Cuentos de la luna pálida
Sinopsis de la película
Japón, siglo XVI. Durante la guerra civil, los aldeanos Genjuro y Tobei pretenden hacer fortuna: Genjuro como alfarero y Tobei como samurai. Ambos dejan a sus esposas abandonadas para cumplir con sus ambiciosos sueños. La misteriosa Lady Wakasa, otra víctima de la guerra, se cruzará en el camino de Genjuro.
Detalles de la película
- Titulo Original: Ugetsu monogatari (Tales of a Pale and Mysterious Moon After the Rain) aka
- Año: 1953
- Duración: 96
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Opinión de la crítica
Película
8.2
60 valoraciones en total
La piel de gallina es el orgasmo cinematográfico. Como sensación corta que es, está ligada a momentos.
Los momentos capaces de provocarla suelen escapar de la película. No son potentes, no son intensos. Únicamente tienen magia.
Y esta magia no puede estar ligada al énfasis… sino a lo sutil. Con frecuencia, la sensación pura de miedo, que es fugaz, no se encuentra en las películas de terror…
Mizoguchi, con su poético susurrar, era un cultivador de estos momentos. El de Cuentos… no es otro que el instante en que…
Ugetsu monogatari es una autentica joya del cine, es la belleza misma. Una interesante mezcla con lo más característico del cine japonés de la época: Tiene un poco de cine fantástico (está basado en una leyenda japonesa), un poco de melodrama, típico de la obra de Mizoguchi, de relato feudal, de retrato social, de cine de samuráis… Todo subyugado al tema, no por evidente menos certero, que gira alrededor de la avaricia y la codicia. Así, Cuentos de la luna pálida de agosto actúa como una especie de compilación de lo mejorcito del cine japonés.
En el apartado formal la película es impresionante, una de las cotas más altas del incuestionable maestro. Desde la milimétrica composición de los encuadres en los que tanto personajes como espacios y atrezzos están maravillosamente hilvanados, hasta la impresionante fotografía que dota a la película de un aureola fantasmagórica y tétrica excepcional, jugando con los claroscuros como pocas veces se ha visto en el cine. Los actores, como es común en Mizoguchi, están espléndidos y la música logra ese efecto unificador y mágico que tanto es de agradecer y tan pocas veces se ve .
En definitiva, no por tópico menos cierto, una obra de arte.
Clásico del cine japonés, o lo que es lo mismo, peli en blanco y negro exótica, peculiares interpretaciones, a veces un poco lentilla para ciertos culos occidentales (no señalo a nadie), elegantísima, con banda sonora de gongs, panderos y ruidos guturales más bien ridículos (iaaaaaa, aggg, oiiiiiia).
El resto de comentarios, aquí abajo.
Formalmente, una maravilla. Una de esas pelis que todo cinéfilo en ciernes debería ver sí o sí para saber de qué va esto del cine. Pocas veces veremos en una gran pantalla una composición de planos tan perfecta, un aprovechamiento de la iluminación tan oportuno y un ritmo narrativo tan grácil y elegante.
Nada que objetar, tampoco, a su incuestionable moralina. Porque la tiene, claro ¿Y qué? Al fin y al cabo todos sabemos que la felicidad plena es una utopía y que la avaricia rompe el saco ¿no? Mizoguchi, en cualquier caso, demuestra que sabe manejarse como pez en el agua en el ámbito melodramático y que la desmedida expresividad interpretativa de los actores japoneses, bien canalizada, puede constituir un recurso cinematográfico tan legítimo como eficaz.
Os preguntaréis tal vez -visto lo visto- por qué no he puntuado esta irrefutable obra maestra con mayor generosidad. La respuesta es que, lamentablemente, Cuentos de la luna… no me ha llegado como hubiera deseado. En ningún momento conseguí empatizar cien por cien con los personajes y no fue hasta el desenlace final cuando Mizoguchi logró tocarme la fibra de lleno. Yo achacaría ese leve desencanto al hecho de que, por norma general, las pelis que transcurren en el medioevo japonés no suelen atraerme demasiado. Quizás por eso mismo Rashomon no me cortó el aliento precisamente y quizás por eso mismo cada día que pasa dejo para mañana mi particular revisión de Los siete samuráis o Yojimbo. La cuestión es que mi problema con el medioevo japonés reclama una solución inmediata. Y esa solución pasa, indefectiblemente, por enfrentarme de nuevo al Kurosawa medieval y por pedirle a Mizoguchi que vuelva a contarme esos cuentos.
Yo diría, en definitiva, que con este tipo de films padezco el ‘síndrome museo’. Y es que, a veces, aunque tengas ante ti una obra de arte como la copa de un pino, el dolor de pies y el agobio de la gente es tan intenso que resulta absolutamente imposible paladearla a gusto. Mecachis!
Ésta es mi primera incursión en una película de Mizoguchi, y me uno a la aclamación general que sitúa este drama a la altura de los grandes.
Se trata, ni más ni menos, de un cuento con moraleja. Una leyenda tradicional japonesa llevada al cine de una forma excepcional. Una de esas leyendas universales que transmiten enseñanzas acerca de los peligros de la ambición desmedida y la codicia.
Dos familias campesinas, uno de cuyos miembros es un habilidoso alfarero, sufren la amenaza de la guerra y los dos hombres, cegados por el deseo de adquirir riquezas y poder, deciden marchar a la ciudad para vender las piezas de cerámica. Entre peligros e imprudencias, dejarán en el abandono a sus mujeres y se dejarán seducir por las tentaciones que les acecharán.
Mizoguchi aborda este drama costumbrista y rural con excelente sencillez, sensibilidad, belleza y delicadeza, sin omitir la dureza de los descalabros de los protagonistas. Nos introduce en una de esas historias de tradición oral, que palpita de realismo pero que, como todo cuento, está también tocada por lo fantástico y sobrenatural. Un didáctico y magistral retrato de la condición humana a través de las accidentadas peripecias y desventuras de dos familias campesinas japonesas.
Me ha gustado, en especial, la mirada del director hacia la situación de las mujeres. Sin más rango social propio que el que les otorgan sus maridos, y dependientes de ellos para sobrevivir, siempre pagan caro las consecuencias de las inconsciencias y ligerezas de cascos de sus esposos. En el momento en que ellos deciden abandonarlas para perseguir sus fútiles sueños, ¿qué les queda a ellas? Las sufridas esposas, a fuerza de necesidad, no tienen más remedio que desarrollar una férrea sensatez y fortaleza. Para conseguir que la familia permanezca a flote, deben conservar los pies en la tierra y olvidarse de sueños inútiles. Ellas, como siempre, demuestran su inteligencia y su gran instinto de conservación. Intuyen la amenaza con ese sexto sentido del que sus cónyuges carecen. Y, no pudiendo detener las egoístas ambiciones de éstos, les tocará padecer la peor parte.
El claro reproche dirigido contra los esposos egoístas irá yendo cada vez más lejos, y desde el principio imaginamos que su periplo no está destinado al éxito. Y tendrán que adquirir, como en toda leyenda con moraleja, el aprendizaje de la culpa y el arrepentimiento para aprender a valorar lo que han dejado atrás.
Sugerente y cuidada fotografía en blanco y negro que muestra sin artificios escenarios rurales y la vidas corrientes de la gente, incluyendo también algunas escenas repletas de una atmósfera envolvente y tocada por la irrealidad. La banda sonora se compone de música folclórica japonesa, con sus instrumentos típicos, y canciones interpretadas por voces melancólicas que evocan sensaciones tristes y antiguas como la tierra.
Como estar sentados a la luz del fuego, escuchando un relato inmemorial que habla de historias tan antiguas como la humanidad.