atestiguar…).
Tan solo un año y cuatro films después (para que comprendan a qué ritmo de trabajo iba el director hace dos décadas) recupera a su dúo protagonista pero no a Ichiro Ryu, ahora es su ferviente colaborador Masa Nakamura ( The Bird People in China , Young Thugs , la muy idiota Andromedia ) el que teje una trama que en absoluto tiene que ver con la de la primera entrega, aunque se comparta el estilo y ciertos detalles inevitables (típicos de la factoría miikiana ). Detalles como un inicio donde se cruzarán los tics más rematadamente absurdos de su cine.
Se trata de poco menos de un cuarto de hora donde nos propone la presentación de los protagonistas (ahora distintos) que es sin duda todo un regalo para los fans de la vertiente más aberrante y psicotrópica del nipón: violencia arrolladora, velocidad de vértigo, extrañeza alienígena, un sentido del humor de lo más vergonzoso y esencia de cómic en cada uno de los planos y en la forma de ser de los personajes. Es volver a los tiempos de Osaka Tough Guys o Fudoh (y eso nos encanta, ¿verdad?), en esta ocasión el detective Jojima y el gángster Ryuichi son reemplazados por dos hombres al otro lado de la ley: Mizuki y Shuichi.
Ambos asesinos a sueldo sin escrúpulos, y a los que unen los lazos de una gran amistad desde que eran niños. Entonces es cuando Miike, en una de sus clásicas y confusas maniobras, vira en redondo el argumento (sin abandonar sus concesiones a lo bizarro) y se dedica a profundizar en este dúo que acabamos de conocer, y a partir de aquí es el drama el guía de los acontecimientos. La ciudad representa la violencia, la traición, la venganza, la locura, pero la isla donde nacieron y crecieron, a la que se dirigen en barco, refleja un pequeño paraíso alejado de todo eso.
Así que esta escapada insular es sobre todo un viaje de introspección, de reparación, de tratar de curar una herida abierta, de tratar de recuperar un tiempo irrecuperable, el director abre la puerta de la nostalgia y nos sumerge en una especie de entrañable impasse mientras reconstruye a través de frenéticos saltos en el tiempo (gracias al ingenioso guión de Nakamura) la vida de Mizuki y Shuichi y el amigo que se quedó en el pueblo, Kohei, imagen del ejemplo a seguir: uno prospera realmente respetando la tradición (cristiana, en este caso, a lo que se le da mucha importancia) y llevando una vida humilde y recogida.
Las sombras del Kitano más suave e incluso de Koreeda emergen en este nudo donde simpatizamos aún más con los protagonistas, por no haber tenido, como huérfanos, más familia que a ellos mismos, por donar el dinero que ganan cometiendo crímenes a otros niños que lo necesitan, y sobre todo por recobrar aquello que perdieron, su infancia, gracias a los chavales del pueblo. Puede que se produzcan situaciones un tanto esperpénticas (esa simpática función de teatro), pero si Miike y Nakamura hubiesen mantenido esta línea hasta el final, abogando por lo sentimental e intimista, habrían logrado una obra verdaderamente notable…
Pero no, Miike no es así (ya tendrá tiempo de ser así en otros trabajos), y además no es algo que nos pille de sorpresa, pues mientras todas estas cosas suceden en la isla, veremos de manera intermitente a unos gángsters librando una guerra en la ciudad con tal de encontrar a Shuichi por los asesinatos cometidos, y ahí es donde vuelve el realizador a su más negra, indigesta, descolocada y enfermiza exposición del género, alcanzando en ciertas ocasiones un grado de mal gusto que hace recordar una vez más esa máxima de los fans para definirle a él y a su cine: la de esperar lo inesperado .
Aun así, ni tan siquiera los que ya estamos muy acostumbrados a sus delirios podemos preveer ciertas cosas (con nombrar sólo lo de la esposa del yakuza súperdotado (o megadotado ) no sería suficiente), demostrando que pocos saben equilibrar como el nativo de Osaka el bajo presupuesto con la imaginación, este último viaje a la ciudad de Shuichi y Mizuki, es, en respuesta al primero, uno de condenación y muerte, donde por fin se reparten las cartas a los que van a subir al Cielo o descender al Infierno (la metáfora visual propuesta es deliciosa).
Y la forma de finiquitar dicho viaje, con un último retorno a la tierra prometida entre litros de sangre, se debe ver para creer. Por su parte, los buenos de Aikawa y Takeuchi sacan a relucir su faceta más autoparódica (el primero en especial) a la vez que humana, y en esta línea no podemos olvidar el gran trabajo del obligatorio de Miike, Kenichi Endo.
Las geniales intervenciones de Ren Osugi, Noriko Aota y dos que agradecerán los fans del cine japonés, las de Shinya Tsukamoto (en un papel increíble) y Tomoro Taguchi, rematan esta segunda parte de esta inclasificable trilogía, la más psicológica, íntima y humana…pese a estar atravesada por ocasionales destellos de salvajismo y desenfadada demencia.
Segunda parte de la trilogía de culto DOA . Como en botica hay de todo: momentos lamentables y ridículos, gags divertidos, sexo y violencia a lo Miike, idas de pinza, originalidad, préstamos del manga, parones en el ritmo, momentos video cliperos, planos excelentes y necrofilia.
El conjunto, como me sucedía en la primera parte, se me antoja tan original como irregular, aburrido por momentos y desigual. Creo que le funciona mejor este tipo de engendro vacuo y/o revoltijo desmesurado y descerebrado a Tarantino como ha demostrado en Kill bill volumen 1 . Por mucho que se diga que Tarantino no sería nada sin Miike.
Eso sí, admiro que Miike corte argumentalmente radicalmente con DOA 1 (no le quedaba otra tras su esperpéntico final) y que tenga guiños humorísticos que la relacionen con la anterior.
Pero la cosa funciona cuando Miike abandona la violencia, sale el humor al flote y saca el corazoncito que llevan dentro los protagonistas en sus recuerdos de infancia y su estancia en la isla. Acompasados por una más que decente banda sonora de Chu Ishikawa.
Hay algo que me queda muy claro. Si tuviese diez o quince años menos sería el fan nº uno de Takashi Miike. No quiero que nadie lo considere un insulto. Ni que se asocie el genio y figura de Miike a mentes infantiles e inquietas. Lo digo porque si no hubiese conocido previamente a Ed Wood ( Plan 9 From Outer Space ), a Russ Meyer ( Faster Pussycat, Kill! Kill! ), a John Waters ( Pink Flamingos , Cosa de hembras y Vivir desesperadamente ), a Peter Jackson ( Mal gusto y Braindead ), a Tarantino ( Reservoir dogs ), a Kitano ( Boiling point y Sonatine ) y a toda la retahíla de cine cutre y de serie b (hasta z) que me encanta, mi cupo de cine friki, cult y bizarro estaría más abierto.
La tercera parte y broche final de la trilogía es con mucha diferencia la peor de las tres. Híbrido futurista, paranoico y paródico del sci-fi. Aburrida hasta decir basta con algunos detalles originales dignos de ovación. Propio del cine de Takashi Miike.