De dioses y hombres
Sinopsis de la película
A finales del siglo pasado, en un monasterio situado en las montañas del Magreb, ocho monjes cistercienses viven en perfecta armonía con sus hermanos musulmanes. Pero una ola de violencia y terror se apodera lentamente de la región. A pesar del creciente peligro que los rodea y de las amenazas de los terroristas, los monjes deciden quedarse y resistir.
Detalles de la película
- Titulo Original: Des hommes et des dieux (Of Gods and Men)
- Año: 2010
- Duración: 120
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Opinión de la crítica
Película
6.6
76 valoraciones en total
Se trata de una película de temática religiosa, cristiana y católica.
Es un filme teológico-antropológico o viceversa, que refleja como muchos otros del género religioso la importancia, la relevancia, la necesidad que hay de ver películas de este calado, que nos muestren ejemplos reales de la religiosidad cristiana en su mejor y más valiente cotidianidad.
De dioses y hombres es una película cautivadora por su espiritualidad. La palabra espiritualidad es obviamente y por excelencia una palabra religiosa. El concepto de espiritualidad tiene que ver con la convicción de formar parte de algo más esencial y trascendente que nosotros mismos, algo que es intrínsecamente bueno y divino. Ahora bien, para sintonizar nuestra vida con dicha dimensión espiritual, trascendente o Dios, hay que hacerlo sobre todo a través de la relación práctica con los otros seres humanos, procurando el bien de ellos.
Esta película habla, expresa, muestra todo esto, la praxis y la parresía del hecho religioso, ejemplificado en el sentido positivo en esta magnífica religión que ha transformado el mundo y que se llama CRISTIANISMO, y también algo de la degeneración del hecho religioso (en su lamentable vertiente negativa, terrorista o maléfica), porque como bien dice un pensamiento de Blas Pascal, citado en este filme: Los hombres nunca cometen el mal más plena y alegremente que cuando lo hacen por convicciones religiosas.
Me quedo, entre todas las escenas de esta película, con las reuniones sencillas de los siete u ocho monjes, hermanos en su pequeña comunidad cristiano-católica situada en el Norte de África, en medio de tierras y gentes islámicas, son asambleas para exponer problemas, para hablar, para decidir, etc., pero con el reluciente detalle de que en todas se enciende siempre una vela y se pone en el medio de los presentes, como indicativo de que allí donde dos o más se reúnen en nombre de Jesús de Nazaret (Mt 18,15-20) y con su más aproximado estilo existencial, allí mismo está su Espíritu, su Luz, su Fuerza y su Energía maravillosa.
En este contexto y tomando como referencia el propio título del filme, quizás convenga recordar el lúcido aforismo del gran teólogo Kart Barth: Cuando el hombre pierde a Dios encuentra a los dioses.
Fej Delvahe
De hecho algunos han salido de la sala mucho antes de terminar. Advierto que sin la debida sensibilidad hacia esta maravillosa opción de vida, los detalles litúrgicos, de oración y de trabajo en comunidad, pueden parecer lentos, innecesarios y excesivos. Y su meditada y valiente decisión, temeraria, suicida e ilógica. Solo teniendo o comprendiendo qué es la Fe, todo cobra su signficado.
A mí por el contrario me ha parecido excelente. La interpretación, soberbia, y la única pieza musical de la película, totalmente acertada.
Alterna varias escenas donde el silencio y la paz de la comunidad se rompe de golpe y te hace dar un respingo en la butaca. De esta manera, el contraste de estilos de vidas es aún más evidente.
Muy bien plasmada la naturaleza humana de los monjes y por lo tanto, con los mismos miedos, dudas, inseguridades y temores que el resto de los mortales. ( Padre, si es posible, aparta de mí este cáliz ). Al final se entregan a su más que evidente destino. ( No se haga mi voluntad sino la tuya ).
Muy bien llevados los primeros planos en esa Última Cena . El espectador, como si compartiera mesa con ellos, va acompañando a los monjes por los dispares estados de ánimo que en ellos se van produciendo. Sin duda la escena por excelencia.
Y al igual que el Señor en su Pasión, el ambiente exterior se va enrareciendo y volviéndose más y más amenazador ( no es el siervo más que su maestro ) hasta que se cierne inexorable sobre ellos. Estupendo el paralelismo del ascenso hacia su particular Calvario.
Magnífico enfoque para el final, que respeta fielmente hasta donde conocemos de esta triste historia.
Muy recomendable.
Esto dice el director:
Quise filmar esta historia como si esta hubiera sucedido hace siglos y se tratara de una tragedia griega o un western. Esto me ayudó a distanciarme, a ver a estos monjes como si fueran viejos santos, mientras yo aparecía con una cámara para filmar el pasado .
Pues bien, lo ha conseguido, tanto dar una atmósfera de western (High Noon puede ser una referencia clara), de crónica de una muerte anunciada , como la de retratar, de manera hermosa, la vida espiritual. Este es el triunfo del film, mezclar, y de hecho armonizar, inquietud y sosiego, miedo y entereza. Por un lado vemos a unos monjes ir inevitablemente a una tragedia y por otro los vemos encontrar la paz. Como individuos y, esto es lo más bello y lo mejor trabajado por Beauvois, como colectivo. El escoger un tipo de vida, encontrar compañeros para ella y, finalmente, afrontar todas las consecuencias de esa elección, de eso trata De dioses y hombres . Y esto se puede apreciar independientemente de las ideas que tenga uno sobre religión.
Si a esto le agregamos una fotografía estupenda y unas actuaciones memorables(con Lambert Wilson a la cabeza sí, pero secundado brillantemente por todo el elenco), tenemos una de las mejores películas del año.
Como Apolo 13 , Invictus o, desde la propia temática religiosa, cualquier recreación de la pasión de Juana de Arco, este film narra unos hechos reales cuyo desenlace ya es conocido de antemano por el espectador (en este caso el asesinato en 1996 por parte de integristas musulmanes, durante la guerra argelina, de un grupo de monjes cistercienses del convento de Nôtre-Dame de l’Atlas, que decidieron permanecer allí a pesar de tener la opción de abandonar el país).
Como ocurre con este tipo de películas, una vez eliminado el suspense del cómo termina, el interés ha de manifestarse por otros derroteros, siendo siempre el más conveniente la profundización en el trayecto. Esto es lo que logra holgadamente Xavier Beauvois, quien no centra su discurso fílmico en el análisis global del conflicto bélico, sino que dedica sus esfuerzos a intentar reflejar el proceso interior por el cual ese grupo de hombres tomó su decisión. De ahí que no nos apartemos nunca del punto de vista de los monjes.
En unos tiempos donde el cine tiende a mostrar el ámbito de lo religioso —y en particular, lo referente al catolicismo— desde polaridades muy extremas (la burla y la ridiculización por el lado de los detractores, o el fundamentalismo neocon por el de los defensores) se agradece la mirada serena, en absoluto dogmática, del director.
De esta manera no se lleva a cabo, como muchos podrían temer —o desear—, ninguna apología del martirio. Al contrario, lejos de cualquier énfasis simplificador, los recovecos de la fe son recorridos por la racionalidad, con una serie de deliberaciones dónde cada personaje expone, siempre argumentada y nunca fanáticamente, sus razones. Nadie hace gala de ningún heroísmo sobrehumano: en el diálogo surgen las dudas, los miedos, las contradicciones…
La eficacia fílmica de una apuesta de este tipo reside en el acierto en el elenco, y aquí sobresale la grandeza del veteranísimo Michael Lonsdale. Acorde con ese tono ya comentado de sensatez, el director huye de grandilocuencias y efectismos, a riesgo de supeditarse a una austera puesta en escena en determinadas fases algo plana o monocorde. Destacan, eso sí, dos extraordinarios momentos comentados en la zona spoiler.
El título de una magnífica crítica de esta misma página advierte atinadamente que es una película para religiosos y para los que no lo son. Lo primero es cristalinamente evidente y no hace falta abundar en ello (podríamos en todo caso añadir que, más que para creyentes de base o religiosos involucrados en una vida de ayuda a los más desfavorecidos, el visionado del film resulta especialmente indicado para las más altas esferas eclesiales). En cuanto a lo segundo, cabe resaltar que, más allá del hecho que a los personajes les mueva una creencia concreta, estamos a fin de cuentas ante una universal reflexión sobre la coherencia ética de actuar de acuerdo a los propios principios y convicciones, lo cual siempre es importante y pertinente.
Corren malos tiempos para el clero, señores. Pero si un servidor sigue manteniendo indemnes sus férreas convicciones cristianas (ya ni católicas me atrevo a afirmar) es, entre otras cosas, porque sigo teniendo el convencimiento que no toda la iglesia está podrida. Que no todo es pederastia en el ámbito religioso. Que no todo se reduce a lo que diga o haga Ratzinger y sus acólitos. Que aún existen monjes y sacerdotes con vocación verdadera. Sacerdotes que más allá de vivir del cuento o hacer las mil y una para encauzar adecuadamente su carrera eclesiástica consideran prioritario ayudar a los menos favorecidos. Como Pere Casaldàliga. Como estos 8 monjes del Monasterio del Atlas. Seguidores de la Teología de la Liberación, dicen. Pues eso, de la Teología de la Liberación. La única rama del catolicismo de la cual no me avergüenzo y que —afortunadamente— me proporciona argumentos más que suficientes para seguir considerándome un cristiano más. Un cristiano, eso sí, poco dado a cualquier práctica de índole litúrgica. Lo admito.
Aún así —como otros usuarios han apuntado acertadamente— que nadie se equivoque: De dioses y hombres no es un film religioso. Ni un film religioso, ni catequizador, ni panegirista ni, mucho menos, un film crítico o fiscalizador. Se trata, única y sencillamente, de un film con un profundo y sincero mensaje humanista. De un film que, más allá de analizar las actitudes o las reacciones del integrismo islámico, tan sólo pretende mostrarnos con toda la honestidad del mundo el punto de vista de unos monjes que en su día decidieron dedicar su vida a los menos favorecidos. Con sus dudas, sus miedos y sus contradicciones. Un punto de vista que se afianza en ese parsimonioso ritmo narrativo que toda peli contemplativa o reflexiva necesita en mayor o menor grado y que, gracias a las sobrias y convincentes interpretaciones de Lambert Wilson y Michael Lonsdale, adquiere una pátina de verismo y discreta heroicidad absolutamente conmovedora. No se la pierdan.