Cuento de primavera
Sinopsis de la película
A una joven graduada en filosofía la invita a pasar un fin de semana en el campo una amiga, que también lleva a su padre y a su joven amante. Las circunstancias hacen que la joven y el padre de su amiga se queden solos.
Detalles de la película
- Titulo Original: Conte de printemps
- Año: 1990
- Duración: 112
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Opinión de la crítica
Película
6.9
93 valoraciones en total
Escrita y dirigida por Eric Rohmer, es la primera obra de los Cuentos de las cuatro estaciones . Se rodó en exteriores de París y alrededores y en estudio.
La acción tiene lugar en París y Fontainebleau, en la primavera de 1989, a lo largo de 9 días. Narra la historia de Jeanne (Anne Teyssedre), de 30 años, profesora de filosofía. El novio está de viaje y su prima Gaëlle, que ha ido a París para unas pruebas de selección, ocupa su apartamento. Sola y desubicada acepta la invitación de Corinne para asistir a una fiesta. Allí conoce a Natacha (Florence Darel), de 19 años, estudiante de música, hija de padres separados. Su novio, periodista, se ha ausentado a causa de un viaje profesional imprevisto. Aburridas, deciden abandonar la fiesta e ir al apartamento de Natacha, que urde un plan para que su padre Igor (Hugues Queser) conozca a Jeanne y deje a su novia Eve (Eloïse Bennett), con la que ella no simpatiza.
La película explora la ambigüedad e imprevisibilidad de las relaciones humanas. El momento culminante se alzanza cuando Igor y Jeanne se encuentran solos en Fontainebleau. La hora de las confidencias abre el camino a un beso prolongado y a un momento mágico, interrumpido por una respuesta no sincera de Igor. Jeanne se retira del juego e impide su continuación. Explica el Cuento de los 3 deseos , que quedan en 2 de libre elección y uno inevitable por la falta de respeto de una de las partes. Expone los grandes motivos que impulsan las acciones humanas (atracción, amor, odio y dominación), para los que, según ella, no hay lugar en el momento. Recuerda a Igor que ella le ha concedido 3 deseos (cogerle la mano, besársela y besarla a ella) que, como los paradigmas del 3 (triángulo, silogismo, Trinidad y tríade helénica), corresponde a una situación perfecta y cerrada. La pasión de Igor se estrella contra el discurso racional, sólido y frío de Jeanne, que domina la situación. No todo habrá sido en vano: Jeanne da con el collar extraviado de Natacha, cuya desaparición provocó la antipatía de ésta por Eve. Se añade una reflexión sobre la moralidad humana al hilo de la historia, atribuída a Platón, de El anillo de Giges , que confiere la invisibilidad al quien lo lleva. ¿Hoy es válida la interpretación que Sócrates hizo del mismo?
La música aporta 3 piezas de 4 autores: Serenata 5ª de Beethoven, Montmorenay Blues de J.L. Valero y Cuentos del amanecer y Estudios sinfónicos de Schumann. La fotografía muestra el París de los 80, la espléndida floración de la primavera y la naturalidad de los actores. El guión apoya en una trama sencilla unos diálogos excelentes, que distribuye entre 4 protagonistas: 3 mujeres y 1 hombre relacionado con las 3. La interpetación destila sencillez y naturalidad. La dirección crea una obra sencilla y sugerente, que mueve a la reflexión.
La película explica la imprevisilbilidad y la inmanejabilidad de la conducta humana, incluso en las circustancias más favorables.
En la película se habla de filosofía. Una de las principales protagonistas es profesora de la asignatura. Lleva en el bolso la Crítica de la razón pura kantiana.
En una cena, al repasar empleos y profesiones, se tocan asuntos de filosofía práctica (educación, pensamiento independiente) y una comensal busca ejemplos de juicios sintéticos a priori. En otro momento del film se comentan la leyenda del invisibilizador anillo de Giges y el cuento de los tres deseos.
Pero no es tan filosófico el tema como su enfoque, el modo templado y meditativo de narrar procesos sentimentales sutiles.
Amante del orden, la profesora Jeanne no puede permanecer en el piso de su novio cuando éste se encuentra de viaje y deja tras de sí un desorden panorámico.
Ella hace tiempo en la concurrida fiesta de una amiga. Congenia al instante con Natacha, una joven estudiante de piano, quien la invita a su casa.
Una mente estructurada y metódica se asoma así a la vida de un pequeño núcleo familiar y conoce sus turbulencias.
Natacha omite advertir que su padre llega a la mañana siguiente, con lo que el hombre se encuentra por sorpresa con la invitada.
Jeanne conocerá también a la joven amante del padre, a quien Natacha quiere alejar, en confrontación abierta.
Y la casa de campo en Fontainebleau, que se convierte en escenario de alguna escaramuza. La voluntad de equidistancia no librará a Jeanne de verse implicada en los conflictos emocionales.
Mientras algo de zozobra, vitalidad, ímpetu e incertidumbre le contagia su juvenil amiga, Jeanne trata de imbuirle a ella ecuanimidad y desapasionamiento, ponderación y reflexividad, y de ayudar en la solución del obsesionante misterio de cierto collar.
Se habla mucho. La primera conversación tarda unos cuantos minutos en llegar, pero a partir de ahí los diálogos fluyen en abundancia, con la elaborada naturalidad tan característica de Rohmer.
El cineasta se mueve en el habitual campo de las relaciones humanas, la vida sentimental y sus delicados matices, en un plano muy concreto, con estilo ya tan depurado y transparente que desaparece, como si la realidad plasmada estuviese ahí, tal cual, y no existieran cámaras, ni micros, ni fotógrafos, ni montadores.
La profunda alegría de la sonata Primavera de Beethoven, que abre y cierra la película, apunta a la continuidad de los ciclos, de sus fases de germinación y florecimiento.
(8,5)
Minimalista, como si cogiera un microscopio y se dedicase a observar lo que hacen los seres diminutos expuestos a la lente, Rohmer desdeña el gran conjunto y enfoca su lente a unas pocas personas concretas, a quienes el objetivo se dedica a seguir como si fuese un simple observador curioso. Otros muchos directores cuentan historias de gente determinada, pero Rohmer es un maestro en centrarlo todo en los sujetos de su estudio, arrojándoles una luz potente y dejando el resto en penumbra, como si se tratase del mencionado microscopio, o de un foco redondo de los que se emplean en los teatros para realzar alguna figura del escenario y dirigir la exclusiva atención del público hacia ella, mientras que el resto del local queda a oscuras.
Bajo el potente y analítico foco del realizador francés, quedan expuestos algunos breves fragmentos de la cotidianeidad de un escaso número de personas entre las que ya existen lazos familiares, o de amistad, o sentimentales, o que los van estableciendo a lo largo de la película. Los diálogos y conversaciones, a veces sesudos e intelectuales (sin pudor de tocar en lo pedante en ocasiones, aunque quizás atempere en algún momento la pedantería la presencia de algún personaje algo más visceral y menos reflexivo), son el elemento estrella en las relaciones interpersonales. Los personajes desgranarán sus pensamientos, sentimientos y hasta algunas confesiones íntimas sin descanso, lo cual suele ser algo muy positivo cuando los diálogos son amenos y fáciles de seguir, pero también puede caer en una ligera artificialidad cuando se advierten ciertas conversaciones un poco forzadas o poco naturales. Incluso a veces, lo que debería haber sido una reacción irreflexiva, un impulso espontáneo, Rohmer lo atempera y lo ahoga en palabras. Pero, quitando esos defectos en los que se peca tal vez por exceso de comedimiento y de cáculo, ser espectadora de un drama de Rohmer me supone una actividad por lo menos interesante, que no transporta al éxtasis, pero que tampoco resulta desdeñable. No es cine para soñar con castillos en el aire, no es cine de puro entretenimiento, no es cine adrenalítico ni pasional… Pero es una pequeña parte de la vida normal. Todos filosofamos (tengamos más o menos razón, sepamos más o menos acerca de los clásicos y de sus teorías, todos caemos en reflexionar, al menos un poco, sobre lo que tenemos dentro de la cabeza y sobre lo que está más allá de nuestras narices), todos charlamos de esto y de aquello, hacemos cosas a lo largo del día que no son nada destacable, o cosas con las que escapar durante unas horas de la rutina, entramos y salimos, conocemos gente… ¿Qué hay de especial en una película de Rohmer? Puede que nada… O puede que unos cuantos detalles. O puede que muchas cosas. Depende de cómo lo vea cada uno.
Porque a él no parece importarle mucho la globalidad. Sólo el detalle. Retazos corrientes que sueñan con tentar un poco la espiritualidad, para sentirse menos corrientes.
Valdría la pena hacer un ejercicio de perspectiva histórica para analizar en mayor profundidad una película como Cuento de Primavera y quizás, por extensión, toda la obra de Rohmer. Saliéndonos del marco estrictamente cinematográfico se atisban ciertas constantes que nos retrotraen a un periodo tan lejano como aparentemente poco conectado con el cine, la ilustración francesa del siglo XVIII.
Tomando una definición simple del movimiento nos hallamos ante la intención de establecer un sistema de valores y de pensamiento que antepone la razón como forma vehicular de los modos de vida del ser humano. Derivándose de ello aparecen características tales como el racionalismo, el pragmatismo y el idealismo. Características las tres que precisamente marcan esta obra y que funcionan casi como perfecto tratado ilustrado.
Así nos hallamos ante un film cuyas bases argumentales se articulan en torno al elemento racionalista, ofreciendo una lección de diálogo fluido, civilizado, donde las grandes pasiones y los sentimientos profundos son casi por completo eliminados dejando paso al equilibrio del razonamiento. Sólo en determinados momentos una de las protagonistas se deja llevar por sus sensaciones. Son precisamente estos instantes de incomprensión, de desgarro los únicos donde hay un cierto posicionamiento del director, dándole un ribete negativo al personaje en contraste con la capacidad de distanciamiento gélido del resto del metraje, donde la comprensión de las razones de cada personaje se impone al trasfondo de la historia mínima que hay detrás. Sin embargo hay una brevedad consciente en esta explosión emotiva, un simple ejemplo de a donde puede desembocar el desenfreno y la no contención.
Precisamente en ese elemento didáctico es donde encontramos el pragmatismo de la obra. Hay una intención clara de utilitarismo, de que no hay que centrarse en el andamio argumental puesto que casi funciona como un elemento ornamental, como una excusa puesta al servicio de la enseñanza moral que quiere transmitir. Estaríamos pues ante un caso de film-ensayo, que más que cuento cabría calificar de fábula, donde cada personaje tiene un papel asignado del cual no se puede salir ni una línea y donde la persona se desdibuja en plano medio o general buscando siempre la composición distanciada, donde las palabras valen más que los gestos.(sigue en spoiler)
«Cuento de primavera fue rodado entre 1989 y 1990, lo que no impide comprobar cómo permanece intacto el encanto de una poética cinematográfica personal, que en Rohmer está hecha de una mirada que atraviesa lo cotidiano para descubrir su fresco misterio, combinando filosofìa y azar con una profundidad engañosamente sencilla.
El legendario director se mueve siempre buscando la unidad en la diversidad, cuando encuentra un tema, tiende a ubicarlo en distintos espacios o épocas, por lo que le es habitual formar series como los «Cuentos morales, las «Comedias y proverbios o -como en este caso- los «Cuentos de las cuatro estaciones.
El film propone una serie de acercamientos y confesiones que abordan, a través de sustanciosos diálogos, los temas favoritos del autor: los enigmas sobre el amor, las razones y los sentimientos, ligados a la eterna alegor¡a de la primavera como etapa en la existencia humana, aunque con un marco mucho más amplio que _por ejemplo_ Kim Ki Duk.
Los personajes de esta fábula urbana y contemporánea, van y vienen de una casa a la otra, con bolsos o valijas como pasajeros en sus propios hogares. También como pájaros migratorios viven en lo de sus parejas pero tampoco en forma definitiva. Nada es demasiado estable entre ellos, más que la búsqueda y la interrogación de las motivaciones que los impulsan.
En el cine de Rohmer la palabra está empleada como un elemento altamente significativo, cuando ésta se pone en juego, nunca el sentido de lo hablado es indiferente o prescindible. Esto se cumple una vez más en esta deliciosa fábula y comprende tanto los sustanciosos diálogos como los silencios, estos últimos sostenidos por una sutil melod¡a de imágenes, donde Rohmer persigue su declarado objetivo de visualizar lo invisible a travès de lo visible.